Zelda Fitzgerald, la primera ¡®it girl¡¯: vivir en llamas y morir calcinada
¡®Mujeres recluidas¡¯- cap¨ªtulo 12: pintora, bailarina y escritora, Zelda muri¨® en el incendio del en¨¦simo sanatorio mental en el que estuvo internada. Su tr¨¢gico final fue la triste alegor¨ªa perfecta de la complicada existencia de la primera ¡®it girl¡¯ de la historia.
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Tan talentosos como Rooney Mara y Joaquin Phoenix, tan ind¨®mitos como Kate Moss y Johnny Depp y tan atractivos como Angelina Jolie y Brad Pitt, as¨ª deb¨ªan resultar para prensa y p¨²blico Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald, la pareja que tan (tr¨¢gicamente) simboliza la juer...
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Tan talentosos como Rooney Mara y Joaquin Phoenix, tan ind¨®mitos como Kate Moss y Johnny Depp y tan atractivos como Angelina Jolie y Brad Pitt, as¨ª deb¨ªan resultar para prensa y p¨²blico Zelda Sayre y Francis Scott Fitzgerald, la pareja que tan (tr¨¢gicamente) simboliza la juerga de la era del jazz y la resaca que vino despu¨¦s. El escritor muri¨® prematuramente a causa de su m¨®rbido alcoholismo. Y ella, calcinada en un incendio en un sanatorio mental. M¨¢s aleg¨®rico imposible. Hasta las fechas de sus biograf¨ªas est¨¢n llenas de significado: se conocieron el a?o en que acab¨® la Primera Guerra Mundial, se casaron cuando empezaron los locos 20 y se derrumbaron en 1929. Se ha dicho que Scott la saboteaba porque ten¨ªa celos de su talento (Hemingway inici¨® el rumor y la genial primera bi¨®grafa de Zelda, Nancy Mitford lo apuntal¨®), que ella era una flapper sin sustancia y que en realidad nunca se quisieron. La m¨¢s completa recopilaci¨®n de cartas entre ellos, Querido Scott, querida Zelda (Lumen), desmiente pr¨¢cticamente todos esos mitos o, al menos, demuestra que la realidad era mucho compleja. Tanto como la personalidad de ambos.
La correspondencia (una delicia literaria) desvela que ¨¦l era bastante inseguro (a pesar de su deslumbrante genialidad), que ella ten¨ªa un talento para la escritura inmenso (pero inclasificable y dif¨ªcilmente canalizable), que hubo celos (pero tambi¨¦n apoyo y admiraci¨®n), y, sobre todo, que se quisieron (o al menos, se necesitaron y buscaron mutuamente) sin descanso. Tambi¨¦n revela que, pese a aparentemente vivir en una fiesta, no hubo demasiada dicha. ¡°Me pregunto por qu¨¦ no hemos sido nunca demasiado felices¡±, escribe en una de sus cartas Zelda.
Eternamente joven
Era la hija d¨ªscola de un severo juez en el Tribunal Supremo de Alabama. Naci¨® y creci¨® en Montgomery, donde fue una precoz celebridad por su belleza, rebeld¨ªa y su libre sentido del humor. A los 10 a?os hizo una llamada de broma que moviliz¨® a los bomberos de la localidad invent¨¢ndose que hab¨ªa un ni?o encerrado en una azotea. A los 17 a?os fumaba y beb¨ªa, coqueteaba (con maestr¨ªa, como se ve en las cartas) con hombres y adolescentes, y se ba?aba con trajes color carne para simular que estaba desnuda. Seg¨²n recoge Sally Cline en Zelda Fitzgerald: her voice in paradise, en el anuario escolar escribi¨® bajo su foto ¡°?Por qu¨¦ toda la vida debe ser trabajo, cuando todos podemos pedir prestado? Pensemos ¨²nicamente en el hoy y no nos preocupemos por el ma?ana¡±. En 1918 recal¨® en una de las fiestas en las que se solapaba su existencia Francis Scott Fitzgerald (ella ten¨ªa 18 y ¨¦l 23), que se preparaba para servir en la I Guerra Mundial (algo que impidi¨® el armisticio meses despu¨¦s). Se obsesionaron el uno por el otro, una obsesi¨®n que perdudar¨ªa hasta el final de ambos. Francis estaba convencido de que le aguardaba un destino excepcional, que necesitaba una ¡°chica de oro¡± a su lado y que ella solo le corresponder¨ªa si ¨¦l ten¨ªa ¨¦xito (tres constantes en muchos de los protagonistas de sus novelas y relatos). ¡°Me he enamorado de su valent¨ªa, de su sinceridad y de su apasionado autorespeto¡±, escribi¨® acerca de la joven sure?a a un amigo.
