Charla ¨ªntima con Ana Mar¨ªa Matute
La novelista catalana abre las puertas de su casa a S?Moda, de la mano de Milena Busquets ¨Cquien la conoce desde ni?a¨C, y hace un repaso de su excepcional vida. Este a?o, la editorial Destino publicar¨¢ nueve de sus cuentos ilustrados.
Recuerdo las noches de hace mil a?os, cuando la Matute ven¨ªa a cenar a casa. Mi madre me lo anunciaba con una mezcla de regocijo y respeto. Y yo sab¨ªa, sin ning¨²n lugar a dudas, que en aquella velada nos ¨ªbamos a divertir. Que habr¨ªa persecuciones a causa de la cantidad de alcohol que era conveniente beber, intercambio de vasos, excursiones disimuladas a la cocina, an¨¦cdotas divertidas y afiladas (el mito de la Matute como una viejecita bondadosa y tierna, que viv¨ªa en su mundo de fantas¨ªa, no coincid¨ªa con la mujer fuerte a pesar de todo, guapa, determinada y brillante que yo ve¨ªa en casa) mezcladas con historias verdaderamente terribles, y la sensaci¨®n emocionante, siempre, desde muy ni?a, de estar ante una persona absolutamente fuera de lo com¨²n.
Nos abre la puerta del piso Juan Pablo, su hijo, un hombre como un armario, cari?oso y amante de los perros. ?l y su mujer, Marisol, viven desde hace a?os con Ana Mar¨ªa. El piso es tranquilo y luminoso. Al cabo de un momento, aparece ella, con el mismo aspecto de los ¨²ltimos 10 a?os, vestida de beis, como siempre, con el pelo impecable y esa piel transparente que absorbe toda la luz de la habitaci¨®n y que hace que resulte imposible quitarle los ojos de encima. Est¨¢ muy delgada, y su fragilidad, los huesos finos y quebradizos que se adivinan bajo la piel, hacen pensar en uno de esos gorriones que se han ca¨ªdo del nido y que al recogerlo y sujetarlo en la mano parece que se va a romper con un peque?o crujido. Lo cual no ocurre nunca. Con Ana Mar¨ªa tampoco.
Empiezo a explicarle (de nuevo, ya lo hice por tel¨¦fono, pero muy atropelladamente, siempre me pongo nerviosa al hablar con ella) para qu¨¦ estoy all¨ª. ??Se me ha fundido la pila!?, exclama de pronto. ?Espera un momento que la voy a cambiar y vuelvo?. Juan Pablo advierte mi cara de asombro y me dice que se trata de la bater¨ªa del aud¨ªfono. Ana Mar¨ªa regresa al cabo de un momento y me dice entre risas que ella no sabe nada de moda y que duda poder ser de mucha ayuda. ?Pero eres presumida?, le digo yo. ?S¨ª, a pesar de que pas¨¦ mi infancia trepando a los ¨¢rboles con los chicos y con las rodillas peladas, era presumida. Me gustaba mirarme al espejo, me miraba los ojos. Ten¨ªa los ojos bonitos. Y, a veces, mi madre dec¨ªa: ¡°Mira qu¨¦ tipito tan mono tiene esta ni?a¡±. Pero de las tres hermanas, la mayor era la m¨¢s guapa?. ?Y por qu¨¦ no te gustaba jugar con las ni?as? ?Porque eran muy tontas?, responde. ?Lo ¨²nico que hac¨ªan era imitar a sus madres, eran como mujeres recortadas. De mayor, s¨ª tuve grandes amigas?.
Ana Mar¨ªa Matute escribi¨® su primera novela, Peque?o teatro con 17 a?os y fue finalista del Premio Nadal con 24. ?A los cinco a?os, yo ya sab¨ªa que quer¨ªa escribir. A mis padres les hac¨ªa gracia, pero no le daban importancia. Muchos tiempo despu¨¦s, entend¨ª que, a pesar de que nunca me lo dijera, a mi madre le gust¨® mucho que yo fuese escritora. A ella, una t¨ªpica burguesa de la ¨¦poca, le hubiese encantado serlo. No me dejaron estudiar una carrera y ahora soy Doctora Honoris Causa?.
