La invenci¨®n del pijama: un s¨ªmbolo de transgresi¨®n dise?ado por mujeres
Importado de Oriente, el pijama de calle fue la antesala del pantal¨®n femenino. Ahora que vuelve a subirse a las pasarelas, conviene recordar su pol¨¦mica historia.
De Altuzarra a Balenciaga, de Giorgio Armani a Halpern, de Marine Serre a Sacai. Da igual el estilo o la identidad de cada firma, en las colecciones de esta primavera (y del pr¨®ximo oto?o) hay pijamas. Los motivos parecen claros. La transici¨®n entre las jornadas caseras y la vuelta a las calles se traduce en tendencias opuestas: la opulencia y el desenfreno de ciertas propuestas que invitan a arreglarse y a expresarse con las prendas versus el comfort y esa alusi¨®n velada al uniforme que implican las horas que transcurren dentro de casa, m¨¢s, si cabe, en un ¨¦poca en la que forzosamente los conceptos de interior/exterior (e incluso los de p¨²blico/privado, en cierto modo) se han difuminado. Pero a ese gesto aparentemente ap¨¢tico de poder llevar un ¡®pijama de calle¡¯ le preceden muchas conductas rebeldes y valientes. Pocas piezas tienen una historia tan controvertida como la del pijama de dos piezas. Y pocas hablan tan claro de esa moda femenina que no es cosa de dise?adores, sino de todas aquellas mujeres que la usaron como herramienta simb¨®lica para significar sus derechos.
La ¡®conquista de los pantalones¡¯ por parte de las mujeres empez¨® en realidad por el pijama. La prenda, de origen oriental (¡®pae jama¡¯ , del hindi, significaba originalmente, ¡®vestir las piernas¡¯) se fue popularizando en Occidente a trav¨¦s de las colonias brit¨¢nicas. A finales del siglo XIX ya exist¨ªa el ¡®pijama occidental¡¯, un traje ancho de dos piezas usado esencialmente para dormir. Pero fue Amelia Bloomer en 1851 quien convirti¨® los pantalones bombachos en ¡®bloomers¡¯, es decir, un un s¨ªmbolo contra la opresi¨®n del vestuario femenino. Por aquel ntonces las mujeres se ataviaban con varias capas de enaguas, cors¨¦s y miri?aques, un vestuario diario absolutamente inc¨®modo que ten¨ªa un fin claro, la inmovilidad. Cuanto m¨¢s voluminoso, pesado y asfixiante, es decir, cuanto m¨¢s se impidiera el movimiento, m¨¢s se significaban las horas de ocio. Dicho de otro modo: a mayor profusi¨®n decorativa m¨¢s femenina, m¨¢s poder econ¨®mico de sus maridos, que desde la revoluci¨®n francesa dejaron atr¨¢s los artificios de la moda en favor de aburridos trajes que dieran a entender austeridad, esfuerzo, trabajo y, en consecuencia, poco tiempo que dedicar ¡® a lo superfluo¡¯. Bloomer inici¨® una guerra est¨¦tica que cambiara el paradigma. Se puso bombachos bajo las faldas, promoviendo la libertad de movimientos femenina. ?La vestimenta de las mujeres deber¨ªa adaptarse a necesidades. Deber¨ªa procurar, ser c¨®modoa y ¨²til?, proclamaba en su peri¨®dico, ¡®The lily¡¯. Muchas sufragistas de la ¨¦poca, lo adoptaron, no sin ser, obviamente, ridiculizadas por los medios de comunicaci¨®n establecidos.
No fue hasta principios del siglo XX cuando el pijama comenz¨® a establecerse entre las mujeres de forma m¨¢s sitem¨¢tica, aunque a¨²n minoritaria. Lo hizo, obivamente, a trav¨¦s de las clases altas. La impunidad que daban el poder y el dinero hizo que esta ¡®osad¨ªa¡¯ se viera de otra forma. Ellas comenzaron a usar pijamas de dos piezas para viajar. En 1902, el cat¨¢logo de los almacenes Sear, Roebuck & Co. ya los promocionaba ?para los trayectos, porque su apariencia es m¨¢s estilizada y m¨¢s c¨®moda que la de los camisones?. En 1911, Paul Poiret importa los pantalones turcos y crea algo que ¨¦l mismo llama ¡®el estilo sultana¡¯ para su exclusiv¨ªsima clientela: una combinaci¨®n de vestido holgado y pantalones anchos en los muslos y ajustados en las pantorrillas, preludio a la falda pantal¨®n. Era liberador en t¨¦rminos est¨¦ticos, pero opresor en la pr¨¢ctica; pesado, inc¨®modo y con una forma que dificultaba la libertad de movimientos, la invenci¨®n de Poiret pasar¨ªa a la historia de la moda por pionera, pero no por masiva.
