Educaci¨®n: lo que est¨¢ en juego
?Por qu¨¦ estamos tan indignados los docentes? ?Por qu¨¦ estamos, efectivamente, en permanente asamblea? Si hasta hace unos meses ¨¦ramos bien conscientes de que asist¨ªamos a un cambio de paradigma en educaci¨®n, y nos pod¨ªa la desaz¨®n de ver que nuestra escuela segu¨ªa anclada en estructuras del siglo XIX sin que las administraciones se tomaran en serio los nuevos desaf¨ªos, ahora asistimos con estupor a la voladura de un modelo pol¨ªtico que hac¨ªa de la justicia social uno de sus pilares fundamentales y que amenaza con perderse irremisiblemente.
Tambi¨¦n en la educaci¨®n. No pod¨ªamos imaginar que era posible retroceder a¨²n m¨¢s en el tiempo. Las instrucciones de comienzo de curso de la Consejer¨ªa de Educaci¨®n de la Comunidad de Madrid han sido ya el hachazo definitivo en la pretensi¨®n de desmantelar la escuela p¨²blica, la ¨²nica abierta a toda la ciudadan¨ªa, con independencia de creencias, procedencia geogr¨¢fica y cultural, nivel de rentas. Y no podemos permanecer impasibles.
En educaci¨®n, como en sanidad, las condiciones laborales de los profesionales son s¨®lo la punta del iceberg de las condiciones de unos servicios p¨²blicos imprescindibles, y dichos profesionales tienen tambi¨¦n la responsabilidad de alertar a la ciudadan¨ªa de lo que se cuece muros adentro para que esta pueda tomar parte en un debate de enorme calado exigiendo de los poderes p¨²blicos no lo que beneficie sus intereses particulares, sino los del conjunto de la sociedad. As¨ª las cosas, y con la que est¨¢ cayendo, ?qu¨¦ repercusiones tiene, como pretenden dichas instrucciones, reducir dr¨¢sticamente la plantilla de los centros, aumentar la carga lectiva del profesorado y el n¨²mero de alumnos por aula, perder la hora de tutor¨ªa, prescindir de desdobles y refuerzos, de horas de laboratorio y biblioteca, de coordinaci¨®n para todo tipo de proyectos?
Vayamos a pie de obra. Un profesor de instituto tiene una media de 18 horas lectivas. Quiere esto decir que de su jornada semanal, pr¨¢cticamente la mitad la dedica a docencia directa con alumnos. ?El resto? Guardias, reuniones de coordinaci¨®n con el departamento y el equipo docente (el conjunto de profesores que da clase a un mismo grupo), preparaci¨®n de clases, correcci¨®n de tareas, comunicaci¨®n con las familias, claustros, reuniones de evaluaci¨®n, desarrollo de proyectos diversos (plan de lectura y biblioteca, grupo de teatro, revista escolar, intercambios, etc.), formaci¨®n. En los ¨²ltimos a?os, todos estos quehaceres vienen reclamando m¨¢s y m¨¢s dedicaci¨®n como vienen reclamando el apoyo de m¨¢s profesionales. Se?alemos, aunque sea de manera telegr¨¢fica, tres de los cambios sociales y educativos que hacen inexcusable este aumento de recursos materiales y humanos. Y es que produce estupor que a fecha de hoy a?oremos lo que ten¨ªamos hace un a?o. No sab¨ªamos que pod¨ªamos estar peor, mucho peor.
a) La extensi¨®n de la educaci¨®n obligatoria hasta los 16 a?os -una irrenunciable conquista social-, y el hecho de que las desigualdades econ¨®micas hayan obligado a un buen n¨²mero de hombres y mujeres a abandonar sus pa¨ªses y buscar nuevos horizontes ha provocado que nuestras escuelas e institutos hayan visto cambiada extraordinariamente su fisonom¨ªa en una diversidad creciente y compleja. Y nos gusta que as¨ª sea, porque sabemos que solo una escuela que es reflejo de la diversidad social, cultural, religiosa del afuera es una escuela capaz de educar en una ciudadan¨ªa que mire siempre en plano de igualdad al otro, por diferente que ¨¦ste sea.
