Yo no quiero conciliar
Todo en nuestro mundo social parece poner trabas a esa maternidad que se ensalza solo de boquilla: precariedad laboral y vital, sueldos de miseria, viviendas caras y canijas o ausencia casi total de pol¨ªticas familiares.
Con la vida da?ada que llevamos, no es de extra?ar que casi todo se convierta en motivo de tirarnos los trastos a la cabeza. Son muchos a?os de s¨¢lvese quien pueda, especialmente en el entorno laboral. Por eso no es raro que cuando una empresa ofrece a sus empleados con hijos peque?os alguna medida especial de conciliaci¨®n, empiecen las protestas de los que no tienen hijos: ¡°pues yo no entiendo porqu¨¦ siempre tiene que elegir las vacaciones antes fulanita solo porque tenga tres churumbeles¡¡±. El otro d¨ªa, Andrea Levy, delegada de cultura del Ayuntamiento de Madrid, le recrimin¨® a la concejala del PSOE Mar Espinar su alejamiento del sector cultural, a lo que Espinar contest¨® que ella era madre trabajadora y no pod¨ªa acudir a tantos eventos como le gustar¨ªa. Levy supo aprovechar el hartazgo de esa ideolog¨ªa patriarcal y casposa que nos juzga cuando preferimos no ser madres y nos se?ala la maternidad como destino y horizonte ¨²nico de realizaci¨®n: ¡°Algunas no somos madres, pero tambi¨¦n conciliamos, con nuestros mayores, con nuestros padres y con nuestra vida personal¡±.
No obstante, lo cierto es que todo en nuestro mundo social parece poner trabas a esa maternidad que se ensalza solo de boquilla: precariedad laboral y vital, sueldos de miseria, viviendas caras y canijas, ausencia casi total de pol¨ªticas familiares y de conciliaci¨®n, ayudas econ¨®micas escasas y siempre supeditadas al empleo¡ A todo esto se suma el ¨¦xito de un universo ideol¨®gico asociado a un estilo de vida juvenil, desenfadado y bastante snob en el que la maternidad aparece como un aut¨¦ntico co?azo. Y de hecho, en Espa?a la natalidad lleva a?os y m¨¢s a?os en claro declive.
Por supuesto, en un mundo superpoblado y al borde del colapso ecol¨®gico que nazcan menos ni?os no tendr¨ªa porqu¨¦ tener nada de malo (salvo para aquellos a quienes fastidia que la tasa de reposici¨®n en Occidente se cubra con gente con la piel cada vez m¨¢s oscura). Si no fuera, claro est¨¢, por las tristes cifras de deseo de maternidad y paternidad no satisfecho: seg¨²n el INE, tres de cada cuatro mujeres querr¨ªan tener 2 o m¨¢s hijos, pero la tasa de fecundidad es solo de 1,3 hijos por mujer; y las que no desean tener ning¨²n hijo son solo el 12% (una cifra que baja al 9% cuando se mira el grupo de edad de 30 a 40 a?os), pero se calcula que entre un 20 y un 25% de las mujeres nacidas en los setenta no habr¨¢ tenido ning¨²n hijo cuando finalice su edad f¨¦rtil. Las cifras para los hombres son parecidas. Y no, ning¨²n ecologista aguafiestas me va a convencer de que el deseo de maternidad o paternidad es solo un s¨ªntoma m¨¢s de esa glotoner¨ªa consumista en la que vivimos inmersos, un capricho ego¨ªsta ciego a la realidad del colapso que m¨¢s nos valdr¨ªa reprimir.
