Pobre puede ser cualquiera, o casi
La p¨¦rdida del empleo acarrea impagos y pone en el disparadero a millones de personas El tobog¨¢n de la pobreza se acelera No todos tienen apoyo familiar
Cada vez son m¨¢s. Una muchedumbre silenciosa y a menudo inadvertida. Son las v¨ªctimas de la pobreza. Crece en una crisis sin fondo y se instala en una normalidad quebradiza. El paro, que ya lacera a 5,6 millones de personas, es un filo que se estrecha. Las facturas siguen, los subsidios se recortan; se agotan al igual que los ahorros, y el empleo no aparece. El techo peligra. O desaparece.
La casa de los familiares y los pisos compartidos ¡ªla calle en el peor de los casos¡ª cobijan las vidas en la estacada, suspendidas en una precariedad que se extiende sin freno y que, si faltan redes de apoyo, como la familia, conduce a la exclusi¨®n social. La bajada es cada vez m¨¢s acelerada, dicen los expertos, un tobog¨¢n cuyo descenso gana velocidad y al que se asoma un n¨²mero creciente de personas. Hay albergues con lista de espera.
Espa?a 2012. M¨¢s de 5,6 millones de empleos y decenas de miles de techos arrasados por el hurac¨¢n de la crisis. M¨¢s de 300.000 ejecuciones hipotecarias iniciadas en los ¨²ltimos cinco a?os, muchas de las cuales han derivado en desahucios ¡ªm¨¢s de 100.000¡ª a los que se suman los motivados por el impago de alquiler. Como el de Juan, el de Carmen... Los n¨²meros tienen caras detr¨¢s y un detonante com¨²n: la p¨¦rdida de ingresos, el comienzo del tobog¨¢n.
¡°Las torres m¨¢s altas pueden caer al piso¡±. Esa es una de las cosas que Carmen ha aprendido en los ¨²ltimos tiempos. Esta mujer de 40 a?os era hasta hace uno y medio una empresaria de ¨¦xito. En 2005, reci¨¦n llegada a Espa?a desde Estados Unidos, cre¨® con su marido una firma de montajes el¨¦ctricos. Hasta 16 empleados llegaron a tener, relata. Tan bien iban las cosas que lograron comprarse un piso en un barrio caro de Madrid, Chamber¨ª. Ahora la mujer almuerza cada d¨ªa en un comedor social a tiro de piedra del piso que tuvo.
¡°Par¨® todo de la noche a la ma?ana¡±, reflexiona esta mujer que pide aparecer con otro nombre. La crisis de la construcci¨®n se llev¨® por delante su negocio. Dej¨® de haber cables que poner en casas o centros comerciales flamantes. ¡°Tuvimos que despedir a los empleados, que eran como de la familia. Les dimos lo que les correspond¨ªa y un poco m¨¢s. Dejamos al d¨ªa las cuentas con Hacienda, con la Seguridad Social. Quedamos limpio con todos...¡±. Y sin un euro en el bolsillo.
M¨¢s de 5,6 millones de empleos y decenas de miles de techos han sido arrasados por la crisis
Adi¨®s a los tiempos boyantes, cuando amortizaban la hipoteca con reembolsos anticipados y vertiginosos. ¡°En cuatro a?os hab¨ªamos logrado pagar 29 de los 30 a?os del pr¨¦stamo¡±, relata Carmen a la entrada del comedor. Hasta que lleg¨® el hachazo, en marzo pasado: ¡°Nos quedaba un a?o por pagar, pero el banco se qued¨® con el piso¡±, explica Carmen, de origen uruguayo.
La crisis se llev¨® la empresa, el piso, el bienestar, pero el zarpazo no par¨® ah¨ª. El hijo de Carmen est¨¢ ahora en un centro de menores: ¡°Rob¨® para intentar ayudarnos¡±. El marido sobrevive en una granja, ¡°orde?ando vacas¡±. Y Carmen duerme en uno de los pocos albergues que en Madrid admiten a mujeres ¡ªdisponen de un cuarto de las 1.200 plazas, seg¨²n el Ayuntamiento¡ª. ¡°Al principio crees que te vas a volver loca¡±, dice esta mujer que sue?a con abandonar Espa?a para volver a empezar lejos con su familia. ¡°Lo m¨¢s duro de perder el nivel de vida es no tener un lugar propio, aunque fuera una habitaci¨®n¡±, asegura. As¨ª evitar¨ªa tener que pasar el d¨ªa en la calle: el albergue cierra desde las diez de la ma?ana hasta las seis de la tarde. ¡°En mi situaci¨®n se sufre mucho, pero se aprende mucho. La gente no debe olvidar que, por muy arriba que est¨¦, se puede caer muy abajo. Todos somos seres humanos y esto le puede tocar a cualquiera¡±, recapitula.
