La historia de los ¡®boys club¡¯: los grupos privados desde donde los hombres siguen dominando el mundo
Ellos, los hombres de los boys club no reconocer¨¢n nunca que pertenecer a ese grupo les supone un privilegio. Les molesta que la literatura y la ficci¨®n est¨¦ cada vez m¨¢s poblada de objeciones a su mundo. La canadiense Martine Delvaux, con su ¨²ltimo libro, se atreve a preguntar y a investigar qui¨¦nes son y qu¨¦ hacen.
?Los boys club? Hab¨ªa o¨ªdo hablar de ellos, claro, como todas. Sab¨ªa de esos clubs privados, solo para hombres, donde las mujeres tienen prohibida la entrada que hemos visto en tantas pel¨ªculas que recrean siglos atr¨¢s. Yo tend¨ªa a pensar que estaban ya desfasados, que eran reductos. Que esos boys clubs, esos sitios vetustos llenos de hombres poderosos, elitistas, que usan su poder siempre, que tienen todos los contactos, que se protegen entre s¨ª, que son reticentes a las ganas de igualdad de las mujeres, a sus querencias, a sus prop¨®sitos para alcanzar lo que les corresponde por derecho, eran ya una antigualla del siglo pasado, como poco. Pero entonces llega la canadiense Martine Delvaux (una figura clave del pensamiento feminista) con su libro Los boys club: por qu¨¦ los hombres siguen dominando el mundo (Pe¨ªnsula). Con ¨¦l me pone en mi sitio, y me da todos los datos, y me contextualiza estos boys clubs,?y los conveirte en categor¨ªa, m¨¢s que en una an¨¦cdota espacial y f¨ªsica. Me cuenta de d¨®nde vienen, qu¨¦ han hecho para machacar el mundo en general y el de las mujeres en particular, cu¨¢les son sus perversidades, c¨®mo funcionan a¨²n, y por qu¨¦, por tanto, hay que combatirlos, nombrarlos, desenmascararlos y sobre todo desmenuzarlos. Porque, como bien dice la autora, hay que negarse a arrodillarse, a rendirse, a permanecer muda ¡°frente a esta organizaci¨®n del mundo¡±.
Confesar¨¦ que tuve que dejar el libro varias veces para coger aire y calmar la ira. Fue en balde. Su lectura me hizo pensar en otra, de dos a?os atr¨¢s: el provocador y certero Hombres, los odio, de Pauline Harmange, que devor¨¦ en su d¨ªa. Luego repas¨¦ mentalmente pel¨ªculas, series, donde el mundo de ellos sienta c¨¢tedra, donde quedan patentes sus alianzas, sus andanzas, sus maneras arrogantes. Textos y ficciones que abundan en esta oscura y omnipotente historia de hombres.
La misma tarde que acab¨¦ el libro de Delvaux, y antes de ponerme a escribir este art¨ªculo, me fui al cine con mi hija de 17 a?os (que la educo en esto, porque esto importa) a ver Ellas hablan, la pel¨ªcula de Sarah Polley, candidata, con toda la raz¨®n, a dos Oscars, el de mejor pel¨ªcula y el de mejor guion adaptado. Aprovecho, por cierto, para recomendar el libro de donde ha salido, con el mismo nombre, de la escritora Miriam Toews, autora a su vez de Peque?as desgracias sin importancia, que es hermos¨ªsimo. El caso es que todos esos libros y ficciones me llevaban al mismo sitio, el mundo de ese ¡°grupo de hombres, en general blancos, heterosexuales y privilegiados que operan en un circuito cerrado¡±, que es una de las primeras definiciones que hace Delvaux de estos boys club. En ellos, estos hombres intercambian cifras, informaci¨®n, documentos, dinero o mujeres. ¡°Ya sea en el ej¨¦rcito, en la pol¨ªtica o en los consejos de administraci¨®n estos grupos exclusivamente masculinos orquestan la exclusi¨®n y la invisibilizaci¨®n de la otra mitad de la poblaci¨®n¡±, resume, contundente, la autora.