En este contexto, la respuesta de Mar Espinar ¡°?es que yo soy madre trabajadora!¡± se entiende perfectamente. El enrocamiento de las madres y padres que tenemos cr¨ªos que cuidar, nuestro ag¨®nico grito de ¡°?eh!, que merecemos no solo un respeto sino, sobre todo, alg¨²n tipo de pol¨ªtica de reequilibrio o compensaci¨®n de sacrificios¡±, es perfectamente comprensible. Como es comprensible que nos apetezca abofetear a quienes, sin tener dependientes a su cargo, se niegan a dar un paso atr¨¢s y compiten peleones por las migajas de tiempo libre que nos deja el empleo afirmando que ellos tambi¨¦n tienen derecho a conciliar.
Pero en la contrarr¨¦plica de Levy caber vislumbrar una idea importante. Porque lo cierto es que conciliar deber¨ªa significar algo mucho m¨¢s profundo que lo que generalmente engloban las pol¨ªticas agrupadas bajo ese t¨¦rmino. Para empezar, porque cuando hablamos de conciliaci¨®n tendemos a centrarnos en los menores y pasamos casi de puntillas por el gran mel¨®n de los cuidados, que es la necesidad de ofrecer a mayores y dependientes una atenci¨®n de calidad. ?Pero tambi¨¦n porque incluso los singles irredentos deber¨ªan tener tiempo para participar en la vida c¨ªvica o desarrollar cualquier afici¨®n. Desde luego, mientras sigamos entendiendo la conciliaci¨®n como esos parches que se ponen para que mamis y papis podamos llegar a tiempo al trabajo despu¨¦s de dejar a nuestros cr¨ªos en servicios de horario extendido de colegios y en campamentos urbanos, no arreglaremos nada.
Toda legislaci¨®n en materia social y laboral se construye tomando como modelo un tipo determinado de ciudadano u hogar, un modelo que se fomenta al tiempo que perjudica casi siempre a quienes no se amoldan a ese formato. Hace ya muchos a?os que caduc¨® el modelo de hogar en torno al cual se articulan nuestras leyes. Para que la conciliaci¨®n de quienes tenemos peque?os o mayores a nuestro cargo funcione, lo que necesitamos es que toda la legislaci¨®n laboral, las transferencias y las pol¨ªticas sociales se organicen, por ejemplo, tomando como modelo la figura de una madre sola (un tipo de hogar, por cierto, que ha dejado hace mucho de ser excepcional y constituye ya un 10% del total seg¨²n cifras de 2018 y creciendo). Actualmente el estatuto de los trabajadores permite reducir jornada o disfrutar de una excedencia por cuidado de menores, mayores y dependientes, pero esas medias no se acompa?an del m¨¢s m¨ªnimo apoyo econ¨®mico y quedan, pues, como ventajas exclusivas para los las familias con m¨¢s ingresos. Los permisos de maternidad y paternidad pagados al 100% benefician a las familias biparentales con empleo formal, mientras que cada a?o casi un tercio de beb¨¦s nacen sin que sus madres est¨¦n amparadas por ning¨²n permiso porque no est¨¢n en el empleo o no han cotizado lo suficiente. Y son much¨ªsimas las madres (y cada vez m¨¢s padres) cuyas carreras laborales se frustran porque hay un mont¨®n de empresarios que se empe?an en que la gente se quede trabajando hasta las 21:00.
La jornada laboral de 40 horas tiene ya m¨¢s de cien a?os. Casi los mismos que han pasado desde la prohibici¨®n del trabajo infantil. Y lo peor es que las 40 horas son una aspiraci¨®n para un mont¨®n de empleados a tiempo parcial que no llegan a fin de mes y para otro mont¨®n de trabajadores cuyas horas extra (muchas veces no pagadas) suman semanas laborales a¨²n m¨¢s largas (en Espa?a aproximadamente la mitad de los empleados trabajan m¨¢s de 40 horas y son casi un 10% los que 49 horas o m¨¢s). Visto lo visto, yo no quiero conciliar: lo que quiero, para todas y todos, es una semana laboral de unas 28 horas con salarios decentes, ayudas econ¨®micas suficientes desligadas del empleo y servicios p¨²blicos de calidad.
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