Por qu¨¦ las mujeres deber¨ªan viajar m¨¢s, por Gloria Steinem
Lee ¡®Las se?ales de la carretera¡¯, la introducci¨®n de ¡®Mi vida en la carretera¡¯, la autobiograf¨ªa de la c¨¦lebre activista que publica Alpha Decay.
(Esta es la introducci¨®n de ¡®Mi vida en la carretera¡¯, la autobiograf¨ªa de la activista, escritora y periodista que edita hoy Alpha Decay, m¨¢s informaci¨®n sobre el libro, aqu¨ª).
Cuando la gente me pregunta co?mo es que conservo la esperanza y la energi?a despue?s de tantos an?os, siempre respondo lo mismo: Porque viajo. Durante ma?s de cuarenta an?os, he pasado la mitad del tiempo en la carretera.
Nunca he intentado escribir sobre esta forma de vida, ni siquiera cuando informaba sobre la gente y las cosas que sucedi?an en otros lugares. No me pareci?a oportuno. Yo no me embarcaba en viajes por carretera al estilo Kerouac, ni me rebelaba contra el sedentarismo, ni siquiera viajaba por una causa. Al principio era una periodista a la caza de historias; ma?s tarde, trabaje? espora?dicamente en campan?as y movimientos poli?ticos y, las ma?s de las veces, fui activista itinerante del feminismo. Me converti? en una persona cuyos amigos y esperanzas estaban tan dispersos como su propia vida. Y me pareci?a natural que el factor comu?n de este estilo de vida fuese la carretera.
Cuando algu?n amigo o periodista vei?a como una desgracia pasar tanto tiempo fuera de casa, yo soli?a invitarlos a que me acompan?aran, con la esperanza de que se engancharan tanto como yo. Pero en todos estos an?os tan so?lo uno acepto? la in- vitacio?n, y durante tan solo tres di?as.
Con el paso de las de?cadas y la llegada de la palabra todavi?a a mi vida ¡ª??Ah, todavi?a viajas!?¡ª, cai? en la cuenta de que sobre lo que menos escribi?a era sobre lo que ma?s haci?a.
Por eso me sente? y empece? a tomar notas sobre infinidad de viajes del pasado y del presente, que me asombraban por lo que son, me produci?an rabia por lo que les falta y me haci?an sentir adiccio?n a lo que podri?an ser. Al hojear agendas y calendarios de trabajo viejos, cartas y diarios abandonados, de repente me embargo? el recuerdo de cuando mi padre repasaba sus ajados mapas de carreteras y libretas de direcciones pensando cua?nto dinero se gastari?a en gasolina para ir de un sitio a otro, do?nde habi?a aparcamientos de caravanas que alojasen a su mujer y sus dos hijas y que? comerciantes a pie de carretera podri?an comprarle las insignificantes antigu?edades que vendi?a y trocaba mientras recorri?amos el pai?s de punta a cabo. Fue tan intenso que hasta me parecio? oi?r nuestros cuchicheos conspiradores para no despertar a mi madre, que dormi?a en la caravana, nuestro hogar la mayor parte del an?o.
Hasta ese momento, yo teni?a la sensacio?n de haberme rebelado contra el modo de vida de mi padre. Habi?a fundado un hogar que adoro y en el que puedo refugiarme; e?l, en cambio, no queri?a ni oi?r hablar de hogares. Nunca he pedido prestado ni un centavo; e?l, en cambio, siempre debi?a dinero. Yo cojo aviones y trenes para embarcarme en aventuras colectivas; e?l, en cambio, podi?a pasarse una semana conduciendo solo, con tal de no subirse a un avio?n. Sin embargo, conforme a esa ma- nera que tenemos de rebelarnos so?lo para, al final, vernos sumidos en aquello que tan familiar nos resulta, me di cuenta de que habi?a un motivo por el que consideraba la carretera como mi hogar. Ahi? habi?a pasado mis primeros y evocadores diez an?os de vida. Y de tal palo, tal astilla.
