Lee un adelanto de ¡®D¨®nde est¨¢s, mundo bello¡¯, la nueva novela de Sally Rooney
Publicamos un adelanto de la primera obra de la autora irlandesa despu¨¦s de ¡®Gente normal¡¯, el fen¨®meno que catapult¨® a este referente milenial a la fama y a la televisi¨®n. Literatura Random House la publica el 9 de septiembre.
Se llamaba Eileen Lydon. Ten¨ªa veintinueve a?os. Su padre, Pat, llevaba una granja en County Galway, y su madre, Mary, era profesora de geograf¨ªa. Ten¨ªa una hermana, Lola, tres a?os mayor que ella. Lola hab¨ªa sido una ni?a robusta, valiente, traviesa, mientras que de peque?a Eileen era nerviosa y enfermiza. Pasaban juntas las vacaciones escolares, jugando a elaborados juegos narrativos en los que adoptaban el papel de unas hermanas humanas que lograban acceder a reinos m¨¢gicos; Lola improvisaba los giros fundamentales de la trama y Eileen la segu¨ªa. Cuando los ten¨ªan a mano, alistaban para los papeles secundarios a primos m¨¢s peque?os, a vecinos y a los hijos de amigos de la familia. Entre ellos estaba, en ocasiones, un ni?o llamado Simon Costigan, que ten¨ªa cinco a?os m¨¢s que Eileen y viv¨ªa al otro lado del r¨ªo en lo que hab¨ªa sido en su d¨ªa la casa solariega de la localidad. Era un ni?o sumamente educado que llevaba siempre ropa limpia y dec¨ªa gracias a los adultos. Padec¨ªa epilepsia, y a veces ten¨ªa que ir al hospital, un d¨ªa incluso se lo llevaron en ambulancia. Cuando Lola o Eileen se portaban mal, su madre Mary les dec¨ªa que por qu¨¦ no pod¨ªan ser m¨¢s como Simon Costigan, que no solo era buen ni?o, sino que ten¨ªa la dignidad a?adida de ?no quejarse nunca?. Cuando las hermanas se fueron haciendo mayores, dejaron de incluir a Simon y a ning¨²n otro ni?o en sus juegos y emigraron al interior de la casa, donde esbozaban mapas ficticios en papel de carta, inventaban alfabetos cr¨ªpticos y se grababan en cintas de casete. Sus padres miraban esos juegos con una ben¨¦vola falta de curiosidad, y les suministraban encantados papel, rotuladores y cintas v¨ªrgenes, pero sin mostrar ning¨²n inter¨¦s por saber nada de los habitantes imaginarios de pa¨ªses ficticios.
A los doce a?os, Lola pas¨® de la peque?a escuela del pueblo a un colegio de las Hermanas de la Caridad, solo para ni?as, en la ciudad m¨¢s cercana. Eileen, que hab¨ªa sido siempre callada en el colegio, se fue retrayendo cada vez m¨¢s. La maestra les dijo a sus padres que era superdotada, y dos veces a la semana la llevaban a un aula especial y le daban clases extra de lectura y matem¨¢ticas. En el colegio de monjas, Lola hizo amigas nuevas que empezaron a venir de visita a la granja, y a veces hasta se quedaban a dormir. Un d¨ªa, en broma, dejaron a Eileen encerrada en el cuarto de ba?o de arriba veinte minutos. Despu¨¦s de eso, su padre Pat dijo que las amigas de Lola no pod¨ªan venir m¨¢s de visita, y Lola le ech¨® la culpa a Eileen. Cuando Eileen cumpli¨® los doce, la mandaron tambi¨¦n al colegio de Lola, que estaba repartido en varios edificios y m¨®dulos prefabricados y ten¨ªa una poblaci¨®n estudiantil de seiscientas alumnas. La mayor¨ªa de sus compa?eras viv¨ªan en la ciudad y se conoc¨ªan desde la primaria; tra¨ªan consigo alianzas y lealtades previas en las que ella no ten¨ªa cabida. Lola y sus amigas eran ya lo bastante mayores para almorzar en la ciudad, pero Eileen se sentaba sola en el comedor, despegando papel de aluminio de s¨¢ndwiches caseros. El segundo a?o, una de las ni?as de su clase se le acerc¨® por detr¨¢s y le vaci¨® una botella de agua en la cabeza jugando a verdad o atrevimiento. La subdirectora del colegio le mand¨® escribirle a Eileen una carta de disculpa. En casa, Lola dijo que no habr¨ªa pasado nada si Eileen no actuase como una friki, y Eileen respondi¨®: no estoy actuando.
