En salud mental, ?es lo mismo vivir un trauma que una adversidad?
Una situaci¨®n extrema impacta negativamente, pero la definici¨®n de trauma ha cambiado a lo largo del tiempo y ahora manejamos una acepci¨®n que tiene en cuenta la vivencia subjetiva
Los efectos del trauma ps¨ªquico sobre la salud f¨ªsica y mental est¨¢n demostrados. En concreto, haber vivido un trauma en la infancia se asocia a padecer con mayor probabilidad obesidad, hipertensi¨®n, diabetes, ictus, enfermedades cardiovasculares y muchos tipos de c¨¢ncer. Aunque nos ha costado admitirlo, ya nos lo creemos: el ambiente (traum¨¢tico) influye en la mente; y la mente en el cuerpo, y viceversa. Por eso, los m¨¦dicos del siglo XXI deben saber cada vez m¨¢s de emociones y vivencias (la nueva medicina narrativa), y los psic¨®logos deben conocer mejor las respuestas neuroendocrinas al estr¨¦s, su influencia sobre el sistema inmune. En definitiva, el sustrato biol¨®gico que hace que ¡°la mente¡± no sea un ente abstracto que salga de la nada, sino de un organismo muy interesante resultado de la evoluci¨®n.
Los efectos del trauma sobre la vida ps¨ªquica del sujeto son a¨²n m¨¢s evidentes: multiplica por 3 el riesgo de tabaquismo, por 11 el de consumir sustancias il¨ªcitas, por 4 el de padecer depresi¨®n y por 2,5 el riesgo de suicidio. Algo ocurre en el cerebro infantil sometido al trauma que parece desajustar sus mecanismos de adaptaci¨®n y supervivencia. En los estudios de neuroimagen vemos c¨®mo se reduce la sustancia gris del hipocampo y la am¨ªgdala, e incluso c¨®mo puede llegar a acortar unas zonas de los cromosomas llamadas tel¨®meros, encargados de que el material gen¨¦tico no se rompa o da?e.
La potencia delet¨¦rea del trauma, pues, llega hasta los mismos mecanismos de transmisi¨®n gen¨¦tica (de la misma forma que la gen¨¦tica predispone a ciertas reacciones al trauma). Para entender la biolog¨ªa de la mente tenemos que pensar circularmente, entendiendo los complejos sistemas de retroalimentaci¨®n, las sinergias entre los m¨²ltiples factores involucrados, analizando el encaje del organismo humano en su microsistema.
Pero hay una historia sobre c¨®mo hemos ido conceptualizando el trauma a lo largo de los a?os. Ya antes de Freud se habl¨® de las neurosis traum¨¢ticas, circunscritas en general a las heridas de guerra. El primer psicoan¨¢lisis asoci¨® las neurosis con experiencias traum¨¢ticas que inclu¨ªan el abuso sexual o el maltrato, pero las terribles secuelas de las guerras mundiales volvieron a enviar al trauma al frente de batalla o, m¨¢s bien, al hospital de supervivientes.
De la Sho¨¢ a Vietnam
Virginia Woolf describi¨® de forma inolvidable en Mrs. Dalloway (1925) las secuelas postraum¨¢ticas del poeta que vuelve del campo de batalla, con el deterioro y suicidio de su personaje Septimus. Las vivencias de supervivientes de la Sho¨¢ como Primo Levi, Elie Wiesel o Jean Am¨¦ry colocaron la idea de trauma en el l¨ªmite de lo imaginado. Pero fue la guerra de Vietnam, con sus miles de veteranos derrotados y necesitados de atenci¨®n psicol¨®gica, la que impuls¨® el nacimiento de la psicotraumatolog¨ªa, y de la que emergi¨® el trastorno de estr¨¦s postraum¨¢tico (TEPT, aceptado por primera vez en 1980).
Esta patolog¨ªa cursa con recuerdos angustiosos recurrentes, pesadillas, reacciones fisiol¨®gicas intensas, esfuerzos por evitar situaciones similares a la traum¨¢tica y alteraci¨®n de los afectos. Hoy sabemos que el TEPT es solo una de las rutas postraum¨¢ticas que puede tener un individuo, y que muchos otros desarrollan depresi¨®n, bulimia, psicosis o trastorno l¨ªmite de personalidad.
Entonces, ?qu¨¦ es trauma y qu¨¦ no? Inicialmente, es ¡°una situaci¨®n extrema, que pone en peligro la vida o la integridad del sujeto, vivida con intenso terror o indefensi¨®n¡±, lo que incluye ser v¨ªctima de un atentado terrorista, una agresi¨®n f¨ªsica o una violaci¨®n, sobrevivir a una cat¨¢strofe natural o a un grave accidente de tr¨¢fico. Pero en la definici¨®n de los ¨²ltimos a?os ha ido perdiendo importancia el hecho objetivo que tiene lugar y ha cobrado gran protagonismo la vivencia subjetiva, los sentimientos asociados de horror, indefensi¨®n o abandono.
As¨ª, las escalas recientes de trauma se refieren en realidad a ¡°acontecimientos adversos¡±, incluyendo situaciones de discriminaci¨®n, pobreza, vivir con un enfermo mental o que un familiar entre en prisi¨®n, por ejemplo. El concepto de trauma se ha transformado entonces a situaciones adversas vividas traum¨¢ticamente. El paciente nos dice que, para ¨¦l, fue un trauma la separaci¨®n de sus padres o que le impidieran llevar tatuajes hasta los 18, y, pese a que el sentido com¨²n dificulta equiparar esta adversidad a ser testigo de las matanzas de Ruanda, poco podemos a?adir ante su leg¨ªtima y respetable vivencia subjetiva.
En paralelo a esta hiperinflaci¨®n del trauma, hay una expansi¨®n de las situaciones adversas, que desbordan a las llamadas antes, m¨¢s modestamente, estresantes. El termostato de nuestra ¨¦poca se ha desajustado. Hay quien piensa que todo esto es un cambio positivo, que valida la respetable vivencia interior de las personas y cuestiona ¡ªcon cierta raz¨®n¡ª qui¨¦nes somos nosotros para opinar desde fuera qu¨¦ supone un trauma. Pero existe tambi¨¦n el riesgo de que, si todo es trauma, nada acabe si¨¦ndolo realmente, y que utilicemos el mismo t¨¦rmino para hechos totalmente dispares, desvirtu¨¢ndolo y banaliz¨¢ndolo.
Este verano he le¨ªdo Yo vengo de ese miedo, de Miguel ?ngel Oeste, un escalofriante testimonio de un bestial maltrato infantil. Dice: ¡°Ya no soy un ni?o. Sin embargo, el miedo que me anega sigue siendo el mismo que padec¨ªa el ni?o que fui¡±. James Rhodes cont¨® en Instrumental los abusos sexuales cr¨®nicos que le dejaron secuelas f¨ªsicas y ps¨ªquicas, que solo se atenuaron con la m¨²sica. Me pregunto si utilizar la palabra trauma demasiado el¨¢sticamente, ante hechos de todo tipo, con esa hipertrofia de la subjetividad que corresponde a nuestra ¨¦poca, pueda suponer una forma de traici¨®n.
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