Nunca imagine? que este libro empezari?a con la vida de mi padre. Hasta que me di cuenta de que asi? teni?a que ser.
Hubo ma?s descubrimientos. Por ejemplo, siempre considere? que mi vida no?mada era temporal, y daba por hecho que algu?n di?a madurari?a y echari?a rai?ces. Ahora me doy cuenta de que, para mi?, lo no?mada era permanente, y echar rai?ces era algo temporal. Viajar habi?a dado como resultado mi vida no no?mada, y no al reve?s.
Pienso en el acto de hablar en pu?blico: lo evite? durante toda la veintena y parte de la treintena. Consulte? mi fobia con una profesora de oratoria, que me explico? que resultaba especialmente complicado ensen?ar a hablar en pu?blico a bailarines y escritores, dado que tanto unos como otros habi?an escogido profesiones en las que no necesitaban hablar; yo fui ambas cosas.
Despue?s, entre finales de los sesenta y principios de los setenta, los editores para los que habi?a estado trabajando manifestaron un intere?s nulo por la explosio?n del feminismo que se produjo por todo el pai?s. Fue tal la rabia y la desesperacio?n que senti?, que me asocie? con una mujer mucho ma?s valiente que yo, con la que visite? campus universitarios y grupos comunitarios. Con el tiempo, y lejos de casa, descubri? algo que quiza? de otra manera nunca habri?a aprendido, a saber: ni en la pa?gina ni en la pantalla puede producirse la empati?a y mutua comprensio?n de un grupo que se reu?ne en una misma sala.
Y asi?, paulatinamente, me converti? en lo u?ltimo que se me habri?a pasado por la cabeza: conferenciante y espoleadora de grupos. Y esto me brindo? una recompensa au?n mayor: la de aprender a escuchar. Escuchando entendi? que habri?a lectores para una publicacio?n feminista de tirada nacional, dijeran lo que dijeran los expertos editoriales.
Hasta ese momento, yo habi?a sido una escritora freelance que no queri?a trabajar en una oficina ni asumir ma?s responsabilidades que la de pagar el alquiler. Pero, como consecuencia de lo aprendido en la carretera, invite? a varias escritoras y editoras a plantearse fundar una revista feminista dedicada, en palabras de la gran Florynce Kennedy, ?a preparar la revolucio?n, y no so?lo la cena?. Cuando esas mujeres estuvieron de acuerdo con que no existi?a do?nde publicar lo que para ellas revesti?a ma?s importancia, nacio? Ms.
A partir de ese momento me meti? en una oficina magne?tica llena de periodistas y editores. Ms. no so?lo me dio una razo?n ma?s para seguir en la carretera, sino una familia de mi eleccio?n a la que volver despue?s de cada viaje, con los bolsillos llenos de anotaciones sobre actividades nuevas.
Con todo, probablemente nunca hubiera tenido la iniciativa ni los medios para hacer ninguna de las cosas ma?s importantes de mi vida de no ser porque, simplemente, estuve Ahi? Fuera.
Lanzarme a la carretera ¡ªme refiero a dejarse llevar por la carretera¡ª cambio? a la persona que crei?a ser. La carretera es cao?tica, tan cao?tica como la vida real. Nos saca de la negacio?n y nos arroja a la realidad, nos saca de la teori?a y nos arroja a la pra?ctica, de la prudencia a la accio?n, de la estadi?stica a las historias; en definitiva, nos saca de nuestras mentes y nos arroja a nuestros corazones. Junto con los peligros reales y el buen sexo, la carretera es una de las cosas que te hacen estar cien por cien vivo en el presente.
