Impresiones de un ¡®sanferminero¡¯ primerizo
EL PA?S English Edition envi¨® a su becario estadounidense a Pamplona para ver si Hemingway ten¨ªa raz¨®n...y esto es lo que se encontr¨®
Ya s¨¦ lo que est¨¢is pensando: un estadounidense que trabaja de periodista en Europa decide visitar Pamplona para observar y participar en las fiestas anuales de San Ferm¨ªn. ?Es posible ser menos original, o m¨¢s imitador de Ernest Hemingway? La respuesta es: probablemente no. Pero eso no me detuvo: el fin de semana pasado, me pegu¨¦ el viaje desde Madrid para ver con mis propios ojos por qu¨¦ la gente monta tanta historia con esto de los Sanfermines.
Mientras que el tren se acercaba a la estaci¨®n en la tarde del s¨¢bado, volv¨ª a ojear los ¨²ltimos cap¨ªtulos de mi ajado ejemplar de Fiesta (o The Sun Also Rises en ingl¨¦s) para refrescar mi memoria y recordar las cosas que supuestamente hacen de este evento algo que hay que ver a toda costa; ya sea por la energ¨ªa de una fiesta incesante, por el subid¨®n de adrenalina de los peligros¨ªsimos encierros, o por los vistosos pases de las corridas, con su enorme capacidad de seducci¨®n y fascinaci¨®n. Tras aguantar las charlas de algunos de mis amigos madrile?os por el hecho de asistir (y, por ende, apoyar) el festival, debido a cuestiones ¨¦ticas relacionadas con la crueldad contra los animales, llegu¨¦ a los Sanfermines con una mente abierta.
Lo que presenci¨¦ fue un espect¨¢culo incre¨ªble, pero complejo. Me apunt¨¦ a las fiestas e incluso consegu¨ª ver una corrida de toros. Pero el mejor momento de todo el fin de semana, con gran diferencia, fue el encierro del domingo por la ma?ana.
Para poder verlo bien, decid¨ª pagar 100 euros para reservar sitio en un balc¨®n en la calle Estafeta despu¨¦s de que un colega en EE UU me informara de que presentarme en un encierro sin planificaci¨®n previa ser¨ªa como aparecer en Times Square a las 23.30 en Nochevieja y pretender ver la bola caer. La analog¨ªa era buena.
En mi caso, la reserva, m¨¢s que un balc¨®n, result¨® ser una barricada provisional hecha para ver el encierro casi a ras del suelo desde uno de los restaurantes en Estafeta. Desde esta posici¨®n estuvimos especialmente cerca de la acci¨®n (incluso alcanzamos a ¡°chocar esos cinco¡± con los mozos mientras esperaban a que salieran los toros). Durante los minutos previos a las ocho de la ma?ana, nuestro gu¨ªa nos dijo que si ¨ªbamos a grabar el encierro, deber¨ªamos encontrar la manera de levantar la vista de nuestras c¨¢maras. Este consejo se revel¨® fundamental.
Aunque solo llegu¨¦ a ver 15 segundos de acci¨®n desde mi puesto en la barricada, estuve boquiabierto durante cada uno de esos segundos. La emoci¨®n en estado puro que sent¨ª ¡ªsobre todo al estar tan cerca del suelo¡ª la bofetada de aire en la cara al pasar la multitud frente a nosotros, el hecho de ver a esos gigantescos animales corriendo por esas calles tan estrechas¡ en esos pocos segundos, sent¨ª que pude apreciar, aunque fuera tan solo un poquito, lo que deben experimentar los mozos cuando tienen a los toros pr¨¢cticamente encima.
Estar ah¨ª no tiene nada que ver con verlo por la tele. El coraz¨®n te late m¨¢s r¨¢pido, te fijas en los detalles. Recuerdo que, unos momentos antes de que comenzara el encierro, vi a un joven espa?ol no mucho m¨¢s mayor que yo agachado y cabizbajo. Primero pens¨¦ que estar¨ªa estir¨¢ndose. Pero luego le vi santiguarse, y me di cuenta de que estaba rezando. En ese instante, comprend¨ª que lo que estaba viendo era algo m¨¢s que un paroxismo de animales y alcohol. Para muchos, tambi¨¦n es algo muy serio.
Hay que decir que algunos de los rumores son ciertos. Puedo dar fe de que los Sanfermines son realmente una fiesta ininterrumpida de nueve d¨ªas de duraci¨®n. Despu¨¦s del encierro, sal¨ª de Estafeta sobre las ocho y media de la ma?ana y me top¨¦ con un hombre tumbado en un saco de dormir sobre el c¨¦sped, rodeado de basura y bebiendo de una botella grande de sangr¨ªa. Y es que para los aut¨¦nticos devotos de la fiesta, no hay tiempo para el descanso.
Cuando acaba el encierro, los toros se pasan el d¨ªa en la plaza, esperando su turno para la corrida de la tarde. Yo que ya andaba preocupado por el hecho de ir a un evento de este tipo, me llev¨¦ una sorpresa al descubrir que la controversia no se limita a las grandes ciudades espa?olas como Barcelona o Madrid, como pens¨¦ en un primer momento. Durante la corrida, un espa?ol que aparentaba mi edad se me acerc¨® y, con evidentes signos de intoxicaci¨®n et¨ªlica, me pregunt¨® si me gustaba lo que estaba viendo. Sinti¨¦ndome confuso, le contest¨¦ con preguntas. Descubr¨ª que era un pamplonica que no soporta las corridas de toros. ¡°?As¨ª que esta es tu primera vez?¡±, le dije. ¡°No, qu¨¦ va¡±, me contest¨®. ¡°Llevo viniendo todos los d¨ªas de esta semana¡±.
¡°?Y por qu¨¦ sigues viniendo?¡±, prosegu¨ª yo. ¡°Por esto¡±, replic¨®, refiri¨¦ndose al ambiente en las gradas y dando cuidadosamente la espalda al ruedo mientras hablaba conmigo. ¡°?Pero podr¨ªas ir de marcha fuera de aqu¨ª, no?¡± ¡°No, no¡± insisti¨® el chaval. ¡°No es lo mismo¡±.
De hecho, era casi como si hubiera dos eventos paralelos dentro de la plaza: uno en el ruedo y otro en las gradas y tendidos. Mientras que en corridas normales la gente suele estar callada, observando los pases del torero (o eso me cuentan), en los Sanfermines el p¨²blico se dedica a una variedad de actividades ¡ªdesde entonar c¨¢nticos futbol¨ªsticos, hasta el lanzamiento de cerveza y sangr¨ªa a otras zonas de la plaza¡ª. Calculo que me cayeron bebidas encima cada 20 minutos, de media (el atuendo blanco que traje desde Madrid no logr¨® hacer el camino de vuelta).
Ver la corrida fue algo menos encantador que ver el encierro. Tras presenciarlo, no hay duda de que sent¨ª respeto por lo que se podr¨ªa considerar una forma de arte, pero a¨²n as¨ª fue dif¨ªcil de soportar lo que, en esencia, es la tortura teatralizada de un animal, una reliquia de otros tiempos m¨¢s b¨¢rbaros.
Despu¨¦s de la corrida, me fui a tomar unas tapas y unas bebidas en el centro. Pero de nuevo volv¨ª a demostrar que no soy un espa?ol de verdad: para la una de la madrugada ya hab¨ªa vuelto a mi alojamiento, donde ca¨ª como un plomo.
Traducci¨®n de Susana Urra.
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