Atrapados en el norte

"Hace tiempo que se me hab¨ªan acabado todas las ayudas. Mis padres, ya mayores, llevaban varios meses pagando los 540 euros de mi hipoteca. No me sal¨ªa nada, las expectativas eran muy malas. Recuerdo que estaba en un bar que ten¨ªa al fondo la tele puesta. Echaban Espa?oles en el mundo. Sal¨ªa un hombre que viv¨ªa al norte de Noruega, dec¨ªa que ganaba 4.000 euros. Se le ve¨ªa contento al t¨ªo. De pronto se tir¨® al agua de un salto... Y me dije: Paco, all¨ª te tienes que ir".

Francisco Zamora, de 44 a?os, de Alcantarilla (Murcia), es un tipo tranquilo. Lleva una bufanda con triple vuelta al cuello para esquivar el fr¨ªo punzante. Tiene un graduado de electr¨®nica, experiencia en la construcci¨®n y en f¨¢bricas, lleg¨® a ganar 3.000 euros al mes. Pero hace tres a?os que todo eso qued¨® atr¨¢s. Como ¨¦l, cientos de espa?oles que llevan meses en el paro han emigrado de una Espa?a en crisis y han puesto rumbo a uno de los pa¨ªses m¨¢s ricos del mundo; la elecci¨®n no pod¨ªa fallar. Pero una vez all¨ª el mito se les ha quebrado. Sin cualificaci¨®n o idiomas, les cierran las puertas. Las autoridades no quieren saber nada de ellos. Algunos se han gastado sus ahorros y malviven, durmiendo incluso en la calle. "?Sabes lo que es buscar en la basura?", pregunta un catal¨¢n que naci¨® en democracia y para quien la palabra emigrar era cosa del pasado.

El pasado agosto, Paco pidi¨® de nuevo dinero prestado a sus padres y compr¨® un billete -de ida- a Bergen. Era la primera vez que sal¨ªa de Espa?a. Llevaba 225 euros en el bolsillo. "Aterric¨¦ a las ocho de la tarde. Mi plan era pasar la primera noche en el aeropuerto, pero ten¨ªa tantas ganas de ver la ciudad que me sub¨ª al autob¨²s. Cuando llegu¨¦, estaba anocheciendo y hac¨ªa un fr¨ªo que te mueres. Toda la ropa que llevaba me la puse encima y dorm¨ª en la calle como pude. Me echaba en una marquesina, andaba, me met¨ªa en un portal...". Paco pas¨® la primera semana dando vueltas por una de las ciudades m¨¢s pintorescas del mundo. El mar, la monta?a, coloridas casas de madera... "Llev¨¦ un macuto peque?o que cab¨ªa en las taquillas de la estaci¨®n de tren. Pagaba cinco coronas (0,75 euros) por usar el ba?o y all¨ª me aseaba. Un d¨ªa me cruc¨¦ con otro espa?ol que me habl¨® de un albergue al que pod¨ªa ir de d¨ªa a por comida y a entrar en calor".

"En un bar que ten¨ªa la tele puesta echaba 'Espa?oles en el mundo' en Noruega. Y me dije: Paco, all¨ª te tienes que ir"

La Fundaci¨®n Robin Hood ocupa dos plantas de una casa de madera del centro de Bergen. Est¨¢ al lado de un McDonald donde una hamburguesa BigMac cuesta 6,50 euros (frente a 3,80 en Espa?a). El albergue se inaugur¨® en 2003 "con la idea de dar cobijo a las familias noruegas con menos recursos que no pueden pagar cuatro euros por un caf¨¦ en un bar", explica Wenche Berg Husebo, la mujer con rasgos de hobbit que preside esta fundaci¨®n privada (que se financia con 270.000 euros de origen p¨²blico). El nombre se eligi¨® pensando en los ni?os que tuvieran que frecuentarlo.