Como no pod¨ªa ser de otra forma, fue una mujer la que liber¨® a las mujeres. Adem¨¢s de inventar el uniforme de la mujer activa, Coco Chanel no tuvo reparos a tomar pr¨¦stamos del armario masculino. Como la blazer de los marineros, o como el pijama de dos piezas, que ella misma usaba en el exterior y, m¨¢s concretamente, en la playa. De hecho, por si quedaba alguna duda de su afici¨®n por el dos piezas de pantal¨®n,? Chanel dise?¨® en 1924 un ce?ido pijama de punto para ¡®Le Train Bleue¡¯, el ballet de Diaghilev con libreto de Cocteau. Hubo una ¨¦poca, la de los a?os veinte, en la que las costas m¨¢s elegantes del mundo lo? eran precisamente, por esta pobladas de mujeres en pijamas estampados de dos piezas. La del Lido, en Venecia, o una de la Costa Azul, convenientemente apodada ¡®Pijam¨¢polis¡¯. ?Hay un peque?o pueblo en francia, donde los veranos empiezan en primavera y terminan en oto?o. All¨ª las mujeres visten de forma extra?a. Estrictamente hablando, es la ciudad del pijama?, escrib¨ªa en 1931 el periodista Robert de Beauplan. Por supuesto, ese ¡®vestir de forma extraa¡¯ estaba restringido a la costa (y a las playas de genete adinerada). Los pantalones segu¨ªan siendo motivo de multa para muchas mujeres: todav¨ªa en los a?os 30 muchas eran multadas, o humilladas en p¨²blico por llevarlos.
Antes de la II Guerra Mundial fueron precisamente las mujeres dise?adoras, como Madeleine Vionnet o Elsa Schiaparelli, las que crearon pijamas de calle. Al otro lado el charco lo hac¨ªa la injustamente olvidada Elizabeth Hawes, precursora del llamado ¡®traje utilitario¡¯ estadounidense y que abogaba, ya por entonces, por una vestimenta cercana a lo unisex, mucho m¨¢s creativa para los hombres e infinitamente m¨¢s comoda para las mujeres. Actrices como Marlene Dietrich o Claudette Colbert ayudaron a popularizarlos. Pero tras la contienda la moda femenina volvi¨® a sus viejos h¨¢bitos salvo xscepciones, como la de Claire McCardell y otras dise?adoras estadounidenses, la nueva silueta, propugnada por Christian Dior, volv¨ªa a ser la del reloj de arena, las playas se llenaron de trajes de ba?o y la libertad de movimientos que otorgan ciertas prendas qued¨® relegada a un segundo plano en favor de un nuevo c¨¢non de belleza mucho menos libre. No fue hasta los 60 cuando el Swinging London y la psicodelia, con su profusi¨®n de estampados y su b¨²squeda del unisex, recuperaron el pijama de calle. Tambi¨¦n, por supuesto, las clases altas, que durante los 70 vivieron otra fiebre por el exotismo como la que llev¨® a Poiret a importar la falda pantal¨®n. Si Ossie Clark acapar¨® portadas con sus kaftanes y sus batas de exterior, la dise?adora Irene Galitzine se hizo c¨¦lebre vistiendo a las socialit¨¦s de aquellos a?os con sus ¡®pijamas palazzo¡¯, de seda estampada y pantal¨®n ancho. A mediados de los 70, Halston y su obsesi¨®n por vestir a las mujeres con una sofisticada sencillez, precindiendo de cualquier elemento superfluo, instaur¨® la ¡®tradici¨®n¡¯.
Desde hace m¨¢s o menos una d¨¦cada, el pijama como prenda exterior (e incluso como atuendo para eventos) vuelve a las pasarelas con cierta asiduidad. Incluso hay marcas, como For restless sleepers, de Francesca Ruffini, enfocadas solo a dotar de lujo a esta prenda, en la l¨ªnea de Irene Galitzine hace medio siglo. La situaci¨®n actual, adem¨¢s, ha hecho que demos m¨¢s valor a su est¨¦tica y/o a su calidad. Por eso, tal vez, no haya que olvidar sus or¨ªgenes, ni a todas las mujeres que se pusieron el pijama para que hoy pudi¨¦ramos hacerlo nosotras.
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