Una nave azul, fr¨¢gil y confusa
El 24 de diciembre de 1968, mientras los cristianos se dispon¨ªan a celebrar el nacimiento del Redentor, los astronautas Frank Borman, James Lovell y William Anders orbitaban 10 veces la Luna a bordo del 'Apolo 8'
El d¨ªa 24 de diciembre de 1968, mientras los cristianos se dispon¨ªan a celebrar el nacimiento del Redentor de este perro mundo, los astronautas Frank Borman, James Lovell y William Anders orbitaban 10 veces la Luna a bordo del Apolo 8. Fueron los primeros en ver la Tierra como una bell¨ªsima nave azul, que navegaba en soledad por el fondo negro del universo. Con esa imagen c¨®smica, que retransmit¨ªan todas las televisiones, el comandante del Apolo 8, Frank Borman, felicit¨® la Navidad a los terr¨ªcolas leyendo los primeros vers¨ªculos del libro del G¨¦nesis. ¡°En el principio cre¨® Dios el cielo y la tierra. Y la tierra estaba desordenada y vac¨ªa, y las tinieblas estaban sobre el haz del abismo, y el Esp¨ªritu de Dios se mov¨ªa sobre las aguas¡±. La humanidad pudo o¨ªr la voz del cosmonauta, llegada desde el espacio, que vert¨ªa estas palabras b¨ªblicas con un sonido gangoso sobre los manjares, el pavo, el besugo al horno y la pularda dispuestos para la cena de Nochebuena.
En 1968, esta Tierra, que los humanos pod¨ªan observar por primera vez desde el sof¨¢, segu¨ªa estando desordenada, como se advert¨ªa en el primer vers¨ªculo del G¨¦nesis, pero ese a?o sucedieron hechos trascendentales que desviaron el curso de la historia contempor¨¢nea. En esa nave azul se estaba arrojando napalm a mansalva sobre los poblados indefensos de Vietnam en una guerra interminable, que devolv¨ªa a los puertos de California los cad¨¢veres de los soldados norteamericanos metidos en bolsas de pl¨¢stico. Con la derrota del ej¨¦rcito m¨¢s poderoso del mundo a manos de civiles desarrapados se puso fin para siempre a las guerras de ocupaci¨®n.
En esa nave azul, en abril de 1968, en la calle Mulberry de Memphis fue abatido Martin Luther King, l¨ªder del movimiento de los Derechos Civiles de los negros, por ¡°un hombre blanco bien vestido¡±, que le dispar¨® desde un hotel de enfrente con un rifle Remington-Peters y, a causa de ello, comenzaron a arder barrios enteros de las principales ciudades de Norteam¨¦rica. En los Juegos Ol¨ªmpicos, que se celebraron en M¨¦xico ese verano, hizo acto de presencia ante el mundo el Poder de las Panteras Negras. Mientras sonaba el himno de los Estados Unidos, los atletas afroamericanos Tommie Smith y John Carlos en lo alto del podio agacharon la cabeza y levantaron el pu?o enfundado en un guante negro.
En 1968, en Par¨ªs los estudiantes de las universidades de Nanterre y de la Sorbona instauraron la gran fiesta de la rebeli¨®n contra sus viejos maestros. El Mayo Franc¨¦s fue solo una fogata que dur¨® lo que tardaron las llamas en convertirse en ceniza, pero a partir de entonces nada fue igual. Bajo el resplandor del fuego se inaugur¨® una nueva forma de ser libre, de amar, de crear, de ver el mar bajo el asfalto. La rebeli¨®n de los estudiantes se propag¨® por todas las universidades del Occidente como un rito que inauguraba una nueva era, pero en la ciudad de M¨¦xico la libertad fue abortada con la matanza de la Plaza de las Tres Culturas, en la que el ej¨¦rcito masacr¨® a cientos de estudiantes dispar¨¢ndoles desde los tejados. La Tierra segu¨ªa desordenada. En 1968, los tanques sovi¨¦ticos entraron en Checoslovaquia para aplastar la Primavera de Praga.
La vida era, como dec¨ªa Samuel Beckett, un caos entre dos silencios, pero en aquella nave azul, que viajaba alrededor del sol a 30 kil¨®metros por segundo, los Beatles cantaban Hey Jude y todas las locuras eran admitidas. En efecto, las tinieblas estaban sobre el haz del abismo y en medio de ellas los humanos se cre¨ªan dioses, pero ante la imagen c¨®smica del Apolo 8 se vieron como fuera de la placenta, roto el cord¨®n umbilical con la madre Tierra, y a partir de esa visi¨®n extracorp¨®rea, en la conciencia colectiva se instal¨® una nueva medida de las cosas, una manera distinta de entender el mundo, con la percepci¨®n del milagro, de la debilidad e insignificancia de la vida. Esta imagen fue el primer germen de la globalizaci¨®n y de la ecolog¨ªa. Nada que no fuera planetario y universal tendr¨ªa ya sentido desde entonces. Todos los sue?os de la humanidad comenzaron a dispararse hacia las galaxias, incluida la teolog¨ªa, y al mismo tiempo insertaron en el fondo de nuestro cerebro un augurio insoslayable: en esta nave azul tan fr¨¢gil en la que estamos forzosamente embarcados no hay pasajeros de primera. El Apocalipsis no admite privilegios. O nos salvamos todos o vamos a perecer todos.
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