?Qui¨¦n invent¨® el jab¨®n? Los ins¨®litos or¨ªgenes de un producto que salva vidas
Se descubri¨® hace m¨¢s de 4.500 a?os. Usado primero para lavar tejidos, poco a poco se incorpor¨® en la higiene personal hasta convertirse en un elemento indispensable. As¨ª ha cambiado este producto con el tiempo.
Escenas comunes como hombres que no se lavan las manos despu¨¦s de ir al ba?o, dispensadores de jab¨®n vac¨ªos en aseos p¨²blicos o restos de pastillas sobre el lavabo aprovechados hasta sus ¨²ltimas consecuencias (mientras hagan algo de espuma, valen) parecen ciencia ficci¨®n cuando la realidad se ha convertido en una distop¨ªa. El jab¨®n ha dejado de ser accesorio para volverse fundamental. La recomendaci¨®n de las autoridades sanitarias de lavarse las manos constantemente con ¨¦l para evitar el contagio han desvelado a muchos su importancia como arma sanitaria.
Su relevancia no ha sido siempre igual. Tuvieron que pasar siglos desde su invenci¨®n, hace m¨¢s de 4.500 a?os, para encontrar las primeras evidencias sobre su uso medicinal. Fue en ¨¦poca romana cuando se detallaron los usos del jab¨®n m¨¢s all¨¢ de arrastrar la ro?a de la ropa y la piel. En la actualidad, se calcula que ha salvado millones de vida. Tambi¨¦n ha cambiado mucho la composici¨®n del producto desde entonces. Esta es la historia del art¨ªculo cotidiano de factura humana probablemente m¨¢s importante de todos los tiempos.
De grasa animal y cenizas, para limpiar objetos y tejidos
Una excavaci¨®n arqueol¨®gica en la antigua Babilonia encontr¨® pruebas de que en el 2.800 a. C. ya se manufacturaba jab¨®n. En unos tarros de arcilla, las inscripciones describen la mezcla de grasas hervidas con cenizas y mezcladas con agua. En las cenizas de la madera se encuentran los ¨¢lcalis (sosa y potasa c¨¢usticas), unas sustancias que se disuelven en agua y que reaccionan en contacto con las grasas activando el proceso conocido como saponificaci¨®n. La primera receta conocida se compone de una cuarta parte de grasa y seis cuartas partes de potasa. As¨ª, se produce una mezcla con cadenas de compuestos que incluyen propiedades hidr¨®filas (los ¨¢lcalis atraen el agua) e hidr¨®fobas (el sebo), un descubrimiento indispensable para la industria textil. ?Por qu¨¦?
En aquella ¨¦poca, seg¨²n una tabla cuneiforme encontrada en la ciudad de Girsu, Ir¨¢n, datada en el 2.500 a. C., el jab¨®n era usado por los tejedores para remover la lanolina, una cera producida por las grasas de algunos mam¨ªferos, de la lana. De esta forma, pod¨ªan te?irla con m¨¢s facilidad. El uso de agua no consegu¨ªa arrastrar esta cera, pues igual que el aceite y el l¨ªquido elemento se separan en un vaso, la lanonina evita juntarse con el agua. Las cadenas del jab¨®n, sin embargo, las atrapan dentro pudiendo ser removidas luego. Tambi¨¦n limpiaban con esta sustancia el algod¨®n, antes de convertir ambos tejidos en prendas.
En esa ¨¦poca todav¨ªa no existe evidencia de su uso para la limpieza del cuerpo. S¨ª de su importancia como mercanc¨ªa. Seg¨²n recoge el libro The Age of Agade: Inventing Empire in Ancient Mesopotamia (La era de Agade: creando el imperio en la antigua Mesopotamia), los archivos del gobernador de la ¨¦poca del imperio acadio (entre el 2.334 y el 2,154 a. C.) prueban que ya entonces las poblaciones comerciaban con el jab¨®n, as¨ª como con los ¨¢lcalis utilizados para su formulaci¨®n.
?Lo invent¨® una mujer esclava?
En el libro Who Ate the First Oyster? (?Qui¨¦n comi¨® la primera ostra?, Penguin Random House), el escritor y periodista Cody Cassidy recoge las historias, imaginadas o no, de las primeras personas en descubrir diferentes art¨ªculos. En uno de sus cap¨ªtulos teoriza con qui¨¦n pudo descubrir esta f¨®rmula. Y lo hace bas¨¢ndose en la evidencia hist¨®rica.
