Josephine Baker: la mujer que bailaba con una minifalda de pl¨¢tanos, se enfrent¨® a Poiret y fue favorita de la moda francesa
¡°La mujer m¨¢s sensacional que nadie haya visto¡±, en palabras de Hemingway, se convertir¨¢ en la primera mujer negra en entrar en el Pante¨®n de Par¨ªs. Artista y activista, mantuvo una estrecha relaci¨®n con la moda y con muchos de sus protagonistas.
Cuando Rihanna subi¨® las escaleras del Alice Tully en 2014, cubierta ¡®solo¡¯ por los 200.000 cristales de un vestido transparente y una estola de pelo, el mundo se escandaliz¨® ante aquella desnudez inusitada. Pero aquel estilismo no era ninguna invenci¨®n revolucionaria de la de Barbados, sino una actualizaci¨®n de otro que llev¨® 90 a?os atr¨¢s la bailarina, actriz y cantante Josephine Baker. El progreso no es una l¨ªnea continua y ascendente, a veces es una cuerda enmara?ada y llena de giros en la que Baker probablemente se adelant¨® varias vueltas.
Resquebraj¨® barreras (de g¨¦nero, sociales o de raza) y se convirti¨® en una de las mujeres m¨¢s famosas de su tiempo. Fue esp¨ªa durante la II Guerra Mundial y pele¨® contra el racismo institucional en Estados Unidos. Jug¨® con las fantas¨ªas sexuales de su p¨²blico, mayoritariamente blanco, y utiliz¨® su cuerpo como arma arrojadiza. Se cas¨® en seis ocasiones y fue amante de varias mujeres (entre ellas la escritora Colette). Calder la model¨® en esculturas, Picasso se inspir¨® en ella, George Hoyningen-Huene la retrat¨® y Hemingway dijo que era ¡°la mujer m¨¢s sensacional que nadie haya visto¡±. E. E. Cummings la describi¨® como ¡°una criatura ni infrahumana ni sobrehumana, sino de alguna manera ambas¡±. Ahora se convertir¨¢ en la primera mujer negra en el Pante¨®n de Par¨ªs, con una placa y un homenaje.
Desde peque?a entendi¨® el poder de la imagen y el papel de la moda a la hora de construir identidades. Fue musa (y rival en el juzgado) de Paul Poiret, amiga de Christian Dior y embajadora de la costura francesa en sus peores momentos. Quiz¨¢ por todo ello Rihanna, pero tambi¨¦n Beyonc¨¦, o firmas como Prada, Marc Jacobs y Givenchy han recurrido c¨¦lebremente a la sombra alargada de la cabaretera.
Nada hac¨ªa presagiar ese legado. La estrella naci¨® en una familia pobre de Misuri en 1906, empez¨® a trabajar a los ocho a?os y, como escribe su hijo Jean-Claude en Josephine: The Hungry Heart, a los 13 ya se hab¨ªa casado. ¡°Con un trabajador del acero. Era muy mayor para ella, ten¨ªa 25 o 30 a?os¡±. Pero solo dos a?os despu¨¦s hab¨ªa abandonado marido y familia para introducirse en el mundo del espect¨¢culo.
La moda estuvo ah¨ª desde el principio. Lleg¨® a los teatros por los camerinos: empez¨® a trabajar como vestidora para la banda The Dixie Steppers y pronto pas¨® a ser corista. ¡°De gira por Am¨¦rica¡±, revelaba su hijo en una entrevista con The Huffington Post en 2010, ¡°mientras las otras chicas hablaban tontamente sobre novios o lo que fuera, Josephine le¨ªa Vogue y todas esas revistas blancas y con un l¨¢piz correg¨ªa los dise?os¡±.
Su ascenso a partir de ah¨ª fue mete¨®rico. Con 16 se estren¨® en uno de los primeros musicales negros de Broadway y tras un par de a?os de gloria en la ciudad de los rascacielos acept¨® un papel en La Revue N¨¨gre, un espect¨¢culo teatral que se present¨® en Par¨ªs. A partir de ese momento su ¨¦xito fue imparable y a los pocos meses ya aparec¨ªa en las p¨¢ginas de ese Vogue que le¨ªa de peque?a: ¡°Es la m¨¢s asombrosa de las bailarinas mulatas, con sus collares, brazaletes y taparrabos de plumas con volantes¡±, dec¨ªa de ella la publicaci¨®n.