Como es evidente, lo primero que me empuja a escribir este libro es querer compartir la etapa ma?s importante y larga de mi vida, que es sin embargo la menos visible. Es mi oportunidad de hacer algo ma?s que volver a casa y decirle a mis amigos: ?He conocido a una persona increi?ble que¡?, o ?Se me ha ocurrido una idea genial para¡?, o, muy especialmente, ?Tenemos que dejar ya de generalizar sobre el ¡°pueblo americano¡±?, como si fue?ramos una masa homoge?nea. Ahora tambie?n soy inmune a los poli?ticos que dicen: ?He viajado por todo lo largo y ancho de este gran pai?s, y se?¡?. Yo he viajado ma?s que todos ellos, y no se? nada.
Lo que nos cuentan sobre nuestro pai?s esta? excesivamente limitado por generalidades, frases trilladas, incluso por la idea ¡ªpresuntamente fundamentada¡ª de que toda cuestio?n tiene dos caras. En realidad, muchas cuestiones tienen tres caras, o siete, o doce. A veces me da por pensar que la u?nica dicotomi?a verdadera es la que existe entre la gente que divide todo en dos y la que no lo hace.
Si en todos estos an?os no hubiera prestado atencio?n ma?s que a los medios de comunicacio?n, ahora seri?a una persona con mucho menos a?nimo, sobre todo teniendo en cuenta que so?lo el conflicto es noticia, y que la objetividad es sino?nimo de ser imparcialmente negativo.
En la carretera aprendi? que los medios de comunicacio?n no son la realidad; la realidad es la realidad. Por ejemplo, se su- pone que en Estados Unidos se valora la libertad, y sin embargo encarcelamos un porcentaje de la poblacio?n mayor al de cualquier otro pai?s del mundo. Doy charlas a estudiantes que se endeudan hasta las cejas para poder graduarse y sin embargo no establecen una correlacio?n entre eso y las legislaciones que levantan prisiones innecesarias en lugar de los centros educativos que si? hacen falta, para luego gastar una media de cincuenta mil do?lares anuales por recluso, una cantidad muchi?simo menor que la destinada a cada estudiante. Adoro el cara?cter emprendedor de quien monta una empresa de alta tecnologi?a o un puesto de perritos calientes, pero las desigualdades sociales y econo?micas de este pai?s son las ma?s flagrantes del primer mundo. Conozco a habitantes de territorios indi?genas capaces de remontarse hasta cien mil an?os en sus a?rboles genealo?gicos, y a vi?ctimas de la explotacio?n sexual y laboral que llegaron ayer. Por lo dema?s, nuestro pai?s se transforma a ojos vista. De aqui? a tres de?cadas, la mayor parte de la poblacio?n no sera? ya de origen europeo; la primera generacio?n con la mayori?a de bebe?s de color ya ha nacido. Esta nueva diversidad nos ayuda a entender mejor el mundo y a enriquecer nuestras opciones culturales; pese a todo, el sentido de la identidad de muchos todavi?a esta? basado en la vieja jerarqui?a. Puede que se trate simplemente de miedo y remordimiento: ?Y si a mi? me tratan como yo los he tratado? Pero con todo el poder y el dinero que hay detra?s, esta reaccio?n negativa podri?a recluirnos de nuevo en una jerarqui?a.
Como tan sabiamente escribiera Robin Morgan: ?El miedo generaliza, el amor especifica?. Por esto mismo es tan im- portante echarse a la carretera. Definitivamente, la carretera especifica.
Mi segundo propo?sito es animarte a pasar una temporada en la carretera. Y con esto me refiero a viajar ¡ªo incluso a quedarte unos di?as donde esta?s¡ª con un estado de a?nimo ?no?mada?, sin buscar lo conocido sino mantenie?ndote abierto a lo que vaya surgiendo. Puede empezar en el mismo momento en que pisas la calle.
Como le ocurre al mu?sico de jazz que improvisa, al surfista que busca una ola o al pa?jaro que aprovecha una corriente de aire, obtendra?s la recompensa de vivir momentos en los que todo encaja. Escucha la cancio?n de Judy Collins ?The Blizzard?, sobre dos desconocidos que se encuentran en plena ventisca, o lee el ensayo de Alice Walker ?My Father¡¯s Country Is the Poor?. Tanto una obra como la otra, arrancan en un lugar i?ntimo, toman un rumbo imprevisible y alcanzan un destino tan sorprendente como inevitable; igual que la propia carretera.
