?Linchamientos virtuales
Las redes sociales amplifican el poder devastador de la verg¨¹enza y el escarnio p¨²blicos. Cualquier desliz puede arruinar su vida digital
Alicia Ann Lynch, una joven estadounidense de 22 a?os, colg¨® en Twitter una fotograf¨ªa en donde aparec¨ªa disfrazada para una fiesta de Halloween. El disfraz era una simpleza que tendr¨ªa insondables consecuencias; aparec¨ªa en ch¨¢ndal, con la cara y los miembros embadurnados de pintura roja, como si hubiera sangrado profusamente, y un t¨ªtulo que muy pronto le granjear¨ªa un linchamiento en las redes sociales: ¡°V¨ªctima del marat¨®n de Boston¡±. El referente de aquel gracejo era la bomba que, en abril de 2013, interrumpi¨® violentamente aquella famosa carrera, causando tres muertos, 282 personas heridas y la huella indeleble de un atentado terrorista en la ciudad. La inconsciencia y el mal gusto de Lynch y la torpeza que entra?aba publicar esa fotograf¨ªa dispararon el morbo de sus escasos seguidores en Twitter y los retuits de estos consiguieron que en unas horas la joven recibiera miles de insultos y mensajes de una dureza que no admit¨ªa ninguna r¨¦plica, como este que le env¨ªo una v¨ªctima del tr¨¢gico marat¨®n: ¡°Deber¨ªas estar avergonzada. Mi madre perdi¨® las dos piernas y yo casi muero¡±.
El linchamiento virtual pronto gan¨® consistencia real y la joven tuvo que recluirse en su casa, y unos d¨ªas m¨¢s tarde el jefe de la oficina en la que trabajaba, abrumado por la presi¨®n de las redes sociales, la despidi¨®. Disfrazarse as¨ª no tiene ninguna gracia y publicar la fotograf¨ªa constituye un gesto deleznable, pero ?qu¨¦ hubiera pasado con Alicia Ann Lynch si hubiera hecho la misma broma, con la misma foto, en 1970, antes de la Red? La foto la habr¨ªan visto solo sus amigos y su jefe dif¨ªcilmente la hubiera despedido por esa broma de mal gusto pero de alcance exclusivamente dom¨¦stico. El caso es interesante porque evidencia c¨®mo las redes sociales magnifican episodios que, sin esa difusi¨®n masiva, hubieran sido mucho menos importantes.
En la fotograf¨ªa que colg¨® Alicia Ann Lynch en Twitter, habr¨ªa que separar el hecho de su difusi¨®n masiva
En 1932 fue secuestrado el beb¨¦ de Charles Lindbergh, el c¨¦lebre piloto que cruz¨® por primera vez en avi¨®n, en 1927, el oc¨¦ano Atl¨¢ntico. Lindbergh era un h¨¦roe nacional y el secuestro de su hijo tuvo en vilo, durante dos meses, a la sociedad estadounidense; hasta que un d¨ªa tr¨¢gico fue descubierto el cad¨¢ver del ni?o. Unos meses m¨¢s tarde, cuando el beb¨¦ Lindbergh segu¨ªa siendo un tema recurrente, el pintor Salvador Dal¨ª, que hab¨ªa inaugurado con mucho ¨¦xito una exposici¨®n en Nueva York, fue invitado a una fiesta de disfraces a la que acudi¨® la crema y nata de Manhattan. Dal¨ª y Gala, su mujer, asistieron disfrazados, para esc¨¢ndalo de los invitados, del beb¨¦ Lindbergh y de su secuestrador. Aquella broma violenta no pas¨® de alterar a los invitados y a algunos lectores de los peri¨®dicos que consignaron la ¨²ltima excentricidad del pintor. En la biograf¨ªa de Dal¨ª el incidente de la fiesta de disfraces es un episodio menor, una broma de mal gusto que se parece a la ocurrencia de la joven que se disfraz¨® de v¨ªctima del marat¨®n de Boston, salvo porque en la ¨¦poca de Dal¨ª no hab¨ªa ni redes sociales ni televisi¨®n para magnificar su imprudencia y su broma qued¨® en eso, en una boutade; pero si esto hubiera ocurrido en este siglo, Dal¨ª probablemente se hubiera quedado sin galeristas, hubiera sufrido un gravoso boicoteo y habr¨ªa tenido que maniobrar para que no se hundiera su carrera.
En la fotograf¨ªa que colg¨® Alicia Ann Lynch en Twitter, habr¨ªa que separar el hecho de su difusi¨®n masiva, de su multiplicaci¨®n exponencial en la Red. Pero esto, de momento, es complicado, porque a los internautas les encanta el linchamiento y, sobre esta penosa pulsi¨®n tan propia del siglo XXI, nadie ha tenido tiempo de legislar.