Hermosa y maldita
¡°No hay fotograf¨ªa de Zelda que le haga justicia: todo el que la conoci¨® resalt¨® su belleza, pero tambi¨¦n algo m¨¢s, un aura, hab¨ªa algo especial en su forma de presentarse, de vestirse¡¡±, explica Jackson Bryer, bi¨®grafo de Scott. Finalmente, se casaron y residieron en una fren¨¦tica Nueva York testigo de sus primeras grandes juergas y mayores discusiones (a menudo recogidas en la prensa, que inauguraba con ellos la cultura de celebridad). ?l era un escritor cada vez m¨¢s famoso, y tomaba ideas y frases textuales de su esposa. De hecho, puso en labios de Daisy una frase que Zelda hab¨ªa pronunciado bajo los efectos de la anestesia del parto de su ¨²nica hija Frances (Scottie), al saber que hab¨ªa sido ni?a: ¡°Espero que sea tonta¡ Lo mejor que le puede pasar a una ni?a en este mundo es ser una hermosa tontita?. Tambi¨¦n lleg¨® a copiar, con su permiso, extractos del diario de su mujer en sus textos, por lo que ella declar¨® a la prensa: ¡°Me parece que en una p¨¢gina reconoc¨ª un fragmento de un diario viejo m¨ªo, el cual misteriosamente desapareci¨® poco despu¨¦s de mi boda y, tambi¨¦n fragmentos de una carta, la cual, considerablemente editada, me result¨® familiar. De hecho el se?or Fitzgerald ¡ª me parece que as¨ª es como escribe su nombre¡ª parece creer que el plagio comienza en el hogar¡±. Era su ingeniosa forma de promocionar la venta de Hermosos y Malditos, pero hubo quien interpret¨® resentimiento en el sentido del humor y la rapidez mental de Zelda. Aunque ambos escrib¨ªan con ¨¦xito (Scott, novelas y relatos; ella, art¨ªculos e historias cortas), su ritmo de vida les llev¨® a endeudarse y decidieron instalarse en Par¨ªs donde el cambio del d¨®lar les favorec¨ªa. En Europa, m¨¢s fiestas, m¨¢s borracheras y m¨¢s excentricidades, m¨¢s esc¨¢ndalos de celos y la irrupci¨®n de Ernest Hemingway en sus vidas. Scott ayud¨® a ¨¦ste publicar sus primeros escritos y ¨¦l le correspondi¨® introduci¨¦ndolos en el c¨ªrculo de la Generaci¨®n perdida (Faulkner, Dos Passos¡). De modo que, cuando el novelista no estaba escribiendo, se estaba emborrachando. Zelda se sinti¨® sola y abandonada. Sobrevivi¨® a una sobredosis de somn¨ªferos (de la que nunca hablaron y, por tanto, no se sabe si fue accidental o voluntaria) y busc¨® una forma de arte totalmente ajena a su esposo. Tras probar con la pintura se dedic¨® obsesivamente al ballet. Aunque lo hab¨ªa practicado de ni?a, a los 27 a?os era demasiado mayor para aspirar al nivel que pretend¨ªa. En sus compulsivos entrenamientos, qued¨® obnubilada por su profesora de baile, Liubov Yeg¨®rova. La posibilidad de ser lesbiana la atormentaba (y a?ad¨ªa el en¨¦simo conflicto a su mente). Pese a sus limitaciones, lleg¨® a bailar profesionalmente en La Riviera francesa, pero precisamente cuando ambos regresaban a Par¨ªs tras estas funciones, tom¨® el volante por sorpresa a su marido y trat¨® de despe?ar el coche por un precipicio. Era octubre de 1929 y la bolsa de Nueva York acababa de desplomarse. ?Terminaba la org¨ªa m¨¢s cara de la historia¡±, escribi¨® Scott en un art¨ªculo a?os m¨¢s tarde.
Creatividad cautiva
Eugen Bleuler, psiquiatra coet¨¢neo y colega de Freud, acu?¨® el t¨¦rmino ?esquizofrenia? en 1908 para definir una enfermedad f¨ªsica y mental (que antes se consideraba vagamente demencia precoz) la cual, a trav¨¦s de ¡°ataques progresivamente deteriorantes¡±, iba destruyendo el comportamiento y la personalidad de los afectados. Bleuler personalmente diagnostic¨® a Zelda en 1930. Desde entonces pas¨® largas temporadas en diferentes sanatorios mentales de Europa y Estados Unidos (es justo reconocer que Scott busc¨® para ella los mejores especialistas) hasta que en 1943 en un manicomio de Carolina del Norte se desat¨® un incendio en el que muri¨® calcinada junto a otras ocho mujeres. En la colecci¨®n epistolar de ese periodo se puede apreciar la volatilidad de su humor. ¡°Zelda asegura estar en contacto directo con Cristo, Guillermo el Conquistador, Mar¨ªa Estuardo, Apolo y toda la parafernalia y las bromas del asilo de locos¡¡±, escribi¨® en una carta a sus amigos Scott. Tan atormentado estaba que pregunt¨® directamente a los m¨¦dicos si ¨¦l hab¨ªa sido el detonante de la locura de su esposa; y ellos le respondieron que la ezquizofrenia era un proceso inevitable y que ¨¦l (solo) lo habr¨ªa adelantado en el tiempo. Ni los doctores, ni la familia de Zelda ni ella misma le permitieron librarse del todo de la culpa. Se march¨® a Hollywood a trabajar de guionista donde mantuvo una relaci¨®n con la columnista Sheilah Graham. All¨ª muri¨® de un infarto escuchando la radio.
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Otras mujeres confinadas de esta serie:
Mar¨ªa Callas
Yayoi Kusama:
Leonora Carrington: