La compa?¨ªa de los robots
Hablamos de los robots como si esper¨¢ramos de ellos una invasi¨®n. Unas criaturas a nuestra imagen y semejanza que podr¨ªan disputar nuestro espacio vital.
Hablamos de los robots como si esper¨¢ramos de ellos una invasi¨®n. Unas criaturas a nuestra imagen y semejanza que podr¨ªan disputar nuestro espacio vital. Una intrusi¨®n en la sociedad de consecuencias imprevisibles, pero no por eso menos inquietantes.
Influyen en este recelo el sentimiento de territorialidad con el que nos ha dotado la evoluci¨®n y la huella consciente e inconsciente que han dejado las historias del extra?o, del que llega de m¨¢s all¨¢ de nuestras fronteras. Somos muy sensibles a estas situaciones. Incluso alimentamos hoy la mentalidad colectiva con posibles seres extraterrestres, y no solo con otros pueblos procedentes del otro lado de las monta?as o del mar.
Nos fascina e impresiona que la ciencia nos diga que nuestra especie, la sapiens, entr¨® en el continente europeo, habitado ya por otra especie humana, la de los neandertales, bien instalada en ese ecosistema, y que al cabo de un tiempo ¡ªpor causas a¨²n imprecisas¡ª la de los antiguos residentes desapareci¨® y la de los intrusos, nosotros, se adue?¨® de todo el espacio y se desarroll¨® espectacularmente. ?En el continente digital se est¨¢ gestando, como entonces en el africano, una especie invasora, parecida a la nuestra, aunque quiz¨¢ con capacidades distintas, como el aprendizaje m¨¢s r¨¢pido, el trabajo infatigable, habilidades sin error, replicaci¨®n m¨¢s numerosa, inmutabilidad emocional¡?
La civilizaci¨®n va unida al dominio de los animales; los hemos controlado para nuestros fines, en muchas ocasiones con una crueldad de la que ahora comenzamos a ser conscientes. Sin embargo, los animales se han vengado de nuestro sometimiento con una guerra biol¨®gica milenaria y silenciosa que ha causado muchas bajas y sufrimiento en los humanos. La proximidad con los animales ha hecho posible la transmisi¨®n de organismos causantes de enfermedades muy graves para la especie dominante. En estos tiempos, hemos visto la posibilidad de una nueva y mayor productividad con el dominio de criaturas concebidas ex novo y no con cruces y selecci¨®n a partir de las especies existentes, y las hemos llamado robots, porque buscamos que sean una nueva forma de servidumbre. ?Pero no se rebelar¨¢n silenciosa o abiertamente? No estamos tranquilos. Intranquilidad mayor en culturas con mitos en que las criaturas han desobedecido al Creador.
Ya fue perturbador cuando la revoluci¨®n industrial sustituy¨® la fuerza animal por la m¨¢quina. La capacidad productiva se dispar¨® a pesar de la insaciable exigencia de alimento, de energ¨ªa por parte de las m¨¢quinas para poder desarrollar tanto trabajo. Pero las m¨¢quinas han hecho que sus due?os disputen entre ellos, lleguen a la guerra, para conseguir la energ¨ªa que sus m¨¢quinas reclaman, y que se enfrenten tambi¨¦n, para su perdici¨®n, a la madre naturaleza.
El maquinismo nos ha envuelto de tal forma, durante estos dos ¨²ltimos siglos, que ante el nuevo escenario de la robotizaci¨®n seguimos viendo a los reci¨¦n llegados como m¨¢quinas. Y es que estamos hablando de la cuarta revoluci¨®n industrial, convencidos de que el mundo digital que est¨¢ emergiendo es solo una etapa m¨¢s del desarrollo de la sociedad industrial. Por tanto, los robots como m¨¢quinas m¨¢s sofisticadas, incluso algunas antropomorfas.
La relaci¨®n con una m¨¢quina es de control: la manipulamos o bien supervisamos su tarea. As¨ª que real o mentalmente estamos frente a la m¨¢quina para actuar o para observarla. Y si reducimos el robot a una m¨¢quina, entendemos que lo tenemos delante, con un aspecto u otro, pero frente a nosotros, para controlar su actividad, para tocarlo, para dictarle instrucciones¡ Es una m¨¢quina, es servidumbre, as¨ª que no va a estar junto a nosotros, posici¨®n reservada a los iguales.
Ya fue perturbador cuando la revoluci¨®n industrial sustituy¨® la fuerza animal por la m¨¢quina. Pero las m¨¢quinas han hecho que sus due?os lleguen a la guerra para conseguir la energ¨ªa que reclaman y que se enfrenten tambi¨¦n, para su perdici¨®n, a la madre naturaleza.
Sin embargo, los alefitas ¡ªen ese escenario posible que constituye la vida en digital¡ª estar¨¢n en compa?¨ªa de los robots, es decir, con la proximidad que da poder estar al lado y no frente a la persona. Y cuando alguien camina a nuestro lado lo sentimos sin tener que mirarlo, y la relaci¨®n que se crea es dial¨®gica. El robot, por tanto, no tiene por qu¨¦ ser visible, con la materialidad de un cuerpo ¡ªy menos a¨²n semejante al humano¡ª, para que se nos manifieste, sino que lo har¨¢ por acompa?arnos adonde vayamos, en donde estemos, y poder mantener en todo momento una conversaci¨®n con ¨¦l (sobre donde estamos, lo que hacemos, lo que buscamos¡).
Una compa?¨ªa que lleva a compartir mucha informaci¨®n. El acompa?ante ir¨¢ conociendo cada vez m¨¢s informaci¨®n de nosotros para as¨ª poder asistirnos mejor. De igual modo que nos proporcionar¨¢ continuamente informaci¨®n de todo tipo que solicitemos por su capacidad de buscar y transmitir la que requiramos. Y ¨¦l mediar¨¢ en muchas intervenciones que deseemos hacer en un entorno con artefactos capaces de realizar operaciones m¨¢s y m¨¢s variadas, precisas, potentes, aut¨®nomas... Si el robot es compa?¨ªa para asistirnos, significa que media entre la persona y su relaci¨®n con el entorno, con las m¨¢quinas, o con otras personas, como lo har¨¢ en la educaci¨®n entre el disc¨ªpulo y el maestro¡
Compartir tanta informaci¨®n personal con este compa?ero dar¨¢ motivos para sentir otra forma m¨¢s de recelo ante la presencia de los robots, ya que los hemos concebido en su origen no para darles tanta confianza, sino como tan solo trabajadores a nuestro servicio.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico Universidad Carlos III de Madrid?
La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexi¨®n, no es una predicci¨®n. Por ¨¦l se mueven los alefitas, seres prot¨¦ticos, en conexi¨®n continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracci¨®n del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
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