Cuatro hombres sin rostro enterraron a Franco en 1975
El jefe de los cementerios de Madrid recuerda la inhumaci¨®n del dictador, en la que lider¨® una cuadrilla con los mejores sepultureros de Espa?a
Cuatro hombres vestidos de uniforme azul el¨¦ctrico rodeaban desde hac¨ªa horas la boca de la sepultura. Llevaban el pelo engominado hacia atr¨¢s y gafas de pasta en forma de concha. En la chaqueta luc¨ªan hombreras. Hac¨ªa dos d¨ªas que un superior les hab¨ªa informado de que ser¨ªan los encargados de enterrar el cad¨¢ver del general Francisco Franco. Era el 23 de noviembre de 1975.
Los cuatro enterradores med¨ªan lo mismo para equilibrar el f¨¦retro en caso de que tuvieran que cargarlo a los hombros, y quien los hab¨ªa seleccionado se asegur¨® de que su musculatura y fuerza mental garantizaran que no les temblar¨ªa el pulso. Llegaban a este momento cr¨ªtico de sus vidas sin una mancha en el expediente. Eran los mejores entre los mejores de su oficio. Sin embargo, la espera del f¨¦retro que ten¨ªan que depositar en el hoyo junto a sus pies les inquietaba:
¡ªEst¨¢n tardando mucho...¡ª, dijo uno de los cuatro.
¡ªTengamos paciencia¡ª, le cort¨® Gabino Ab¨¢nades, el joven encargado de los cementerios de Madrid.
Un coche oficial los hab¨ªa recogido unas horas antes en las oficinas del cementerio de La Almudena. La cuadrilla la formaban Ab¨¢nades, al mando, y los cuatro oficiales de inhumaci¨®n. El lugar donde iba a ser enterrado el cuerpo del dictador fue un misterio hasta el d¨ªa anterior. Cuando el veh¨ªculo negro enfil¨® la autov¨ªa del noroeste, los pasajeros dedujeron que se dirig¨ªan al Valle de los Ca¨ªdos.
Al llegar, los responsables de protocolo de El Pardo les indicaron el lugar exacto donde iban a sepultar al dictador: a los pies del altar mayor de la bas¨ªlica. Mientras llegaba la comitiva oficial ensayaron lo que tardar¨ªan transportando el f¨¦retro en hombros desde las escalinatas, donde lo recoger¨ªan de un carro de transporte de munici¨®n de artiller¨ªa, hasta el foso.
Ab¨¢nades les previno de que el peso rondar¨ªa los 140 kilos. Comprobaron que a paso lento, en marcha f¨²nebre, se demoraban entre siete y diez minutos en cubrir el recorrido. Ensayaron tres veces con un ata¨²d imaginario a los hombros. "Que quede est¨¦tico", le hab¨ªan pedido las autoridades por tel¨¦fono a Ab¨¢nades, que cuenta ahora los detalles del entierro 40 a?os despu¨¦s.
Franco hab¨ªa muerto tres d¨ªas antes. El teniente de infanter¨ªa Blas Pi?ar, hijo del ic¨®nico ultraderechista espa?ol del mismo nombre, escuch¨® la noticia por la radio en el curso de unas maniobras militares en Barcelona. De inmediato, pidi¨® permiso a su capit¨¢n para viajar a Madrid. Fue directo al Palacio Real, donde se exhib¨ªa el cad¨¢ver. Iba solo. Blas Pi?ar ¡ªahora un general en la reserva de 71 a?os¡ª recuerda que ese d¨ªa hac¨ªa fr¨ªo. Asegura que guard¨® cola durante 33 horas. La gente se organiz¨® para distribuir bocadillos y bebidas entre los asistentes. Llegado el momento de ver por ¨²ltima vez al hombre que firm¨® su t¨ªtulo militar, que guarda como oro en pa?o, no alz¨® el brazo derecho sino que, en silencio, rez¨® un avemar¨ªa y un padrenuestro.
Se santigu¨® ante el f¨¦retro:
¡ªY lo reconoc¨ª, claro. Solo se le ve¨ªa la cara pero sus facciones, m¨¢s redondeadas que alargadas, eran perfectamente reconocibles. Vest¨ªa de uniforme.
