El campamento de la verg¨¹enza
Las cr¨ªticas del relator de la ONU tras visitar un asentamiento de inmigrantes en Lepe (Huelva) devuelven a la actualidad las duras condiciones de vida de los temporeros
Nadie en el campamento sab¨ªa qui¨¦n era aquel australiano de pelo blanco y zapatos de piel. Y a los extra?os se les recibe con una ceja arqueada porque no suelen traer nada bueno. No tardaron en rodearle. Philip Alston, relator especial sobre la extrema pobreza y los derechos humanos de la ONU, llegaba hace dos semanas a un asentamiento de temporeros inmigrantes de Lepe (Huelva) para comprobar c¨®mo en el siglo XXI hay gente en Espa?a que vive sin agua, sin luz y sin retrete. Alston, sin despegarse de su cuaderno rojo, se sent¨® sobre una bobina de cable bajo el ¨²nico pino del campamento y escuch¨® a sus habitantes, trabajadores subsaharianos en precario. No cambi¨® el semblante amable, no frunci¨® el ce?o, no hizo muchas preguntas, pero tras su visita sentenci¨®: ¡°Viven como animales¡±. ¡°Sus condiciones compiten con las peores que he visto en cualquier parte del mundo¡±, remach¨®.
Alrededor del pino bajo el que Alston tom¨® notas se agrupan unas 70 chabolas construidas con tres capas de pal¨¦s, cartones y pl¨¢sticos de los invernaderos, motor econ¨®mico de la provincia. A vista de dron, las casuchas, anudadas con los tubos de riego que se desechan en las plantaciones de la fresa, parecen fardos de droga desperdigados. Ya en el interior de las chabolas falta el aire e impera el intento por sobrevivir con la mayor dignidad posible.
En este lugar, el asentamiento m¨¢s grande de Lepe, viven unas 300 personas, la mayor¨ªa malienses, pero C¨¢ritas calcula que solo en Huelva hay unos 2.000 trabajadores viviendo en las mismas condiciones infrahumanas. Ganan unos seis euros la hora. Algunos llevan m¨¢s de una d¨¦cada viviendo en este o en otros asentamientos vecinos.
Aqu¨ª se cocina con la iluminaci¨®n de la luz de los m¨®viles; el agua hay que buscarla en un grifo de una rotonda a dos kil¨®metros de distancia y almacenarla en garrafas de herbicida; el ba?o se toma al aire libre con agua recalentada en una olla; y la letrina es el propio campo. La basura, que el Ayuntamiento no recoge, se lanza en bolsas por un barranco. A pesar de tenerlo todo en contra, en el lugar hay orden, limpieza, turnos de cocina y normas. Est¨¢n prohibidos el alcohol, las drogas, el fuego y las peleas.
¡°Este es el peor sitio donde he vivido¡±, dice en castellano Karidioula Kession, un hombre de 32 a?os de Costa de Marfil que lleg¨® a Ceuta en 2016. ¡°Si le digo a mi familia que vivo aqu¨ª no me creer¨ªa. Es mi secreto¡±, confiesa. Las manos de Kession, y las de la inmensa mayor¨ªa de los temporeros que ahora est¨¢n en Lepe, son las que recogen la uva en Logro?o, las manzanas en Lleida, los calabacines en Almer¨ªa, los cereales en Salamanca, las almendras en Tomelloso y la fresa y los c¨ªtricos en Huelva. Pasan el a?o de plantaci¨®n en plantaci¨®n, asumiendo el trabajo m¨¢s duro del campo.
Algunos, como Kession, no tienen papeles y sus patrones se han aprovechado de ellos. ¡°Estuve dos a?os y siete meses recogiendo calabacines en El Ejido por 35 euros al d¨ªa. Mi jefa me promet¨ªa que me contratar¨ªa pero cuando lleg¨® el momento de poder regularizar mis documentos cogi¨® a otro¡±, lamenta. ¡°Sin documentos trabajas muy poco y yo ahora no tengo dinero para comprar comida. Me da verg¨¹enza comer siempre del plato de mis amigos¡±, cuenta el maliense Gibril Betraure mientras despeja con una azada las malas hierbas que crecen en la entrada de su chabola.
