Yo-yo, por Eva Hache
?Conozco un zapatero con unos aires de grandeza que r¨ªete del levante en el estrecho?
Aunque as¨ª lo parezca, no voy a hablar de juguetes. O, como mucho, hablar¨ªa de juguetes rotos, la expresi¨®n que ahora utilizamos para hablar de esa gente que, tras sus cinco programas de gloria, vuelve con bien al arroyo de barro del que igual no debi¨® haber salido. ?Yo-yo? me vino a la cabeza despu¨¦s de pasar un eterno rato con alguien que no paraba de hablar de s¨ª mismo. Yo, yo, a m¨ª, me, conmigo. La conversaci¨®n acab¨® cuando esta persona dijo: ?Yo es que si no hablamos de m¨ª, me aburro, no me interesa?. Muy buenas tardes. R¨¢pidamente, me asalt¨® la inquietante duda de si el artefacto en cuesti¨®n se llama as¨ª por su car¨¢cter individualista: yo lo cojo, yo lo lanzo, yo lo recojo, yo mismo lo enrollo y vuelta a empezar. Pero no, solo viene del tagalo, ese gran desconocido.
Lo curioso es que el yo-yo fue utilizado en sus inicios como un arma. Y ah¨ª s¨ª veo yo el paralelismo, porque hay gente que, solamente con la fuerza de su yo-yo, yo-yo-yo-yo, es capaz de derribar a un elefante y a otro marino. De hecho, a m¨ª, el pesado este estuvo a punto de dejarme el cuerpo sin vida en el acto con tanta egolatr¨ªa amplificada. Y no, no piensen que por haber presentado los Goya estoy ya siempre rodeada de personalidades del mundo art¨ªstico que poseen elevados amores propios. No. Era un tipo normal. Y con normal me refiero a que no era nada extraordinario. Porque esa es otra, da la maravillosa casualidad de que cuanto m¨¢s brillante en su trabajo es un famoso, m¨¢s accesible es y menos tonter¨ªa proclama.
?Por qu¨¦, entonces ¨Cse preguntar¨¢n ustedes, que est¨¢n hoy muy preguntones¨C, sabemos que algunos piden 12.000 docenas de orqu¨ªdeas blancas en un camerino pintado en p¨²rpura con fuentes de lacasitos de todos los colores excepto marr¨®n y huevo hilado? Pues, sinceramente, a m¨ª me da que esto no es m¨¢s que la maniobra de esa asistenta del asistente del asistente personal del famoso que, como es asistenta tercera y no la conoce ni Krusty, o incordia con estas pelotudeces o se queda sin trabajo. As¨ª est¨¢ el mundo, lleno de asistentas que piden imposibilidades por marcar territorio y lleno de famosos que no saben por qu¨¦, en cada camerino que pisan, hay millones de caramelillos de colores que ellos nunca se comen. Pero no hay que irse al mundo de la far¨¢ndula o arrabales para encontrar aut¨¦nticos presuntuosos.
En mi barrio hab¨ªa un zapatero que se daba unos aires de grandeza que r¨ªete t¨² de las r¨¢fagas de levante en el estrecho. Era entrar en su tienda y sentirme como si hubiera salido a la calle con las zapatillas de estar en casa. A m¨ª, sinceramente, pocas cosas me achican tanto como lo hac¨ªa su presencia. He llegado a sentirme indigna de llevar las tapas que pon¨ªa a mis tacones. He llegado a pensar que los filis los fabricaba con cristalitos machacaos procedentes de diamantes que pul¨ªa ¨¦l mismo con la boca. Dudo mucho que ese ego lo tenga el mism¨ªsimo Christian Louboutin.
Hablando de zapateros, me viene tambi¨¦n a la cabeza la casta pol¨ªtica (releo la frase y confirmo que he escrito casta, no caspa). Esos seres que, sin haber estudiado nada en concreto y mientras olvidan su presunta vocaci¨®n de servicio, dicen muchos yo-yos y nos van convenciendo de no s¨¦ qu¨¦ a la vez que se van quedando con lo que es de todos. A veces incluso sospecho que se quieren quedar hasta con mi profesi¨®n de payasa.
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