Desembarc¨® en la ciudad de la luz con un estilismo que llamaba la atenci¨®n. Y no para bien. As¨ª se lo cont¨® a su bi¨®grafo, Marcel Sauvage: ¡°Mi atuendo hizo re¨ªr a todos. Ahora te contar¨¦ por qu¨¦ se re¨ªan y por qu¨¦ me r¨ªo yo tambi¨¦n m¨¢s que nadie. Llevaba un vestido a cuadros con bolsillos sujetos por tirantes a cuadros, sobre una camisa de cuadros. Llevaba un sombrero con plumas en lo alto de la cabeza, una c¨¢mara en la cadera izquierda y unos prism¨¢ticos grandes en la cadera derecha¡±. Los cuadros no le duraron mucho, pronto alg¨²n amigo la llev¨® a una de las maisons de moda del momento, a Paul Poiret. La experiencia la recordar¨ªa siempre: ¡°R¨¢pidamente fui desprendida de mi ropa por dos j¨®venes mujeres que instintivamente cumpl¨ªan los deseos de su jefe. All¨ª estaba yo, desnuda otra vez. Al menos me estaba acostumbrando a ello. Apareci¨® una tercera dependienta, como un rayo, con una pieza del material plateado m¨¢s hermoso. Parec¨ªa un r¨ªo fluyendo. Monsieur Poiret derram¨® ese torrente reluciente sobre m¨ª, me envolvi¨® en ¨¦l, cubri¨® mi cuerpo con ello, lo apret¨®, me orden¨® que caminara y luego lo afloj¨® alrededor de mis piernas. Me sent¨ª como una diosa emergiendo de la espuma¡±.
Si en Estados Unidos la xenofobia no le hab¨ªa permitido escalar hasta la primera fila, en la capital gala fue precisamente el color de su piel lo que cautiv¨® al p¨²blico. No porque no hubiera racismo en Francia, claro, sino porque las altas esferas de la cultura del pa¨ªs durante los felices a?os veinte estaban completamente rendidas al embrujo y al exotismo de todo lo que no fuera europeo y blanco.
Josephine Baker fue apodada como la Venus de ?bano, la Perla Negra o la Sirena del Tr¨®pico mientras se encarg¨® de popularizar el charlest¨®n en el viejo continente y el corte a lo gar?on. Ya ganaba 1.000 d¨®lares al mes (unos 12.000 euros actuales) cuando en 1926, en el Folies Berg¨¨re, se coloc¨® el que probablemente fuera su estilismo m¨¢s legendario: la minifalda de pl¨¢tanos. Seg¨²n su hijo, ¡°Jean Cocteau afirm¨® que su amante fue el que hizo el disfraz, pero en realidad lo hizo el amante de Paul Poiret. Su nombre era Christian¡±. Fuera quien fuera el inventor, aquel tut¨² fetichista estaba hecho con 16 bananas de goma, colgadas de un cintur¨®n, que se contoneaban al ritmo vertiginoso de sus caderas. En la parte de arriba Baker se cubr¨ªa con joyas y perlas. Porque sus atuendos sobre el escenario la posicionaban casi como un juguete sexual importado de las colonias, pero uno que llevaba encima muchos m¨¢s quilates que las mujeres del p¨²blico. Todo estaba perfectamente medido y estudiado por la propia bailarina, siempre consciente de lo que quer¨ªa proyectar.
Controlaba puntillosamente su imagen: los trajes de sus actuaciones (para su gira de 1927 viaj¨® con 15 ba¨²les con 137 vestidos y 196 pares de zapatos) o los carteles promocionales (muchos dise?ados junto al ilustrador Paul Colin). Pero tambi¨¦n vigilaba y calculaba c¨®mo era percibida al bajarse del escenario. Lo hizo estudiando franc¨¦s y dando clases de etiqueta pero, sobre todo, a trav¨¦s de la moda. Los modistos de la ¨¦poca se peleaban por ella y los c¨ªrculos m¨¢s elitistas de Par¨ªs le abrieron los brazos.
