?Envidiosa, yo?
Habr¨¢ quien lo quiera disfrazar y colorear, habr¨¢ quien se ofenda y niegue la mayor, pero lamento comunicar que es un gesto involuntario que las mujeres llevamos inscrito a fuego.
Es un cl¨¢sico que las mujeres nos miremos de arriba a abajo cuando nos encontramos, por aquello de ficharse. Hay quien sabe hacerlo con discreci¨®n y elegancia, y tiene la deferencia de esperar a que la otra haya apartado al menos su mirada o se haya girado. Entonces, zas, aprovecha para hacerle un repaso reglamentario de su ropa y su figura. Sin embargo, lo normal es que no nos andemos con remilgos y se lo hagamos directamente en sus narices. Un barrido para abajo y otro para arriba, sin pudor. Esto, para quien no lo sepa, es lo que viene a llamarse envidia. Habr¨¢ quien lo quiera disfrazar y colorear, habr¨¢ quien se ofenda y niegue la mayor, pero lamento comunicar que es un gesto involuntario que las mujeres llevamos inscrito a fuego. Ojo, que no lo digo yo, que lo dicen los psic¨®logos evolutivos. Un estudio realizado en la Universidad Texas Christian y la Universidad de Texas en Austin concluy¨® de que las mujeres somos proclives a sentir envidia de la belleza de otras mujeres, porque sabemos que es un factor fundamental para el ¨¦xito reproductivo. Vamos, que de la envidia no se escapa ni Rita la Cantaora, por mucho que lo niegue.
Es muy divertido leer este tipo de estudios sobre la naturaleza de las mujeres y despu¨¦s encender la tele y observar, por poner un ejemplo, c¨®mo se comportan las grandes damas de la realeza y la nobleza en esos eventos suyos llenos de tiaras y terciopelos. Siempre van elegant¨ªsimas, con sus vestidos de precio incalculable, sus joyas centenarias que cortan el hipo y sus modales impecables. Lo l¨®gico ser¨ªa pensar que estas mujeres, que lo tienen todo, est¨¢n incapacitadas para sentir envidia. Pues no, porque resulta que la sangre azul tambi¨¦n viene del mono, no s¨¦ si me explico. Si hacemos caso a este estudio, todas estas damas que mantienen una conducta irreprochable en sus actos sociales, en realidad est¨¢n haciendo esfuerzos tit¨¢nicos por controlar sus miradas. Se reconcentran en impedir que sus ojos obedezcan a su instinto voraz de recorrer los modelitos de las dem¨¢s mujeres, para poder hacer una valoraci¨®n de sus propias posibilidades de reproducci¨®n en ese contexto. Los instintos hacen lo que sea con tal de garantizar la supervivencia de la estirpe, m¨¢s a¨²n en el caso de estirpes tan exclusivas como las suyas, digo yo. Pero ellas saben que eso de la envidia est¨¢ muy feo y han aprendido a atar sus instintos muy corto.
La verdad es que es relajante descubrir que la envidia es inevitable y, si me apuras, necesaria. Alivia saber que no hay elecci¨®n, que viene de serie. Ser¨ªa estupendo que todos la asumi¨¦ramos con un poco m¨¢s de naturalidad. Es curioso que, a pesar de ser m¨¢s universal que las salchichas, nadie sea capaz de admitir que siente envidia. Es un sentimiento hu¨¦rfano de padre y madre. Todos se averg¨¹enzan de ¨¦l. Pues voy a romper una lanza a favor de la envidia. Se ha demostrado que la envidia agudiza la concentraci¨®n y ejercita la capacidad de an¨¢lisis y la memoria. Si lo piensas, no es descabellado. Se le presta m¨¢s atenci¨®n a algo que te gusta y que no tienes, que a algo que no te parece atractivo. Seguro que Matilde de B¨¦lgica podr¨ªa describir minuciosamente la tiara floral que luci¨® do?a Letizia en la coronaci¨®n de Guillermo de Holanda, pero no sabr¨ªa decirte el color del cintur¨®n del Pr¨ªncipe Felipe. Y eso que probablemente la tuvo que mirar de reojo y retorciendo mucho el cuello, no fueran a descubrir que ella tambi¨¦n es envidiosa. Alma c¨¢ndida. T¨² y todas.
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