Fobias gastron¨®mincas y otras rarezas
Despu¨¦s de 30 a?os de vida refiri¨¦ndome a mis limitadas aptitudes en la cocina (sin duda, poco favorecidas por el a¨²n m¨¢s limitado inter¨¦s por aprender) como un ¡°bloqueo culinario¡±, hoy s¨¦ que existe una explicaci¨®n m¨¦dica que pondr¨¢ fin a los reproches de todos mis allegados, que han utilizado una ret¨®rica que Byung-Chul Han habr¨ªa tachado de enfermiza (lean La sociedad del cansancio), para acusar mi falta de ¨¦xito culinario: you¡¯re not trying hard enough o lo que es lo mismo, empieza por ponerle un m¨ªnimo de ganas. Entonar¨¦ el mea culpa en este caso (porque algo de eso s¨ª que hay), pero ojo con arrojar esta acusaci¨®n contra cualquiera que muestre signos de debilidad en el arte de la cocina: podr¨ªamos estar ante un caso grave de mageirocofobia no diagnosticada.
Repitan conmigo: ¡°Ma-gei-ro-co-fo-bia¡±. As¨ª de complicada es la palabra que pone nombre al trastorno que define el miedo irracional a cocinar. Su nombre se deriva del griego mageirokos, que significa ¡°persona con habilidades en la cocina¡± y es, aparentemente, una de las fobias m¨¢s raras que existen, pero que ah¨ª est¨¢; qui¨¦n sabe si no ser¨¢ m¨¢s com¨²n de lo que uno podr¨ªa llegar a pensar (a m¨ª, desde luego, me viene a la cabeza una nada desde?able lista de candidatos). Investigando m¨¢s en las fobias alimentarias, me doy cuenta de que la citada podr¨ªa ser la punta del iceberg, un gran mel¨®n que tan solo hemos empezado a degustar. La deipnofobia, por mencionar otra, define el trastorno que sufren quienes entran en p¨¢nico ante la idea de entablar una conversaci¨®n mientras comen, o dicho de otra forma: se trata del rechazo patol¨®gico a socializar en la mesa, lo cual, bien pensado, no resulta tan il¨®gico si consideramos lo complicado que resulta mantener una conversaci¨®n medianamente interesante sin desatender los modales que requiere (especialmente, si se trata de un encuentro social, de esos que los deipnof¨®bicos reh¨²yen) el abordar ciertos platos en p¨²blico, y ya ni hablar de fingir normalidad ante el show de presenciar las artes con las que algunos se enfrentan a ellos: dicen que los negocios m¨¢s importantes suelen cerrarse alrededor de una mesa, pero todos sabemos que eso solo ocurre si hay una dosis generosa de brebajes alcoh¨®licos que faciliten el entendimiento entre los interesados, y no tanto por el grotesco espect¨¢culo que supone ver a tu futuro partner comercial sorber las pinzas del bogavante hasta quedarse sin aire. Qu¨¦ duda cabe de que no es posible comer y dedicar al mismo tiempo a la conversaci¨®n eso que ahora nos resuena tanto, ¡°atenci¨®n plena¡±.
Podr¨ªamos continuar analizando la voluminosa lista de fobias alimenticias existentes, sin embargo, es precisamente la imposibilidad de etiquetar la relaci¨®n que cada uno de nosotros tiene con la comida lo que convierte la alimentaci¨®n en un campo de juego en el que las libertades, as¨ª como los l¨ªmites, son siempre autoimpuestos porque ¡ªobviando el canibalismo¡ª nadie es nadie para juzgar la relaci¨®n que el de al lado tiene con la comida. Los hay que son incapaces de ingerir un filete si la pieza les recuerda m¨ªnimamente a la parte del animal de la que proviene (conozco a unos cuantos) y si entramos en el universo de las texturas, las que a unos les resultan m¨¢s repelentes suelen ser, precisamente, las que m¨¢s atractivo generan en otros comensales (v¨¦ase el universo casquer¨ªa). Si a algo nos invita el mundo de la alimentaci¨®n es a buscar nuestra propia definici¨®n de normalidad, porque es muy probable que, de hecho, no se parezca a la de ninguna otra persona que conozcas.
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