Refugio de Joan Didion y fantas¨ªa de Salinger: la historia del Barbizon, el hotel femenino que liber¨® a las mujeres
Se acaba de publicar la m¨¢s completa historia del hotel Barbizon, la residencia femenina neoyorquina que liber¨® a las mujeres durante generaciones.
?Si vienes a la ciudad de Nueva York para trabajar o estudiar, qu¨¦date en el hotel adecuado para ti. Conocer¨¢s a la gente m¨¢s amable, j¨®venes mujeres trabajadoras y, seguramente, tus compa?eras de clase?, rezaba un anuncio publicado en el n¨²mero de marzo de 1952 de la revista Mademoiselle que tambi¨¦n enumeraba los infinitos atractivos de un alojamiento (piscina, solarium, salas de m¨²sica¡) que, desde su construcci¨®n en 1927 hasta su conversi¨®n en un edificio de apartamentos de lujo en 2007, ayud¨® a liberar a las mujeres de Nueva York y, por a?adidura, del mundo. En la ciudad en la que nacen las tendencias, abri¨® oficialmente sus puertas en 1928 el?Hotel Barbizon, una residencia exclusivamente femenina que, durante d¨¦cadas, sirvi¨® de refugio a algunas de las mujeres m¨¢s fascinantes de la ciudad y, por extensi¨®n, del planeta. Liza Minelly, Grace Kelly o Joan Didion fueron algunas de las j¨®venes que lo eligieron como base de operaciones al inicio de sus carreras. Otras, como Margaret Brown, la insumergible superviviente del Titanic, recalaron aqu¨ª en su madurez. Pero fue otra ilustre hu¨¦sped la que llev¨® a la historiadora Paulina Bren a escribir El hotel Barbizon, la m¨¢s exhaustiva cr¨®nica de este legendario faro de la sororidad que, en Espa?a, acaba de publicar la editorial Paid¨®s.
?Cuando le¨ª la novela de Sylvia Plath, La campana de cristal, que es un relato no tan ficticio de su paso por Nueva York en 1953, me llam¨® la atenci¨®n la escena en la que la protagonista arroja todo su guardarropa desde la azotea del hotel Barbizon. A medida que profundizaba en la investigaci¨®n, me di cuenta de lo que este momento, que sucedi¨® en la vida real, simbolizaba para Plath. En cartas a su madre antes de su llegada a Nueva York ese verano, Plath escribe extensamente sobre el armario que est¨¢ reuniendo, enumerando y justificando los precios, para lo que imagina que ser¨¢ su gran entrada en la sociedad literaria de la ciudad. Pero, en cambio, el verano se convirti¨® en una ¨¦poca de trabajo pesado y dolorosas dudas que pronto se convirtieron en algo mucho m¨¢s serio, en un colapso mental. Ese guardarropa albergaba una promesa que nunca se materializ¨®?, explica Bren para S Moda.
Ubicado en la esquina de la avenida Lexington con la calle 63 y en un estilo que las revistas de arquitectura definieron como ?g¨®tico romanesco?, sus cuatro torres y los arcos de las ventanas del vest¨ªbulo pretend¨ªan contrastar c¨¢lidamente con el ¡®efecto mecanicista¡¯ de los rascacielos que se erig¨ªan a su alrededor. Con 23 plantas y 720 habitaciones, era el hogar provisional de las debutantes que, desde todo el pa¨ªs, trataban de escapar de sus destinos rurales. Bren reconoce que siempre hubo cierto tufillo elitista en los requisitos del Barbizon: las solicitantes (que eran juzgadas por su aspecto y modales y deb¨ªan presentar tres cartas de recomendaci¨®n con al menos un a?o de antelaci¨®n) eran por lo general mujeres blancas y de clase media alta. ?Aunque no era barato?, reflexiona para S Moda, ?y a pesar de su pretensi¨®n de atender a la clase alta, dentro de sus muros las residentes eran incre¨ªblemente diversas socioecon¨®micamente?.
