La pura nata de los h¨¦roes
A Su¨¢rez le hubiese halagado que dijeran de ¨¦l que fue un h¨¦roe. Y sin embargo lo fue, aunque de un tipo especial
Estoy seguro de que, si Adolfo Su¨¢rez hubiera le¨ªdo esa encuesta publicada hace poco seg¨²n la cual la mayor parte de los espa?oles le querr¨ªa ahora mismo como presidente del Gobierno, hubiera esbozado su vieja sonrisa de gal¨¢n de provincias y hubiera mascullado: ¡°A buenas horas, mangas verdes¡±. Y apuesto lo que sea a que se hubiera partido de risa si hubiera sabido que al d¨ªa siguiente de su muerte tanta gente escribir¨ªa que se gan¨® el respeto de todo el pa¨ªs el 23 de febrero de 1981, cuando permaneci¨® sentado en su esca?o de presidente del Gobierno mientras las balas del teniente coronel Tejero y sus guardias civiles zumbaban a su alrededor en el hemiciclo del Congreso y todos o casi todos los dem¨¢s diputados presentes all¨ª buscaban refugio bajo sus asientos; porque la realidad es que esa imagen de Su¨¢rez fue interpretada por casi todos, en aquel momento de apabullante desprestigio del arquitecto de la transici¨®n de la dictadura a la democracia, como el ¨²ltimo aspaviento de un presidente gestero, amortizado y superficial, aferrado con desesperaci¨®n al poder, y la prueba es que apenas a?o y medio m¨¢s tarde, cuando volvi¨® a presentarse a unas elecciones generales, su partido obtuvo la friolera de dos diputados. Sea como sea, es verdad que Su¨¢rez fue a veces un hombre gestero, peliculero incluso, as¨ª que le hubiese halagado que dijeran de ¨¦l que fue un h¨¦roe. Y sin embargo¡ Oh, sin embargo. Y sin embargo lo fue, aunque de un tipo especial.
En otra parte le he llamado un h¨¦roe de la traici¨®n. ?Qu¨¦ es un h¨¦roe de la traici¨®n? Estamos acostumbrados a pensar que la lealtad es una virtud, y lo es; pero hay momentos en la vida de las personas y de las colectividades en que es m¨¢s virtuosa, m¨¢s noble y m¨¢s valiente la traici¨®n que la lealtad. El cambio de la dictadura a la democracia en Espa?a fue uno de ellos, y nadie lo encarna mejor que Adolfo Su¨¢rez. En julio de 1976, cuando el Rey le nombr¨® presidente, Su¨¢rez era en lo esencial un escalador del franquismo, un pol¨ªtico que conoc¨ªa como nadie los entresijos de la dictadura y que lo hab¨ªa subordinado todo a su feroz ambici¨®n de poder, as¨ª que su nombramiento horroriz¨® a los dem¨®cratas y alegr¨® a los franquistas; es natural: para estos, aquel falangista joven, apuesto, simp¨¢tico y vital, que tan obsequioso se hab¨ªa mostrado siempre con ellos, encarn¨® de repente la certeza venturosa de un largo franquismo sin Franco. Qu¨¦ error, qu¨¦ inmenso error. En menos de un a?o de v¨¦rtigo, armado de un infalible sentido de la realidad y de una audacia casi temeraria, Su¨¢rez cambi¨® una dictadura por una democracia a base de una serie de maniobras espectaculares, las m¨¢s espectaculares de las cuales fueron la autodisoluci¨®n de las Cortes franquistas y la legalizaci¨®n por sorpresa de los comunistas tras un encuentro secreto con Santiago Carrillo, sempiterno secretario general del PCE. Eso es un h¨¦roe de la traici¨®n: un hombre capaz de traicionar un error para construir un acierto, capaz de traicionar el pasado para ser fiel al presente, capaz de traicionar a los suyos para ser fiel a todos.
Un hombre capaz de traicionar un error para construir un acierto, capaz de traicionar a los suyos para ser fiel a todos
Por supuesto, los suyos nunca se lo perdonaron. As¨ª que, en cuanto se dieron cuenta de que Su¨¢rez los hab¨ªa enga?ado, fueron a por ¨¦l. Esto explica que el golpe del 23 de febrero estuviera concebido en principio, tanto como un golpe contra la democracia, como un golpe contra Su¨¢rez, que para los suyos era la encarnaci¨®n de la democracia; tambi¨¦n explica que algunos de los l¨ªderes principales del golpe ¡ªel general Armada o el coronel San Mart¨ªn, jefe de Estado Mayor de la Divisi¨®n Acorazada Brunete¡ª fueran enemigos personales de Su¨¢rez, quien por lo dem¨¢s a aquellas alturas estaba rodeado de enemigos por todas partes. Como el relato de tantos periodos hist¨®ricos fundacionales, el de la democracia espa?ola abunda en fantas¨ªas; una de las m¨¢s tenaces sostiene que aquel fue un momento dominado por el ansia de concordia, la responsabilidad pol¨ªtica, los grandes acuerdos y la preocupaci¨®n por el inter¨¦s com¨²n en detrimento del personal o partidario. Mentira. Aunque, como todas las buenas mentiras, esta contiene una parte de verdad: esa descripci¨®n podr¨ªa valer a grandes rasgos para los a?os que van de 1976 a 1978; no, en cambio, para los que van de 1979 a 1981, cuando la irresponsabilidad de tanta gente desesperada por echar del poder a Su¨¢rez, empezando por el Rey, a punto estuvo de arrastrar el pa¨ªs al desastre.
