Cuando el barco se hunde, sangre fr¨ªa
El instinto se impone a la emoci¨®n y la raz¨®n en situaciones l¨ªmite, pero las reacciones var¨ªan El ordenado naufragio del ¡®Titanic¡¯ y el p¨¢nico en el ¡®Lusitania¡¯ dan lecciones de conducta humana
?C¨®mo tomamos decisiones y respondemos a las circunstancias de cada momento, razonando o dej¨¢ndonos llevar por nuestros sentimientos? ?Tiene fundamentos l¨®gicos la crisis econ¨®mica que padecemos, o responde en buena medida a factores emocionales que influyen en los gobernantes y en los agentes econ¨®micos y mercantiles? En definitiva, ?qu¨¦ influye m¨¢s en nuestro comportamiento, la emoci¨®n o la raz¨®n? La neurociencia, al igual que el ciudadano medio, se ha hecho estas y otras preguntas de similar naturaleza. En 2008, el neurocient¨ªfico Luiz Pessoa, de la universidad estadounidense de Indiana, explicaba en Nature Review Neuroscience la dificultad para separar emoci¨®n y raz¨®n en la mente humana. Emoci¨®n y cognici¨®n, dec¨ªa, no solo interact¨²an intensamente en el cerebro sino que frecuentemente funcionan de manera integrada y contribuyen conjuntamente al comportamiento. Ciertamente, el equilibrio y la coherencia entre lo que pensamos y lo que sentimos es clave para dirigir y estabilizar nuestro comportamiento, pero hay situaciones en que las circunstancias ambientales rompen ese equilibrio y alteran el modo ordinario de conducirnos dando casi siempre prioridad a la emoci¨®n. Los relevantes ejemplos hist¨®ricos que aqu¨ª analizamos, como el hundimiento del Titanic hace cien a?os justo este s¨¢bado, lo demuestran.
Predomin¨® el ego¨ªsmo
en los pasajeros del buque torpedeado
En su libro Auschwitz: Los nazis y la soluci¨®n final, el escritor y periodista brit¨¢nico Laurence Rees relata los sentimientos de un jud¨ªo polaco, Toivi Blatt, que sobrevivi¨® a su propio cautiverio en el campo de exterminio nazi de Sobibor. Nadie se conoce a s¨ª mismo ¡ªdec¨ªa Toivi Blatt¡ª. Todos podemos ser buenas o malas personas en diferentes situaciones. A veces, cuando alguien es realmente bueno conmigo, me descubro pregunt¨¢ndome c¨®mo se habr¨ªa comportado esa misma persona en Sobibor. No hay duda, las personas somos seres biol¨®gicos en un entorno natural y social y nuestra mente y comportamiento pueden cambiar dr¨¢sticamente cuando lo hace ese entorno. Sobre todo, porque en lo m¨¢s ¨ªntimo de nuestro ser hay un poderoso instinto de supervivencia que tiende a prevalecer sobre otros intereses generados por la educaci¨®n y la cultura. El an¨¢lisis de la taxonom¨ªa evolutiva y jer¨¢rquica que otorga a los humanos un cerebro racional ¡ªel cerebro de los primates¡ª superpuesto a un cerebro emocional ¡ªel cerebro de los mam¨ªferos¡ª que, a su vez, se superpone a un cerebro instintivo ¡ªel cerebro de los reptiles¡ª, nos ayuda a entender por qu¨¦, especialmente en circunstancias extremas, el instinto puede ser m¨¢s fuerte que la emoci¨®n y esta m¨¢s fuerte que la raz¨®n. En una persona normal, los tres cerebros, instintivo, emocional y racional, se influyen y complementan, regulando y adaptando el comportamiento a las diferentes circunstancias que afrontamos. Funcionan por tanto acopladamente y buscan siempre un equilibrio funcional. Pero, ?qu¨¦ pasar¨ªa si el cerebro racional de una persona quedase desconectado de su cerebro emocional? ?Qu¨¦ predominar¨ªa entonces en su comportamiento, la emoci¨®n o la raz¨®n?
La respuesta a esta intrigante cuesti¨®n la dio el azar, mediante un experimento natural que tuvo lugar en Nueva Inglaterra (EE UU), hace ya muchos a?os, en 1848. Phineas Gage, un joven de 25 a?os, era el diligente capataz de una brigada de obreros que constru¨ªan una nueva l¨ªnea de ferrocarril. De car¨¢cter serio y responsable, Phineas organizaba los trabajos y la convivencia entre sus compa?eros, procurando que la obra progresase y que las cosas fuesen bien en todo momento. Parte de los trabajos que coordinaba consist¨ªan en voladuras controladas para destruir los obst¨¢culos que la nueva v¨ªa encontraba en su trayecto. El 13 de septiembre, cuando ¨¦l y otros compa?eros perforaban una roca, se produjo una deflagraci¨®n accidental. La barra de hierro con la que compactaban la p¨®lvora introducida en una perforaci¨®n sali¨® disparada como una lanza alcanzando de lleno el rostro de Phineas. Le entr¨® por su mejilla izquierda y le sali¨® por la parte frontal de su cabeza destruyendo a su paso las neuronas de su corteza orbitofrontal, principal comunicaci¨®n entre el cerebro emocional (am¨ªgdala) y el cerebro racional (corteza prefrontal). La desconexi¨®n emoci¨®n-raz¨®n estaba pues servida. ?Qu¨¦ fue de Phineas?