Es mi¨¦rcoles por la ma?ana y en Robin Hood el idioma que domina es el espa?ol. Entre 60 y 100 personas pasan por all¨ª a diario. Y la mitad de ellos, dice Marcos Amano, su director, son espa?oles. La entrada no est¨¢ bien se?alizada para no poner en evidencia a sus usuarios. Hay todo tipo de t¨¦s, galletas y fruta pelada. Tambi¨¦n ordenadores y ropa. En una esquina cogen polvo varias cajas llenas de latas de mostaza de vinagre de M¨®dena que les ha regalado una tienda gourmet. "Antes ven¨ªan noruegos, polacos, alguna familia de refugiados pol¨ªticos... pero en marzo empezaron a llegar espa?oles", explica Husebo. "Desde ese mes han venido 250. Al principio eran hombres de todas las edades, despu¨¦s llegaron treinta?eras solteras. Y luego, padres de familia, algunos con sus hijos. La mayor¨ªa no consigue trabajo porque no hablan ni noruego ni ingl¨¦s".

Paco tard¨® varios d¨ªas en dar con Robin Hood, no encontraba la entrada. All¨ª conoci¨® a Mauricio, un ecuatoriano que imparte clases gratuitas de noruego y que ha sido el salvavidas de m¨¢s de un espa?ol. A Paco consigui¨® colarlo en la lavander¨ªa de un hotel. Durante tres meses, el murciano durmi¨® all¨ª escondido. Entraba de noche, se pon¨ªa el despertador a las siete para salir antes de que llegaran los empleados. "Una ma?ana me qued¨¦ dormido y me descubri¨® una empleada. Pero no dijo nada, se port¨® bien", cuenta.

Noruega, con su petr¨®leo, su (hoy m¨¢s que nunca) envidiable Estado del bienestar, sus pol¨ªticas de conciliaci¨®n y, sobre todo, con sus elevados salarios y baj¨ªsimo desempleo (3% de tasa de paro), ha visto llegar en los ¨²ltimos meses un nuevo perfil de emigrante que ha abandonado Espa?a empujado por el paro prolongado y por la progresiva merma de los salarios. Los peri¨®dicos noruegos los han bautizado "los refugiados laborales del euro".

''Desde marzo han venido a nuestra casa de acogida 250 espa?oles' Responsable de la fundaci¨®n Robin Hood

Jes¨²s Tierno, un catal¨¢n de 60 a?os que lleva cerca de un a?o en Bergen, lo resume con tino: "Espa?oles por aqu¨ª ha habido siempre. Estudiantes en verano, el cl¨¢sico aventurero, gente que echaba la temporada, ahorraba sus buenos dineros y viv¨ªa de eso el resto del a?o. Pero en los ¨²ltimos meses han empezado a llegar los desesperados. Gente de entre 30 y 55 a?os que necesita un trabajo de verdad". El propio Jes¨²s abandon¨® Espa?a siguiendo a su mujer, que decidi¨® emigrar cuando el sueldo medio al que pod¨ªa aspirar se redujo "de entre 1.300 y 1.000 euros a 800. Y con eso no nos daba". El grueso de los ingresos del hogar (tienen una hija de nueve a?os) los aporta ella limpiando habitaciones de hotel. Jes¨²s colabora con "un desahogo" reciclando botellas de pl¨¢stico que encuentra en la basura. Por cada una que mete en una m¨¢quina obtiene una corona (0,13 euros).

