Lee Miller: mucho m¨¢s que la musa de Man Ray o la mujer en la ba?era de Hitler
Fue ep¨ªtome de la belleza en los a?os veinte, en los que triunf¨® como modelo; coquete¨® con la fotograf¨ªa m¨¢s experimental y se convirti¨® en una de las primeras mujeres corresponsales de guerra. El documental Lee Miller: musa y corresponsal de guerra (Movistar+) repasa sus logros.
Pos¨® para fot¨®grafos como Edward Steichen o George Hoyningen-Huene, explor¨® las posibilidades de la solarizaci¨®n en fotograf¨ªa junto a Man Ray y cubri¨® la Segunda Guerra Mundial para Vogue. El d¨ªa que Hitler se suicid¨®, ella se retrataba en la ba?era de su casa de M¨²nich, Pablo Picasso la pint¨® seis veces y Jean Cocteau la incluy¨® en su cinta La sangre de un poeta. Pero para su ¨²nico hijo, Anthony Penrose, Elizabeth Lee Miller (1907-1977) era solo una mujer borracha y depresiva: ¡°Su muerte me afect¨® muy poco. No llor¨¦ por ella hasta que empec¨¦ a escribir su biograf¨ªa¡±, cuenta en el documental Lee Miller: musa y corresponsal de guerra. Las muchas vidas de la fot¨®grafa hoy protagonizan novelas o biograf¨ªas, pero permanecieron olvidadas durante a?os. La propia Miller se encarg¨® de enterrar su pasado en cajas en el ¨¢tico de la casa de Sussex en la que pas¨® sus ¨²ltimos a?os, reconvertida en cocinera. Hasta su obituario en The New York Times desech¨® su apellido y la redujo a ¡®Lady Penrose¡¯.
Fue la nuera de Miller, la mujer de Anthony Penrose, la que descubri¨® cientos de cajas en el desv¨¢n repletas de cartas, negativos y fotograf¨ªas que repasaban la intensa trayectoria de la norteamericana. ¡°De ni?o no supe pr¨¢cticamente nada de los logros pasados de mi madre. Era un libro que ella hab¨ªa cerrado¡±, confiesa su hijo. ¡°Me di cuenta de todo lo que me hab¨ªa perdido. Tantas cosas que querr¨ªa haber sabido de ella y haber entendido¡±.
Desafiante y compleja, para entender a Lee Miller hay que remontarse a su infancia en una peque?a ciudad en el estado de Nueva York, a 120 kil¨®metros al norte de Manhattan. Con solo siete a?os fue violada por un pariente; adem¨¢s, la peque?a Lee contrajo una enfermedad ven¨¦rea que hizo que tuviera que someterse a un doloroso tratamiento diario durante meses. Por supuesto, todo deb¨ªa permanecer en secreto en una sociedad en la que la que m¨¢s ten¨ªa que perder era la v¨ªctima. Su padre, que coqueteaba con la fotograf¨ªa, decidi¨® que lo mejor para ayudarla a superar el trauma era retratarla desnuda. Buscaba conseguir que volviera ¡°a aceptar su cuerpo¡±. El resultado son decenas de im¨¢genes, cuanto menos inquietantes.
Su salto a las portadas de las revistas nada tiene que envidiar a las f¨¢bulas de las supermodelos de las ¨²ltimas d¨¦cadas. Si a las Vodianova, B¨¹ndchen o Kass de los noventa las descubrieron vendiendo fruta, comiendo hamburguesas o haciendo la compra en el supermercado, a Lee Miller la encontr¨® el mism¨ªsimo Cond¨¦ Nast. Cuenta la leyenda que el editor y fundador de uno de los grupos editoriales m¨¢s importantes del mundo salv¨® a Miller de ser atropellada por un tranv¨ªa e inmediatamente qued¨® cautivado por su belleza. Pocos meses despu¨¦s de aquel encuentro los rasgos afilados de la artista serv¨ªan de modelo para una de las portadas de Vogue ilustradas por Georges Lepape. Su rostro saludable, su mirada clara y su corta melena dorada plasmaban a la perfecci¨®n el ideal de los Felices A?os Veinte y se convirti¨® en una de las modelos favoritas de la cabecera. Pero de nuevo un incidente que retrata a la mis¨®gina sociedad de la ¨¦poca derrumb¨® su carrera: una de sus fotograf¨ªas acab¨® en un anunci¨® de una empresa de compresas y fue vetada por cualquier firma de lujo.
