Mismos filtros, misma ropa y misma perfecci¨®n ficticia: c¨®mo Instagram mat¨® a la ¡®it girl¡¯
Ese halo inexplicable que convert¨ªa a una chica cualquiera en una ¡®chica it¡¯ ha sido borrado por los mismos filtros que eliminan las imperfecciones del rostro.
La it girl ha muerto. Uno de los anglicismos m¨¢s repetidos en las revistas de moda a principios de siglo ha quedado totalmente aniquilado por la cultura digital y sustituido por otros t¨¦rminos importados. Etiquetas como influencer o instagramer le han ganado la partida y, aunque a veces se usen como sin¨®nimos, poco tienen que ver con lo que antes englobaba el concepto. Ese halo inexplicable que convert¨ªa a una chica cualquiera en una ¡®chica it¡¯ ha sido borrado por los mismos filtros de Instagram que eliminan las imperfecciones del rostro unificando pieles e identidades.
En un art¨ªculo de la revista Dazed que analiza esta extinci¨®n de la it girl tras la aparici¨®n y el uso masivo de las redes sociales, el periodista Ethan Price arroja luz sobre el asunto: ?Si bien la it girl no ten¨ªa la intenci¨®n de convertirse en tal cosa y fueron los dem¨¢s quienes le dieron el t¨ªtulo, la influencer se esfuerza en serlo con la ambici¨®n de obtener los beneficios sociales y econ¨®micos de ese estatus y hace todo lo necesario para lograrlo, a menudo simplemente copiando lo que les ha funcionado a otras reinas de Instagram?. Basta el siguiente ejemplo para entender la diferencia: mientras que a Jane Birkin, actriz e icono de estilo, se le ocurri¨® utilizar la cl¨¢sica cesta de mimbre de la compra a modo de bolso durante los 70, ahora las egoblogueras de moda recuperan la ocurrencia uniformando no solo sus estilismos, sino tambi¨¦n el muro de aquellos que las siguen en Instagram. ?Copiar a otros para lograr el mismo ¨¦xito que ellos es poco cool por definici¨®n. Ahora, todo el mundo puede parecer una it girl, pero en realidad nadie lo es?, escribe Price.
El abismo que separa ambas etiquetas va m¨¢s all¨¢ de la propia moda. Las genuinas it girls no solo generaban fascinaci¨®n por lo que llevaban puesto, sino por protagonizar experiencias trepidantes ¨Cbuenas y malas, pero trepidantes¨C con las que sus admiradores solo pod¨ªan so?ar. Sus vidas distaban mucho de la falsa perfecci¨®n que cotiza al alza en Instagram, pero por eso mismo resultaban emocionantes, aut¨¦nticas y capaces de despertar tanta intriga como envidia. Anita Pallenberg, por ejemplo, considerada icono de estilo de una ¨¦poca, no solo serv¨ªa de inspiraci¨®n para combinar vestidos boho, abrigos de pelo y minivestido con botas y cintur¨®n, sino que generaba aut¨¦ntica fascinaci¨®n por su relaci¨®n con los Rolling Stones, el sexo, las drogas y el rock and roll. Una imagen en las ant¨ªpodas de la ordenada vida de la influencer, que vive en un perfecto apartamento de alg¨²n barrio gentrificado, cuida su alimentaci¨®n hasta la extenuaci¨®n y jam¨¢s se acostar¨ªa borracha a las siete de la ma?ana, hora a la que se levanta religiosamente para cumplir su rutina de ejercicio. Claro que las cosas han cambiado mucho y que quiz¨¢ ahora el propio Instagram censurar¨ªa las juergas de Pallenberg (quiz¨¢ ni siquiera las podr¨ªa disfrutar, ensimismada por retransmitirlas en Stories), pero es innegable que producir¨ªan m¨¢s curiosidad que la receta de la perfecta tostada con aguacate.
El papel que ambas figuras ejercen en su relaci¨®n con los medios es tambi¨¦n diferenciador. Mientras que Paris Hilton, Chlo? Sevigny o Nicole Richie eran perseguidas en los 2000 por los paparrazzi, en el caso de las instagramers son ellas mismas las que narran sus rutinas a tiempo real y con una precisi¨®n descriptiva que ni Azor¨ªn. No es necesario pillarlas en las calles de Nueva York o Par¨ªs porque ellas mismas cuelgan el selfie o el #ootd (outfit of the day o look del d¨ªa) de turno con geolocalizaci¨®n incluida. Eso las hace m¨¢s cercanas a sus seguidores, pero no es cierto que las haga m¨¢s humanas. ?C¨®mo podr¨ªan parecerlo con el filtro de orejas de gato puesto?
Como la periodista Jia Torentino escribe en The New Yorker, los filtros han contribuido a crear una sola cara, ?un tipo de rostro cyborgiano que comparte rasgos comunes: juventud, piel sin poros, p¨®mulos altos y marcados, ojos de gato con pesta?as largas y caricaturescas, nariz peque?a y labios carnosos y exuberantes?. Ni siquiera es ya necesario el Photoshop con el que tradicionalmente se han retocado las fotos de las celebridades, ahora un efecto digital es capaz de lograr en segundos un f¨ªsico que responde a los nuevos c¨¢nones de belleza surgidos en Internet y que termina por uniformar a quienes los usan. Se complica por tanto tener ese factor ¡®it¡¯ que dir¨ªan los anglosajones o ese je ne sais quoi tan popular entre los franceses cuando lo diferente y genuino se atenua hasta desaparecer. Porque, parad¨®jicamente, en un momento en el que la diversidad se reivindica m¨¢s que nunca, se sigue apelando a la homogeneidad impostada.
En este nuevo escenario tambi¨¦n existen figuras a medio camino entre ambas realidades, mujeres que hace unos a?os fueron tildadas de it girls y que ahora se van reinventando como influencers ¨Centre otros papeles, claro¨C mediante el uso de Instagram. Alexa Chung o Olivia Palermo podr¨ªan servir de ejemplos, aunque ninguna hace un uso de las redes sociales tan milim¨¦trico y estereotipado como las nativas digitales. Igual que ellas, eso s¨ª, ya no acuden a las semanas de la moda con estilismos propios sino vestidas de arriba abajo por la marca anfitriona. As¨ª la firma se asegura una buena visibilidad de sus prendas en redes sociales. Solo una prueba m¨¢s de c¨®mo Instagram mat¨® para siempre a la it girl.
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