Junto a la rabia por tanto dato, tantas historias letales de prepotencia y mandato, la lectura del libro logra otra cosa: te hace sentirte un poco menos sola, tal y como apunta bien en el pr¨®logo Instrucciones para desactivar a los Se?ores S.A.?mi colega Noelia Ram¨ªrez. ¡°Leer a Delvaux es encontrarse con lo que la acad¨¦mica Sarah Ahmed apunt¨® al definir a la ¡°feminista aguafiestas: con una aliada que lejos de intentar encajar se niega a seguir la corriente, a ocupar el lugar en el que se nos ubica, con una escritora que ha dejado de ver al sistema como nos ense?aron a verlo¡±, resume.
El libro lo aborda todo, haciendo de cada an¨¦cdota una categor¨ªa. Repasa la misandria, ese concepto que se intenta equiparar, desacertadamente, a la misoginia. Y habla de los pobladores de esos clubs y de sus comportamientos. Habla de los mainsplaners y de ¡®esos hombres que hacen preguntas¡¯; de los or¨ªgenes de esos lugares; de lo que a¨²n suponen (el ¨ªnclito Donald Trump tiene un club propio, Mar-a-Lago, que adem¨¢s es su segunda residencia); de c¨®mo incluso la arquitectura de las ciudades fue y sigue siendo suya, hecha por ellos, y para ellos (ah¨ª est¨¢ Ciudadano Kane con su construcci¨®n mastod¨®ntica); de los caminos que debemos seguir y no abandonar, de lo que queda por hacer para desactivarlos, para que los que empiezan ahora, los m¨¢s j¨®venes, no lleguen a ser los good old boys¡
La misandria
Es curioso que cada vez que una mujer lanza un dardo contra el sistema heteropatriarcal, sea del modo que sea, aparece la palabra misandria (como oposici¨®n a misoginia). Y por supuesto empiezan los ataques acerados hacia las autoras de las frases, los libros, los tuits, los pensamientos, las obras. Le sucedi¨® a la propia Delvaux, que se convirti¨®, poco despu¨¦s de su publicaci¨®n, en mayo del 2021, en un ¡°objetivo al que derribar, con la excusa de que este texto contiene un elemento inadmisible, en una autora, el odio hacia los hombres¡±.
Hubo un permanente blacklash, esa reacci¨®n violenta, esa respuesta negativa en contra de algo, porque ¡°no se nos permite la c¨®lera¡±, porque tras afirmaciones contundentes que los cuestionen hay que decir de inmediato, ¡®bueno, no todos son mis¨®ginos, eh?, que hay ¡°el buen t¨ªo¡±.? El buen t¨ªo patriarcal, Pero hay que atrincherarse. ¡°Tienen que entender y admitir que forman parte de un sistema en el que no se da a las mujeres el lugar que les corresponde¡±.? Hay que, como dice la activista Alice Coffin, boicotear la cultura masculina y alentar a las mujeres a que ¡°se saquen a los hombres de la cabeza para liberarse de su control¡±.? Hay que, como dice Ram¨ªrez se?alar a nuestra machosfera, a esa que ¡°neutraliza el terrorismo incel y la violencia de g¨¦nero alegando que son unos pobres chavales incomprendidos, t¨ªos incapaces de ligar¡±.
Porque no se contempla la posibilidad de que, de lo que se trata es de que ¡°el problema era que odiaba la idea de servir a los hombres, en todos los sentidos¡±, como dijo Silvia Plath en La Campana de Cristal. Porque, como dice Harmange, en su Hombres, lo odio, ¡°cuestionar el poder de los hombres y no sentirse atra¨ªdas por ellos no puede deberse a otra cosa que el odio, ?verdad?¡±
Pero tal y como se acostumbran a decir los movimientos feministas, la misandria no existe. No es un sistema organizado a todos los niveles para degradar y constre?ir a los hombres. ¡°Y porque, si alguna vez se deja una llevar y mete a todos estos se?ores en el mismo saco, es por hacer la gracia, por pura iron¨ªa, ?es que no lo ves? Ya no saben c¨®mo ligar, c¨®mo ir en ascensor con sus compa?eras de trabajo, c¨®mo hacer bromas, ?es que ya no tienen derecho de hacer y decir nada?¡±, ironiza la autora.
Otro dato, important¨ªsimo, definitivo: la misandria no tiene v¨ªctimas. ¡°Nosotras no matamos ni herimos a nadie, no impedimos a ning¨²n hombre que trabaje en lo que quiera ni que elija sus pasiones, ni que se vista como quiera, ni que vaya por la calle al caer la noche, ni que se exprese como le parezca bien, y cuando alguien se arroga el derecho de imponer estas cosas a los hombres resulta que es otro hombre, algo que siempre se inscribe dentro del heteropatriarcado¡±, explica Harmange.