El ata¨²d, envuelto en una bandera de Espa?a, fue transportado despu¨¦s hasta el Valle de los Ca¨ªdos por un arm¨®n (un veh¨ªculo para el transporte de munici¨®n), como el que exhibi¨® el f¨¦retro de Fidel Castro por Cuba muchos a?os despu¨¦s. Los cuatro enterradores y el encargado del cementerio hab¨ªan ensayado toda la ma?ana, pero a la hora de la verdad fueron los militares los que se ocuparon de cargar la caja hasta la fosa. Ellos esperaron alrededor del rect¨¢ngulo abierto en mitad de la bas¨ªlica.
Cuando por fin vieron llegar la caja de madera de caoba, con un gran Cristo sobre la tapa, supieron que su momento hab¨ªa llegado. Ab¨¢nades dijo que el instante fue sobrio. Recuerda no escuchar ni el vuelo de una mosca en toda la b¨®veda. Reconoci¨® al presidente Arias Navarro, al yerno de Franco, el marqu¨¦s de Villaverde; a la esposa, Carmen Polo; pero no pos¨® su mirada en exceso sobre ellos. Si algo hab¨ªa aprendido en este oficio era a respetar el dolor y la intimidad de las familias.
Los enterradores se situaron dos a cada lado. Con las cuerdas suspendieron en el aire el ata¨²d y comenzaron a descenderlo en horizontal, poco a poco. El brazo deb¨ªa estar firme, la mano sujeta con fuerza a la soga. El equilibrio de la ejecuci¨®n result¨® perfecto. El ata¨²d se pos¨® en el fondo con delicadeza. "Fue un trabajo limpio. En ning¨²n momento se bambole¨® la caja", recuerda Ab¨¢nades. Una vez depositado en el fondo y retiradas las cuerdas, toc¨® el turno a los canteros, que sellaron la sepultura con una losa que no estaba destinada a moverse en siglos. Ah¨ª se supone que el dictador iba a descansar para siempre.
El nombre de aquellos cuatro cincuentones escogidos para enterrar a un jefe de Estado permanece en el anonimato. Ninguno cont¨® su historia. Quiz¨¢ porque a nadie le interes¨® demasiado. En la retransmisi¨®n que hizo TVE se les ve ejecutar la faena rodeados de gente. Sin embargo, es una imagen breve, borrosa. Los escogieron a ellos porque eran los mejores: sumaban m¨¢s de 20.000 entierros entre todos. Sin fallo. Se sabe que dos de ellos murieron al rondar el siglo de vida. Los otros dos todav¨ªa siguen vivos. El encargado de la cuadrilla no desvela sus nombres. Se llevar¨¢ consigo el secreto. Cuatro hombres sin rostro enterraron a Franco.
A diferencia del enterrador de John F. Kennedy, cuya historia escrita por el reportero Jimmy Breslin se titul¨® Cavar la tumba de JFK fue un honor, para el encargado de cementerios y los cuatro enterradores no hubo nada trascendente?en su acto. El dictador hab¨ªa muerto en la cama. Era un anciano al que la naturaleza hab¨ªa venido a recoger. No sintieron repulsa por quien se trataba. Tampoco orgullo. "Sencillamente, cumplimos con nuestro deber", dice Ab¨¢nades.?
?l sigui¨® en el oficio durante las siguientes cuatro d¨¦cadas. Ahora es un jubilado de 73 a?os que camina varias horas al d¨ªa. Aquella no fue la ¨²ltima vez que trat¨® con la familia del dictador. Se cruz¨® de nuevo con los Franco a la muerte de Carmen Polo, aunque ya en democracia. La atm¨®sfera era otra, Espa?a era otra. Prepar¨® el entierro de la mujer del caudillo con igual profesionalidad, esta vez en el cementerio de Mingorrubio.
D¨ªas despu¨¦s, fue a casa de su hija, Carmen Franco, en la madrile?a calle de los Hermanos B¨¦cquer, a entregarle el t¨ªtulo de derecho funerario donde dice que la esposa del dictador ten¨ªa derecho a permanecer all¨ª durante 99 a?os. El empleado de la funeraria se sent¨® en el sal¨®n. La charla dur¨® apenas unos minutos. Pero Ab¨¢nades tiene grabada una frase de Carmen:
¡ª?Qu¨¦ pena que mi padre no estuviera enterrado aqu¨ª con mi madre!
44 a?os despu¨¦s, el deseo se ha concedido. Esta vez, otras caras, otras manos, ser¨¢n las encargadas de sepultar a Franco. Los enterradores de 1975, despu¨¦s de acabar el trabajo, fueron trasladados de nuevo en coche oficial hasta las oficinas del cementerio. Un mundo acababa, otro nuevo comenzaba, pero ellos no se inmutaron. Se sentaron a esperar el siguiente encargo.
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