Capaz de reinventarse una y otra vez, viaj¨® hasta Par¨ªs donde salt¨® al otro lado de la lente y empez¨® a practicar fotograf¨ªa. En 1930 la capital francesa era el centro del mundo; el arte bull¨ªa por todos los rincones y la modelo se introdujo pronto en el c¨ªrculo de los surrealistas. ¡°Pens¨¦ que la mejor forma era empezar estudiando con uno de los grandes maestros en la materia, Man Ray¡±, recordaba la propia Miller en una entrevista en In Town Tonight en 1946. ¡°En aquel tiempo estaba en Par¨ªs, as¨ª que me acerqu¨¦ a ¨¦l y le dije: ¡®Hola, soy tu nueva alumna y aprendiz¡¯. ?l respondi¨®: ¡®Yo no tengo alumnos ni aprendices¡¯. Y yo le dije: ¡®Ahora s¨ª¡±. Aquel desparpajo le vali¨® un puesto como ayudante en su estudio. Ella ten¨ªa 24 a?os y ¨¦l, 40; pronto se hicieron amantes.
Aunque la historia le colg¨® la etiqueta de musa, lo cierto es que Lee Miller form¨® un interesante t¨¢ndem creativo con Ray y particip¨® en su obra no solo posando para ella. La relaci¨®n dur¨® tres a?os y pronto se volvi¨® demasiado tormentosa; la americana le abandon¨® y regres¨® a Nueva York. Conoci¨® a un hombre de negocios, el egipcio Aziz Eloui Bey, con el que inmediatamente contrajo matrimonio y huy¨® a Egipto. En sus d¨ªas en ?frica retom¨® su pasi¨®n por la fotograf¨ªa, pero el hast¨ªo lleg¨® pronto. Aquel par¨¦ntesis dur¨® menos de tres a?os tras los que regres¨® a Par¨ªs y conoci¨® al que ser¨ªa su segundo marido, el artista Roland Penrose.
La Segunda Guerra Mundial puso en cuarentena cualquier proyecto de vida y la fot¨®grafa volvi¨® a reinventarse, esta vez en fotoperiodista. En Londres conoci¨® a la editora de la edici¨®n brit¨¢nica de Vogue, Audrey Withers, que le encarg¨® varios reportajes sobre el impacto de la guerra en la vida de las mujeres. Varios a?os antes de las inmortales im¨¢genes de Richard Avedon, fotografiando las creaciones de Christian Dior en la devastada Par¨ªs, Lee Miller ya coloc¨® a una modelo delante de los edificios bombardeados en Londres.
Su amigo David E. Scherman, fot¨®grafo de la revista Life, fue el que le dio la idea de ir un paso m¨¢s all¨¢. As¨ª lo recuerda en una grabaci¨®n de los a?os ochenta que recoge el documental: ¡°Le dije a Lee: ¡®Ya que eres estadounidense, ?por qu¨¦ no te pones un uniforme y haces que el ejercito te acredite?¡±. Ella mand¨® hacerse un uniforme a medida en Savile Row y cruz¨® el Canal de la Mancha para cubrir la guerra para la revista, convirti¨¦ndose en una de las cuatro mujeres estadounidenses acreditadas como corresponsales en el conflicto. Su llegada a Francia fue tan intensa como el resto de los meses que pas¨® cubriendo la ca¨ªda del ej¨¦rcito alem¨¢n. As¨ª lo narraba en uno de sus reportajes, en 1944: ¡°Desde las afueras de la ciudad o¨ªmos bombarderos aproximarse por detr¨¢s. Eran tres grupos de B26. Pasaron. Pudimos ver las bombas y nada m¨¢s. Ten¨ªa la ropa que llevaba puesta, dos docenas de carretes y un edred¨®n. Era la ¨²nica fot¨®grafa en kil¨®metros a la redonda y ten¨ªa una guerra para m¨ª sola. Fue un impacto letal. Por un momento pude ver d¨®nde y c¨®mo. Luego todo se lo trag¨® el humo (¡). Me refugi¨¦ en un puesto alem¨¢n, en cuclillas bajo las murallas. Mi tal¨®n pis¨® una mano inerte y arrancada y maldije a los alemanes por la s¨®rdida y terrible destrucci¨®n que hab¨ªan provocado en esta hermosa ciudad¡±.