La mayor duraci¨®n del primer hundimiento mantuvo el orden
Sus heridas sangraban y qued¨® conmocionado y confuso, pero no lleg¨® a perder el conocimiento. Inmediatamente sus compa?eros le atendieron y le llevaron al pueblo cercano donde el m¨¦dico local poco m¨¢s pudo hacer que limpiarle y vendarle esas heridas. Tendido en su cama, en los d¨ªas que siguieron mostr¨® algunas convulsiones y sollozos, gestos y expresiones verbales incoherentes. No muri¨®. Poco a poco fue recuper¨¢ndose, pero, sorprendentemente, su personalidad y su conducta quedaron profundamente alteradas para el resto de su vida. Cuando por fin pudo erguirse y salir nuevamente a la calle, su comportamiento era irreflexivo, nervioso e irresponsable. Gritaba y gesticulaba con frecuencia sin atender a razones. Exig¨ªa las cosas a gritos y expresaba con intensidad desmesurada cualquiera de sus emociones. Era grosero y maleducado, dif¨ªcil de soportar por cualquier persona sensata. Su conducta irracional ya no conectaba con la de sus compa?eros de trabajo y parec¨ªa sentirse mejor en compa?¨ªa de los animales que de otras personas. L¨®gicamente, ya no pudo desempe?ar un puesto de trabajo disciplinado y, tras ir de fracaso en fracaso por varios lugares, acab¨® de cuidador y domador de caballos en Argentina. De regreso a Estados Unidos, muri¨® en San Francisco algunos a?os despu¨¦s del accidente.
Afortunadamente para la ciencia, su cr¨¢neo se ha conservado, junto con la barra de hierro que lo perfor¨®, hall¨¢ndose ambos actualmente en un museo de Chicago. Ello ha permitido valorar con cierta precisi¨®n la localizaci¨®n y el alcance de las lesiones que el accidente origin¨® en el cerebro de Phineas Gage. El neuropsic¨®logo Antonio Damasio y sus colaboradores confirmaron que la parte del cerebro afectada por el accidente fue la corteza ventromedial y orbitofrontal, una especie de puente neuronal que facilita la comunicaci¨®n bidireccional entre las regiones frontales del cerebro que controlan el razonamiento y las regiones subcorticales del mismo, como la am¨ªgdala, que controlan las emociones. Siendo as¨ª, la lecci¨®n de Phineas no puede ser m¨¢s clara: si la desconexi¨®n se produce, la conducta emocional prevalece y domina el comportamiento de modo intenso y desordenado, pues la raz¨®n pierde su capacidad para controlarla y regularla.
El ansia de supervivencia
prima sobre la
educaci¨®n y la cultura
El lector se tranquilizar¨¢ al pensar, con raz¨®n, que una desconexi¨®n cerebral como la de Phineas Gage no tiene por qu¨¦ ocurrir en circunstancias normales. Lo que quiz¨¢ no tenga tan claro es que esa misma desconexi¨®n puede tambi¨¦n producirse sin que haya ruptura traum¨¢tica de las fibras nerviosas, es decir, de un modo exclusivamente funcional, especialmente en situaciones intensas o extremas, como la que tuvo lugar en la noche del 14 de abril de 1912, cuando el transatl¨¢ntico Titanic colision¨® con un bloque de hielo y se hundi¨®. Aunque no pudo evitarse la muerte de 1.517 personas, la tr¨¢gica situaci¨®n y el salvamento acontecieron con cierta racionalidad y con respeto a las normas sociales impuestas por el sentido com¨²n y las autoridades del buque. La tensi¨®n no siempre lleg¨® a extremos y, en buena medida y con algunas excepciones, la tripulaci¨®n y los pasajeros se organizaron para poner a salvo primero a los m¨¢s d¨¦biles, ni?os, mujeres, ancianos y enfermos, y despu¨¦s a los hombres j¨®venes y adultos sanos, respetando incluso el estatus o clase social de los mismos. Aunque menos conocido que el Titanic, entre otras cosas por la falta de referencia cinematogr¨¢fica relevante, tres a?os m¨¢s tarde, el 7 de mayo de 1915, naufrag¨® y se hundi¨® otro transatl¨¢ntico, el Lusitania, esta vez como consecuencia de la I Guerra Mundial, al ser torpedeado por un submarino alem¨¢n. Con el Lusitania perecieron 1.198 personas, pero esta vez el salvamento careci¨® de racionalidad, pues los pasajeros de toda condici¨®n y categor¨ªa se precipitaron ego¨ªstamente a los botes salvavidas y solo los m¨¢s fuertes o afortunados consiguieron sobrevivir. S¨¢lvese quien pueda fue la norma imperante.