Para ver a estos espa?oles solo hay que sentarse en uno de los c¨®modos sof¨¢s de Robin Hood y esperar. Entonces aparece por all¨ª canturreando Jos¨¦ Andr¨¦s, de 47 a?os, enjuto, de ojos claros y acento andaluz. Naci¨® en Francia, hijo de inmigrantes espa?oles, era un ni?o cuando la familia regres¨® a Espa?a. Jos¨¦ Andr¨¦s se pasea por Bergen con un gorro de lana calado hasta el cuello. Lleva un a?o y siete meses dando tumbos por Noruega. Es alba?il. "Pero aqu¨ª la construcci¨®n es de madera y nosotros somos del bloque, del ladrillo, la teja...". Hace unos meses se vino a Bergen tras pasarlas canutas en Oslo. "Una noche que hac¨ªa 10 grados bajo cero nos metimos en un hospital yo y un sevillano de 55 a?os. No pod¨ªamos m¨¢s del fr¨ªo. ?Y nos quer¨ªan echar! Que de aqu¨ª no me voy, hombre, que me muero fuera, les dec¨ªa". En Bergen tampoco ha tenido suerte: "Desde Navidad no pego palo al agua. Econ¨®micamente estoy en las ¨²ltimas, este mes ya no me alcanza para la habitaci¨®n". ?Y qu¨¦ va a hacer? "Pues una manta... y a la calle a dormir. ?Qu¨¦ voy a hacer!"

Pasa un rato. Llega Manolo, de 45 a?os y de Petrer (Alicante), que habla sin parar. Manolo ha hecho de todo en la vida: la vendimia en Francia, ha sido camarero, alba?il. "Soy un todoterreno. Lo mismo te hago un igl¨² que te cambio el cuarto de ba?o entero". No le gustan los curr¨ªculos ("lo m¨ªo es el cara a cara"), pero ha transigido y se ha hecho uno en noruego. Se pasa el d¨ªa pateando Bergen con su mochila al hombro, a la b¨²squeda de algo. Hace dos a?os hizo un curso de instalador de gas, condici¨®n necesaria para cobrar el paro. "Me sali¨® un curro, pero al mes cancelaron la obra y nos echaron. Despu¨¦s me ofrecieron una cosilla en Albacete, pero me dije: ?y si vuelve a parar al mes? Mejor me marcho. Estaba ya harto de Espa?a. A ver si en Noruega veo las cosas en color y no en blanco y negro, pens¨¦. Y aqu¨ª llevo desde diciembre". "Si el d¨ªa 25 no me ha salido nada, tiro para el norte... Me hab¨ªan avisado de que la cosa estaba jodida, pero ten¨ªa que verlo por m¨ª mismo". Se queda pensativo. "Yo lo que soy es gilipollas", musita.

Entonces entra Emilio (nombre ficticio), catal¨¢n de 35 a?os. La semana pasada regres¨® triunfante a Robin Hood tras encontrar trabajo "de lo suyo" (una profesi¨®n ligada a la construcci¨®n que pide no se mencione) en otra ciudad noruega. Reparte consejos y abrazos a los dem¨¢s, pero se pone tenso ante la presencia de los periodistas. Su mirada, que ora reh¨²ye ora desaf¨ªa la del interlocutor, transmite muchas cosas. Zozobra y tambi¨¦n resentimiento. Lleg¨® a Bergen en mayo con 3.000 euros encima. "Fue como una inversi¨®n". Ten¨ªa sus esperanzas puestas en el mercado del pescado, bien pagado y uno de los puntos m¨¢s tur¨ªsticos de la puerta de los fiordos (como se conoce a Bergen). "Yo me imaginaba un mercado grande, con camiones saliendo, y cuando llego y me encuentro con cuatro puestos...". A Emilio, que tiene en Espa?a una hipoteca de 900 euros que le oprime, se le cay¨® "el alma a los pies". "Se pasa fatal. ?Sabes lo que es buscar en la basura?", dispara cortante. Emilio no est¨¢ dispuesto a que se frivolice con su historia.