Recientemente han aparecido en ingl¨¦s dos ensayos sobre este inquietante tema, que es otra de esas zonas oscuras que tiene ese invento luminoso que es Internet: So you¡¯ve been publicly shamed (Has sido avergonzado p¨²blicamente), de Jon Ronson, e Is shame necessary? New uses for an old tool (?Es necesaria la verg¨¹enza?, los nuevos usos de una vieja herramienta), de Jennifer Jacquet. Los dos ensayos tratan de la dimensi¨®n contempor¨¢nea de la verg¨¹enza, del desprestigio y del escarnio, que se salen de proporci¨®n cuando se amplifican en las redes sociales; cualquier descuido, desliz o tonter¨ªa, que hace cuarenta a?os hubiera producido un rato de incomodidad o un momento de rubor, hoy, esa misma tonter¨ªa magnificada por Twitter o por Facebook puede generar un linchamiento que le arruine la vida al tonto.
Los casos de linchamiento virtual, de verg¨¹enza p¨²blica masiva abundan; todo el tiempo los internautas linchan a pol¨ªticos, cantantes, futbolistas y banqueros, personajes que est¨¢n expuestos permanentemente al ojo p¨²blico y que, por tanto, est¨¢n habituados a lidiar con el odio y el desprecio de la masa tuitera; pero el asunto cambia cuando el linchamiento va dirigido a una persona normal, que se vuelve s¨²bitamente famosa como la joven que se disfraz¨® de v¨ªctima del marat¨®n de Boston, o como el caso de Justine Sacco, un episodio emblem¨¢tico que Jon Ronson desmenuza en su libro. Sacco se fue de viaje a Sud¨¢frica a visitar a unos familiares y, mientras abordaba el avi¨®n en Nueva York, dio rienda suelta a su locuacidad tuitera y comenz¨® a lanzar mensajes, algunos muy ofensivos, para su modesta parroquia de 170 seguidores. En su escala en Londres lanz¨® un mensaje desgraciado que iba a cambiarle la vida: ¡°Voy a ?frica. Espero no coger el sida. Es broma. Soy blanca¡±.
Sacco pas¨® las siguientes once horas volando hacia su destino y, cuando aterriz¨® en Ciudad del Cabo y conect¨® su m¨®vil, se encontr¨® con un diluvio de mensajes, de insultos y tambi¨¦n de condolencias que le escrib¨ªan sus conocidos; mientras trataba de asimilar lo que suced¨ªa, recibi¨® una llamada de su mejor amiga que le dec¨ªa que su mensaje sobre el sida era trending topic mundial, es decir, el mensaje m¨¢s reproducido en Twitter en las ¨²ltimas horas. Inmediatamente despu¨¦s llam¨® su jefe que, presionado por el esc¨¢ndalo que hab¨ªa en las redes sociales, sobre esa mujer ejecutiva que acababa de demostrar su ignorancia y su racismo al mundo, no ten¨ªa m¨¢s remedio que despedirla de la direcci¨®n que ocupaba en una importante firma de comunicaci¨®n de Nueva York. Mientras Sacco volaba hacia Cape Town, una etiqueta, un hashtag, sobrevolaba Twitter: #yaaterriz¨®justine? Decenas de miles de personas esperaban el momento en que Justine, que ten¨ªa solo 170 seguidores cuando despeg¨® de Londres, aterrizara en Sud¨¢frica y viera el l¨ªo en que se hab¨ªa metido. Un espont¨¢neo fue al aeropuerto, fotografi¨® a Sacco, con unas aparatosas gafas, pasmada, mirando la pantalla de su tel¨¦fono y la tuite¨® con el siguiente mensaje: ¡°S¨ª, de hecho Justine ha aterrizado en el aeropuerto de Ciudad del Cabo. Ha decidido disfrazarse con unas gafas oscuras¡±.
La vida de Justine Sacco qued¨® hecha trizas. Jon Ronson cuenta en su libro, a partir de una serie de conversaciones que tuvo con ella a su regreso a Nueva York, los detalles de su descenso a los infiernos. Sacco public¨® un comentario racista e idiota, pero la penalizaci¨®n que se le impuso desde las redes sociales parece excesiva. Quiz¨¢, para empezar a establecer un marco civilizado de convivencia en Internet, habr¨ªa que desterrar la idea de que eso que sucede en el ciberespacio es realidad virtual, y que, a pesar de su naturaleza intangible, debe ser considerada, tratada y legislada de la misma forma en que se hace con la dura, y muy tangible, realidad.
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