Junto a Scherman fue de las primeras en llegar a casi todos los puntos calientes del final de la contienda: estuvo en Par¨ªs mientras entraban en la ciudad las tropas aliadas, en el cuartel general de la Luftwaffe, retrat¨® los cuerpos de los altos cargos de la Gestapo que se suicidaron¡ Inmortaliz¨® la estela del conflicto en fotograf¨ªas que no pudo borrarse de la cabeza, pese a esconderlas en el desv¨¢n. En abril de 1945, con unas ojeras inmensas, la bella Lee llega al campo de concentraci¨®n de Dachau junto a los aliados. As¨ª se lo contaba poco despu¨¦s a Withers en un telegrama: ¡°Te ruego que creas que esto es cierto. Generalmente no hago fotos de horrores, pero creo que abundan en cada pueblo y en cada zona. Espero que Vogue sienta que puede publicar estas fotos¡±. Acordaron sacarlas en las ediciones americana e inglesa, junto a un reportaje que titularon Believe It, Lee Miller cables from Germany. Por primera vez las brillantes p¨¢ginas de la revista se abrieron a las atrocidades y el espanto. Las fotograf¨ªas de Miller sin duda se encuentran entre los contenidos m¨¢s cruentos que ha publicado la cabecera en m¨¢s de 125 a?os de historia.
Desde Dachau, Miller y Scherman viajaron a M¨²nich, a solo 30 kil¨®metros, y se colaron en el apartamento de Hitler: ¡°Durante a?os he llevado la direcci¨®n de Hitler en M¨²nich en el bolsillo y por fin he tenido la oportunidad de usarla. Pero mi anfitri¨®n no estaba en casa. Tom¨¦ algunas fotos del lugar y dorm¨ª bastante bien en la cama de Hitler. Incluso me quit¨¦ el polvo de Dachau en su ba?era¡±, escrib¨ªa ella. Colocaron el retrato del?F¨¹hrer junto a la pastilla de jab¨®n, Lee dej¨® sus botas, todav¨ªa manchadas por el barro del campo de concentraci¨®n, y fue fotografiada, en una de instant¨¢nea ic¨®nica. Ninguno de los dos sab¨ªa entonces que Hitler se hab¨ªa quitado la vida esa misma tarde. La simb¨®lica imagen apareci¨® publicada en el n¨²mero de julio de la cabecera junto al un pie que rezaba: ¡°El apartamento de M¨²nich de Hitler: Lee Miller, que recoge la historia, disfruta del ba?o de Hitler¡±.
Tras su experiencia en la guerra regres¨® a Inglaterra e intent¨® retomar sin ¨¦xito la fotograf¨ªa de moda. Probablemente sufri¨® una profunda depresi¨®n posparto tras el nacimiento de su hijo Anthony, tuvo que lidiar con un trastorno postraum¨¢tico y una adicci¨®n al alcohol que arrastr¨® toda la vida y marc¨® sus ¨²ltimos a?os. En un nuevo e inesperado giro de guion se refugi¨® en la cocina. ¡°Perdida es una buena forma de describirla¡±, dice su nieta en el documental. Cuando muri¨® de c¨¢ncer a los 70 a?os, ella misma hab¨ªa sepultado todos sus logros porque eran demasiado dolorosos de recordar. Pero la suya es una figura clave que ahora reclama el puesto de honor que le corresponde en la historia del siglo XX: el de una mujer pionera que desdibuj¨® los l¨ªmites entre la fotograf¨ªa art¨ªstica y el fotoperiodismo, anticipando muchos enfoques.
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