Un madrile?o durmi¨® tres d¨ªas en las calles de Bergen y tuvo que ser hospitalizado con s¨ªntomas de congelaci¨®n

La prosperidad noruega y tambi¨¦n los programas de Espa?oles en el mundo (muchos los nombran cuando se les pregunta el porqu¨¦ de la elecci¨®n del pa¨ªs; sus tres ¨²ltimas entregas dedicadas al pa¨ªs han tenido entre 3,5 millones y 2,8 millones de espectadores) han ejercido de canto de sirena para un n¨²mero creciente de espa?oles (en la Embajada espa?ola, el n¨²mero de espa?oles inscritos ha pasado de 358 en 2010 a 513 en 2011, aunque muchos no se registran). Pero una vez en el pa¨ªs se han topado con una infranqueable barrera formada por tres elementos: el fr¨ªo polar, el idioma y unos precios desorbitados (alquilar una habitaci¨®n cuesta 600 euros; un brick de leche, dos euros).

Aunque Noruega ha rechazado formar parte de la Uni¨®n Europea, s¨ª firm¨® el Acuerdo de Schengen, lo que da libertad de entrada a los ciudadanos de la UE. Sin embargo, el pa¨ªs carece de infraestructura p¨²blica de apoyo a quienes recalan por all¨ª sin nada. "El Gobierno no les ofrece alojamiento, dinero o ayudas. Eso queda en manos de Caritas, Cruz Roja o el Ej¨¦rcito de Salvaci¨®n", explica Bernt Gulbrandsen, de Caritas Oslo. "Hemos percibido un aumento del flujo de inmigrantes sin preparaci¨®n. Carecen de redes sociales y familiares aqu¨ª, la mejor forma de encontrar trabajo, y se les acaba el dinero pronto". Gulbrandsen no est¨¢ alarmado: "Si la cifra sigue creciendo, no llegar¨¢ a ser un problema, pero s¨ª un desaf¨ªo para las ONG, y el Estado tendr¨¢ que aumentarnos la subvenci¨®n. El Ej¨¦rcito de Salvaci¨®n hace una semana nos dijo que estaba desbordado".

Los medios de informaci¨®n locales no han tardado en recoger historias de estos nuevos inmigrantes. En un pa¨ªs con apenas cinco millones de habitantes, la noticia ha tenido su impacto. En Bergen (260.000 habitantes), una ciudad pr¨®spera donde apenas hay vagabundos (una espa?ola que lleva all¨ª a?os solo recuerda haber visto dos, "el sueco comunista" o "el loco de la bici"), peri¨®dicos y cadenas les han dedicado varios reportajes. "Huyeron de la crisis en Espa?a, pero la vida en Bergen no es como hab¨ªan imaginado", dice un titular. O tambi¨¦n: "Muchos refugiados del euro viven en la pobreza en Bergen", "La b¨²squeda de trabajo se convirti¨® en una pesadilla".

Especial impacto caus¨® el caso de Gonzalo, un madrile?o de 34 a?os grandull¨®n y posiblemente con una depresi¨®n que lleg¨® a Bergen a principios de diciembre. Al mes se le acab¨® el dinero y pas¨® tres noches en la calle. La imagen de Gonzalo sosteniendo una taza de t¨¦ con las manos hinchadas hasta lo grotesco fue portada de un peri¨®dico. Lo que los noruegos no saben es que Gonzalo lleg¨® tras dejar atr¨¢s a su mujer y sus dos hijos. Llevaba tiempo en el paro y hace unos meses sus padres le abrieron una panader¨ªa en su pueblo. Pero, por alg¨²n motivo, a principios de diciembre Gonzalo intent¨® empezar de cero bien lejos. Dej¨® las claves de sus tarjetas del banco y una nota en la que ped¨ªa que no le buscaran, se iba a buscar trabajo. El d¨ªa en que pos¨® para el peri¨®dico noruego estaba en las ¨²ltimas. Pas¨® aquella noche en casa de Mauricio, de Robin Hood, que se apiad¨® de su estado. A la ma?ana siguiente apenas pod¨ªa levantarse y el ecuatoriano llam¨® a una ambulancia. Gonzalo fue hospitalizado con s¨ªntomas de congelaci¨®n. Estuvo ingresado doce d¨ªas. Su familia le pag¨® un billete de vuelta a Madrid hace ahora dos semanas. Las tres ¨²ltimas noches en Bergen las pas¨® en casa de una pareja de jubilados que leyeron su caso en la prensa.