Pero es incuestionable que las necesidades de recursos de esta escuela son mucho mayores. No, cuando hablamos de las dificultades que entra?a todo esto no estamos pidiendo un modelo segregador de escuela que agrupe a los iguales con los iguales. Pedimos, sencillamente, mejores condiciones para afrontar un reto extraordinario en la construcci¨®n de una sociedad m¨¢s equitativa y cohesionada; de una escuela, en definitiva, donde la exclusi¨®n social no encuentre amparo.
b) Simult¨¢neamente, asistimos a un cambio como no ha habido otro en la historia de la educaci¨®n. Si es verdad que, junto al momento de la invenci¨®n del alfabeto y el de la invenci¨®n de la imprenta, este -el de las tecnolog¨ªas de la informaci¨®n y la comunicaci¨®n- constituye el epicentro de la tercera gran "revoluci¨®n cognitiva" de la historia, imaginemos las enormes repercusiones que en la educaci¨®n ello ha de tener. Las TIC est¨¢n transformando, lo sabemos bien, nuestras maneras de leer y aprender, de comunicarnos y relacionarnos. Una escuela que d¨¦ la espalda a esta gran revoluci¨®n es una escuela marchita y muerta. Pero no basta con colgar una pizarra digital en las aulas. No basta con cambiar de soporte el tradicional libro de texto. Por eso es este un momento crucial. Un momento en el que a¨²n es posible ver (o vislumbrar al menos) las dos laderas de lo que ha sido la educaci¨®n del ayer y lo que habr¨¢ de ser la educaci¨®n del ma?ana, y no debemos consentir que el v¨¦rtigo o el p¨¢nico nos impidan deslindar con nitidez cu¨¢les de los viejos saberes, de las viejas rutinas, debemos salvaguardar, y cu¨¢les debemos irremediablemente modificar. Quienes estamos a pie de aula estamos obligados a investigar, reflexionar, contrastar, proponer, desarrollar y evaluar nuevos protocolos de actuaci¨®n, nuevas maneras de educar y ense?ar. Todo ello exige tiempo: tiempos para la reflexi¨®n y para el an¨¢lisis, para la elaboraci¨®n de nuevos materiales did¨¢cticos y para la formaci¨®n permanente. Tiempos que nos deben ser exigidos y de los que debemos rendir cuentas, pero a los que hay que hacer un hueco. No, la jornada laboral del docente no es de 18 horas, como la de un actor no se limita a la hora y media que est¨¢ en el escenario. Eso es casi lo de menos.
c) Y tres. No podemos comparar la escuela del silencio en que muchos nos educamos con esta otra escuela que ha de saber conciliar el necesario silencio que exige la escucha del otro con la posibilidad de dar la palabra a cuantos en ella conviven. No son tarimas lo que hacen falta, sino algo mucho m¨¢s costoso y profundo: crear y educar en nuevos marcos de convivencia donde el respeto y la responsabilidad, la participaci¨®n y cooperaci¨®n sean piedras angulares. Donde aprender sea posible. La ciudadan¨ªa espa?ola est¨¢ demostrando, a trav¨¦s del 15M, que alg¨²n camino llevamos ya recorrido en este sentido. Comparemos, sin ir m¨¢s lejos, las protestas habidas en Inglaterra con lo que aqu¨ª est¨¢ ocurriendo. Esto no lo recoge ning¨²n informe PISA y es sin embargo el mejor term¨®metro de eso que se ha dado en llamar "competencia social y ciudadana".
Pero para poder llevar a cabo estos aprendizajes, para pasar de un modelo transmisivo de ense?anza a otro en que el di¨¢logo y la deliberaci¨®n argumentada sean pr¨¢cticas cotidianas necesitamos reducir las ratios. No es lo mismo oficiar una ceremonia religiosa, donde da lo mismo que los asistentes sean cinco o cinco mil, que van adem¨¢s de forma voluntaria y dispuestos a respetar escrupulosamente los protocolos de actuaci¨®n, que desenvolverse en las aulas con adolescentes y pretender llevar adelante un proyecto educativo. Llenar las aulas hasta reventar es arruinar desde el inicio toda voluntad de cambio.
