El pantal¨®n m¨¢s c¨®modo de la cuarentena esconde una de las primeras reivindicaciones feministas de la historia
Hace 170 a?os las Bloomers adoptaron al pantal¨®n bombacho como s¨ªmbolo de la lucha por los derechos de la mujer.
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A Amelia Bloomer (1818-1894) se le despert¨® la conciencia feminista cuando ten¨ªa solo 16 a?os: su vecina qued¨® viuda y fue desahuciada porque, al no tener hijos, toda la herencia del marido fue a parar a manos de un primo lejano al que nunca hab¨ªa visto. Elizabeth Cady Stanton (1815-1902), por su parte, recordaba el primer incidente que estimul¨® su deseo de luchar por los derechos de las mujeres tambi¨¦n en la adolescencia. Resulta que formaba parte de un club de chicas en el barrio y decidieron recaudar fondos para ayudar a pagar los estudios a un prometedor chaval que quer¨ªa formarse en el seminario. Organizaron rifas, ventas y conciertos hasta conseguirlo. ?C¨®mo se lo agradeci¨® aquella joyita de vecino? La primera vez que le invitaron a hablar frente a la congregaci¨®n escogi¨® citar este vers¨ªculo de la Biblia, de las Ep¨ªstolas de San Pablo a Timoteo: ¡°No permito que la mujer ense?e ni ejerza dominio sobre el hombre, sino que guarde silencio¡±.
Ni Bloomer ni Cady Stanton sab¨ªan entonces que terminar¨ªan convirti¨¦ndose en dos personajes clave de la primera ola del feminismo. Y, sin pretenderlo, en revolucionarias figuras en la historia de la moda.
A mediados del siglo XIX las mujeres en Nueva York (y en buena parte del mundo) no ten¨ªan permitido poseer ninguna propiedad a su nombre, un derecho que reca¨ªa siempre sobre un pariente var¨®n. Relegadas a dos roles muy concretos (de esposa y madre), eran ciudadanas de segunda que no pod¨ªan votar ni asistir a la universidad. La vestimenta era solo la manifestaci¨®n est¨¦tica de ese papel secundario, decorativo, que se les otorgaba, porque la moda nunca son pedazos de tela, sino un elemento social con una carga simb¨®lica inmensa.
Las mujeres eran esclavas del traje que la sociedad esperaba que lucieran: una silueta muy restrictiva en forma de reloj de arena que, adem¨¢s de limitar el movimiento, era perjudicial para la salud. ¡°Empezando por debajo, vest¨ªan una especie de blus¨®n a modo de ropa interior. Pod¨ªa ser tipo camis¨®n o una combinaci¨®n de camisa y polainas hasta las rodillas, generalmente en algod¨®n o lino¡±, enumera la coautora del podcast Dressed, April Calahan, comisaria en el museo del FIT. ¡°Sobre ello se pon¨ªan un cors¨¦ bien ajustado. Entonces estaban de moda las enaguas, pero con enaguas hablamos de muchas capas de tela (quiz¨¢ seis o siete) para crear volumen y mantener la forma acampanada de la falda. Despu¨¦s de todo esto ya se pon¨ªan el vestido. Y esta era la vestimenta de todas las mujeres, independientemente de su clase social. Variaba la riqueza de los materiales con los que confeccionaban las prendas, pero todas sufr¨ªan la misma silueta¡±. Una suma de prendas, no precisamente c¨®moda, que pod¨ªa llegar a pesar 11 kilos en total.
Para 1850 algunas voces empezaron a cuestionar el sistema: Elizabeth Cady Stanton fue una de las primeras. Difundi¨® su testimonio en The Lily, la publicaci¨®n que fund¨® Amelia Bloomer en 1849. Uno de los primeros peri¨®dicos editados por mujeres y dedicados a mujeres. Bajo el pseud¨®nimo Sunflower (girasol), fue pionera formulando preguntas como ¡°?por qu¨¦ nuestras ropas son tan dif¨ªciles de poner? ?Por qu¨¦ necesitamos la ayuda de alguien para vestirnos, mientras que los hombres no?¡±. Y aqu¨ª es donde aparece el pantal¨®n ancho, tipo bombacho, que el confinamiento provocado por el Covid-19 ha rescatado del olvido.