Chinches en las manos
¡°Este lugar es demasiado dif¨ªcil. Hay enfermedades, cuando llegas del trabajo tienes que tomar un ba?o y descansar un poco para ir a por agua y comer¡±, relata en italiano el maliense Magassa Mady, que obtuvo su permiso de residencia en Italia como solicitante de asilo, pero que aqu¨ª no tiene autorizaci¨®n para trabajar. Mady, con las manos picadas por las chinches, vive en la ¨²nica construcci¨®n de ladrillo del campamento, donde se hacinan m¨¢s de 20 personas. Solo en su habitaci¨®n duermen seis hombres m¨¢s. Su cama, la m¨¢s grande, la comparten entre dos.
Cumplir los requisitos para regularizarse es especialmente dif¨ªcil para los trabajadores del campo. La ley obliga a tener, adem¨¢s de tres a?os de residencia demostrable en Espa?a, un contrato de trabajo de un a?o, y eso es complicado en un sector caracterizado por la contrataci¨®n temporal. ¡°Podr¨ªa flexibilizarse la burbuja burocr¨¢tica que enfrentan estas personas para regularizarse¡±, propone el responsable de Exclusi¨®n de C¨¢ritas Diocesana de Huelva, Juan Manuel Breva. ¡°Se les dificulta el empadronamiento en los asentamientos y la exigencia del contrato de un a?o es una barrera infranqueable¡±.
Los jornaleros de los asentamientos onubenses que s¨ª tienen un permiso de residencia y trabajo ¡ªun 74%, seg¨²n un informe de C¨¢ritas de 2017¡ª no viven mucho mejor. Tienen contrato y trabajan m¨¢s que sus vecinos en situaci¨®n irregular, pero viven en las mismas chabolas, se mojan igual cuando llueve y duermen tambi¨¦n amontonados. En todos esos lugares en los que han trabajado, asegura la decena de temporeros entrevistados, cuentan con una cama, una habitaci¨®n o una casa. Y pagan por ello. En Lepe, no.
¡°Consegu¨ª mis papeles con un contrato hace cuatro a?os, gano 1.200 euros al mes, pero no hay casas ni habitaciones para alquilar. Llevo tres meses aqu¨ª¡±, se queja con acento andaluz otro maliense llegado a las islas Canarias en 2008.
Los asentamientos chabolistas de temporeros inmigrantes existen en la costa occidental espa?ola hace m¨¢s de 20 a?os. El negocio de la agricultura intensiva ha regado de millones la regi¨®n, sin que ninguna Administraci¨®n, ni tampoco los empresarios, se hayan puesto manos a la obra para evitar que una parte de los trabajadores del campo vivan en la marginalidad. ¡°Cada vez que preguntaba a alguien en el Gobierno, siempre culpaban a otro. No era su responsabilidad. As¨ª que, b¨¢sicamente, todos hacen la vista gorda¡±, subray¨® el relator de la ONU tras su visita. ¡°Lo inusual de este caso no son solo las condiciones terribles en las que viven, sino la falta de respuesta de las autoridades¡±, abunda Alston a EL PA?S.
El bucle empieza en los Ayuntamientos y se enreda en el resto de Administraciones. ¡°El problema es el mismo o peor que en los a?os ochenta y sigue sin haber una soluci¨®n¡±, asegura el portavoz del Gobierno municipal, Jes¨²s Toronjo. ¡°Quien quiera pensar que esto es responsabilidad del municipio se equivoca. Esto es un problema de todos: del Gobierno central, de la Junta, de la Diputaci¨®n de Huelva, de los Ayuntamientos y de los empresarios¡±. El Ministerio de Trabajo y Econom¨ªa social reaccion¨® el viernes a las denuncias del relator: anunci¨® que busca c¨®mo obligar a las empresas a facilitar alojamientos y que controlar¨¢ sus condiciones.
Uno de los jefes del asentamiento de Lepe es Mamadou Tunkara, un maliense de bigote espeso, de 45 a?os, que lleva una d¨¦cada viviendo temporadas en este campamento. Salt¨® la valla de Ceuta en 1999, se dedic¨® 10 a?os a la construcci¨®n y con la crisis migr¨® al campo. Ahora tiene un contrato de tres meses y trabaja sin descanso para ganar 1.200 euros que env¨ªa casi ¨ªntegramente a su familia. ¡°Ahora tengo suerte porque hace una semana que mi jefe me deja dormir en su campo¡±, celebra. Sus compatriotas intervienen mientras juegan alrededor de un tablero de damas con tapones de Fanta y Coca-Cola. ¡°No tiene soluci¨®n¡±, dice Nana Keita, de 42 a?os. ¡°De nosotros solo quieren el trabajo¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.