Los hombres que nos preguntan cosas adem¨¢s de explicarlas
Sigue Hermange: ¡°Los hombres blancos cisheterosexuales, ricos y sin discapacidad son los m¨¢s susceptibles de hacer mansplaining sin reparo, de patinar. La suma de sus privilegios es tan grande que los arrastra hacia el inmovilismo.? Somos muchas las que pensamos que los hombres no pueden ser feministas, que no se van a apropiar de un t¨¦rmino acu?ado por las oprimidas. A los hombres les pedimos que utilicen su poder, sus privilegios, con buen tino: vigilando a los dem¨¢s miembros masculinos y a su entorno, por ejemplo, sin explicar a las mujeres c¨®mo deben librar su lucha¡±. Delvaux est¨¢ en conexi¨®n con ella, como lo estuvo Deborah Levy en su ya m¨ªtico libro?Los hombres me explican cosas, y va un poco m¨¢s all¨¢ al afirmar que ¡°no solo hay mansplainers en este mundo, hombres que nos explican la vida. Tambi¨¦n hay interrogadores, hombres que plantean preguntas imposibles, caminos en falso, toques que nos desv¨ªan de nuestro destino, igual que sucede en los interrogatorios policiales¡±.
Este grupo hombres, con su camarader¨ªa masculina, son los habitantes de los boys club, literal y figuradamente: ocupan los espacios f¨ªsicos y los otros, los de la pol¨ªtica, la literatura, las universidades, los plat¨®s de televisi¨®n, las redacciones. Y Sillicon Valley (imperdible el cap¨ªtulo dedicado a lo masculino de ese lugar) y por supuesto internet. El de dentro ¨Cque no vemos, y que es incapaz de poner reglas que impidan la ciberintimidaci¨®n, que suelen recibir mayoritariamente las mujeres¨C y el de fuera, que nos llega a veces como balas directas al coraz¨®n, a la autoestima, a la intregridad.? Lugares desde los que, en definitiva, se domina el mundo.
Qui¨¦nes son y qu¨¦ quieren
¡°As¨ª, uno es abogado de otro, que a su vez es el socio financiero de un tercero, que por su parte es inversor de la empresa de un cuarto al que una joven acusa de haber abusado sexualmente de ella y cuyo letrado ser¨¢ el primero¡±, resume Delvaux. Los boys se dan palmaditas en el hombro mientras juegan al golf, son el ¡°hombre por defecto¡±, tal y como cuenta Caroline Criado P¨¦rez en La mujer invisible.
¡°Los datos configuran un mundo hecho por y para los hombres, el hombre por defecto siempre est¨¢, siempre estamos ante un var¨®n salvo que se indique lo contrario¡±.? Y cita tres ejemplos paradigm¨¢ticos. Las pinturas rupestres, que siempre se dio por sentado que estaban hechas por hombres hasta que unos estudios del 2013 desvelaron que fueron mujeres las autoras de la mayor¨ªa de estas pinturas. Segundo ejemplo, el Renacimiento, en el siglo XVI fue una corriente solo de los hombres, las mujeres estaban excluidas de la vida intelectual y art¨ªstica. Un ejemplo m¨¢s: Grecia, la cuna de la democracia¡ Bueno, vale, pero de la mitad de la poblaci¨®n, las mujeres por supuesto, no ten¨ªan derecho a votar¡
Ellos, los hombres de los boys club no reconocer¨¢n nunca que pertenecer a ese grupo les supone un privilegio. Les molestan que se destaquen estos descubrimientos, que la literatura, los ensayos, la ficci¨®n, el pensamiento, est¨¦ cada vez m¨¢s lleno de objeciones a su mundo, que nos atrevamos ¡°a preguntar, a investigar qui¨¦nes son y qu¨¦ hacen¡±, algo que, como se?ala Noelia Ram¨ªrez en su pr¨®logo, no deber¨ªa considerarse como un acto de misandria. Ni una se?al de odio.