Cualquiera puede ser Juan. Este madrile?o de 38 a?os se ha instalado en un soportal de Chamber¨ª. Su t¨ªtulo de Formaci¨®n Profesional de segundo grado no le sirve para encontrar un trabajo desde que lo perdi¨® en 2008, cuando se encargaba de tareas t¨¦cnicas en una f¨¢brica de ladrillos. Cobr¨® el paro hasta que se acab¨®. Luego fallaron las chapuzas. En 2010 perdi¨® el piso que pagaba al banco y se instal¨® en el asfalto. ¡°No hay albergues suficientes.
Me dicen que me vaya con mi hermano a su casa, pero est¨¢ hasta el cuello. Va a tener que vender el cami¨®n y tiene dos hijos¡±, explica. As¨ª que ¨¦l sigue en la calle mientras ¡°tres millones de pisos est¨¢n vac¨ªos¡±. S¨ª, pero la vivienda social escasea, tal como denuncia desde C¨¢ritas Espa?a la experta Sonia Olea.
Juan comparte soportal con compa?eros como Y¨¦sica y Anastasio, ella espa?ola de origen argentino, de 28 a?os; ¨¦l, griego, de 38. Vinieron en agosto pasado, cuando desesperaron de encontrar empleo en tierras helenas. Tra¨ªan una oferta de trabajo que result¨® no ser tal. Cuando acabaron los ahorros solo qued¨® la intemperie. Cada d¨ªa van por turnos ¡ªhay que vigilar los enseres¡ª a la biblioteca p¨²blica. En los ordenadores, env¨ªan curr¨ªculos y buscan trabajo. ¡°Mando 300 y, con suerte, recibo una respuesta¡±, detalla Y¨¦sica. Tambi¨¦n cargan all¨ª el m¨®vil: hay que tenerlo listo por si, a trav¨¦s de la llamada, llega la esperanza. Una esperanza que ¡°cada d¨ªa se pierde m¨¢s¡±. Cada d¨ªa es igual que el anterior, sin futuro. Aunque muchos pobres lleven m¨®vil y se manejen con Internet incluso en los albergues.
Los nuevos pobres se suman
a los veteranos porque ni siquiera
en los tiempos de bonanza
Espa?a erradic¨® la pobreza
Con esas dos armas se enfrenta tambi¨¦n un hispanoperuano que elige el alias de Bersix para hablar en el albergue San Mart¨ªn de Porres, en un barrio del extrarradio madrile?o. Desde que perdi¨® el empleo pone anuncios para hacer chapuzas, esas que le salvaron un tiempo. ¡°Cayeron las chapuzas y ca¨ª yo¡±, dice este universitario de 50 a?os que trata de aprender sueco para emigrar. Como ¨¦l, en este albergue ¡ªcon ¡°tres meses de lista de espera¡± para poder pernoctar en ¨¦l, seg¨²n su director, Francisco Rodr¨ªguez¡ª el 12% de los acogidos tienen estudios universitarios. Antes de la crisis eran ¡°el 3% o el 4%¡±, recuerda el director. Y aumenta la proporci¨®n de espa?oles; ya son la mitad. ¡°La gente que viene no est¨¢ deteriorada. Son hombres de clase media y media baja, preparados para trabajar y que se han quedado sin empleo¡±, describe Rodr¨ªguez. Pero el trabajo, el b¨¢lsamo de Fierabr¨¢s, no llega. Y la pobreza crece y se cronifica.
¡°Cada vez hay m¨¢s gente pas¨¢ndolas moradas. Si esta crisis aguda dura mucho, las consecuencias pueden ser irreversibles, sobre todo para la gente joven. Una generaci¨®n se queda fuera¡±, advierte Pedro Cabrera, experto en pobreza y estructura social en la Universidad de Comillas. Hace un diagn¨®stico ¡°terrible¡± de la situaci¨®n: ¡°Tenemos una fiscalidad regresiva, por austeridad se recortan los servicios sociales, que no estaban medianamente dotados, y encima el mercado de trabajo no da respuesta a millones de personas¡±.
As¨ª las cosas, los nuevos pobres se suman a los veteranos, porque ni siquiera en los tiempos de bonanza Espa?a erradic¨® la pobreza, que no es monopolio de marginados, aunque genere una enorme exclusi¨®n social. ¡°Nunca lleg¨® a bajar del 20% la proporci¨®n de personas que viven por debajo del umbral de la pobreza [perciben menos del 60% de la renta mediana]. Ahora estamos en el 23%¡±, afirma Cabrera. El paro no es la fuente ¨²nica de esta situaci¨®n: tambi¨¦n lo son los bajos salarios, que crean trabajadores pobres, matiza. ¡°De cada 100 empleados, 14 son pobres. Es algo que ya ocurr¨ªa antes de la crisis, pero el fen¨®meno se ha expandido al sector servicios [el que ofrece m¨¢s empleo]¡±. Adem¨¢s, el recorte de las pol¨ªticas sociales reduce la posibilidad de atenuar los efectos del deterioro econ¨®mico en los ciudadanos desfavorecidos. ¡°Se ha pasado del silencio de las Administraciones ante las situaciones de vulnerabilidad social al ¡®no tenemos dinero¡±, denuncia Sonia Olea, responsable del programa de vivienda y personas sin hogar de C¨¢ritas Espa?a.
