Por qu¨¦ Totoro y la obra de Hayao Miyazaki son s¨ªmbolos de libertad en tiempos de coronavirus
Que Totoro sea el s¨ªmbolo del Studio Ghibli no es de extra?ar; encarna a la perfecci¨®n el esp¨ªritu del estudio japon¨¦s de animaci¨®n. Una criatura gozosamente oronda que, sin necesidad de trucos antropom¨®rficos, consigue ser exultantemente expresivo.
Probablemente no hac¨ªa falta que llegara una pandemia para recordarnos que esa fantas¨ªa de los amigos imaginarios se invent¨® por y para algo, pero esta nueva situaci¨®n ha dado a?todos esos personajes una dimensi¨®n a¨²n m¨¢s profunda y deseable. Presencias reconfortantes para tiempos inc¨®modos. ?Qui¨¦n no ha deseado en estos ¨²ltimos meses tener un Hobbes (de Calvin y Hobbes) como compa?ero de piso, un Doraemon como gato solucionador y, sobre todo, un Totoro, cuya sola presencia convirtiera la vida en un festival de luz y color? Que Totoro sea el s¨ªmbolo del Studio Ghibli no es de extra?ar. Encarna a la perfecci¨®n el esp¨ªritu del estudio japon¨¦s de animaci¨®n. Una criatura gozosamente oronda que, sin necesidad de trucos antropom¨®rficos, consigue ser exultantemente expresivo y, sobre todo, captar a la complejidad emocional que siempre habita en las creaciones de Hayao Miyazaki, cofundador del estudio.
En las pel¨ªculas de Ghibli el gui?o al adulto brilla por su ausencia. No hay terroncitos de az¨²car estrat¨¦gicamente dispuestos para los mayores en busca de su complicidad. El camino no est¨¢ trufado de recompensas por haber entendido el sofisticado chiste para el paciente padre que tiene que ver una y mil veces la misma pel¨ªcula. Nada de eso. Miyazaki no precisa de esos artificios por una sencilla raz¨®n: no infantiliza, ni edulcora el mundo que recrea. La realidad que se presenta no es blandengue y no hay niveles estancos de entendimiento: uno para ni?os, otro para adultos y otro m¨¢s para adultos le¨ªdos. La vieja y terrible divisi¨®n entre alta y baja cultura trasladada a segmentos por edades. En Studio Ghibli parecen ser muy conscientes de que el universo es uno y que en ¨¦l habitan grandes y peque?os. Y en ese universo hay fantas¨ªa, amor, amistad y naturaleza, pero tambi¨¦n dolor, muerte, sangre, guerras y romances fallidos. Muchas de las historias de Ghibli son aventuras de iniciaci¨®n con todo lo que conlleva debutar: los miedos, las inseguridades, lo emocionante del primer viaje o de cruzar determinados umbrales. El misterio de lo desconocido. Lo que, en definitiva, viene a ser la vida. Y para eso se requieren estructuras narrativas que huyan de la simplificaci¨®n y personajes cuyos arcos emocionales est¨¦n lejos de lo maniqueo. El resultado es un fest¨ªn de sensaciones, de colores y de simbolismos que, a pesar de resultar en ocasiones muy lejanos, consiguen una asombrosa transversalidad.
Porque en la dimensi¨®n Ghibli no hay necesidad alguna de usar lo racional. Y aunque el mundo sea uno, la mirada que prevalece es la del ni?o. Tanto es as¨ª que la magia no se cuestiona. Creer en dioses de la naturaleza, en chispeantes duendes o en asombrosas metamorfosis no es algo exclusivo de los ni?os. No hay un pacto secreto entre la infancia y la magia, ni algo que haya que ocultar a los mayores. Los adultos dan por hecho que los kodamas (esp¨ªritus de los bosques) habitan en lo profundo de la floresta, que las brujas existen y vuelan y son simp¨¢ticas y que una pececita puede perfectamente transformarse en una ni?a. Y as¨ª, una vez m¨¢s Miyazaki consigue el milagro: presentar un universo compensado, arm¨®nico y confortable. Un orden natural que funciona cuando se respetan las distintas fuerzas que conviven en nuestro planeta, poniendo especial ¨¦nfasis en eso que ahora tanto preocupa: escuchar y respetar a la naturaleza.
Por el camino, Hayao Miyazaki nos regala una colecci¨®n de hero¨ªnas, de ni?as, de chicas y de mujeres poderosas y decididas que se enfrentan a sus miedos como van pudiendo; nos deja un buen mont¨®n de secuencias visualmente arrolladoras y algunas grandes frases para el recuerdo (como la m¨ªtica ?Prefiero ser un cerdo a ser un fascista? de Porco Rosso).
Y es por ese feliz equilibrio por el que uno quiere visitar una y mil veces a Totoro, a Ponyo, a Nicky, a Mononoke o a Chihiro. Porque Miyazaki apela a algo que olvidamos con demasiada frecuencia: la universalidad de la condici¨®n humana. Porque ?qu¨¦ descanso poder abandonar la iron¨ªa, aunque sea solo por un par de horas!
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