C¨®mo ayudar a una persona que fue v¨ªctima de abuso sexual infantil
Todo trauma psicol¨®gico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Cuando ya ha ocurrido, son fundamentales la escucha, la calma, el apoyo y la esperanza
Hubo una ¨¦poca en la que el abuso sexual a los ni?os y adolescentes estaba normalizado o banalizado, pero esto ya se ha acabado. Hoy sabemos que la experiencia de ser ¡ªo el doloroso recuerdo de haber sido¡ª un mero objeto de satisfacci¨®n er¨®tica por parte de un adulto produce una profunda y duradera herida personal. Conlleva una ¨ªntima vivencia de indefensi¨®n ante el mundo, que abre el camino a nuevos traumas, y pulveriza el sentido de dignidad personal. Algunos autores hablan de la ¡°br¨²jula interna rota¡±, el desconcierto de haber sido por momentos una cosa, un elemento de satisfacci¨®n, no un ser humano, y de recordar que donde deb¨ªa haber ternura y protecci¨®n s¨®lo hubo jadeos y el aliento del monstruo.
Todo trauma psicol¨®gico deja huellas, pero el abuso sexual en la infancia especialmente. Multiplica por 3,5 el riesgo de desarrollar un trastorno mental, especialmente depresi¨®n, estr¨¦s postraum¨¢tico, ideaci¨®n suicida, bulimia, disfunci¨®n sexual y problemas psicosom¨¢ticos. El cuerpo a veces grita. Al desvelarse los hechos terribles, aparecen profundos sentimientos de verg¨¹enza, culpa, pena o miedo.
El perpetrador se encarga de tejer una red de se?uelos, mentiras y ocultaciones para no ser descubierto, y la v¨ªctima se tortura por haber aceptado ese regalo secreto elegido exclusivamente para ella, haberse cre¨ªdo el favorito del equipo de baloncesto ¡ªy tener adem¨¢s ¡°unos ojos azules muy bonitos¡±¡ª, haber aceptado ese absurdo y secreto pacto de silencio en el vestuario o en el aula de teatro. El pederasta puede utilizar la estrategia del favoritismo, aliarse con el rebelde adolescente contra sus padres o recurrir al chantaje personal ¡ª¡°si lo cuentas, est¨¢s muerta¡±¡ª; puede utilizar y manosear los ideales nobles del deporte, la familia, la cultura o, como tantas veces, la religi¨®n. Su ¨²nico prop¨®sito es profanar la infancia, porque le satisface sexualmente.
Afortunadamente, hay muchas personas que fueron v¨ªctimas de abuso sexual que han seguido adelante, sin llegar a desarrollar psicopatolog¨ªa o requerir ayuda profesional. Pero hay factores que dificultan este heroico proceso: la permisividad del delito, el silencio familiar, la falta de castigo, el encubrimiento y la negativa a colaborar con la justicia. En EE UU, las cifras dan bastante pavor: el 13% de las mujeres y 1,2% de los hombres han experimentado penetraci¨®n forzada, y aparte, un 14% recuerda haber sufrido alg¨²n otro tipo de coerci¨®n sexual. M¨¢s de un tercio de estos abusos sexuales se producen en el hogar, con familiares varones de mayor o menor grado (padrastros y padres, abuelos, t¨ªos, alg¨²n hermano mayor en el despertar de su adolescencia, vecinos) como principales perpetradores.
Se juntan en ellos dos tendencias: una atracci¨®n sexual at¨ªpica hacia los ni?os o adolescentes (pedofilia o hebefilia, respectivamente) ¡ªmostrada en una preocupaci¨®n aumentada por el tema, consumo de pornograf¨ªa, gustos inusuales por elementos infantiles¡ª y unos rasgos antisociales, es decir, poco respeto hacia las normas y los sentimientos ajenos, insensibilidad al dolor, asunci¨®n de riesgos y comportamiento inestable e irresponsable. Algunos pederastas est¨¢n encubiertos y parecen las mejores personas del mundo. A menudo la rabia de las v¨ªctimas se dirige hacia aquellas personas que permitieron o no detectaron el abuso: ¡°?Pero no lo ve¨ªais?¡±, claman. Sin caer en un alarmismo paranoide, la protecci¨®n a la infancia empieza por no abandonar a los ni?os a su suerte, en manos de desaprensivos. Cierta vigilancia inteligente es preventiva.
Escuchar con atenci¨®n y ofrecer apego
Lo primero es escuchar. Si la v¨ªctima tiene tanta confianza en nosotros como para contarnos esto, no debemos decirle ¡°de todo se sale¡± o ¡°eso ya qued¨® atr¨¢s¡±, ni tampoco introducir puntos de cuestionamiento o culpabilizaci¨®n. Toca escuchar con calma, sin juzgar ni tratar de solucionarle las cosas ni decirle ¡°s¨¦ c¨®mo te sientes¡± (porque no es as¨ª, solo nos lo podemos imaginar de lejos). Darle todo el apoyo que podamos, sin fisuras, favorece que reciba apoyo social y legal, que normalice sus actividades, que no haga de ese recuerdo el centro de su vida, pero respetando su propio ritmo.
Sin alarmarnos, al observar su comportamiento, es posible que aparezcan s¨ªntomas o conductas autolesivas. Entonces, si lo requiere, podemos ofrecerle ayuda profesional. Hay terapias psicol¨®gicas como la cognitivo-conductual o el EMDR (terapia de desensibilizaci¨®n y reprocesamiento por movimientos oculares) que han demostrado eficacia. A veces, un f¨¢rmaco puede aliviar mucho el tormento. Darle seguridad, apego seguro ¡ªno intermitente¡ª, genera un espacio de di¨¢logo para que comparta su experiencia y, ojal¨¢, su historia de superaci¨®n.
El psic¨®logo Georges Politzer recomendaba a los estudiosos de la mente que ¡°lean ficci¨®n, donde los dramas biogr¨¢ficos fluyen, antes de enfrentar monograf¨ªas cient¨ªficas que los congelan¡±. Pens¨¦ en ello leyendo la maravillosa novela En la boca del lobo, de Elvira Lindo, en la que fluye una ni?a de once a?os llamada Julieta, que no colabora, que encuentra dolor y paz produci¨¦ndose lesiones, que se disocia y no sabe a veces qui¨¦n es qui¨¦n, que vive en la verg¨¹enza perpetua y tiene un pasado secreto. Afortunadamente, encuentra a alguien que la escucha con atenci¨®n y le da un lugar en el mundo. Es un ejemplo de c¨®mo la buena literatura puede retratar la psicolog¨ªa humana y trascenderla.
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