"Siempre han venido espa?oles, pero ahora llegan los desesperados que necesitan un trabajo de verdad", dice Jes¨²s

"Nunca hab¨ªa visto una situaci¨®n tan angustiosa en Noruega", dice Astrid Dalehaug Norheim, una de las periodistas que ha cubierto este asunto en el peri¨®dico V?rt Land. "Me recuerda a una visita que hice a Mosc¨² durante la crisis de finales de los noventa, cuando los rusos de las zonas rurales empezaron a emigrar a las ciudades buscando trabajo, pero acabaron arruinados en albergues". El testimonio de Tuna, una de las empleadas de la Cruz Roja de Bergen, muestra c¨®mo est¨¢n viviendo el caso algunos noruegos: "Antes ven¨ªan por aqu¨ª sobre todo polacos, pero de pronto han empezado a llegar espa?oles. No tienen comida ni trabajo y piden ayuda. Da miedo. Noruega est¨¢ muy cerca de Espa?a, que es nuestro pa¨ªs de vacaciones. Para los refugiados pol¨ªticos s¨ª tenemos ayudas, pero no para no para quienes vienen de forma voluntaria. Los que trabajamos en esto no est¨¢bamos preparados".

Juan Criales, de 57 a?os, abandon¨® Bolivia hace 30 a?os huyendo de la dictadura de Garc¨ªa Meza. Lleva desde entonces en Noruega. "Este pa¨ªs acoge muy bien a los refugiados pol¨ªticos, entramos con sus mismos derechos, pero el trato a los inmigrantes es muy distinto". Criales trabaja en una de las oficinas de empleo de Bergen, donde la semana pasada 75 espa?oles intentaron buscar trabajo. Los que no hablan ingl¨¦s procuran coger turno de forma que les atienda Criales. "Entre septiembre y noviembre fue cuando m¨¢s vinieron, unos tres o cuatro espa?oles al d¨ªa", explica. "La mayor¨ªa tienen entre 25 y 40 a?os y no disponen de estudios elevados. Est¨¢n preparados en la construcci¨®n o en hosteler¨ªa, pero no hablan idiomas. Es dif¨ªcil".

Hablar noruego es una de las puertas para conseguir un empleo y aprenderlo se convierte en una obsesi¨®n. Pero los cursos son caros (unos 500 euros). Cruz Roja da clases gratuitas, pero solo oferta 50 plazas (la lista de espera es larga). Tambi¨¦n ellos han notado un aumento de solicitantes espa?oles. "Antes no ven¨ªan y ahora son la tercera nacionalidad, tras polacos y rumanos", dice Rita, una portavoz. "Para nosotros no son poblaci¨®n prioritaria. Ayudamos a quien m¨¢s lo necesita, no a los que han emigrado de forma voluntaria, y algunos tienen bastante nivel de estudios".

Camilo Gonz¨¢lez, chileno, de 46 a?os, es uno de los afortunados que han conseguido plaza. Como miles de inmigrantes que rehicieron sus vidas en Espa?a, ha tenido que volver a emigrar. Llevaba 12 a?os en Catalu?a, trabajaba para Gr¨²as Torres. Lo cuenta nervioso, enlaza una idea con otra. ?C¨®mo te encuentras? La pregunta le desarma y brotan las l¨¢grimas. "Me fui de Chile en el a?o 2000 por una recesi¨®n. Y me encuentro de nuevo con la misma piedra".