Cogiendo la mencionada tabla de Girsu, Cassidy nos retrotrae a la ¨¦poca sumeria. A su personaje inventado incluso le bautiza: se llama Nini, en honor a la diosa de la medicina Ninisina. Decide que es una mujer porque el jab¨®n se usa principalmente para lavar los tejidos. El floreciente sector textil de los sumerios (se estima que en tres meses y solo en la ciudad de Girsu se trasquilaban m¨¢s de 200.000 ovejas) estaba dominado, le dice la antrop¨®loga Joy McCorriston, por mujeres. La industria, adem¨¢s, depend¨ªa de esclavas, deudores y trabajoras forzosas para cortar, tejer, te?ir y producir las piezas.
Por tanto, quien descubri¨® el jab¨®n pudo ser una mujer de clase baja. Y lo hizo al darse cuenta de que las mezclas de ceniza y agua, al unirse a las grasas de la lana, limpiaban mejor que otros objetos. Todo, claro, se basa en especulaciones. Eso s¨ª, con toda una bibliograf¨ªa cient¨ªfica detr¨¢s. Con toda esa informaci¨®n, s¨ª que es posible tambi¨¦n que ellas fueran sus principales productoras.
Del animal al vegetal y sus primeros usos corporales
Adem¨¢s de los restos que atestiguan la creaci¨®n de jab¨®n en Mesopotamia, existen evidencias tambi¨¦n de otras poblaciones posteriores que siguieron esta receta. Seg¨²n el historiador romano Plinio el Viejo en su Historia Naturalis, primera obra donde aparece la palabra jab¨®n, los celtas aprovechaban la grasa de cabra y las cenizas de abedul. Los galos, el sebo de jabal¨ª y los residuos de la combusti¨®n del haya. De los primeros, por cierto, recibe su nombre, pues como indica Alejandro Escarpa en su libro Tecnolog¨ªa romana (Akal), los romanos adoptaron el celta saipo como sapo, y de ah¨ª pas¨® al resto de idiomas.
Antes de que los occidentales usasen el producto, las evidencias muestran que ya los fenicios aprovechaban grasa vegetal en lugar de animal. Su favorita: la del aceite de oliva. Su formulaci¨®n es la misma que la de los mesopot¨¢micos: inclu¨ªa ¨¢lcalis y agua. Este parece ser el origen del famoso jab¨®n de Alepo, cuya receta se mantiene intacta hasta nuestros d¨ªas y que ha sufrido un rev¨¦s por culpa de la guerra civil en Siria. Si bien no lo crearon ellos, s¨ª que retomaron esta fabricaci¨®n ancestral alrededor del siglo X a. C. y le a?adieron hojas de laurel para mejorar su aroma, adem¨¢s de su formato en pastillas s¨®lidas cuadradas. Los fenicios, grandes comerciantes, lo extendieron por sus asentamientos mediterr¨¢neos.
En Egipto, la receta variaba. Seg¨²n el ensayo Higiena y cosm¨¦tica en el Antiguo Egipto de Ana Mar¨ªa Utrera, disponible en l¨ªnea, ?los egipcios empleaban una pasta s¨®lida, denominada swabw, factitivo de wab (limpio, puro), que conten¨ªa natr¨®n y una pasta a base de cenizas y arcilla, lo que propiciaba la formaci¨®n de espuma?. El Papiro Ebers, uno de los tratados m¨¦dicos conocidos m¨¢s antiguos (data del 1.500 a. C.), aporta adem¨¢s sus usos. Se consideraba un cosm¨¦tico esencial para las clases altas, las ¨²nicas con acceso a este art¨ªculo de lujo. Lo utilizaban para limpiarse y, al parecer, eran prescritos por los m¨¦dicos para el cuidado de la piel, si bien no se especificaban sus beneficios concretos.
Evidencias de sus usos medicinales
Seg¨²n la leyenda romana, la fabricaci¨®n de jab¨®n empez¨® por azar hace 3.000 a?os en el monte Sapo, cerca de Roma. Los animales que los fieles daban como ofrendas a los dioses se quemaban en dicho monte, y sus grasas se mezclaban con las cenizas de los fuegos del altar. Esta uni¨®n se escurr¨ªa por las laderas de arcilla. Las mujeres que acud¨ªan al templo se dieron cuenta de que la amalgama formada les ayudaba a dejar la ropa m¨¢s limpia.