Es en este momento crucial cuando las administraciones educativas muestran cu¨¢l es la consideraci¨®n que la educaci¨®n les merece. A primeros de julio el estupor primero y la indignaci¨®n despu¨¦s sacudieron la comunidad educativa madrile?a. Las instrucciones de principio de curso pretend¨ªan dar el hachazo definitivo a la escuela que los tiempos reclaman.
El disgusto ven¨ªa de lejos: la constante cesi¨®n de suelo p¨²blico para la construcci¨®n de centros de gesti¨®n privada con la fractura social que ello est¨¢ acarreando; la apuesta por un modelo de educaci¨®n biling¨¹e utilizado a menudo como mero filtro de selecci¨®n escolar y que viene constituyendo una aut¨¦ntica sangr¨ªa econ¨®mica; el desmantelamiento de los centros del profesorado y el reconocimiento exclusivo a efectos de sexenios de los cursos organizados por la Comunidad de Madrid, en un ins¨®lito "cierre de fronteras" a la formaci¨®n ofrecida por otras comunidades aut¨®nomas o por el mism¨ªsimo Ministerio de Educaci¨®n en aras de un f¨¦rreo control ideol¨®gico en la orientaci¨®n de dichos cursos; el incumplimiento de lo estipulado por la LOE a prop¨®sito de las evaluaciones de diagn¨®stico ("en ning¨²n caso, los resultados de estas evaluaciones podr¨¢n ser utilizados para el establecimiento de clasificaciones de los centros") y el desprecio expl¨ªcito a las reconvenciones formuladas al respecto por el Defensor del Pueblo, etc.
Pero las instrucciones de principio de curso, dec¨ªamos, superaban todo lo imaginable. Se impon¨ªa ah¨ª la desaparici¨®n de la hora de tutor¨ªa con el grupo (piedra angular en el acompa?amiento personal y acad¨¦mico de nuestros estudiantes, y esencial a la hora de construir un grupo en el que el conocimiento rec¨ªproco, el respeto, la cooperaci¨®n hagan posibles el resto de los aprendizajes); la supresi¨®n de apoyos y desdobles, medidas esenciales de atenci¨®n a la diversidad; el aumento de la carga lectiva de cada docente en 2 horas (4 con respecto a dos cursos atr¨¢s, en que las horas de tutor¨ªa se consideraban lectivas, lo que, en la pr¨¢ctica, se traduce en un grupo m¨¢s al que atender y una notable sobrecarga de horas para la preparaci¨®n de las clases y coordinaci¨®n de proyectos); aumento del n¨²mero de alumnos por aula, que oscilar¨¢ entre los 30 y los 35... en aulas que fueron concebidas para no m¨¢s de 25 personas. Hace falta, s¨ª, mucha imaginaci¨®n para pretender que 30 adolescentes puedan estar sentados 6 horas seguidas en un espacio de apenas 40 metros cuadrados. Y m¨¢s imaginaci¨®n a¨²n para reclamar una atenci¨®n personalizada para cada uno de los 200 o 300 alumnos a que cada docente ver¨¢ cada semana.
3000 profesores menos, que se suman a los m¨¢s de 2000 perdidos en el a?o precedente. Miles de compa?eros en la calle y una sangr¨ªa sin precedentes en las plantillas de los centros. Paralelamente, en septiembre de 2010 la Consejer¨ªa de Educaci¨®n se gastaba casi dos millones de euros en una campa?a de propaganda cuyo lema era "Respetemos y apoyemos a nuestros profesores". Fue amargo el sarcasmo. Para quienes reclamamos respeto es para nuestros alumnos. Para sus familias.
No, no salimos a la calle solo por nuestros miles de compa?eros que se han quedado en el paro. No salimos, t¨¦nganlo por seguro, por una notable merma en nuestras condiciones de trabajo. Podr¨¢n hacer de nosotros un Charlot que ha de apretar cada vez m¨¢s tuercas en menos tiempo. Pero lo que no podemos consentir es que conviertan a nuestras hijas e hijos en meras tuercas y engranajes de una maquinaria gobernada por una palabra ya cargada de connotaciones siniestras: "los mercados".
Es el futuro com¨²n lo que est¨¢ en juego. No nos dejen solos.
Guadalupe Jover es profesora de educaci¨®n secundaria
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