Un fen¨®meno irreversible
En las elecciones de 1977 la sociedad espa?ola mostr¨® una verdadera pasi¨®n por la igualdad. Hoy esa pasi¨®n la sigue alimentando
La incorporaci¨®n masiva de las mujeres al trabajo desde la d¨¦cada de los sesenta del pasado siglo, a las tareas productivas y remuneradas, y no solo a las reproductivas y de cuidado, y progresivamente a la vida econ¨®mica, pol¨ªtica y social general, fue un fen¨®meno decisivo e irreversible, uno de los cambios sociales m¨¢s profundos, si no el m¨¢s profundo, del siglo XX. Ese hecho se ha calificado de m¨¢s innovador que la aparici¨®n en Europa de las clases sociales surgidas de las revoluciones burguesa-liberal e industrial. Se ha dicho que la clase social ha sido la expresi¨®n de una ideolog¨ªa de supremac¨ªa blanca machista, cuya importancia ha sido y es infinitamente menor que la raza o el sexo, como mayores son los extremos de discriminaci¨®n, explotaci¨®n y coerci¨®n que han derivado de estos. Ese cambio signific¨®, dicho en t¨¦rminos generales, que la mitad de la poblaci¨®n traslad¨® gran parte de su actividad desde el ¨¢mbito dom¨¦stico de trabajo no remunerado al mercado, cuestionando el secularmente asentado modo de organizaci¨®n social patriarcal que establec¨ªa la separaci¨®n y distribuci¨®n social del trabajo seg¨²n el sexo, principio de todas las divisiones.
La mujer se incorpor¨® a un sistema jur¨ªdico masculino, en el que a¨²n hoy buena parte de sus instituciones siguen constituyendo un buen ejemplo de esa masculinidad (como la regulaci¨®n del tiempo, de su distribuci¨®n y fijaci¨®n, jornada, horarios), con olvido de la mujer ¡°no-existente¡±, a la que la smithiana ¡°mano invisible¡± hizo ¡°invisible¡±, tan invisible como su trabajo no remunerado, y que, sin embargo, era y sigue siendo el sost¨¦n imprescindible del trabajo remunerado del hombre en los modelos econ¨®micos hegem¨®nicos.
Ese portentoso cambio social, econ¨®mico, jur¨ªdico y cultural tuvo lugar tambi¨¦n en nuestro pa¨ªs con la Constituci¨®n, aprobada en las Cortes Constituyentes surgidas de las elecciones del 15 de junio de 1977, como motor, pese a la general invisibilidad del sexo femenino en los reconocimientos de derechos fundamentales presididos por un igualitarismo formal.
Con todo, las consecuencias de la Constituci¨®n sobre la organizaci¨®n familiar, la educaci¨®n, la cultura, la econom¨ªa, la vida social y la pol¨ªtica, y la prohibici¨®n de discriminaciones hist¨®ricas y arraigadas sufridas por las mujeres en todos esos ¨¢mbitos, han sido tan poderosas que nos han proporcionado, sin exageraci¨®n, una nueva visi¨®n de nuestra sociedad, de nuestra existencia. Con una presencia p¨²blica indiscutible de las mujeres ante la expansi¨®n de su participaci¨®n en todos los ¨¢mbitos. En 1977 hab¨ªa en el Parlamento 27 mujeres. Hoy son 234, lo que a¨²n sigue representando una proporci¨®n baja (37,9%, 40% diputadas y 35,4% senadoras), que lamentablemente se sit¨²a en la parte inferior o por debajo de la horquilla de participaci¨®n por sexos establecida en la ley de Igualdad, cuya constitucionalidad fue confirmada por la Sentencia del Tribunal Constitucional 12/2008.
El derecho a la igualdad de la mujer no acaba de implantarse en la realidad social aunque, m¨¢s all¨¢ de la compleja serie de normas aprobadas para su promoci¨®n efectiva, se considere la caracter¨ªstica b¨¢sica de un ser humano, que encuentra su fundamento en su dignidad de persona. No puedo dejar por ello de denunciar la abominable e intolerable lista interminable de feminicidios y la insuficiencia de los instrumentos jur¨ªdicos para luchar con eficacia contra la violencia de g¨¦nero, que atenta contra los m¨¢s elementales atributos de la persona. Nuestra sociedad debe aprestarse a esta tarea como la m¨¢s urgente, pues sin ella no podremos reconocernos en los valores constitucionales.
En fin, con la gran transformaci¨®n tecnol¨®gica se anuncia una nueva divisi¨®n en clases en todo el planeta marcada por el poder tecnol¨®gico que provocar¨¢ m¨¢s desigualdad, llevando a las clases inferiores hacia la segregaci¨®n o la exclusi¨®n. Y a las mujeres, pues si el cambio protagonizado por nosotras no contin¨²a, impulsado por la acci¨®n pol¨ªtica y jur¨ªdica, hasta alcanzar cotas de igualdad real, seguiremos pr¨¢cticamente ausentes de las ¨¦lites que la revoluci¨®n digital y la econom¨ªa global han creado y de las instituciones que rigen el mundo en que vivimos. Sin raz¨®n alguna para el mantenimiento de viejos privilegios y discriminaciones por sexo femenino, pues el sexo divide de manera universal a toda sociedad en dos grupos porcentualmente equilibrados.
En las primeras elecciones democr¨¢ticas de 1977 la sociedad espa?ola mostr¨® una verdadera pasi¨®n por la libertad, por la democracia, por la igualdad. Hoy la socidad espa?ola sigue alimentando esa pasi¨®n, y su mantenimiento es, como hace 40 a?os, una necesidad, ahora tambi¨¦n de cumplimiento constitucional, en el camino, en el que seguimos, por conseguir la igualdad plena de las mujeres ante el exponencial incremento de las desigualdades y de la pobreza, tras la gran recesi¨®n financiero-econ¨®mica desatada en 2008, en que el sexo femenino resulta siempre afectado. La igualdad real no es una utop¨ªa, pero su logro requiere de un esfuerzo continuo y en todas las ¨¢reas, empezando por la defensa de la vida y la libertad, al que ha de responder la extensi¨®n a todos los ¨¢mbitos de las pol¨ªticas p¨²blicas de g¨¦nero.
Mar¨ªa Emilia Casas fue la primera mujer presidenta del Tribunal Constitucional.