?Por qu¨¦ fue tan diferente el comportamiento de los pasajeros de uno y otro barco? Un minucioso trabajo de investigadores suizos y australianos publicado en la revista norteamericana Proceeding of the National Academy of Sciences (16 de marzo de 2010) nos permite indagar en las causas. ?Acaso los pasajeros del Titanic pertenec¨ªan a un colectivo humano con m¨¢s educaci¨®n, sentido com¨²n o racionalidad que los del Lusitania? No parece que esa sea la respuesta adecuada, pues como demuestra el mencionado trabajo, ambos grupos humanos ten¨ªan un origen econ¨®mico y una composici¨®n demogr¨¢fica similares. Salvo en su velocidad de navegaci¨®n, en que el Lusitania era superior, los dos barcos eran tambi¨¦n t¨¦cnicamente similares, por lo que la diferencia tampoco resulta atribuible a las posibilidades materiales del salvamento. De hecho, el n¨²mero de botes salvavidas y la tasa de supervivencia (del 30%, aproximadamente) fueron similares en ambos barcos.
Una desconexi¨®n neurol¨®gica
impone lo evolutivamente
m¨¢s primitivo
Sin negar que el ambiente de guerra del momento o el conocimiento del naufragio previo del Titanic pudieran tambi¨¦n haber influido en el comportamiento del pasaje del Lusitania, la mejor explicaci¨®n para ese comportamiento la encuentran los mencionados investigadores en la diferente duraci¨®n de ambos naufragios. El Titanic se hundi¨® lentamente, en 2 horas y 45 minutos. El Lusitania se hundi¨® en tan solo 18 minutos. En el Titanic hubo tiempo para que las normas sociales se impusieran al miedo, es decir, para que la raz¨®n se impusiera a la emoci¨®n. La tasa de supervivencia en el Titanic fue mayor en los pasajeros de primera que en los de otras clases, pero no fue as¨ª en el Lusitania, donde los de primera tuvieron incluso peor destino que los de tercera clase o incluso los que viajaban en la bodega. En el Lusitania la premura de tiempo hizo que el miedo y el instinto de supervivencia se impusieran al sentido com¨²n y a las normas sociales, es decir, all¨ª la emoci¨®n se impuso a la raz¨®n. Predomin¨® el comportamiento ego¨ªsta, sin que nada ni nadie pudiera evitarlo.
Los ejemplos que acabamos de analizar son buena prueba de que cuando los cerebros emocional y racional quedan desconectados, anat¨®micamente como en el caso de Phineas Gage o funcionalmente como en el caso del Lusitania, predomina y se impone lo evolutivamente antiguo, lo m¨¢s primitivo. Los instintos y la emoci¨®n dirigen entonces el comportamiento. La raz¨®n, casi ni aparece, pues uno de sus inconvenientes es que necesita tiempo para imponerse y las circunstancias extremas no suelen otorgarlo. Aunque con mucha menos gravedad que en los casos anteriormente explicados, la desconexi¨®n funcional entre emoci¨®n y raz¨®n ocurre tambi¨¦n con frecuencia y transitoriamente en la vida cotidiana. Son esas situaciones en que, desbordados por las circunstancias o alterados por el estr¨¦s, perdemos los nervios o reaccionamos a golpe de sentimiento ante la menor insinuaci¨®n. Es cuando la emoci¨®n, siempre m¨¢s r¨¢pida que la raz¨®n, nos hace comportarnos de modos que despu¨¦s resultan inconvenientes y de los que m¨¢s tarde tenemos que arrepentirnos.
Es por ello por lo que, volviendo a una de nuestras cuestiones iniciales, quiz¨¢ hemos de pensar que muchos de los vaivenes que sufren actualmente los indicadores econ¨®micos son m¨¢s fruto de reacciones emocionales prematuras que de razonamientos reposados que se hayan tomado su tiempo. Los propios vaivenes de esos indicadores quiz¨¢ sean la mejor prueba de ello. Digamos, por ¨²ltimo, que no hay que recurrir a la neurociencia para saber que las emociones negativas e indeseables solo desaparecen cuando se imponen a ellas otras emociones positivas y m¨¢s poderosas. El trabajo de la raz¨®n, no siempre f¨¢cil y siempre m¨¢s lento, consiste precisamente en hacer aflorar estas ¨²ltimas. En eso se basa, en buena medida, la llamada inteligencia emocional.
Ignacio Morgado Bernal es catedr¨¢tico de Psicobiolog¨ªa en el Instituto de Neurociencia de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona y autor del libro Emociones e Inteligencia Social (Ariel).
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