El negocio de apellidarse Vreeland
La figura de la legendaria editora de moda est¨¢ m¨¢s de relevancia que nunca gracias a su nieto, que publica libros sobre su legado profesional y ha comercializado perfumes con su nombre.
El dinero le quemaba en el bolsillo. ¡°Me lo gastaba como un alcoh¨®lico se bebe una botella de scotch,¡¯ dijo Diana Vreeland sobre la ¨¦poca en la que, despu¨¦s de una temporadaen Londres, ella y su marido volvieron a al Estados Unidos de la Gran Depresi¨®n. Tuvo la suerte de que uno de sus despilfarros, un vestido de encaje blanco de Chanel que se pon¨ªa con flores naturales en el pelo, le procurase un trabajo en Harper?s Bazaar. La entonces directora de la revista, Carmel Snow, la vio bailando de esa guisa y la contrat¨® al momento. A Vreeland le vino de perlas el sueldo, pero sigui¨® sin entender qu¨¦ era un presupuesto. Para ella no hab¨ªa gasto que se pusiera en medio de una buena foto, no ten¨ªa problemas en enviar a empleados a organizar sesiones de fotos en Asia durante todo un mes. Los resultados eran magn¨ªficos, pero estos excesos no hac¨ªan demasiada gracia al departamento de cuentas y fueron una de las razones por las que perdi¨® su puesto de directora en el Vogue estadounidense. Ser manirrota le ven¨ªa de familia. Ni su padre Frederik Young Dalziel ni su marido Reed fueron mejores hombres de negocios que bonvivants.
Pero su nieto, Alexander Vreeland quiz¨¢s s¨ª tenga el gen empresario. Su padre y su t¨ªo, los hijos de Vreeland, hab¨ªan mostrado un rol pasivo en cuanto a su legado, ¨¦l, sin embargo ha tomado las riendas para mantener viva la memoria de su abuela, incluso si significa aventurarse en la parte comercial. Alexander, que trabaj¨® en los departamentos de ventas y marketing de Armani y Ralph Lauren, y su mujer Lisa Immordino fueron los responsables del documental, The Eye Has To Travel. La pel¨ªcula aport¨® una visi¨®n menos caricaturesca de Vreeland y volvi¨® a poner en relevancia su figura que sobrepas¨® el culto entre profesionales de la moda.
Alexander adem¨¢s reedit¨® los libros publicados por su abuela, public¨® nuevos tomos fotogr¨¢ficos, como Diana Vreeland: the Modern Woman en Rizzoli y enseguida se puso manos a la obra para decidir cu¨¢l ser¨ªa el tipo de producto m¨¢s adecuado para comercializar bajo el nombre de su abuela paterna. Pens¨® en una l¨ªnea de joyer¨ªa, pero resultar¨ªa demasiado cara. Tras darle muchas vueltas cay¨® en que la perfumer¨ªa m¨¢s refinada constitu¨ªa un mercado en alza, y en ese momento decidi¨® vender los perfumes Diana Vreeland. Mont¨® una oficina con 5 empleados, le ech¨® horas y en un a?o de andadura consigui¨® decenas de puntos de venta en todo el mundo, entre ellos Madrid, Barcelona, Ibiza y Marbella.
Los perfumes fueron ideados por prestigiosas narices y envasados en un frasco dise?ado por el director creativo Fabien Baron. Se venden por 215 euros los 100 ml y por 160 las Eau de parfum cuestan 160 euros. En el precio tambi¨¦n contribuye el glamour que desprende la vida de Vreland. Detr¨¢s de las ocho fragancias disponibles hay historias personales de la editora de moda, algunas de ellas muy evocadoras. Es el caso de Perfectly Marvelous, que recupera la visita de Vreeland a una casa en T¨²nez con la fachada cubierta de jazm¨ªn. Al lleg¨® tarde a comer, se excus¨® diciendo que los pavos reales que se encontr¨® por el camino le hab¨ªan impedido el paso.
Todo en la empresa de Alexander Vreeland es perfectamente exquisito y apropiado, y no cabe duda de que DV adoraba los perfumes. En la muestra sobre los ballet rusos de Diaghilev, que organiz¨® en el Costume Institute, utiliz¨® cantidades ingentes de Cuir de Russie de Chanel para aromatizar las salas. La pregunta del mill¨®n es si ella hubiera estado conforme en poner su nombre a un producto a la venta en grandes almacenes. Fue una adelantada en casi todo. Sac¨® a las revistas femeninas del corralito de las se?oras de sociedad, reinvent¨® el rol de la editora y fue la precursora de las exposiciones-espect¨¢culo dedicadas a la moda, el santo grial del gremio muse¨ªstico actual. Pero sacar tu propio perfume hoy no es ni precisamente novedoso o especial. Cualquier famoso de segunda fila tiene uno.
Est¨¦ donde est¨¦ Diana Vreeland ¨Cprobablemente en un lugar parecido al divino jard¨ªn infernal que quiso recrear en el sal¨®n de su casa¨C se alegrar¨¢ de que su nieto la tenga presente y de que los m¨¢s j¨®venes sepan qui¨¦n fue. A la mujer que en su columna Why Don¡¯t You recomendaba lavar el pelo de los ni?os con champ¨¢n o comprar 12 rosas de brillantes, le divertir¨¢ comprobar que pese a todo su nombre ha dejado de ser sin¨®nimo de dispendio y bancarrota. Unos 25 a?os despu¨¦s de su fallecimiento, su nombre aparece en objetivos de negocio y hojas de Excel. Algo que irremediablemente le parecer¨¢ vulgar, pero tambi¨¦n tremendamente gracioso.
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