La arqueolog¨ªa desmiente esta historia fant¨¢stica, y fecha su descubrimiento un par de milenios antes. Sin embargo, s¨ª que parece que fueron los primeros en dominar sus utilidades para la salud. El m¨¦dico Galeno, en el siglo II d. C, detalla en su obra Semplicibus medicaminibus el uso de jabones para la higiene personal. Recomienda su uso como detergente as¨ª como medicamento, pues expulsa las impurezas del cuerpo y de la ropa, y por tener un efecto emoliente, es decir, que ablanda y relaja durezas, tumores e inflamaciones. Fue durante estos a?os cuando se populariz¨® en los conocidos ba?os romanos y en las consultas de los doctores.
Decadencia y resurgimiento
Las invasiones b¨¢rbaras afectaron a la producci¨®n y consumo del jab¨®n, que entr¨® en decadencia. La Edad Media tampoco ayud¨®, relegando su uso a las clases m¨¢s altas y con una frecuencia escasa. El alto coste que supon¨ªa su elaboraci¨®n justifica este hecho. Pero quedaban reductos que lo mantuvieron vivo todo ese tiempo. Como cuenta la firma Letizia Buzon, en N¨¢poles, en el siglo VI, se form¨® un gremio de jaboneros. En el siglo VIII se fabricaba en Espa?a e Italia gracias a su gran disponibilidad de olivos. En un acta legislativa, datada alrededor del 800 y que representa la voluntad real de Carlomagno, se menciona el jab¨®n como uno de los productos con los que los administradores de las propiedades reales deben contar.
Fueron los musulmanes los responsables del resurgir glorioso del jab¨®n. La mayor f¨¢brica jabonera se instaur¨® en Al-?ndalus. Las Almonas Reales de Triana (as¨ª se la conoc¨ªa), a orillas del Guadalquivir, se encargaban de producir y enviar el jab¨®n Castilla a la alta sociedad de Francia, Espa?a e Italia. Se trataba, pues, del producto indispensable de todo tocador real. Lo elaboraban con el aceite que ofrec¨ªan los cercanos olivos. Tras la Reconquista, la reina Do?a Juana se convirti¨® en la titular de esta creciente industria.
Popularizaci¨®n y abaratamiento
Si bien exist¨ªa una potente demanda del producto por parte de las altas esferas, el grueso de la poblaci¨®n segu¨ªa sin usarlo, y las clases altas se dedicaban al ba?o solo una o dos veces al a?o. En la actualidad, se cree que la r¨¢pida extensi¨®n de enfermedades como la peste negra en el siglo XVI se debi¨® a la falta de higiene.
No fue hasta finales del siglo XVIII cuando se descubrieron los avances que reducir¨ªan los costes en su producci¨®n y, por tanto, en su venta. Como dice Todo sobre jabones (Albatros) de Leda Abud, en 1783 surgi¨®, por un accidente del qu¨ªmico suizo Carl Wilhelm Scheele, la reacci¨®n que se usa en la actualidad para producir jab¨®n. El aceite de oliva, hervido con el ¨®xido de plomo, da una sustancia conocida como glicerina. Este alcohol l¨ªquido es uno de los dos compuestos que se obtienen cuando las grasas simples, en contacto con los ¨¢lcalis, se descomponen en ¨¢cidos grasos y glicerina. En 1791, el qu¨ªmico franc¨¦s Nicolas LeBlanc invent¨® un proceso para obtener carbonato de sodio o sosa de la sal. Se eliminaba, por tanto, la necesidad de cenizas.
Estos dos descubrimientos juntos dieron lugar a un proceso de fabricaci¨®n mucho m¨¢s econ¨®mico, lo que permiti¨® una comercializaci¨®n masiva del producto. En esos a?os se activaron adem¨¢s campa?as tanto en Europa como en Am¨¦rica destacando la relaci¨®n entre higiene y salud, invitando a la compra y disfrute de utensilios como el jab¨®n.
El de Marsella, elemental en la Segunda Guerra Mundial
Si algo mostr¨® la importancia del jab¨®n fue, sin duda, la decisi¨®n del Gobierno franc¨¦s durante la Segunda Guerra Mundial de considerarla una mercanc¨ªa esencial.
Existen dos teor¨ªas sobre el origen del jab¨®n de esta regi¨®n de Francia, probablemente el m¨¢s famoso de Europa. Una lo achaca a las exportaciones de los fenicios. Otra, a los saqueos de los corsarios franceses en tierras ex¨®ticas, que tra¨ªan sus preciados tesoros para conquistar a las damas.