Su padre, Facundo Matute, era due?o de una f¨¢brica de paraguas. ?Era un negocio familiar?, explica Ana Mar¨ªa. ?Lo fund¨® mi bisabuelo y lo heredaron mi padre y sus dos hermanos?. Al padre le fascinaba viajar y de uno de sus viajes a Londres le trajo el mu?eco Gorog¨®, que Ana Mar¨ªa todav¨ªa conserva. ?Me encantaba. Como es muy planito, me lo pod¨ªa poner debajo de la camisa y pod¨ªa llevarlo a todas partes conmigo. Le contaba mis frustraciones. Es el mu?eco de Primera memoria?. Le pido que nos lo ense?e, que nos deje fotografiarlo y dice que no. ?Ya lo ha visto todo el mundo?. Tengo la sensaci¨®n de que Ana Mar¨ªa est¨¢ un poco cansada de la imagen de viejecita encantadora con sus mu?ecos y su inagotable mundo de fantas¨ªa. Quiere volver a ¨¦l, y de hecho me cuenta que en cuanto los m¨¦dicos solucionen sus problemas de o¨ªdo, que le causan v¨¦rtigos y mareos, se pondr¨¢ a escribir una nueva novela que tiene en mente.
En ese momento, Juan Pablo cruza el sal¨®n. Ana Mar¨ªa lo mira de reojo y me dice en voz baja: ?Le he adorado y le adoro. La ¨²nica pega que tiene es que no me deja beber?. Ana Mar¨ªa se cas¨® con el escritor Ram¨®n Eugenio de Goicoechea cuando ten¨ªa 27 a?os. ?Yo hab¨ªa tenido m¨¢s amores, uno muy fuerte, pero que no pod¨ªa ser. Y, poco a poco, me enamor¨¦ de Ram¨®n Eugenio. Tuvimos una boda por todo la alto, por la iglesia, de chaqu¨¦, toda la historia?.
Le pregunto c¨®mo fue la transici¨®n del mundo de la burgues¨ªa en el que naci¨® a la bohemia liberal de los escritores. ?No me gustaba el mundo de la burgues¨ªa. Cuando, con 17 a?os, acab¨¦ mi primera novela, Peque?o teatro, que hab¨ªa escrito a mano, me fui a la editorial Destino. En aquel momento no hab¨ªa escritoras, solo estaba Carmen Laforet. Ignacio Agust¨ª, el editor, fue muy amable conmigo, me dijo que pasase el manuscrito a m¨¢quina y que se lo mandase. Eso hice. Al cabo de unos d¨ªas, al salir de casa, me lo encontr¨¦. ¡°Se?orita Matute ¨Cdijo, y se quit¨® el sombrero¨C, hemos le¨ªdo su libro. Y nos ha gustado mucho¡±. Yo estaba roja como un tomate, hasta el pelo se me encendi¨®?. Pocos a?os despu¨¦s, Ana Mar¨ªa obtuvo una menci¨®n especial en el Premio Nadal con Los Abel, el mismo a?o en que Miguel Delibes gan¨® el premio con La sombra del cipr¨¦s es alargada. ?Nos conocimos entonces. Era encantador y un extraordinario escritor. Nos llevamos muy bien siempre y yo creo que me quer¨ªa. Me invit¨® muchas veces a dar conferencias en Valladolid. Le encantaba la merluza?. Se queda pensativa un instante y a?ade: ?Se me mueren todos, incluso el se?or que me propuso para el Premio Nobel¡?.
Sus padres la dejaban salir con hombres intelectuales. ?Hab¨ªa un grupo de escritores mayores, que ahora nadie sabe qui¨¦nes eran, que me quer¨ªan mucho. Me ven¨ªan a buscar a casa y, como eran se?ores mayores y serios que publicaban libros y hac¨ªan tertulias, mis padres me dejaban salir con ellos. Me llamaban el peque?o cosaco. Fue la primera vez que fui a los barrios bajos?. M¨¢s adelante, fue conociendo a las generaciones venideras, pero ella siempre ha ido por libre. ?Nunca quise pertenecer a ning¨²n grupo, ni nada?.
Recuerdo las joyas que fabricaba para sus amigas con cristales, alambres y piedras de la playa de las que mi madre tanto me hab¨ªa hablado. Se desintegraban al cabo de media hora, lo cual era parte de su gracia. ?Siempre me ha gustado lo manual. Constru¨ªa pueblos con cosas que ya no funcionaban. Por eso disfrutaba pintar. En la ¨¦poca en la que me quitaron a mi hijo [cuando Ana Mar¨ªa Matute se separ¨® de su marido en 1963, las leyes de la ¨¦poca daban la custodia al padre], pintaba su cara constantemente?. Tardar¨ªa dos a?os en recuperar la custodia de Juan Pablo.
Cae la tarde. Abre el diminuto caj¨®n del diminuto escritorio y saca una foto min¨²scula de Paul Newman. Nos re¨ªmos. Me dedica dos libros para mis hijos y nos despedimos. Y yo me alejo a rega?adientes.
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