El verano de los quince a?os, el hijo de los vecinos, Simon, vino a echarle una mano a su padre en la granja. ?l ten¨ªa veinte, y estaba estudiando filosof¨ªa en Oxford. Lola acababa de terminar el colegio y apenas asomaba por casa, pero cuando Simon se quedaba a cenar, volv¨ªa pronto, y hasta se cambiaba de sudadera si la tra¨ªa sucia. En el colegio, Lola no hab¨ªa dejado de evitar a Eileen, pero en presencia de Simon empez¨® a comportarse como una hermana mayor indulgente y cari?osa, padeciendo por el pelo y la ropa de Eileen, trat¨¢ndola como si fuese mucho m¨¢s peque?a. Simon no secundaba esta actitud. Su trato hacia Eileen era agradable y respetuoso. La escuchaba cuando hablaba, aun si Lola intentaba pisarla, y mirando con aire calmoso a Eileen dec¨ªa cosas como: Ah, muy interesante. En agosto, Eileen hab¨ªa adoptado ya la costumbre de levantarse temprano y montar guardia en la ventana del cuarto esperando ver su bicicleta, y en cuanto aparec¨ªa bajaba corriendo las escaleras y se encontraba con Simon nada m¨¢s cruzar la puerta de atr¨¢s. Mientras ¨¦l pon¨ªa el hervidor a calentar o se lavaba las manos, ella le hac¨ªa preguntas sobre libros, sobre sus estudios en la universidad, sobre su vida en Inglaterra. Una vez le pregunt¨® si le segu¨ªan dando ataques, y ¨¦l sonri¨® y le dijo que no, que de eso hac¨ªa mucho tiempo, que le sorprend¨ªa que se acordase. Hablaban un rato, diez o veinte minutos, y despu¨¦s ¨¦l se iba a la granja y ella se volv¨ªa arriba y se tumbaba en la cama. Algunas ma?anas estaba contenta, exaltada, los ojos brillantes, y otras se echaba a llorar. Lola le dijo a Mary su madre que aquello se ten¨ªa que acabar. Es una obsesi¨®n, le dijo. Es penoso. Por esa ¨¦poca, Lola se hab¨ªa enterado por sus amigos de que Simon asist¨ªa a misa los domingos pese a que sus padres no, y dej¨® de volver a casa a cenar cuando ¨¦l estaba ah¨ª. Mary empez¨® tambi¨¦n a desayunar en la cocina por las ma?anas, leyendo el peri¨®dico. Eileen bajaba de todos modos, y Simon la saludaba con la misma cordialidad de siempre, pero ella le daba r¨¦plicas hura?as, y enseguida se retiraba a su habitaci¨®n. La noche antes de volverse a Inglaterra, Simon pas¨® por casa a despedirse, y Eileen se escondi¨® en su cuarto y se neg¨® a bajar. ?l subi¨® a verla, y ella le peg¨® una patada a una silla y le dijo que era la ¨²nica persona con la que pod¨ªa hablar. De mi vida, la ¨²nica, dijo. Y ni siquiera me dejan hablar contigo, y ahora te vas. Ojal¨¢ me muriese. ?l estaba junto a la puerta, medio abierta detr¨¢s de ¨¦l. Le dijo en voz baja: Eileen, no digas eso. Todo ir¨¢ bien, te lo prometo. T¨² y yo vamos a ser amigos el resto de nuestras vidas.
