?A cu¨¢ntas personas asesin¨® el Jack el Destripador americano?
El misterio se cierne sobre la figura de H. H. Holmes, un m¨¦dico estadounidense que confes¨® decenas de cr¨ªmenes pero solo fue condenado por uno
Pocos a?os despu¨¦s de que Jack el Destripador dejara al menos cinco cad¨¢veres de prostitutas con la cara desfigurada en el barrio londinense de Whitechapel, un hombre de 34 a?os se sentaba ante un juez de Filadelfia (EE UU) para responder a una ¨²nica acusaci¨®n de asesinato. Herman Webster Mudget hab¨ªa matado a un socio suyo, con el que estaba compinchado en una trama de fraudes. Fue condenado a muerte y ahorcado en 1896, poco antes de cumplir los 35 a?os.
Mientras esperaba a su ejecuci¨®n, Mudget, que hab¨ªa cambiado a?os antes su apellido por Holmes, acept¨® una oferta de los peri¨®dicos del magnate William Randolph?Hearst para escribir y publicar en sus diarios su autobiograf¨ªa, por la que cobr¨® 7.500 d¨®lares (6.900 euros), una millonada para la ¨¦poca. Y en ella se explay¨® contando que en realidad hab¨ªa matado a 27 personas, m¨¢s que suficientes para considerarlo como un pionero de los asesinatos en serie a la americana.
"Nac¨ª con el diablo dentro", afirmaba en aquel texto, que hizo las delicias de los lectores estadounidenses. "Nac¨ª con el maligno como mi protector situado junto a la cama donde me dieron a luz. Fui arrojado al mundo y desde entonces me ha acompa?ado".
Pero algo fallaba en su relato. No quedaba claro si aquellas muertes hab¨ªan sido fruto de su instinto criminal, de una imaginaci¨®n y un ego desbordantes, o de un ¨²ltimo deseo por acaparar dinero: al poco, Kati Durkee, a quien mencionaba el texto, sali¨® a la palestra. ?Qu¨¦ mejor prueba de que Holmes ment¨ªa que la resurrecci¨®n de una de sus v¨ªctimas??
Casi en el pat¨ªbulo, Holmes se desdijo: asegur¨® que en realidad solo hab¨ªa matado a dos personas, pero ese recuento tampoco resultaba cre¨ªble. La investigaci¨®n no consigui¨® localizar a unas 200 personas que hab¨ªan tenido trato con aquel tipo elegante, de car¨¢cter aparentemente afable, con ojos azules, uno de ellos ligeramente estr¨¢bico, y que evitaba mantener la mirada con sus interlocutores. Se hab¨ªan borrado del mapa sin dejar rastro. ?Cu¨¢ntas de ellas fueron, en efecto, v¨ªctimas de Holmes?
El caso de H. H. Holmes es uno de los m¨¢s confusos de la historia criminal de Estados Unidos. Su figura creci¨® tras su muerte, alimentada por la literatura popular, la prensa, tambi¨¦n el cine y el inter¨¦s de algunos historiadores poco rigurosos. Algunos aseguran que visita Londres el mismo 1888, intentando vincularlo con los cr¨ªmenes del desconocido asesino de Whitechapel. Lo que es cierto es que los fantasiosos ten¨ªan buena materia prima para generar el mito: aquel personaje se hab¨ªa hecho construir un edificio elegante en el pr¨®spero sur de Chicago, un casopl¨®n de aire victoriano que los vecinos designaron pronto como "el castillo Holmes". Tras ser detenido, cundieron los rumores de que Holmes hab¨ªa aprovechado la Exposici¨®n Universal Colombina de 1893 para alquilar habitaciones a turistas y asesinarlos. Se hablaba de que la casa estaba repleta de habitaciones secretas, que hab¨ªa instalado rampas deslizantes y tanques de ¨¢cido en su interior.
Un esqueleto en la infancia
Para conocer al verdadero H. H. Holmes hay que remontarse a sus primeros a?os. Pas¨® una infancia en su New Hampshire natal marcada por una educaci¨®n estricta y un paso brillante por la escuela. Una visita al m¨¦dico qued¨® grabada en su mente para siempre: en la consulta hab¨ªa un esqueleto humano real, cosa frecuente en aquella ¨¦poca, pero el doctor lo hab¨ªa colocado con los brazos extendidos, como buscando un abrazo. La imagen le horroriz¨® y lo intrig¨® a partes iguales, recoge el documental de 2004 H. H. Holmes: America¡¯s first serial killer. Una infancia r¨ªgida y una experiencia infantil traum¨¢tica bastaron como ingredientes para crear a los ojos de los estadounidenses la figura del primer asesino en serie en la historia moderna de EE UU.