Entonces era impensable que una mujer apareciera en p¨²blico en pantalones. S¨ª los luc¨ªan como ropa interior (esas polainas) o en ocasiones muy determinadas como para tomar los ba?os. Pero la prenda que se conoc¨ªa como pantal¨®n turco, haciendo referencia a su exotismo, fue adoptada por aquellas primeras feministas. Seg¨²n recordaba The New York Times en 1939, en el 45 aniversario de la muerte de Amelia Bloomer, parece ser que la m¨¢s adelantada fue Elizabeth Smith Miller que visit¨® a su prima, Elizabeth Cady Stanton, vistiendo estos pantalones. Cady Stanton ya era amiga de Bloomer, a la que hab¨ªa conocido en el primer congreso feminista en los Estados Unidos (en 1848, en la convenci¨®n de Seneca Falls) y as¨ª llegaron hasta ella. Fue Bloomer la que, a trav¨¦s de las p¨¢ginas de The Lily, populariz¨® el estilo liberador que acab¨® siendo bautizado con su apellido (en ingl¨¦s, ¡®bloomer¡¯ significa precisamente bombacho).
Se recortaba varios palmos el largo de la falda y se llevaba con un calz¨®n amplio, ce?ido al tobillo, a juego con el vestido. No era el atuendo m¨¢s c¨®modo de la historia, pero que las mujeres adoptaran ese pantal¨®n, potestad del armario masculino durante siglos, aterroriz¨® a muchos. La audacia estaba en que por primera vez en la historia de Occidente las mujeres vistieron pantalones en p¨²blico. Y significaba mucho m¨¢s: el hecho cuestionaba los roles de g¨¦nero y era visto como toda una amenaza al orden establecido.
El estilo no consigi¨® imponerse de forma masiva, pero desde Nueva York lleg¨® a Florida, California o Londres. Tuvo un ¨¦xito relativo gracias al peri¨®dico de Bloomer que alcanz¨® una tirada de 4.000 ejemplares e incluy¨® patrones para que cualquiera pudiera cortarse el modelo en casa. ¡°A vosotras, amas de casa, os decimos: desabrochad vuestros vestidos y dejad que todas las prendas queden holgadas. Respirad a pleno pulm¨®n, hench¨ªos de aire, y en ese mismo instante abrochad la ropas. Cortad despu¨¦s esas faldas hasta la altura de las rodillas, y poneos unos pantalones holgados, abrochados en los tobillos¡±, proclamaba uno de los n¨²meros.
¡°En la prensa se pueden encontrar algunas reacciones interesantes: ¡®Si quer¨¦is ejercer vuestros derechos, nosotros como hombres tenemos el derecho a re¨ªrnos y ridiculizaros en las calles. Superadlo, chicas¡¯. Y esto no es lo peor. Para entender lo que tuvieron que aguantar estas mujeres, en 1952, un doctor de la Temperance Society a la que pertenec¨ªa Bloomer lleg¨® a decir que ¡®esas criaturas son h¨ªbridos, mitad hombre, mitad mujer, sin pertenecer a ninguno de los dos sexos¡±, cuenta Calahan. Fueron frecuentes las vi?etas c¨®micas que las ridiculizaban y mostraban a las Bloomers en actitudes t¨ªpicamente reservadas al hombre. ¡°Que los hombres se vean obligados a usar nuestros vestidos por un tiempo y pronto les escuchar¨ªamos abogar por un cambio, tan fuerte como ahora lo condenan¡±, cuenta que dijo Bloomer su bi¨®grafa, Mary J. Lickteig.
Toda la prensa negativa en realidad supuso un gran empuj¨®n al movimiento feminista, situ¨¢ndolo en primer plano; Amelia y sus compa?eras lo aprovecharon. Pero lleg¨® un momento en el que les sobrepas¨® y decidieron que la transformaci¨®n del armario deber¨ªa quedar desterrada a segundo plano. Esta lucha pod¨ªa distraer y prefirieron enfocarse en un solo problema sobre el que hacer virar todo su poder e influencia: el derecho a voto. El movimiento reformista del vestido no volvi¨® a adquirir relevancia hasta finales de siglo, pero entonces se centr¨® en acabar con el cors¨¦ proponiendo el ¡®vestido reforma¡¯.
Hasta m¨¢s de un siglo despu¨¦s de la haza?a de las Bloomers el pantal¨®n no se impuso como prenda del guardarropa femenino de manera general. Ni Amelia, ni Elizabeth pudieron verlo, como tampoco llegaron a ser testigos de c¨®mo las mujeres alcanzaron por fin el derecho a voto en su pa¨ªs. Un hito que no se consigui¨® hasta 1920.
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