A los dieciocho, Eileen fue a la universidad de Dubl¨ªn para estudiar filolog¨ªa inglesa. El primer a?o, trab¨® amistad con una chica que se llamaba Alice Kelleher, y el a?o siguiente se hicieron compa?eras de piso. Alice hablaba en voz muy alta, iba vestida con ropa de segunda mano de la talla equivocada y parec¨ªa encontrarlo todo divertid¨ªsimo. Ven¨ªa de una familia ca¨®tica, y su padre era un mec¨¢nico de coches que ten¨ªa problemas con el alcohol. En la universidad, le costaba hacer amigos entre sus compa?eros de clase, y en una ocasi¨®n se enfrent¨® a medidas disciplinarias leves por llamar ?cerdo fascista? a un profesor. Eileen pas¨® pacientemente por la carrera leyendo todas las lecturas obligatorias, entregando todos los trabajos dentro de plazo y preparando a fondo los ex¨¢menes. Consigui¨® casi todos los premios acad¨¦micos a los que pod¨ªa optar, y hasta un premio nacional de ensayo. Se fue creando un c¨ªrculo social, rechaz¨® las insinuaciones de varios amigos masculinos, sal¨ªa a discotecas y luego se volv¨ªa a casa a comer tostadas con Alice en el sal¨®n. Alice dec¨ªa que Eileen era un genio y una aut¨¦ntica joya, y que ni siquiera la gente que la valoraba de verdad la valoraba lo suficiente. Eileen dec¨ªa que Alice era una iconoclasta, y que era ¨²nica, y una adelantada a su tiempo. Lola estudiaba en una universidad distinta en otra zona de la ciudad, y no ve¨ªa a Eileen salvo por la calle de casualidad. Cuando Eileen estaba en segundo curso, Simon se mud¨® a Dubl¨ªn para sacarse un t¨ªtulo de derecho. Eileen lo invit¨® al piso una noche para present¨¢rselo a Alice, y ¨¦l lleg¨® con una caja de bombones caros y una botella de vino blanco. Alice fue extremadamente maleducada con ¨¦l toda la noche, le dijo que sus creencias religiosas eran ?malignas? y que llevaba un reloj de pulsera horrendo. Por alg¨²n motivo, a Simon este comportamiento pareci¨® resultarle divertido e incluso entra?able. Despu¨¦s de eso, se pasaba a verlas a menudo; se quedaba de pie apoyado en el radiador, discutiendo con Alice sobre Dios y criticando animadamente las escasas dotes de ambas para las labores dom¨¦sticas. Les dec¨ªa que viv¨ªan ?en la mugre?. A veces incluso lavaba los platos antes de irse. Una noche que Alice no estaba, Eileen le pregunt¨® si ten¨ªa novia, y ¨¦l se ech¨® a re¨ªr y le dijo: ?Por qu¨¦ me preguntas eso? Yo soy un viejo sabio, ?recuerdas? Eileen estaba tumbada en el sof¨¢, y sin levantar la cabeza le lanz¨® un coj¨ªn, que ¨¦l atrap¨® entre las manos. Solo viejo, dijo ella. Sabio no.
Cuando Eileen ten¨ªa veinte a?os se acost¨® por primera vez con alguien, un hombre que hab¨ªa conocido en internet. Despu¨¦s se volvi¨® andando sola hasta su piso. Era tarde, casi las dos de la ma?ana, y las calles estaban desiertas. Cuando lleg¨® a casa, se encontr¨® a Alice sentada en el sof¨¢, escribiendo algo en el port¨¢til. Eileen se apoy¨® en el marco de la puerta y dijo en voz alta: En fin, ha sido raro. Alice dej¨® de teclear. ?Qu¨¦, te has acostado con ¨¦l?, le pregunt¨®. Eileen se frotaba el brazo con la palma de la mano. Me pidi¨® que me dejase la ropa puesta, dijo. En plan, todo el rato. Alice se la qued¨® mirando. ?De d¨®nde sacas a esta gente?, le dijo. Con la cabeza gacha, Eileen se encogi¨® de hombros. Alice se levant¨® del sof¨¢. No te sientas mal, le dijo. No es para tanto. No es nada. En dos semanas se te habr¨¢ olvidado. Eileen apoy¨® la cabeza en el hombro menudo de Alice. Ella, d¨¢ndole palmaditas en la espalda, le dijo con voz suave: T¨² no eres como yo. T¨² vas a tener una vida feliz. Simon estaba en Par¨ªs ese verano, trabajando para un grupo contra la emergencia clim¨¢tica. Eileen fue a visitarlo, la primera vez que se sub¨ªa sola a un avi¨®n. Esa noche se bebieron una botella de vino en su piso, y ella le cont¨® la historia de c¨®mo hab¨ªa perdido la virginidad. ?l se rio y se disculp¨® por re¨ªrse. Estaban tumbados juntos en la cama de su cuarto. Tras un silencio, Eileen dijo: Te iba a preguntar c¨®mo hab¨ªas perdido t¨² la virginidad. Pero claro, que yo sepa, a¨²n eres virgen. ?l sonri¨® al o¨ªr eso. No, no lo soy, dijo. Eileen se qued¨® unos segundos callada, mirando hacia el techo, respirando. Pese a que eres cat¨®lico, le dijo. Estaban muy cerca el uno del otro, los hombros casi se tocaban. S¨ª, respondi¨® ¨¦l. ?C¨®mo dec¨ªa san Agust¨ªn? Se?or, dame castidad, pero todav¨ªa no.
Despu¨¦s de licenciarse, Eileen empez¨® un master en literatura irlandesa, y Alice se puso a trabajar en una cafeter¨ªa y comenz¨® a escribir una novela. Segu¨ªan viviendo juntas, y a veces, por las noches, Alice le le¨ªa en voz alta las partes graciosas del manuscrito mientras Eileen preparaba la cena. Alice se sentaba a la mesa de la cocina, apart¨¢ndose el pelo de la frente, y dec¨ªa: A ver, escucha. ?Sabes el t¨ªo protagonista del que te hablaba? Pues recibe un mensaje de texto del personaje de la hermana. En Par¨ªs, Simon se hab¨ªa ido a vivir con su novia, una francesa llamada Natalie. Despu¨¦s de terminar el master, Eileen empez¨® a trabajar en una librer¨ªa, empujando carritos cargados de punta a punta de la tienda para descargarlos y colocando pegatinas individuales con el precio en cada ejemplar individual de novelas superventas. En aquella ¨¦poca, sus padres estaban pasando apuros econ¨®micos con la granja. Cuando iba de visita a casa, su padre Pat estaba apagado e inquieto, se paseaba por la casa a horas extra?as, encend¨ªa y apagaba cosas. En la cena apenas dec¨ªa palabra, y a menudo se levantaba de la mesa antes de que el resto hubiese terminado de comer. En el sal¨®n, una noche que estaban solas, su madre Mary le dijo que algo ten¨ªa que cambiar. Esto no puede seguir as¨ª, le dijo. Eileen, con expresi¨®n preocupada, le pregunt¨® si se refer¨ªa a la situaci¨®n econ¨®mica o a su matrimonio. Mary levant¨® las manos palmas arriba, parec¨ªa agotada, parec¨ªa mayor de lo que era en realidad. Todo, dijo. Yo qu¨¦ s¨¦. Vienes a casa quej¨¢ndote de tu trabajo, quej¨¢ndote de tu vida. ?Y qu¨¦ pasa con mi vida? ?A m¨ª qui¨¦n me cuida? Eileen ten¨ªa veintitr¨¦s a?os entonces, y su madre cincuenta y uno. Eileen se llev¨® ligeramente las yemas de los dedos a uno de los p¨¢rpados durante un segundo y le dijo: ?No te me est¨¢s quejando de tu vida ahora mismo? En ese momento Mary se ech¨® a llorar. Eileen la observo inc¨®moda: A m¨ª me preocupa de verdad que no seas feliz, es solo que no s¨¦ qu¨¦ quieres que haga yo. Su madre se tapaba la cara, sollozando. Pero ?qu¨¦ he hecho mal?, dijo. ?C¨®mo he podido criar unas hijas tan ego¨ªstas? Eileen recost¨® la espalda en el sof¨¢ como si se planteara seriamente la cuesti¨®n. ?Qu¨¦ resultado esperas sacar de aqu¨ª?, le pregunt¨®. No te puedo dar dinero. No puedo viajar atr¨¢s en el tiempo y hacer que te cases con otro hombre. ?Quieres que te escuche mientras te quejas? Yo te escucho. Te estoy escuchando. Pero no entiendo por qu¨¦ crees que tu infelicidad es m¨¢s importante que la m¨ªa. Mary se march¨® de la habitaci¨®n.
Cuando ten¨ªan veinticuatro a?os, Alice firm¨® un contrato con una editorial americana por doscientos cincuenta mil d¨®lares. Dijo que nadie en el sector editorial ten¨ªa ni idea de dinero, y que si ellos eran tan tontos de d¨¢rselo, ella era tan avariciosa como para cogerlo. Eileen estaba saliendo entonces con un estudiante de doctorado llamado Kevin, y a trav¨¦s de ¨¦l hab¨ªa encontrado un trabajo mal pagado pero interesante como asistente editorial en una revista literaria. Al principio, solo correg¨ªa textos, pero al cabo de unos meses le dejaron encargar art¨ªculos, y al final del primer a?o, el editor la invit¨® a colaborar con algo suyo. Eileen le dijo que se lo pensar¨ªa. Lola trabajaba en una consultora de gesti¨®n y ten¨ªa un novio que se llamaba Matthew. Una noche invit¨® a Eileen a cenar con ellos en el centro. Un martes noche, despu¨¦s de trabajar, estuvieron los tres esperando cuarenta y cinco minutos en una calle cada vez m¨¢s fr¨ªa y oscura a que los sentasen en una hamburgueser¨ªa nueva que Lola ten¨ªa particulares ganas de probar. Las hamburguesas, cuando llegaron, no ten¨ªan nada de especial. Lola le pregunt¨® a Eileen por sus planes profesionales, y Eileen le respondi¨® que estaba contenta en la revista. Bueno, por ahora, dijo Lola, pero ?luego qu¨¦? Eileen le dijo que no lo sab¨ªa. Lola sonri¨®: Alg¨²n d¨ªa vas a tener que vivir en el mundo real. Eileen volvi¨® caminando al piso esa noche, y al llegar se encontr¨® a Alice en el sof¨¢, trabajando en su libro. Alice, le dijo, ?alg¨²n d¨ªa voy a tener que vivir en el mundo real? Sin levantar la vista, Alice resopl¨® con sorna y respondi¨®: Dios, no, por supuesto que no. ?Qui¨¦n te ha dicho eso?
El septiembre siguiente, Eileen supo por su madre que Simon y Natalie hab¨ªan roto. Llevaban cuatro a?os juntos por entonces. Eileen le dijo a Alice que hab¨ªa cre¨ªdo que se casar¨ªan. Siempre pens¨¦ que terminar¨ªan cas¨¢ndose, le dijo. Y Alice le respondi¨®: S¨ª, lo hab¨ªas comentado. Eileen le mand¨® un email a Simon pregunt¨¢ndole c¨®mo estaba, y ¨¦l le escribi¨® dici¨¦ndole: Supongo que no tienes pensado venir pronto por Par¨ªs, ?verdad? Me encantar¨ªa verte. Eileen fue a pasar unos d¨ªas con ¨¦l en Halloween. ?l ten¨ªa treinta a?os, ah¨ª, y ella veinticinco. Por las tardes iban juntos a los museos, y hablaban de arte y de pol¨ªtica. Siempre que ella le preguntaba por Natalie ¨¦l respond¨ªa de pasada, discreto, y cambiaba de tema. Una vez, sentados en el Mus¨¦e d¡¯Orsay, Eileen le dijo: T¨² lo sabes todo de m¨ª, y yo no s¨¦ nada de ti. ?l, con una sonrisa apenada, le respondi¨®: Mira, ahora has hablado como Natalie. Y luego se ech¨® a re¨ªr y le dijo que lo sent¨ªa. Esa fue la ¨²nica vez que mencion¨® su nombre. Por las ma?anas Simon preparaba el caf¨¦, y por las noches Eileen dorm¨ªa en su cama. Cuando terminaban de hacer el amor, a ¨¦l le gustaba tenerla abrazada largo rato. El d¨ªa que volvi¨® a Dubl¨ªn, rompi¨® con su novio. No volvi¨® a saber nada de Simon hasta que se pas¨® por casa de sus padres en Navidad para tomar una copa de brandy y admirar el ¨¢rbol.
El libro de Alice se public¨® la primavera siguiente. La prensa sigui¨® el lanzamiento con mucha atenci¨®n, positiva, al principio, y luego con algunas rese?as negativas en respuesta a la positividad aduladora de la acogida inicial. En verano, en una fiesta en el piso de su amiga Ciara, Eileen conoci¨® a un hombre llamado Aidan. Ten¨ªa el pelo oscuro y espeso, llevaba pantalones de lino y unas deportivas sucias. Terminaron sent¨¢ndose en la cocina, hablando hasta las tantas de su infancia. En mi familia no se hablan las cosas, le explic¨® Aidan. Se queda todo bajo la superficie, no sale nada. ?Te lo lleno? Eileen lo mir¨® mientras le serv¨ªa vino tinto en el vaso. En mi familia tampoco se hablan mucho las cosas, dijo ella. A veces creo que lo intentamos, pero no sabemos c¨®mo hacerlo. Al final de la noche, Eileen y Aidan volvieron caminando a casa en la misma direcci¨®n, y ¨¦l se desvi¨® para acompa?arla hasta la puerta. Cu¨ªdate, le dijo ¨¦l al despedirse. Unos d¨ªas m¨¢s tarde, quedaron para tomar algo, los dos solos. Era m¨²sico e ingeniero de sonido. Le habl¨® de su trabajo, de sus compa?eros de piso, de su relaci¨®n con su madre, de algunas cosas que amaba o que detestaba. Mientras hablaban, Eileen no dejaba de re¨ªrse y se la ve¨ªa animada, se tocaba los labios, se inclinaba adelante en el asiento. Cuando lleg¨® a casa esa noche, Aidan le mand¨® un mensaje que dec¨ªa: qu¨¦ bien sabes escuchar! madre m¨ªa! y yo hablo por los codos, lo siento. nos podemos volver a ver?