"?Cu¨¢ntos de los espa?oles que hay aqu¨ª ahora habr¨¢n criticado en su momento la inmigraci¨®n en Espa?a?", no puede reprimir un latinoamericano que comparte ahora penurias con ellos. ?l lleg¨® a Bergen hace unas semanas con su mujer y sus cuatro hijos (espa?oles que hablan con acento espa?ol). Viven los seis en una habitaci¨®n. Tambi¨¦n ha acabado en Bergen un joven de origen ¨¢rabe (pide que se especifique el pa¨ªs) que lleg¨® a Espa?a a los tres a?os y al que todos llaman "el malague?o" (y en cuanto abre la boca entiendes por qu¨¦). O un subsahariano que llevaba 15 en Valencia...

Jueves 2 de febrero. 12.45. Unas 20 personas esperan el reparto de comida en la iglesia Korskirken, en el centro de Bergen. Nieva. Algunos llevan media hora en la calle y empiezan a notar c¨®mo se adormecen las puntas de los dedos de los pies. En el reparto hoy hay un poco de todo: pl¨¢tanos, queso e incluso paquetes con sushi. Comida a punto de caducar de tiendas y restaurantes. "Nos vamos a quedar tontos de comer comida caducada", bromea un espa?ol... "?Alg¨²n programa de televisi¨®n espa?ol ha animado a la gente a venir a Noruega?", pregunta curiosa Norum Noremark, coordinara del reparto.

Algunos de los espa?oles reci¨¦n llegados a Noruega tienen sentimientos encontrados respecto a su situaci¨®n. Se sienten observados con recelo por los compatriotas que ya estaban all¨ª, pero ellos mismos ven problem¨¢tico que lleguen m¨¢s. "Si no saben noruego, mejor que no vengan", dice Susana, una camarera alicantina de 37 a?os que minutos m¨¢s tarde cuenta exasperada que otra espa?ola le aconsej¨® que se volviera a Espa?a por no hablar noruego. "O sea, que t¨² si puedes y yo no, le dije". Susana lleg¨® en noviembre junto a su amiga Sissy, ecuatoriana, compa?era de trabajo en un bar de Alicante cuyo due?o dej¨® de pagarles. Juntaron 4.000 euros y se compraron sendos billetes de avi¨®n. En Bergen comparten habitaci¨®n (cuesta 780 euros) y penurias. El primer empleo lo echaron a cara o cruz; hab¨ªa trabajo para una sola. Ahora limpian por 18 euros la hora donde les manda una empresa que les ha hecho un contrato de seis meses por tres horas al d¨ªa m¨¢s sustituciones. Insuficiente para mantenerse, pero sienten que han dado el primer gran paso. "Hemos tenido suerte", repiten.

Los empleos que encuentran los espa?oles sin titulaci¨®n son, sobre todo, de lavaplatos y limpiando, casi siempre por medio de ETT. Los sindicatos est¨¢n alertados de que a algunos les hacen trabajar m¨¢s horas de las que figuran en su contrato. "Me pagan tres, pero me dan tarea para cuatro o cinco horas", dice un espa?ol que no quiere ser identificado. "Dicen que el problema lo tengo yo, que soy lento".

Despu¨¦s de varios meses dando tumbos ("salticos", dice ¨¦l), Paco ha conseguido trabajo, aunque no tiene contrato. Le pagan por horas, unas cuatro al d¨ªa: limpia de madrugada el McDonald y otros negocios. Ha alquilado una habitaci¨®n a cuatro kil¨®metros del centro, va siempre a pie para ahorrarse el transporte. Gana lo justo para mandar algo a casa y devolver a sus padres la ayuda, el alquiler y tabaco. "Llevo aqu¨ª cinco meses pero tengo la sensaci¨®n de llevar a?os", dice, aunque acto seguido te sorprende con un "pero no quiero dar una imagen demasiado positiva. A m¨ª me ha ido bien, pero otros espa?oles que han venido este invierno lo han pasado fatal y se han tenido que volver".

