El alivio (y la paz mental) de no tener que dar tu opini¨®n sobre todo
Opinar es un derecho y una necesidad psicol¨®gica. Sentirse en el deber de tener opiniones acerca de cada asunto y, adem¨¢s, de imponerlas y erigirnos en guardianes de la moralidad y lo correcto es t¨®xico, agotador, inmaduro e innecesario.
?Tenemos todos derecho a opinar? Por supuesto. ?Estamos obligados a ello? Parece que incluso con m¨¢s fuerza, si nos basamos en la observaci¨®n de cualquier publicaci¨®n en una red social o medio de comunicaci¨®n. No hay ninguna duda (o no deber¨ªa) de lo enormemente positivo que resulta que la ciudadan¨ªa tenga la posibilidad de expresarse. De hecho, las cifras del coronavirus han venido a constatar que ...
?Tenemos todos derecho a opinar? Por supuesto. ?Estamos obligados a ello? Parece que incluso con m¨¢s fuerza, si nos basamos en la observaci¨®n de cualquier publicaci¨®n en una red social o medio de comunicaci¨®n. No hay ninguna duda (o no deber¨ªa) de lo enormemente positivo que resulta que la ciudadan¨ªa tenga la posibilidad de expresarse. De hecho, las cifras del coronavirus han venido a constatar que las democracias gestionan mejor las crisis. Es sano para el individuo, para la sociedad y para el planeta que cada ser humano desarrolle sus propios criterios y tenga la absoluta libertad de expresarlos, punto. Pero de fen¨®menos como la polic¨ªa de balc¨®n o los linchamientos virtuales se podr¨ªan deducir dos cosas: que las nuevas tecnolog¨ªas han dado pie a nuevos y numerosos inquisidores voluntarios y que estos son capaces de generar mucho sufrimiento. Tambi¨¦n se podr¨ªa inferir que cuando alguien tiene que exponer con esa vehemencia casi violenta sus juicios, probablemente tampoco se sienta demasiado bien internamente. ?Dar y elaborar nuestros argumentos no deber¨ªan ser actos dolorosos. Es muy llamativo que alguien se sienta profundamente dolido por causas ajenas a su vida. Cuando respondemos tan en¨¦rgicamente y de manera tan desproporcionada, podemos plantearnos la hip¨®tesis de que esa persona puede estar contactando, a un nivel inconsciente, con experiencias previas de su historia vital en las que tuvo que defenderse con fuerza en situaciones en las que sent¨ªa que su supervivencia o su integridad depend¨ªan de ello, por ejemplo, personas cuya opini¨®n no fue tenida en cuenta, o fueron duramente criticados, o humillados, o castigados o muchas otras situaciones en las que hubo carencias relacionales?, explica para Smoda la psic¨®loga Leire Villaumbrales, directora de Alcea. ?Un ejemplo frecuente de criticas desproporcionadamente apasionadas? Los actores linchados en redes simplemente por hacer su trabajo o por realizar alguna acci¨®n solidaria (basta con ver los comentarios al pie de este art¨ªculo).
La caza al famoso
Sheila Est¨¦vez, psic¨®loga especialista en conflictos emocionales, a?ade adem¨¢s que ?la tendencia a culpabilizar a aquel que est¨¢ m¨¢s lejos de uno mismo es arcaica y sirve para sentir menos culpa al canalizar el propio malestar fuera de uno, cargando sobre esta figura toda la frustraci¨®n. Es indiferente lo que haga dicha persona, lo importante es que se canalizar¨¢ a trav¨¦s de ese famoso la frustraci¨®n popular, sea en un sentido o en otro. Que haya diferencias sociales, culturales o econ¨®micas propicia personificar lo bueno o lo malo en ese tercero que es el famoso o aquella persona alejada de uno?. No se debe confundir esta caza de brujas, (basada solo en emociones) con movimientos como Me Too (basados en hechos), aunque la l¨ªnea que los separa pueda resultar a veces difusa (tanto que llegado a producirse situaciones terribles e irreparables). El hecho de la participaci¨®n ciudadana pueda usar las mismas herramientas que las murmuraciones puede llamar a enga?o, pero nadie lo aclara mejor que Barack Obama. ¡°Hay que deshacerse r¨¢pidamente de esa idea de pureza, de que nunca estar¨¢s en situaciones comprometidas y de que siempre estar¨¢s pol¨ªticamente alerta?, dec¨ªa el expresidente en un encuentro en Chicago organizado por su propia Fundaci¨®n, y pon¨ªa como ejemplo que incluso aquellos a quienes m¨¢s admiramos tienen fallos y que nuestros peores enemigos, virtudes. ?Percibo un peligro sobre todo entre los j¨®venes, y se ve acrecentado por las redes sociales. Tienen la impresi¨®n de que la forma de conseguir que cambien las cosas es simplemente ser lo m¨¢s cr¨ªtico posible con otras personas. Es como si pensaran que si tuitean o crean un hashtag sobre c¨®mo alguien no hizo algo bien o no us¨® el verbo correcto ya pueden estar tranquilos porque han actuado. Eso no es activismo. Eso es lo f¨¢cil?.
Sin embargo, parece que hay quien se siente Martin Luther King tras afear la conducta de otra persona (no necesariamente un famoso, basta un conocido en Facebook). La psic¨®loga Leire Villaumbrales cree que se debe a tres factores: ?las redes sociales y whatsapp pueden tener una gran alcance y llegar a grandes audiencias, de esta manera responden al hambre reconocimiento: que mi opini¨®n cuente y tenga un impacto en un gran p¨²blico y que adem¨¢s se valore y tenga en cuenta. Tambi¨¦n ofrecen la protecci¨®n de estar detr¨¢s de la pantalla, a veces incluso el abrigo del anonimato, disminuyendo el miedo que surge en ocasiones a la hora de expresar una opini¨®n. Por ¨²ltimo, esta distancia tambi¨¦n imposibilita que veamos la reacci¨®n que nuestras palabras provoca en la otra persona; todo este lenguaje no verbal que nos da muchos datos sobre lo que siente el de enfrente y modula tambi¨¦n nuestras respuestas?.
Hechos vs. opiniones
Aunque muchos defiendan argumentos como si se tratara de teoremas irrefutables, el propio Marco Aurelio escrib¨ªa en sus Meditaciones que ?la vida es una opini¨®n?. Y sin necesidad de recurrir a la filosof¨ªa, en una escena de Del rev¨¦s, los personajes (que eran dos emociones y un amigo imaginario que viv¨ªan en la mente de una ni?a) hablaban de la diferencia entre hechos y opiniones cuando de repente estos (que eran unas cajitas) se mezclaban y uno de los personajes comentaba que suced¨ªa constantemente. Pocos han interiorizado el mensaje de esta f¨¢bula sobre inteligencia emocional. ?Es importante tener en cuenta que opinar implica compartir un pensamiento sobre un tema, y ello debe llevar impl¨ªcito que cada opini¨®n es la suma de experiencias, creencias, informaciones y la interpretaci¨®n a partir de uno mismo. Si quiero que acepten mi punto de vista tendr¨¦ que aplicarme la misma f¨®rmula: aceptar no significa estar de acuerdo, pero si tener en cuenta una realidad m¨¢s global, la opini¨®n de todos. De no ser as¨ª, en lugar de aceptar la realidad, la toxificamos y a su vez nos resignamos ante esta y ello genera mayor frustraci¨®n y malestar que el que ten¨ªamos al principio?, explica?Sheila Est¨¦vez. ?Qu¨¦ hay detr¨¢s de aquellos a los que tanto les cuesta entender que sus creencias no tienen por qu¨¦ ser las del resto? A menudo, inmadurez emocional y poca tolerancia a la frustraci¨®n. ?Si encendemos la televisi¨®n?, explica la psic¨®loga Leire Villaumbrales, ?no es raro encontrarnos conductas infantiles: rabietas, peleas de ¡®y t¨² m¨¢s¡¯, enfados porque me has dicho que tengo que hacer algo que no quiero hacer, insultos, etc.?. Sheila Est¨¦vez a?ade adem¨¢s que ?la manera en que respondemos ante un argumento opuesto al nuestro deja de manifiesto si tenemos baja tendencia a la frustraci¨®n o si tenemos la capacidad de trascender el hecho de tener la raz¨®n, por dar con lo que se ajusta mejor a la verdad, cosa que es fruto de la madurez intelectual y emocional. Quienes se quedan bloqueados en el propio argumento act¨²an como ni?os. Querer tener raz¨®n es subrayar el propio ego, cosa que la madurez emocional, psicol¨®gica y de pensamiento trasciende en pro de la verdad o raz¨®n en s¨ª?. En redes sociales y grupos de Whatsapp somos testigos de discusiones tan acaloradas como est¨¦riles: ?Estas conversaciones muchas veces estimulan luchas de poder en las que gana el que consiga convencer. Parece que respondemos a una necesidad de que el otro escuche y asuma nuestra postura como cierta y por lo tanto rectifique la suya, que es la equivocada. Cuando esto ocurre estamos descontando la capacidad de an¨¢lisis y de toma de decisiones de la otra persona. Es una postura muy poco respetuosa con el hecho de que el otro pueda tambi¨¦n tener verdades igualmente v¨¢lidas, aunque sean distintas a las nuestras y de alguna manera tambi¨¦n una postura egoc¨¦ntrica?, apunta la psic¨®loga.
Graduados cum laude en Google
Si un extraterrestre o una Inteligencia Artificial sin informaci¨®n previa analizara nuestras redes sociales ahora, podr¨ªa colegir que solo en Espa?a hay millones de personas doctoradas en enfermedades infecciosas, gesti¨®n de emergencias sanitarias y ciencias econ¨®micas (y, lo que es m¨¢s admirable, que a menudo la misma persona tenga formaci¨®n y experiencia en las tres especialidades a la vez). El fen¨®meno que permite a algunos sentirse capacitados para cuestionar de igual a igual a un especialista tras una investigaci¨®n superficial y parcial de la materia que ese especialista lleva a?os estudiando no es nuevo, pero con Internet ha despegado y gracias a las fake news se ha puesto en ¨®rbita. ?Hoy en d¨ªa tenemos mucha informaci¨®n a un clic?, prosigue?Villaumbrales, ?es verdad que leemos mucho y que nos podemos formar una opini¨®n alrededor de muchos temas y eso nos lleva a la sensaci¨®n de ser peque?os expertos en muchos ¨¢mbitos olvid¨¢ndonos que un experto tiene un recorrido de a?os de formaci¨®n que entre otras cosas le permite contrastar la informaci¨®n ficticia de la real. Es ese sentido nos podemos crear una falsa sensaci¨®n de control y de conocimiento?. Est¨¦vez adem¨¢s se?ala que ?el gran problema es que cada d¨ªa se tiene m¨¢s informaci¨®n, pero menos conocimiento: se nos mezclan los datos y en ese coctel cada uno capta un sabor, y no siempre es el mismo. Como siempre me gusta decir, cada uno tiene su lectura del cuento, el malo para unos, es el h¨¦roe para los otros, y as¨ª encendemos el debate. La actitud cr¨ªtica, sumada al no posicionarse por encima de los dem¨¢s, ser¨¢ la mejor f¨®rmula para estar informados y poder dar una opini¨®n sostenida por el conocimiento?.