Como cualquier celebrity contempor¨¢nea, la estrella se convirti¨® en icono de estilo y en espejo en el que se reflejaban muchas mujeres que quer¨ªan imitar su elegancia. Mujeres blancas y mujeres negras. En 2021, con lo que ha costado que el marketing comprenda que la diversidad no va en contra de las ventas, sorprende ver c¨®mo hace un siglo ya sab¨ªan que el color de la piel no era una barrera para colocar productos. Josephine se hizo de oro vendiendo una crema que bautiz¨® como Bakerskin (algo as¨ª como ¡®piel Baker¡¯) que funcionaba como un pionero autobronceador y un fijador para el pelo al que llam¨® Bakerfix, con el que promet¨ªa el brillo de sus ondas al agua.
Su influencia tambi¨¦n vend¨ªa vestidos. Seg¨²n cuenta Bennetta Jules-Rosette en su biograf¨ªa de 2007, en los a?os veinte y treinta le regalaban trajes para hacerse publicidad dise?adores como Madame Vionnet, Edward Molyneux, Jean Patou y, por supuesto, Poiret. Una divertida an¨¦cdota que recoge Jean-Claude Baker, seg¨²n le cont¨® un amiga de la diva, da idea del nivel: ¡°Ten¨ªa un apartamento en la esquina del club y un d¨ªa fui y vi que ten¨ªa montones de ropa apilados en el suelo. Le dije, ¡®Josephine, ?por qu¨¦ no cuelgas todo esto en perchas?¡¯, ¡®Oh, no te preocupes, porque ma?ana se lo llevar¨¢n y traer¨¢n otra pila¡±.
Seg¨²n los libros de cuentas de Poiret, solo en el a?o 1926 Baker recibi¨® vestidos y pieles de la maison por valor de 285.000 francos de la ¨¦poca (que en euros actuales ser¨ªan algo m¨¢s de 600.000). El couturier estuvo encantado con la publicidad, pero a finales de los a?os veinte no atravesaba su mejor momento y pronto vio que Baker estaba ganando mucho dinero. Le reclam¨® 5.000 francos y acabaron en los tribunales. En el juicio sali¨® a reducir que la bailarina s¨ª hab¨ªa pagado por parte de aquellas prendas y que no le deb¨ªa nada. No le pag¨® ni un c¨¦ntimo m¨¢s y se march¨® a Patou.
En Europa nadie resist¨ªa al hechizo de Josephine. No se resistieron los franceses, pero tampoco los alemanes durante la II Guerra Mundial. Aquello le sirvi¨® para relacionarse con altos mandos nazis durante la ocupaci¨®n de Par¨ªs, espiar informaci¨®n y traslad¨¢rsela a la resistencia francesa o para ayudar a familias jud¨ªas seg¨²n viajaba en sus giras, arriesgando bastante m¨¢s que una pila de vestidos. Por eso tras su muerte, en 1975, se convirti¨® en la primera mujer en ser enterrada con honores militares en Francia.
Tras la contienda no se desinflaron ni su idilio con la moda ni su apoyo al pa¨ªs que la acogi¨®. En la posguerra, mientras Francia intentaba reconstruirse, no dud¨® en convertirse en un importante sost¨¦n para la industria de la moda. ¡°No hab¨ªa dinero para promover la alta costura¡±, dice su hijo, ¡°Josephine era muy buena amiga de Christian Dior y Pierre Balmain, y a ellos les encantaba vestirla. Cuando Josephine volvi¨® a Estados Unidos en 1949 o 1950, visti¨® aquellos fabulosos dise?os sobre el escenario. Los americanos estaban absolutamente fascinados¡±. El qu¨¦ hizo con ese armario digno de un museo tambi¨¦n dice mucho de la personalidad de Baker: al final de sus d¨ªas, ¡°regal¨® todo a travestis¡±.
Una de sus ¨²ltimas apariciones p¨²blicas tuvo tambi¨¦n mucho que ver con la moda que tanto le sirvi¨® a lo largo de su carrera: estuvo presente en la Batalla de Versalles, en 1973. En el desfile que enfrent¨® a los dise?adores de su pa¨ªs natal y de su pa¨ªs de acogida tom¨® partido por los franceses e intervino con una actuaci¨®n. Enfundada en un mono de lentejuelas a los 67 a?os. As¨ª recordaba el momento en su autobiograf¨ªa una de las modelos del show, Pat Cleveland, resumiendo en pocas palabras el esp¨ªritu de la estrella: ¡°Era una figura casi m¨ªtica, m¨¢s grande que la vida¡±.
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