Mientras otras residencias femeninas de la ¨¦poca sucumbieron, el hotel acert¨® con su f¨®rmula que inclu¨ªa, por un lado, la prohibici¨®n del acceso a los hombres m¨¢s all¨¢ de la primera planta y, por otro, una orientaci¨®n muy profesional de las chicas Barbizon, en su mayor¨ªa artistas (pintoras, m¨²sicas y actrices) y secretarias en formaci¨®n en la prestigiosa academia Gibbs, que ocupaba varias plantas del hotel en los a?os 30 y ense?aba a sus alumnas normas b¨¢sicas de protocolo y moda, aparte de mecanograf¨ªa. Las chicas Gibbs fueron un fen¨®meno que remplaz¨® en los a?os 30 a las flappers y a las chicas Gibson. Pronto, varias agencias de modelos reservaron habitaciones para sus representadas y al hotel Barbizon se le empez¨® a conocer como la ?casa de mu?ecas?, un poderoso reclamo en el imaginario americano masculino que perdur¨® hasta los 60: el propio Don Draper fantasear¨¢ con sus hu¨¦spedes en un episodio de Mad Men. En la vida real, el mism¨ªsimo J. D. Salinger, autor de El guardi¨¢n entre el centeno, sol¨ªa hacer guardia en los alrededores para acechar a las inquilinas. El Barbizon era, seg¨²n Bren, ?la mayor concentraci¨®n de bellezas al este de Hollywood?.
A pesar de la severidad de sus normas en cuanto a visitas y horarios, el Barbizon y sus sencillas habitaciones fue un sin¨®nimo de libertad para varias generaciones de mujeres entre los a?os 20 y los 70, en los que empez¨® su decadencia. ?Fue liberador precisamente por la ¨¦poca y el lugar: en ese contexto, un espacio solo para mujeres significaba respetabilidad, que a su vez significaba independencia. Muchos padres no permitir¨ªan que sus hijas vinieran a Nueva York sin un acompa?ante a menos que vivieran en el hotel Barbizon; ese fue ciertamente el caso de los padres de Grace Kelly. A finales de los a?os 40, logr¨® convencerlos de que, en lugar de ir a la universidad, asistir¨ªa a la Escuela de Arte Dram¨¢tico de Nueva York, prometi¨¦ndoles quedarse en el Barbizon?. Tiempo despu¨¦s, Judy Garland permiti¨® a su hija, Liza Minnelli, alojarse en el Barbizon, pero volvi¨® loco al personal del hotel llamando cada tres horas para ver c¨®mo estaba, y si no estaba en su habitaci¨®n, les ordenaba ir a buscarla.
?Para algunas mujeres fue la mejor experiencia de sus vidas, y la recordar¨ªan como tal; otras hu¨¦spedes se negaban a hablar del Barbizon?, nos cuenta la autora sobre la dificultad de recabar testimonios para su libro. ?Ha resultado muy dif¨ªcil porque, durante gran parte del siglo XX, las mujeres ten¨ªan ¡®fechas de caducidad¡¯ muy tempranas, lo que significa que ten¨ªan que estar casadas ??en un momento determinado, preferiblemente a mediados de 20 a?os, y si no lo hac¨ªan, se las consideraban fracasos. En ese ambiente, era dif¨ªcil no sentirse?competitivas. Lo que estaba pasando dentro del hotel era un reflejo de lo que suced¨ªa en el exterior?, asegura.
La historia del Barbizon es la historia de la ciudad de Nueva York. Y el libro de Bren contiene ambas: desde los locos a?os 20 (en los que las hu¨¦spedes se escapaban para trasnochar en los speak easy de la Ley Seca) hasta la complicada situaci¨®n de finales de los 70, con una ciudad en sus horas m¨¢s bajas y unas inquilinas inmovilistas (a las veteranas del hotel se les conoc¨ªa como ?las mujeres?) que, amparadas por las famosas leyes de protecci¨®n a las rentas controladas (un fen¨®meno legal que, durante d¨¦cadas, permiti¨® a algunos arrendatarios pagar alquileres anacr¨®nicos en el centro de Manhattan), imped¨ªan las reformas necesarias de un edificio que acusaba penosamente el paso del tiempo.
En las ¨²ltimas d¨¦cadas, la cadena holandesa KLM Tulip y m¨¢s tarde el hotelero Ian Schrager intentaron reflotar el Barbizon en forma de hotel contempor¨¢neo, sin ¨¦xito. En 2007 se dividi¨® en apartamentos de lujo, con propietarios y/o inquilinos tan ilustres como Salma Hayek, Rick Gervais y el joyero italiano Nicola Bulgari. Pero siempre han quedado cub¨ªculos reservados a ?las mujeres? (de hecho, a¨²n viven en sus cubiculos siete de ellas). ?Creo que el tiempo del Barbizon ha pasado, pero lo que no ha pasado es el deseo de las mujeres j¨®venes de venir a Nueva York a tratar de hacer algo por s¨ª mismas, para actuar de acuerdo con su ambici¨®n?, se despide Bren.
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