De la necesidad de juzgar
Lo de evaluar al otro es humano y tiene beneficios grupales. ?Desde nuestros padres, que tienen una labor de vigilancia y de ense?anza de l¨ªmites y valores, a los maestros que son los encargados de transmitir ense?anzas regladas y consensuadas socialmente, hemos crecido siendo tutorizados, o bajo supervisi¨®n de nuestro entorno. De aqu¨ª viene el hecho de que en alg¨²n punto a todos nos importe lo que los dem¨¢s opinan de nosotros y que tengamos referentes o modelos a seguir?, explica Sheila Est¨¦vez. La vigilancia social es clave para mantener comportamientos civilizados, pero a veces esa fuerza de grupo consigue justo lo contrario, como en el caso de los sanitarios, personal de supermercado o contagiados acosados por sus vecinos. ?En estas ocasiones?, observa Villaumbrales, ?hemos visto actuaciones que ten¨ªan la intenci¨®n de imponer las normas y apelar a la moralidad. Y lo hac¨ªan de una forma muy agresiva, exigente e intransigente. Quiz¨¢s es la manera en la que estas personas consiguen ellos mismos acatar las normas; aferr¨¢ndose r¨ªgidamente a lo moral y exigi¨¦ndose el cumplimento?.
?Duelen de verdad tanto los zascas? Muchos ni siquiera afectar¨¢n al zasqueado, mientras que es indiscutible la inquietud del zascante, como en el caso de quienes critican con sa?a a actores y deportistas con carreras apabullantes. Un aspecto bastante parad¨®jico de esta observaci¨®n en alerta constante que tanta frustraci¨®n causa a quienes la ejercen es que, la mayor¨ªa de las veces, nadie les obliga a hacerlo. ?Algunas personas viven las opiniones de los dem¨¢s como una invitaci¨®n a la confrontaci¨®n, como si escucharan con un filtro que transforma lo que oyen en ¡®te estoy atacando, ahora defi¨¦ndete¡¯ y reaccionan impulsivamente. Para otras, puede ser un deseo de ser valoradas como personas sabias o inteligentes. Y otras pueden sentir la necesidad de demostrar que el otro est¨¢ equivocado. Si hay personas que dan su opini¨®n respondiendo a una sensaci¨®n de ¡®obligaci¨®n¡¯ con mucha probabilidad est¨¢n reaccionando a conflictos internos individuales?, a?ade Leire Villaumbrales.
?Debemos dejar de dar nuestra opini¨®n?
La libertad de expresar nuestra opini¨®n no es solo un derecho fundamental reconocido en la Declaraci¨®n Universal de Derechos Humanos y la Constituci¨®n Espa?ola, tambi¨¦n es una nutritiva necesidad psicol¨®gica. ?Cuando opinamos libremente y estando en paz, tendemos a aceptar los argumentos de los dem¨¢s sin vernos invadidos por ellos, la finalidad de conversar sobre un tema y permitir que todos puedan opinar, permite crecer. La informaci¨®n razonada coge cuerpo y al elaborarse se transforma en conocimiento, que es algo mayor, m¨¢s construido, ir m¨¢s lejos de la idea inicial nutri¨¦ndose de los argumentos que facilitan todas las partes?, se?ala Est¨¦vez. ?Sin embargo, cuando la finalidad de dar la opini¨®n es que se nos d¨¦ la raz¨®n est¨¢ en juego el valor subjetivo de la justicia, de la lealtad, de la bondad, de la verdad, de la generosidad y tantos otros en los que nos creemos realmente en posesi¨®n, o de los que hacemos ademan de tener por estar firmemente convencidos se trata de una especie de ceguera o sordera a lo que nos viene del exterior, con el fin de retroalimentar nuestro ego, o nuestra raz¨®n, cosa que partiendo de este fin suele acabar en malos t¨¦rminos generando conflictos interpersonales, al generar distancia en lugar de acercamiento?. Especialmente en momentos complicados como el actual, es natural que afloren emociones como rabia, tristeza, culpa, verg¨¹enza y miedo. La clave estar¨ªa en c¨®mo gestionarlas y en escuchar al otro. ?Es normal reaccionar emocionalmente ante algo que interfiere con nuestra manera de vivir. La clave bajo mi punto de vista est¨¢ en la intensidad y la forma de esas reacciones. El l¨ªmite entre la sana participaci¨®n ciudadana y la necesidad patol¨®gica de imponer opiniones est¨¢ en la capacidad de escucha, de respeto y de negociaci¨®n. Y en la capacidad de poder poner mis emociones al servicio de una relaci¨®n respetuosa con el otro. Incluso la rabia y el enfado?, concluye Villaumbrales.