Lavinia Mingu y su vecina espa?ola en la cola para recoger alimentos en Chamber¨ª lo saben bien. A la primera, que empuja el cochecito de su beb¨¦ y est¨¢ separada con dos ni?as, le acaban de denegar la guarder¨ªa p¨²blica para la peque?a. ¡°?C¨®mo podr¨¦ tener trabajo si no tengo d¨®nde dejar a la cr¨ªa?¡±, se pregunta. La escasez de servicios p¨²blicos es otra dificultad m¨¢s para salir de la pobreza para esta mujer que carece de subsidios pero no de arrojo. En parecida situaci¨®n est¨¢ su compa?era, que pide anonimato y tiene tres hijos a su cargo. Ha trabajado en supermercados, aunque desde hace dos a?os no encuentra d¨®nde. ¡°Intento apa?arme, pero es imposible¡±, dice. Las dos luchan por mantener sus casas, pero sobre ellas pende la amenaza del desahucio por impago. Tambi¨¦n sobre el de otra espa?ola igualmente treinta?era en esta fila abundante en carritos de la compra para transportar la comida a casa y de cochecitos de beb¨¦. Tiene dos hijos a su cargo y un empleo de limpiadora tres horas diarias. ¡°No me llega para el alquiler y los gastos de casa. Estoy completamente sola y tan deprimida que a veces no quiero subir a casa¡±. Hay, tambi¨¦n, quien evita dar detalles en este lugar, sobre todo aquellos que acaban de pisarlo por primera vez y son incapaces de superar el sentimiento de verg¨¹enza.
¡°El tobog¨¢n que lleva de ser alguien a no ser nada, a sentirse mobiliario urbano, cada vez es m¨¢s corto, m¨¢s r¨¢pido¡±, afirma Olea, experta de C¨¢ritas. Con todo, en esta crisis, como en las anteriores, el colch¨®n familiar es la protecci¨®n m¨¢s fuerte. ¡°En muchos casos, quienes soportan la situaci¨®n son los abuelos¡±, describe. Abuelos que acogen a hijos y nietos en casa, que tratan de cubrir tambi¨¦n las necesidades ajenas con sus propios ingresos.
Espa?oles e inmigrantes empobrecidos acuden en masa a los servicios de atenci¨®n de emergencia
Como la madre de Gregorio, un ferrallista ¡°en paro desde hace tres a?os y sin cobrar desde hace uno¡±. ¡°Con los 270 euros de pensi¨®n de mi madre tenemos que vivir y ayudar a mis sobrinos, de 16 y 11 a?os¡±, relata antes de echar cuentas. ¡°Tengo 48 a?os y empec¨¦ a trabajar a los 14. Ten¨ªa mi coche, iba al gimnasio. Ten¨ªa una vida normal, como cualquier ser humano. Quedarme sin empleo fue un corte radical¡±.
Gregorio tuvo que acabar por acudir a un comedor social de su barrio de siempre, Vallecas, donde echa una mano a las monjas de la Obra Social Santa Mar¨ªa Josefa que lo gestionan. Organiza el acceso y ve c¨®mo se alinean las bolsas con tarteras mientras sus due?os buscan la sombra. Antes de abrir, ya hay m¨¢s de 40. Las religiosas ofrecen 600 raciones diarias, el doble que hace un a?o.
Espa?oles e inmigrantes empobrecidos acuden en masa a los servicios de atenci¨®n de emergencia, como el reparto de alimentos, los comedores o la ayuda puntual para el pago de alguna factura. La red social y estas ayudas, especialmente de C¨¢ritas y Cruz Roja, registran una demanda creciente. Son claves para intentar evitar la ca¨ªda definitiva por el tobog¨¢n que acaba en la gran exclusi¨®n, un descenso impulsado por la p¨¦rdida de vivienda. ¡°O pagan el piso, o comen¡±, describe la hermana Josefina, que regenta el comedor donde echa una mano Gregorio.
¡°No es que la gente pierda el empleo, deje de pagar la hipoteca o el alquiler y se vea a continuaci¨®n en la calle, aunque hay casos, pero lo determinante para eso es que se sumen otros factores a?adidos, la mochila que tiene cada uno¡±, dice Olea. Enumera elementos de ese petate: escasa formaci¨®n, empleo previo poco cualificado, problemas de adicciones o salud mental (en el 60% de los casos), baja autoestima, pobreza o falta de red familiar y social. Este ¨²ltimo, el gran colch¨®n, ¡°es cada vez menos mullido¡±, sobre todo por el individualismo y la falta de convivencia vecinal en las grandes ciudades, pero es a¨²n un gran colch¨®n, apunta Olea.
Pero el perfil de pobre ha cambiado respecto a las crisis anteriores. El t¨ªtulo universitario ha dejado de ser un gran escudo y en un pa¨ªs de hipotecados, los ciudadanos tratan de mantener la vivienda a toda costa. Perderla es el ¨²ltimo pelda?o en una ca¨ªda para la que muchos carecen red.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.