La adiccio?n a la carretera puede darse en cualquier parte. La caravana del poeta sufi? Rumi vago? por una docena de territorios musulmanes; el pueblo romani? llego? a Europa desde la India y nunca llego? a establecerse; y los abori?genes australianos y los islen?os del estrecho de Torres recuperan cada cierto tiempo el estilo de vida de sus antepasados para renovar los antiguos mitos orales. Escribo este libro en-la-carrete-ra-por-Estados-Unidos porque se trata del lugar donde vivo, por el que ma?s viajo, y el que ma?s necesito comprender, debido sobre todo a la descomunal influencia que ejerce sobre el resto del mundo. Tambie?n porque no creo que uno pueda comprender otros pai?ses si no comprende el suyo propio. Durante la veintena tuve la suerte de vivir un an?o en Europa y otros dos en la India; sin embargo, en cierto modo, se trato? ma?s de escapar que de estar completamente presente. La segura Europa me ayudo? por un tiempo a dejar atra?s una infancia insegura. La remota India me familiarizo? con el estilo de vida de la mayor parte de la poblacio?n mundial, algo que superaba con creces todos mis conocimientos. Sigo agradecie?ndole a ese pai?s inmenso y luchador que sea imposible de ignorar; de lo contrario, habri?a vuelto siendo la misma persona que cuando me fui.
Mi propo?sito es tentarte a explorar este pai?s. Parece que los viajes por Estados Unidos necesiten un abogado. Si voy a Australia o a Zambia, la gente se emociona; en cambio, si me muevo dentro del pai?s lo que recibo es compasio?n y comentarios sobre lo agotador que debe de ser. A decir verdad, esos viajes conllevan infinidad de satisfacciones u?nicas. Una de ellas es que Estados Unidos parece ganarle a cualquier otra nacio?n en lo que a esperanza se refiere. Quiza? porque muchos de nosotros llegamos huyendo de algo peor, o porque hemos salido de la pobreza, o porque hemos absorbido las mentiras y verdades de la ?tierra de oportunidades?, o quiza? porque el optimismo es contagioso; sea cual sea el motivo, la esperanza es lo que ma?s echo de menos cuando voy al extranjero. Es la razo?n por la que me alegra volver. A fin de cuentas, la esperanza es una forma de planificacio?n.
Pese a todo, no te aconsejo que viajes tanto como yo. Al igual que Sky Masterson, el jugador errante de los relatos de Damon Runyon, he estado en ma?s habitaciones de hotel que la Biblia; y e?l no se lavaba el pelo con pastillas de jabo?n, ni se alimentaba de comida de ma?quinas expendedoras, ni se le haci?an las tantas organiza?ndose con las camareras de hotel. Al cabo de mis dos primeras de?cadas viajando como activista cai? en la cuenta de que no habi?a estado en mi casa ma?s de ocho di?as seguidos.
Como ves, me habi?a enamorado de la carretera.
Mi tercer propo?sito es compartir historias. Durante milenios hemos transmitido el conocimiento a trave?s de cuentos y canciones. Si me dan una estadi?stica, yo me invento una historia que explique por que? es cierta. Nuestros cerebros se rigen por la narrativa y la imagen. Cuando pase? a engrosar las filas de los activistas itinerantes ¡ªlo cual significa ser un agente del cambio social¡ª descubri? la magia de que alguien relate sus historias ante un grupo de desconocidos. Es como si esos interlocutores atentos crearan un campo magne?tico para las historias que sus propios narradores ignoraban atesorar. Por lo dema?s, uno de los caminos ma?s sencillos hacia el cambio profundo consiste en que los menos poderosos hablen tanto como escuchan y los ma?s poderosos escuchen tanto como hablan.