Fuera fruto de su reveladora visita al m¨¦dico o no, Holmes se matricul¨® en Medicina en la Universidad de Michigan el 21 de septiembre de 1882, donde se gradu¨®. Seg¨²n confes¨® luego, all¨ª aprendi¨® a usar los cad¨¢veres de las disecciones para cobrar fraudulentamente seguros de vida. Suscrib¨ªa esos seguros a terceros, una pr¨¢ctica autorizada en la ¨¦poca, y luego hac¨ªa pasar a los cuerpos que consegu¨ªa en la facultad por los de los titulares.
Tras un recorrido por varias ciudades en las que se le relacion¨® con la desaparici¨®n de algunos ni?os, decide cambiarse el nombre y empezar una nueva vida. Le espera la gran Chicago, una ciudad en plena reconstrucci¨®n tras el devastador incendio que la hab¨ªa destruido en 1871. Pululaban los inversores inmobiliarios y llov¨ªan las ofertas de empleo. Aquel hombre de New Hampshire se llamar¨ªa a partir de entonces Henry Howard Holmes, el doctor H. H. Holmes: el m¨¢s conocido, pero solo uno en una lista de al menos 16 alias que us¨® para ocultarse a lo largo de su vida.?
Un antiguo compa?ero de facultad un poco mayor que ¨¦l le ofrece trabajar en su farmacia, que Holmes terminar¨ªa comprando. Se hace con un buen dinero vendiendo una supuesta agua mineral con propiedades cosm¨¦ticas, que en realidad no era m¨¢s que la que sal¨ªa del grifo. Publica?en la prensa anuncios: "Normelle. Pr¨²ebela. Deja la piel suave, blanca y tersa". Ah¨ª no quedaron sus pufos: cre¨® un generador que ¡ªdec¨ªa¡ª convert¨ªa el agua en gas para combusti¨®n.
En 1888 compra una finca cerca de su farmacia. El mismo a?o de los cr¨ªmenes de Jack el Destripador en Londres, ladrillo a ladrillo se levanta un edificio espl¨¦ndido y moderno, el mencionado "castillo Holmes". Lo hab¨ªa dise?ado ¨¦l mismo. La primera planta acoge su apartamento y oficinas, pero la segunda presenta una estructura intrincada con una treintena de estancias. Emplea a decenas de alba?iles y capataces para levantarlo. Luego, despu¨¦s de vender y recomprar varias veces su propia farmacia, a?ade una tercera planta, pensando en rentabilizarla con la exposici¨®n universal de 1893.?
Una de las estancias de la segunda planta incluye una trampilla que se abre directamente a un hueco que llega hasta el s¨®tano. ?Para qu¨¦ querr¨ªa Holmes algo as¨ª? En el s¨®tano hay un horno supuestamente usado para fundir vidrio. Aquel m¨¦dico reconvertido en boticario lleg¨® a vender esqueletos a las facultades de Medicina, recoge el documental sobre su vida de 2014.?
Benjamin, su socio y amigo
Tras vagar por el interior y el sur del pa¨ªs durante un tiempo, en 1894 comete en Filadelfia el ¨²nico crimen por el que se le juzgar¨¢. Hay que irse cinco a?os atr¨¢s para que la v¨ªctima aparezca en su vida. Atra¨ªdo por la prosperidad de Chicago, en 1889 llega a la ciudad Benjamin F. Pitezel, un hombre con mala suerte en los trabajos y alcoholizado, que mantiene como puede a una familia de mujer y cinco hijos. Encuentra trabajo como carpintero para la casa que Holmes est¨¢ construyendo.
Benjamin consigue convertirse en la mano derecha del empresario. Y H. H. Holmes se convierte en un miembro m¨¢s de la familia Pitezel. Ambos se embarcan en tramas para estafar a las compa?¨ªas de seguros, hasta que Holmes decide matarlo. ?Tem¨ªa quedar expuesto si su amigo y socio lo traicionaba alguna vez? Para pasar a la posteridad como un asesino sanguinario, su manera de acabar con la vida no pudo ser m¨¢s suave: lo durmi¨® y lo mat¨® con sucesivas dosis de cloroformo. Coloc¨® el cuerpo como si hubiera sufrido un accidente en una de sus habituales borracheras. Tan cercano era a la familia, que tras la muerte de Benjamin, Holmes se hizo cargo de la custodia de tres de sus cinco hijos. Y a los tres los asesin¨®.
El historiador Adam Seltzer, autor en 2017 de una prolija biograf¨ªa en la que desmonta muchos de los mitos que rodean a este asesino, cree que m¨¢s que un impulso sanguinario lo que llev¨® a Holmes a matar a los ni?os fue su temor a ser descubierto. Una de las hijas de Holmes, Alice, lo hab¨ªa escuchado decir que su padre segu¨ªa vivo, incluso despu¨¦s de que ella supiera que hab¨ªa aparecido muerto. A su hermano Howard, Holmes lo mat¨®, desmembr¨® el cuerpo y lo quem¨® en una estufa. A Alice y su hermana, tiempo despu¨¦s, las mat¨®, las enterr¨® torpemente, y con la misma torpeza intent¨® quemar sin conseguirlo del todo sus ropas.?