Los espa?oles que llegan a Noruega disponen de seis meses para encontrar trabajo. Si pasado ese tiempo no lo encuentran, pueden permanecer, pero solo si tienen dinero suficiente para mantenerse, una cantidad que la ley cifra en 2.200 euros mensuales. En caso contrario, pasan a ser ilegales. A pesar de la norma, las autoridades noruegas no buscan a los inmigrantes sin recursos, m¨¢s bien lo contrario. Marcos Amano, director de Robin Hood, cuenta que ha acompa?ado a comisar¨ªa al menos a seis espa?oles que se quedaron sin dinero y se entregaron pidiendo ser deportados. Si lo han conseguido o no, las autoridades guardan el misterio. Solo informan de que "unas cuantas personas, menos de diez, lo han solicitado".

El asunto de los refugiados laborales ha abierto un debate en Noruega. El periodista Sjur Holsen escrib¨ªa en Bergens Tidende, uno de los peri¨®dicos con mayor tirada, esta reflexi¨®n: "A los espa?oles se les puede culpar de ingenuos al venir con la esperanza de encontrar un trabajo sin conocer el idioma. Y s¨ª, hay personas en el mundo que sufren m¨¢s que ellos, pero la suya tambi¨¦n es una forma de necesidad y tenemos que afrontarlo. Si los espa?oles que viven en la calle consiguen hacernos reflexionar sobre si somos parte de Europa y si la solidaridad es una moneda de uso en la eurozona, se habr¨¢ conseguido algo importante".

En enero, sin embargo, la ministra de Trabajo, Hanne Bjurstrom, fue tajante: los inmigrantes europeos que no encuentren trabajo deben marcharse, Noruega no puede atenderlos. La responsable de pol¨ªticas sociales, vivienda y desarrollo local de Bergen, Lisbeth Iversen, se muestra preocupada por el asunto. Tras una charla en la que menciona los derechos humanos o los suburbios de chabolas de M¨¦xico DF, uno comprende que su duda se reduce a una: ?debe o no debe Noruega facilitar alojamiento y comida a los espa?oles que acepten retornar a su pa¨ªs?

Jueves 2 de febrero. Unas 500 personas de veinte nacionalidades asisten a la Feria Internacional de Carreras, que se celebra en un hotel del centro de Bergen. La mayor¨ªa de los aspirantes disponen de licenciatura o m¨¢ster. Paco, Jos¨¦ Andr¨¦s, Manolo, el malague?o y otros espa?oles tambi¨¦n se presentan con fotocopias de sus curr¨ªculos.

Trude Drevland, la alcaldesa de Bergen, inaugura el evento. Lleva el pelo cardado y luce un grueso collar con el nombre de su ciudad. "Entiendo que desde vuestros problemas en Espa?a esto parezca el para¨ªso terrenal, pero no es tan f¨¢cil", dice m¨¢s tarde. "Aqu¨ª las cosas est¨¢n reguladas, no estamos obligados a dar ayudas a los espa?oles. Me da pena verles pas¨¢ndolo mal en mi preciosa Bergen, pero las cosas hay que prepararlas. No se alcanza el cielo en un d¨ªa". Marit Warncke, directora de la C¨¢mara de Comercio e Industria, organizadora del evento, es tajante: "No podemos hacer nada por los espa?oles sin formaci¨®n que no hablan ni ingl¨¦s ni noruego. Es tr¨¢gico que se gasten sus ahorros en un viaje sin esperanza".

Tras la inauguraci¨®n, los aspirantes desfilan por los estands de las empresas petroleras, firmas de energ¨ªas renovables, tecnol¨®gicas... Los espa?oles miran desorientados a su alrededor. Jos¨¦ Andr¨¦s es el primero en desaparecer. Manolo se despide con un "esto no es lo m¨ªo". Paco le da sus curr¨ªculos al malague?o: "Toma, mete uno m¨ªo debajo cuando des los tuyos". El malague?o se acerca al primer estand. El entrevistador sonr¨ªe: "?Hablas noruego?".