Se llaman Donald Trump, que representa todo lo que es un boys club, un old boy para ser exactos. Se llaman Harvey Weinstein, o Dominique Strauss-Kahn, por ejemplo¡ Podr¨ªan pertenecer al Automobile club de Francia, un club privado donde no se admiten a mujeres desde 2018: ¡°Hemos vuelto a hacer del miembro nuestra prioridad¡±, explica su presidente. En ese club, en la piscina, dise?ada por Gustave Eiffel, jam¨¢s se ha ba?ado ninguna mujer, lo que permite a los hombres chapotear de cuando en cuando desnudos. Esto en Francia, por ejemplo. Tambi¨¦n est¨¢n en Inglaterra, como el que cuenta la serie brit¨¢nica Patrick Melrose, que muestra a la perfecci¨®n lo que sucede all¨ª dentro. ¡°Aqu¨ª se juntan para sellar acuerdos y crear alianzas que son un peligro para la democracia, dado que las listas de sus miembros son secretas, resulta imposible saber qu¨¦ ministros se cuentan entre sus filas y en qu¨¦ modo esa pertenencia tiene un impacto en sus decisiones en materia de pol¨ªticas p¨²blicas¡±, relata el libro.
Son, como Trump, como Weinsten, rudos, descorteses, ¡°un malboro man?para quien la galanter¨ªa es signo de afeminamiento.? La particularidad de Trump es su manera directa de encarnarlos, sin concesiones y sin el m¨¢s m¨ªnimo pudor. Demuestra hasta qu¨¦ punto sus miembros saben ser crueles y usar la humillaci¨®n y la intimidaci¨®n¡±, describe Delvaux. ¡°Son los puffy: hombres inflados y tambi¨¦n ¨¢vidos. Siempre quieren m¨¢s? y m¨¢s poder, m¨¢s dinero y m¨¢s y m¨¢s mujeres porque nunca es demasiado para ellos¡±. Por supuesto les encoleriza que les molestemos con estos asuntos (las denuncias por abuso, las llamadas de atenci¨®n, las denuncias de sus comportamientos intolerables), mucho m¨¢s que haber sido descubiertos.
Sus edificios, su arquitectura, sus ciudades
Aqu¨ª va historia elocuente y representativa. Mar-a-Lago es el club privado de Trump y su segunda residencia, en Florida. Para entrar hay que pagar una cuota de 200.000 d¨®lares y otra anual de 14.000 y luego hay que gastar dos mil d¨®lares al a?o en comidas, como m¨ªnimo. Mientras fue presidente, Trump, que ¡°es la figura de una uniformidad de cuerpos que destruye cualquier diversidad pol¨ªtica, que representa la blancura ¨²ltima del boys club como veh¨ªculo, que es todopoderoso porque es omnipotente y que ejerce su poder sobre aquellos cuerpos que no se parecen al suyo¡±, pas¨® all¨ª buena parte de los fines de semana, algo que acab¨® costando a los contribuyentes norteamericanos casi ciento treinta millones de d¨®lares. All¨ª recib¨ªa a otros elegidos, procedentes de las clases m¨¢s acaudaladas. Era la primera vez en la historia de EEUU que ten¨ªa lugar esa mercantilizaci¨®n de la presidencia: era una novedad la obligaci¨®n de formar parte de un club y pagar para poder pasar un tiempo en compa?¨ªa del presidente.
Junto a Mar-a-Lago est¨¢ el Xanad¨² de Ciudadano Kane, que por supuesto ser¨ªa un boys club, o ¡°todas las fincas de Michael Jackson (Neverland) tras cuyas verjas hoy sabemos lo que ocurr¨ªa, de George Lucas (Skywalker Ranch), de Tom Cruise (Telluride), de Bill Gates, (Xanad¨² 2.0). Esos lugares desde los que hombres poderosos blancos (o con ganas de serlo), ¨¢vidos de dinero, o de gloria, ¡°movidos por una ambici¨®n sin limites que fabrican a los EEUU y al mundo en general¡±.? Hay una escena interesante en la serie norteamericana Billions, cuyo protagonista, que tambi¨¦n tiene ese deseo masculino de tener una residencia impresionante, se ha comprado un palacete en East Hampton. All¨ª se acomoda en su sala privada de cine a ver Ciudadano Kane.?