Quedaron otra vez para tomar algo la semana siguiente, y luego otra. El suelo de su piso estaba cubierto de una mara?a de cables negros y la cama era solo un colch¨®n. En oto?o fueron unos d¨ªas a Florencia y recorrieron juntos el frescor de la catedral. Una noche Eileen solt¨® una ocurrencia en la cena, y ¨¦l se rio tanto que tuvo que enjugarse los ojos con una servilleta morada. Le dijo que la quer¨ªa. Todo en mi vida es incre¨ªblemente maravilloso, le escribi¨® Eileen a Alice en un mensaje. No me puedo creer que sea posible ser tan feliz. Simon volvi¨® a Dubl¨ªn por esa ¨¦poca, para trabajar como asesor pol¨ªtico para un grupo parlamentario de izquierdas. Eileen lo ve¨ªa a veces en el autob¨²s, o cruzando una calle, rodeando con el brazo a una mujer guapa u otra. Antes de Navidad, Eileen y Aidan se fueron a vivir juntos. ?l descarg¨® las cajas de libros del maletero y dijo con orgullo: El peso de tu intelecto. Alice acudi¨® a la fiesta de inauguraci¨®n, se le cay¨® una botella de vodka en las baldosas de la cocina, cont¨® una an¨¦cdota largu¨ªsima sobre los a?os de universidad que solo Eileen y ella misma parecieron encontrar remotamente graciosa y luego se volvi¨® otra vez a casa. El resto de la gente que fue a la fiesta eran amigos de Aidan. Al terminar, borracha, Eileen le dijo: ?Yo por qu¨¦ no tengo amigos? Tengo dos, pero son raros. Y el resto son m¨¢s bien conocidos. ?l apoy¨® la mano en su pelo y le dijo: Me tienes a m¨ª.
Los tres a?os siguientes, Eileen y Aidan vivieron en un piso de una habitaci¨®n en la zona sur del centro, descargando ilegalmente pel¨ªculas extranjeras, discutiendo por la forma de repartirse el pago del alquiler, haciendo turnos para cocinar y lavar los platos. Lola y Matthew se prometieron. Alice gan¨® un lucrativo premio literario, se mud¨® a Nueva York y empez¨® a mandarle emails a Eileen a horas extra?as del d¨ªa y de la noche. Luego de golpe dej¨® de escribirle, borr¨® todas sus cuentas en redes sociales, ignor¨® los mensajes de Eileen. En diciembre, Simon la llam¨® una noche y le dijo que Alice estaba en Dubl¨ªn y que la hab¨ªan ingresado en un hospital psiqui¨¢trico. Eileen estaba sentada en el sof¨¢, con el tel¨¦fono pegado a la oreja, y Aidan junto al fregadero, aclarando un plato bajo el grifo. Cuando Simon y ella terminaron de hablar, se qued¨® ah¨ª sentada al tel¨¦fono, sin decir nada, y ¨¦l tampoco dijo nada, se hizo un silencio. Vale, dijo ¨¦l al fin. Vete si quieres. Unas semanas despu¨¦s, Eileen y Aidan rompieron. ?l le dijo que estaban pasando muchas cosas y que los dos necesitaban espacio. Se volvi¨® a casa de sus padres, y Eileen se mud¨® con una pareja casada a un piso de dos habitaciones en la zona norte. Lola y Matthew decidieron organizar una boda modesta en verano. Simon sigui¨® respondiendo sin tardanza sus correos, invitaba a Eileen a comer fuera de vez en cuando y se guardaba sus asuntos personales para s¨ª. Corr¨ªa el mes de abril, y varios amigos de Eileen acababan de marcharse de Dubl¨ªn o estaban en ello. Iba a fiestas de despedida, con el vestido verde oscuro de botones, o con el vestido amarillo del cintur¨®n a juego. En salones de techo bajo y l¨¢mparas de papel, la gente se le pon¨ªa a hablar del mercado inmobiliario. Mi hermana se casa en junio, les dec¨ªa ella. Qu¨¦ ilusi¨®n, le respond¨ªan. Debes de alegrarte mucho por ella. Ya, es curioso, dec¨ªa Eileen. La verdad es que no.
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