Los robots no son m¨¢quinas
Hace dos siglos que el ser humano deleg¨® el esfuerzo f¨ªsico en las m¨¢quinas. Ahora empezamos a hacer lo propio con tareas intelectuales, y eso nos desconcierta
Durante la mayor parte de nuestra existencia como humanos hemos sido capaces de crear artefactos que amplificaban nuestras capacidades naturales (golpear, cortar, elevar, cargar, transportar¡), pero a los que hab¨ªa que aplicar una fuerza externa para que funcionaran. El gasto energ¨¦tico que supon¨ªa el trabajo reca¨ªa sobre nosotros mismos, que los manej¨¢bamos, sobre animales, el viento que soplaba o el agua que corr¨ªa.
Con la Revoluci¨®n Industrial se ingenian, ya sin cesar, artefactos que tan solo hay que alimentarlos, como se hace con un animal o con nosotros mismos, para que internamente consigan la fuerza para desarrollar su trabajo. Ya no es solo una herramienta, sino una m¨¢quina. Nada m¨¢s expresivo de este progreso que cortar el enganche de los caballos y que el carruaje siga movi¨¦ndose sin su tiro.
Si nos sorprende la fuerza y habilidad que hemos conseguido transferir a la m¨¢quinas, nos conmueve, hasta desorientarnos, que ahora sea la inteligencia la que se est¨¢ vertiendo fuera de nosotros¡±
Y llevamos poco m¨¢s de doscientos a?os de movimiento fren¨¦tico, y en aumento. De m¨¢quinas de todo tipo, gigantescas o min¨²sculas, trabajando para nosotros. Y nosotros cuidando de que no les falte el alimento. A esto se suma que las vamos haciendo cada vez m¨¢s habilidosas: conseguimos trasladarles nuestras destrezas; as¨ª que son m¨¢s y m¨¢s los trabajos que ellas realizan, con precisi¨®n, constancia y rapidez. Es tal su soltura que a muchas las llamamos aut¨®matas.
La servidumbre de la m¨¢quina y la realizaci¨®n de tareas que han ocupado, y agotado, a los humanos durante toda su historia hacen que la palabra checa robot haya prendido y sirva para nombrar a estas entidades que, sin dejar de ser m¨¢quinas, reproducen tan bien nuestros actos. As¨ª que la tentaci¨®n es aproximar esta semejanza al punto de darles apariencia humana.
Pero hasta aqu¨ª llega la m¨¢quina, un artefacto que tiene un metabolismo interno (motor) que le proporciona movimiento propio y una capacidad de trabajar en actividades reservadas, por su destreza, a los seres humanos. Porque lo que ahora est¨¢ sucediendo es que asistimos a un tr¨¢nsito comparable al del maquinismo: y es que estamos construyendo ingenios a los que hay que proporcionar informaci¨®n ¡ªy muy abundante¡ª , y no solo energ¨ªa, para que procesos complejos expresados en ristras de algoritmos la transformen y act¨²en en consecuencia. Una actividad humana, cerebral, que tambi¨¦n queremos trasladar a los artefactos. Si nos sorprende la fuerza y habilidad que hemos conseguido transferir a la m¨¢quinas, nos conmueve, hasta desorientarnos, que ahora sea la inteligencia la que se est¨¢ vertiendo fuera de nosotros.
Lee aqu¨ª otros art¨ªculos de Antonio Rodr¨ªguez de las Heras
?El resultado de lo que estamos haciendo es una m¨¢quina? Quiz¨¢ tengamos que llamar criaturas a estos nuevos ingenios. Es otra entidad distinta a la m¨¢quina. Pero sucede que en este tiempo de transici¨®n es explicable que no podamos encajar lo nuevo m¨¢s que con patrones de lo que ya tenemos: como en su momento vimos la m¨¢quina movida por caballos¡ de vapor. Ver los robots como m¨¢quinas.
Estamos comenzando a crear unas criaturas con capacidades que nos parec¨ªan imposibles de reproducir fuera de nosotros. Tomar¨¢n muchas formas, con las que se podr¨¢ componer un bestiario, como se hizo con animales mitol¨®gicos, pero la que m¨¢s nos turba es la humanoide. Nos impresiona la idea de que un neandertal, vestido como nosotros, quiz¨¢s pasara desapercibido si nos acompa?ara en un metro, aunque sea tan solo una especie humana con la que compartimos territorio durante mucho tiempo, hasta extinguirse; pues m¨¢s, por tanto, nos afecta pensar que sea una criatura artificial.
Sin embargo, lo que puede resultar m¨¢s impresionante es que las criaturas sean invisibles, que no tengan cuerpo. Que est¨¦n junto a nosotros, asisti¨¦ndonos en m¨²ltiples tareas, pero la relaci¨®n solo sea de palabra. Una presencia continua, que le proporcionar¨¢ informaci¨®n de nosotros, de nuestros actos, con un detalle que incluso para nosotros mismos es imperceptible. Solo as¨ª, con tanta informaci¨®n podr¨¢n asistirnos (en el estudio, en la actividad profesional, en la distracci¨®n, en el cuidado de la salud¡). A estas criaturas angelicales, invisibles, pero presentes, no les podemos seguir llamando m¨¢quinas. Ser¨¢n ¨¢ngeles buenos¡ y ¨¢ngeles malos.
La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexi¨®n, no es una predicci¨®n. Por ¨¦l se mueven los alefitas, seres prot¨¦ticos, en conexi¨®n continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracci¨®n del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
Antonio Rodr¨ªguez de las Heras es catedr¨¢tico Universidad Carlos III de Madrid.?
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.