Huyendo del acecho de las compa?¨ªas de seguros a las que hab¨ªa estafado, Holmes recorri¨® buena parte del interior de Estados Unidos. La polic¨ªa lo inculpa en la muerte de Pitezel y es detenido. La prensa lo llamar¨¢ tiempo despu¨¦s "el megademonio de la ¨¦poca" o "el mayor criminal del siglo que agoniza". Incluso se referir¨¢n a su figura como "la encarnaci¨®n m¨¢s perfecta de una maldad abismal y an¨®mala que pasar¨¢ a la historia con escabrosos aires de leyenda". Pero aquel marzo de 1893 lo ¨²nico que mencionan los diarios, volcados en la cobertura de la exposici¨®n universal, era que Holmes hab¨ªa estafado con cad¨¢veres para cobrar seguros y que hab¨ªa usado las habitaciones secretas de su casa y sus pasadizos secretos para defraudar a sus acreedores, que le reclamaban el pago de objetos bien ocultos por ¨¦l en la planta intermedia. D¨¦cadas m¨¢s tarde, el "castillo Holmes" pas¨® a conocerse como el "castillo de los asesinatos".
En una declaraci¨®n policial, dice que Pitezel sigue vivo, que lo ha visto apenas hace tres semanas. Y que los ni?os tambi¨¦n estaban bien, hasta donde ¨¦l sab¨ªa. La prensa dice, exagerando, que es un mujeriego que ha tenido tratos con hasta 200 mujeres en Chicago. Un m¨¦dico lo examina. Deja anotado que tiene unos genitales "inusualmente peque?os". Los vecinos piden que se excave en el s¨®tano del edificio. All¨ª aparecen huesos, que los forenses no logran asociar con personas concretas.
Pruebas para conocer sus sentimientos
Ya condenado, el director del departamento de psiconeurolog¨ªa de la Oficina Nacional de Educaci¨®n, un destacado crimin¨®logo, quiere practicarle pruebas. Lo somete al kymographion, un aparato que, asegura, sirve para medir las emociones humanas. ?Por qu¨¦ no niega su culpa?, le pregunta el investigador. "Prefiero ser ejecutado que encarcelado de por vida", le responde.
En su biograf¨ªa del asesino, Adam Selzer lo califica como un "grand¨ªsimo mentiroso", que enga?¨® a sus tres esposas (de la primera jam¨¢s obtuvo el divorcio, o sea, que fue b¨ªgamo), a sus amigos, a sus abogados, a sus empleados... incluso a su propio diario. De los asesinatos que se atribuy¨® a s¨ª mismo o se le atribuyeron, considera que al menos 22 no fueron tales.
El bi¨®grafo cree que, en puridad, solo se le pueden atribuir inequ¨ªvocamente a Holmes los asesinatos de los Pitezel, por cuanto fueron las ¨²nicas v¨ªctimas de las que aparecieron sus cuerpos y pudieron ser identificados. ?Murieron tambi¨¦n en sus manos cinco mujeres? ?Julia Conner, una mujer a quien Holmes hab¨ªa demandado por un impago y con la que tuvo una aventura, y su hija Pearl? Ambas desaparecieron misteriosamente. Quiz¨¢ los huesos del castillo fueran suyos. ?Emeline Cigrand, una mujer que hab¨ªa llegado a Chicago buscando, como tantos otros, trabajo, y que supuestamente desapareci¨® para emigrar a Europa, seg¨²n relat¨® a su padre en una carta que a ¨¦l le result¨® sospechosa? ?Y qu¨¦ pas¨® de Minnie Williams,?una actriz reconvertida, por necesidades materiales, en esten¨®grafa, que probablemente colaboro con Holmes en algunas de sus argucias para estafar? ?Y con su hermana Minnie, la ¨²nica v¨ªctima que se habr¨ªa alojado en el supuesto hotel de Holmes??
El caso Holmes atrajo tanto inter¨¦s, que tras su condena su casa estuvo a punto de convertirse en atracci¨®n tur¨ªstica, pero al poco se incendi¨®. Con los a?os, la zona se demoli¨® y termin¨® ubic¨¢ndose en la finca una oficina de correos. En sus s¨®tanos, un t¨²nel de servicio de ladrillo del siglo XIX es el ¨²nico resto de aquel extra?o castillo.
Lea m¨¢s temas de blogs y s¨ªganos en Flipboard.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.