Quiza? porque se considera que las mujeres sabemos escuchar, tengo comprobado que una mujer que viaja ¡ªquiza?, concretamente, una feminista que viaja¡ª se convierte en una especie de camarera cai?da del cielo. La gente te cuenta cosas que no compartiri?a ni con un psico?logo. A medida que se me reconoci?a como parte de un movimiento que aporta esperanza a muchas personas, me converti? en receptora de ma?s historias, tanto de hombres como de mujeres.
Recuerdo carambolas como la de esperar a que escampara la tormenta en un bar de carretera en el que habi?a una gramola y que un profesor de tango perdido me explicara los ori?genes callejeros del baile; u oi?r a nin?os mohawk aprendiendo un lenguaje y unos ritos espirituales prohibidos durante generaciones; o sentarme con un grupo de Fundamentalistas Ano?nimos que hablaban de desengancharse de la droga de la certidumbre; o ser entrevistada por una nin?a de nueve an?os, la mejor jugadora de un equipo de fu?tbol de chicos; o conocer a una universitaria latina, hija de inmigrantes sin papeles, cuya tarjeta de visita rezaba: candidata a la presidencia de ee.uu., 2032.
La vida-en-la-carretera tambie?n me ha brindado regalos naturales. Por ejemplo, ser testigo de las luces septentrionales en Colorado, o caminar en Nuevo Me?xico bajo una luna tan brillante que revela las li?neas de la mano, o la historia de un elefante solitario en un zoo de Los A?ngeles al que le llevaron un viejo amiguito de su misma especie, o encontrarme en Chicago inmovilizada por la nieve con una chimenea, un amigo y un motivo para cancelarlo todo.
La carretera te obligara? a vivir en el presente de una forma ma?s fiable que cualquier otra cosa en el mundo.
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Mi u?ltima esperanza es la de abrir (el) camino, literalmente. Hasta ahora, e?ste ha sido abrumadoramente masculino. Los hombres encarnan la aventura, mientras que las mujeres encarnamos el hogar, sin ma?s vuelta de hoja.
Ya de nin?a me di cuenta de que en El mago de Oz la u?nica meta de Dorothy era volver a su casa, a Kansas, y que Alicia en el Pai?s de las Maravillas despertaba de su suen?o de largas aventuras justo a tiempo para el te?.
El he?roe de las mil caras de Joseph Campbell, los protagonistas de Eugene O¡¯Neill apartados del mar por mujeres ab- sorbentes¡ Tuve pocos motivos para pensar que la carretera estaba abierta para mi?. En el instituto vi ?Viva Zapata!, el re- trato hollywoodiense del gran revolucionario mexicano. En el momento en que Zapata monta a caballo para salir en busca de su destino, su mujer se le agarra a las botas y se deja arrastrar sobre el polvo implora?ndole que se quede en casa. Como todavi?a no era capaz de admitir que hacerme a la mar y la revolucio?n me interesaban ma?s que quedarme en casa interpretando el papel de madre o esposa, lo que hice fue jurarme a mi? misma que jama?s me convertiri?a en obsta?culo para la libertad de un hombre.
Incluso el diccionario define aventurero como una ¡®persona que vive o busca aventuras¡¯, mientras que aventurera es la ¡®mujer que recurre a medios inmorales para procurarse riquezas o una posicio?n social¡¯.
Pareci?a que todos los viajes emprendidos por mujeres acababan mal, desde el real de Amelia Earhart hasta el ficticio de Thelma y Louise. Hoy en di?a, en muchos rincones del mundo una mujer puede ser amonestada e incluso asesinada por des- honrar a su familia si sale de casa sin la escolta de un pariente varo?n o si abandona su pai?s sin una autorizacio?n firmada por su tutor. En Arabia Saudi? las mujeres todavi?a no pueden conducir, ni siquiera para ir a un hospital en caso de emergencia, no digamos ya para vivir una aventura. Durante los alzamientos democra?ticos de la Primavera A?rabe, tanto ciudadanas como corresponsales extranjeras pagaron con agresiones sexuales la ofensa de manifestarse en las plazas pu?blicas.