Es verdad que en 1980 Su¨¢rez ¡ªque ya hab¨ªa hecho lo m¨¢s dif¨ªcil porque para entonces los fundamentos de la democracia estaban construidos¡ª hab¨ªa dejado de ser el pol¨ªtico imbatible del arranque de su presidencia; pero una de las tragedias de Su¨¢rez es que no estaba hecho para lo f¨¢cil, sino para lo dif¨ªcil; otra es que tampoco estaba hecho para el sistema pol¨ªtico que hab¨ªa construido, del que lo desconoc¨ªa todo y en el que se manejaba con dificultad, sino para el que hab¨ªa destruido, en el que no ten¨ªa rival. Todo esto es verdad. Pero tambi¨¦n es verdad que el hecho indudable de que a partir de mediados de 1979 Su¨¢rez fuese un presidente debilitado, mediocre y sin proyecto no justifica que, en los meses previos a su dimisi¨®n, el pa¨ªs entero se encarnizase con ¨¦l con una crueldad inigualada. Por aquellas fechas Alfonso Guerra, vicesecretario general de un PSOE furioso por llegar al poder, pronunci¨® una frase cuya indignidad le perseguir¨¢ de por vida: ¡°Si el caballo de Pav¨ªa entra en el Parlamento, su jinete ser¨¢ Su¨¢rez¡±.
No estaba hecho para el sistema pol¨ªtico que hab¨ªa construido, sino para el que hab¨ªa destruido, en el que no ten¨ªa rival
Su¨¢rez abandon¨® la presidencia del Gobierno personalmente triturado y pol¨ªticamente muerto, aunque ¨¦l no lo sab¨ªa, o fing¨ªa no saberlo. De hecho, durante algunos a?os, alejado ya del poder pero no de la pol¨ªtica, se consagr¨® a alimentar la ilusi¨®n de que no era un pol¨ªtico p¨®stumo, a tratar de que le perdon¨¢ramos su pasado franquista y a apuntalar la democracia que hab¨ªa erigido. Luego sus fracasos le alejaron de la pol¨ªtica, y la desgracia se abati¨® sobre su familia; era un hombre constitutivo, rocosamente cat¨®lico, y sinti¨® que durante toda su vida hab¨ªa abandonado a su familia, que la hab¨ªa sacrificado en aras de su ambici¨®n pol¨ªtica. El ¨²ltimo acto p¨²blico en el que particip¨®, cuando el c¨¢ncer se hab¨ªa llevado ya a su esposa y a su hija Mariam y el alzh¨¦imer hab¨ªa empezado a devorarlo, fue un mitin de apoyo a la candidatura a la Junta de Castilla-La Mancha de su hijo mayor, que carec¨ªa de vocaci¨®n pol¨ªtica y a quien ¨¦l hab¨ªa desaconsejado que aceptara ser candidato; frente al atril, mientras hablaba, pareci¨® desorientarse, traspapel¨® los folios donde llevaba escrito su discurso, se perdi¨®; sus ¨²ltimas palabras fueron: ¡°Mi hijo no os defraudar¨¢¡±.
Hace unos a?os publiqu¨¦ un libro donde cre¨ª entrever el destino completo de Su¨¢rez en su gesto o su imagen ahora m¨¢s conocida y m¨¢s secreta, aquella en que se le ve sentado en su esca?o azul de presidente durante la tarde del 23 de febrero de 1981, solo y un poco espectral en medio de un rojo desierto de esca?os vac¨ªos, mientras los golpistas acribillan a tiros el hemiciclo del Congreso. Por entonces yo no conoc¨ªa un texto en el que, mucho antes que yo, apenas tres a?os despu¨¦s del golpe, Rafael S¨¢nchez Ferlosio hab¨ªa tenido quiz¨¢ una intuici¨®n semejante y hab¨ªa formulado el elogio m¨¢s exaltado que conozco de este hombre com¨²n y corriente que demostr¨® ser cien veces mejor que tantos que se cre¨ªan superiores a ¨¦l, incluidos algunos mequetrefes adornados de matr¨ªculas de honor que le rodeaban en el Gobierno y que se re¨ªan de ¨¦l a sus espaldas porque no hab¨ªa le¨ªdo a Maquiavelo, incluido este peri¨®dico, que escribi¨® contra ¨¦l algunos editoriales tremendos, incluido el autor de este art¨ªculo. ¡°Sin embargo¡, oh, sin embargo¡±, escribe Ferlosio, ¡°Su¨¢rez, siendo como es harto escaso de elocuencia, hubo de verse, con todo, en el trance, afortunadamente excepcional, de tener que demostrar a cuerpo limpio qu¨¦ es lo que har¨ªa cuando no fuese cuesti¨®n de palabras: llen¨® la copa hasta los bordes, y la espuma que rebos¨® de modo incontenible por toda la circunferencia de cristal era la pura nata de los h¨¦roes¡±. No de los h¨¦roes de la traici¨®n, no: de los h¨¦roes a secas. A ver qui¨¦n supera eso.