Sea cual sea su origen, existen pruebas de que se elabora desde hace 800 a?os, como indica el historiador Patrick Baker, encargado de la museograf¨ªa del MuSaMa, el museo del jab¨®n de Marsella. ?Desde el siglo XIII, Marsella alberga peque?os talleres de saponificaci¨®n al calor, a base de aceite de Provenza mezclado con sosa extraida de plantas quemadas. En 1688, Louis XIV regula su fabricaci¨®n, con aceites de oliva puro, sin otras grasas. Los fabricantes de jab¨®n los traen de Creta e Italia?. Alrededor de 1825, los fabricantes de jab¨®n adoptaron la soda artificial, descubierta unos a?os antes.
Si durante el conflicto global Winston Churchill convirti¨® el pintalabios en un producto de primera necesidad, Francia hizo lo propio con el jab¨®n de Marsella. Tal era su relevancia que la f¨¢brica Savonnerie de la Licorne de la familia Bruna fue requisada, y durante el tiempo que dur¨® la contienda la regi¨®n se encargaba de abastecer la mitad de la producci¨®n francesa de jab¨®n, como se?alan en la p¨¢gina de turismo de la regi¨®n de Marsella.
En la actualidad, aliado contra la pandemia
Muchos fueron los hombres que apreciaron la importancia del jab¨®n durante la historia, la mayor¨ªa de ellos sin reconocimiento. Como recog¨ªa la Ser en Cuenca en el espacio As¨ª dicen los documentos, un comandante del ej¨¦rcito en un testimonio de 1818 ya ped¨ªa este producto. La reproducimos, respetando el castellano de entonces. ?No me queda duda alguna de que parte de las enfermedades que sufren en el primer batall¨®n del regimiento de infanter¨ªa de la Uni¨®n, de mi interino cargo, provienen de conservar encima la camisa sucia, de una semana a otra, sin m¨¢s limpieza que un corto enfragatorio que la deja m¨¢s percudida que estaba al mojarla. En este supuesto, lo ha a vuestra se?or¨ªa presente para que se sirva abceder a la s¨²plica que se eleva, para que cada lunes se me franqueen para la fuerza presente del citado batall¨®n, seg¨²n estado que se presentar¨¢, medio por plaza para jav¨®n o bien su equivalente en especie, pues de otro modo no se contar¨¢n jam¨¢s las enfermedades, antes bien, hir¨¢n cada vez m¨¢s en aumento?.
Lo se?alaba igual el obstetra h¨²ngaro Ignaz Semmelweis, quien relacion¨® la falta de higiene en las manos de m¨¦dicos y estudiantes con la muerte de mujeres tras el parto. Estos pasaban de practicar con cad¨¢veres en sus lecciones a intervenir cuando las pacientes daban a luz, sin antes lavarse. Sin embargo, fue ignorado por la comunidad cient¨ªfica.
Tuvo que llegar Louis Pasteur para que se le concediese al lavado de las manos y, por tanto, al jab¨®n, la importancia que tiene en la actualidad. ?l descubri¨® que los microbios mortales se transmit¨ªan en el parto con el contacto de las manos y que al lavarlas estos se eliminaban.
Con una historia tan larga como la del jab¨®n, se hace imposible determinar la cantidad de vidas que ha podido salvar en todos estos siglos, aunque sea de manera inconsciente. Las estimaciones m¨¢s conservadoras lo cifran en cientos de millones. En medio de la pandemia el coronavirus, la recomendaci¨®n de autoridades como la OMS le han devuelto un lugar privilegiado en la cesta de la compra. La marsellesa f¨¢brica Savonnerie de la Licorne, que durante la Segunda Guerra Mundial fuese requisada, ha aumentado las ventas de su tienda un 30%, y los pedidos a su f¨¢brica se han multiplicado por cuatro, seg¨²n su propietario y heredero de su padre y su abuelo Serge Bruna.
En Espa?a, seg¨²n datos de la consultora Kantar Worldpanel, la venta de jabones para manos en la semana previa al momento del confinamiento aument¨® un 250% respecto a la anterior, y ha mantenido una tendencia a la alta durante todo el periodo.
Ha tenido que sobrevivir milenios, civilizaciones e, incluso, olvido, pero el jab¨®n ha perdurado hasta nuestros d¨ªas y, gracias a la ciencia, se ha convertido en un aliado silencioso de nuestra salud. Hasta ahora. Ya nunca volveremos a mirar igual esa pastilla de jab¨®n menguante.
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