Como escribiera la novelista Margaret Atwood respecto a la ausencia de mujeres en las novelas de bu?squeda de la identidad ?posiblemente, la razo?n sea muy sencilla: una mujer que se lanza sola a una azarosa expedicio?n nocturna tiene muchas ma?s posibilidades de acabar mucho ma?s muerta, y mucho antes, que un hombre.?
Lo parado?jico es que gracias a la arqueologi?a molecular ¡ªque incluye el estudio de adn antiguo para rastrear los movimientos migratorios del ser humano¡ª sabemos que los hombres siempre eran los que se quedaban en casa, y las mujeres eran las que viajaban. La tasa de migracio?n intercontinental es ocho veces mayor en el caso de las mujeres.
Sin embargo, dichos viajes eran trayectos obligatorios de so?lo ida en culturas patriarcales y patrilocales; es decir, mujeres que vivi?an bajo el control de los hombres y se iban a vivir a los hogares de sus maridos. En las culturas matrilocales, en cambio, los hombres se trasladaban con las familias de sus esposas ¡ªasi? se sigue haciendo en aproximadamente una tercera parte del mundo¡ª, pero sin perder su estatus, dado que estas culturas casi nunca fueron ni son matriarcales.
Ante las funestas y a menudo acertadas advertencias de los peligros que entran?a la carretera para las mujeres, el feminismo moderno vino a plantear la pregunta fundamental: ?Comparado con que??
Ya sea por muertes a cuenta de la dote en la India, cri?menes de honor en Egipto o violencia de ge?nero en Estados Unidos, los datos revelan que una mujer tiene muchas ma?s probabilidades de ser agredida o asesinada en su casa a manos de un conocido. Estadi?sticamente, para la mujer el hogar es ma?s peligroso que la carretera.
Tal vez el acto ma?s revolucionario para una mujer sea emprender un viaje por iniciativa propia y ser bien recibida cuando vuelva a casa.
Como ves, este libro es la historia no de uno o muchos viajes, sino de de?cadas de viajes emprendidos desde el eje del hogar. Se podri?a decir que es la historia de una no?mada moderna.
Adema?s del viaje horizontal a lo largo y ancho del pai?s, en este libro encontrara?s otros dos tipos de viaje: el vertical, hacia el pasado del continente norteamericano, y el cultural, entre personas y lugares muy variados.
Puesto que el tema central de este libro son las historias, espero que alguna te anime a contar la tuya y te enganches al acto revolucionario de escuchar a los dema?s.
Ojala? pudiera imitar a las escritoras de cartas de la China de hace al menos mil an?os. Como teni?an prohibido ir a la escuela con sus hermanos varones, inventaron un sistema de escritura propio ¡ªllamado nushu o ?escritura de mujeres?. Aunque el castigo por crear una lengua secreta era la muerte, se escribi?an cartas y poemas de amistad en los que se quejaban, no sin fundamento, de las restricciones de sus vidas. Como escribiera una de ellas: ?Los hombres se marchan de casa para llevar una vida audaz en el mundo exterior. Pero a nosotras las mujeres no nos falta valor. Podemos crear un lenguaje que ellos no entiendan?.
Tan valiosa era esta correspondencia que algunas mujeres se haci?an enterrar con sus cartas de amistad; aun asi?, nos han llegado vestigios suficientes para observar que las componi?an formando una esbelta columna en el centro de cada pa?gina y dejando ampli?simos ma?rgenes a modo de espacios, para que cada corresponsal an?adiera sus propias palabras.
?Ha habido grandes sociedades que no usaban la rueda ¡ª escribe Ursula Le Guin¡ª, pero no ha existido ninguna que no contara historias.?
Si pudiera, dejari?a en cada una de estas pa?ginas un margen en blanco para tu historia.
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