El recinto del boys club es un lugar concreto, y un lugar en may¨²sculas, que abarca todos los grandes lugares que albergan nuestras instituciones, gobiernos y estados y que en su mayor¨ªa est¨¢n dise?adas y fabricados por hombres. ¡°En esos espacios p¨²blicos se les recuerda a ellas que son presas potenciales: comentarios soeces y alusiones sexuales, sonrisas y miradas desafiantes, silbidos, actos que en definitiva se pueden calificar de micro agresiones en plena calle¡±, explica la autora
Uno de los principios fundamentales del dise?o arquitect¨®nico y del urbanismo estadounidense del siglo XIX y que ser¨ªa denunciado por Dolores Hayden en 1980, dec¨ªa que el lugar de una mujer est¨¢ en la casa. Se explica as¨ª buena parte de las ciudades que tenemos, de los espacios p¨²blicos. ¡°?Qu¨¦ aspecto tendr¨ªa una ciudad no sexista?¡±, se pregunta Hayden. ¡°Tendr¨ªa espacios comunes y de cooperaci¨®n (bloques de viviendas levantadas alrededor de patios comunitarios o barrios en los que sea posible compartir coche) calles y parques seguros, es decir, accesibles y bien iluminados, redes de transporte publico (metro, autob¨²s, bici) con horarios organizados y dise?ados pensando en las vidas de las mujeres que suelen desplazarse m¨¢s veces a lo largo del d¨ªa, todav¨ªa son ellas que habitualmente se encargan de las tareas dom¨¦sticas y de los cuidados¡±. Aludiendo a Una habitaci¨®n propia de Virginia Woolf, las pensadoras que nos acerca el libro Delvaux van m¨¢s all¨¢ y piden que la palabra room haga alusi¨®n a la ubicuidad del lugar. Cargan adem¨¢s contra la abrumadora toponimia masculina, contra la tendencia a destacar las proezas de los hombres bautizando arterias, estaciones de metro, aeropuertos como una ¡°manera de imprimir la marca masculina en un territorio y de grabar en el una ¨²nica memoria¡±. Un gesto que forma parte de la mentrification.? En Par¨ªs, 123 avenidas de las 130 existentes llevan nombres masculinos. De los seis mil nombres de v¨ªas de Montreal un 6% son femeninos. En Francia tan solo el 4% de las calles llevan nombres femeninos. Y as¨ª mil ejemplos m¨¢s, que siguen la l¨®gica del boys club. ¡°Y en referencia a las instalaciones deportivas, buscad en una ciudad una instalaci¨®n espec¨ªfica en la que 60.000 mujeres se dediquen a su actividad favorita de ocio¡±, se?ala.
Entonces qu¨¦ podemos hacer
Las reglas del juego han cambiado. Ahora estamos aqu¨ª escribiendo, como Delvaux, gritando cuando hay que gritar, saliendo a la calle (bendito #MeToo), col¨¢ndonos en sus aposentos para ponerlos en evidencia, como todas las mujeres que, asumiendo el escarnio, el acoso al que iban a estar sometidas, denunciaron sus comportamientos intolerables. ¡°Quiz¨¢ de lo que se trata es de hacerles la vida un poco m¨¢s dif¨ªcil, de ¡®ponerles palos a las ruedas¡¯. El boys club es t¨®xico y lo contamina todo. Escribir sobre ellos es mi forma de resistir y de expresar mi negativa, me niego a someterme a esa organizaci¨®n del mundo¡±, concluye Delvaux. Su artiller¨ªa, como la de todas, est¨¢ compuesta por palabras que analizan: el feminismo, hay que recordarlo siempre, jam¨¢s ha matado a nadie. El boys club es un dispositivo, advierte Delvaux, as¨ª que hay que profanarlo. Y para hacerlo hay que buscar a los que no son como ellos, contar los v¨ªnculos que existen entre ese dispositivo? y el capitalismo, ¡°pensar en el futuro de este planeta en vista de las relaciones entre ellos poder, dinero y medio ambiente¡±. Ante lo cual, la pregunta que lanza la autora es ¡°?qu¨¦ nos espera si una ¨ªnfima parte de la poblaci¨®n contin¨²a acumulando privilegios y la brecha entre riqueza y pobreza, entre boys club dominantes y grupos dominados crece cada vez m¨¢s? ?cu¨¢l es nuestro horizonte?. Quiero pensar que en vez de imitar a una figura que nos ha hecho da?o desde siempre, seremos capaces de seguir inventando el lugar de los cuerpos. He escrito este libro con la felicidad que aporta reunir las palabras y las ideas pero tambi¨¦n a rega?adientes. Apartando el fantasma del miedo¡±.
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