La lengua liberada
Los jud¨ªos piden sin ¨¦xito a la RAE que elimine el vocablo judiada ?La Academia debe ser guardi¨¢n del lenguaje o tambi¨¦n promotor?
El diccionario est¨¢ hecho con el prop¨®sito de que se puedan consultar palabras que ayuden a comprender no solo un texto del espa?ol actual, sino de aquel con el que Quevedo adornaba sus p¨¢ginas. Esa es la raz¨®n, explican en la Real Academia, de que algunos vocablos chisporroteen en la mentalidad moderna. Son molestos, ofensivos, irritantes, merecedores de cambios o acotaciones. Pero los acad¨¦micos no encuentran motivos de expulsi¨®n: su misi¨®n se limita, se?alan, a dar cuenta de lo que hay, el diccionario ¡°no es m¨¢s que un cat¨¢logo, nosotros no promovemos un uso ni una palabra¡±, solo se recoge con pretensi¨®n notarial, dice Jos¨¦ Antonio Pascual, vicedirector de la Academia. El secretario de la instituci¨®n, Dar¨ªo Villanueva, comparte la opini¨®n: ¡°Recogemos las palabras que funcionan y podemos perfeccionar las definiciones, corregir errores..., pero no se puede concebir un diccionario celestial, porque las palabras definen lo conveniente y lo inconveniente, lo justo y lo injusto, como dec¨ªa Arist¨®teles¡±.
?Diversos colectivos y personas llaman cada a?o a la puerta de la instituci¨®n proponiendo cambios, matices, nuevas palabras. Estos d¨ªas fueron los jud¨ªos quienes pidieron la expulsi¨®n definitiva del t¨¦rmino judiada: acci¨®n mala, que tendenciosamente se consideraba propia de jud¨ªos. La Academia contesta a todos, pero no siempre de acuerdo con sus requerimientos. La respuesta a este colectivo ha sido no. De una forma general, Villanueva dice: ¡°No se puede confundir la palabra con la actitud y el sentimiento. ?Qui¨¦n admitir¨ªa un diccionario expurgado?, ser¨ªa inquisitorial¡±.
Inquisici¨®n. Eso le recuerda al escritor Manuel Rivas, acad¨¦mico de la lengua gallega, que tambi¨¦n los jud¨ªos tendr¨ªan alguna palabra para definir el sufrimiento que les inflig¨ªan los guardianes de la ortodoxia cat¨®lica, pero ese t¨¦rmino no se encuentra en el diccionario. ?Por qu¨¦? ¡°Porque ya se sabe que quien tiene el diccionario tiene el poder¡±. Rivas no quiere dejarse enga?ar con ¡°posiciones de supuesta neutralidad, que suelen ser conservadoras¡± y cree que esto cabe para diccionarios y Academias. ¡°A veces el lenguaje es un elemento de dominaci¨®n y hay que desenmascararlo¡±. No cree que sea exacto eso de que el lenguaje recoge la realidad, sino que ¡°el lenguaje agresivo, de dominio, de desprecio, precede a un estado real de desprecio y de dominio. No refleja, anticipa¡±, dice. ¡°El lenguaje es un campo de batalla, un espacio de lucha, es ingenuo verlo de otra forma; es un espejo de las relaciones de poder, y los que trabajan con las palabras no pueden ser ajenos a ello¡±, a?ade.
"Las palabras no reflejan, anticipan", sostiene el escritor Manuel Rivas
As¨ª que, el escritor gallego entiende muy bien ¡°la hipersensibilidad de ciertos colectivos¡± con algunos t¨¦rminos y ¡°como dec¨ªa El¨ªas Canetti [el escritor sefard¨ª]: si hay palabras para producir odio y dominar, para la guerra, tambi¨¦n las hay para liberarse¡±.
Pero eso no significa que se expulsen t¨¦rminos, aunque el escritor no lo descarta ¡ª¡°En el diccionario gallego se ha quitado gitanada¡±¡ª porque, a su parecer, ¡°tirar una palabra tambi¨¦n constituye una agresi¨®n. En la quema de libros de los nazis en 1933 no se echaba a la hoguera el libro de Freud, en realidad era quemar al propio Sigmund Freud¡±, ejemplifica. ¡°No hay por qu¨¦ ignorar un t¨¦rmino, pero s¨ª significarlo¡±. Lo que pide es que se incluyan palabras y que se modifiquen. De nuevo cita al diccionario gallego, donde la palabra matrimonio incluye la uni¨®n entre dos personas, independientemente de su sexo. ¡°Eso da cabida a todo el mundo¡±, dice. La Real Academia tambi¨¦n ha modificado esta entrada para ajustarla a la legislaci¨®n.
Reclama, finalmente, una actitud por parte de los acad¨¦micos que vaya m¨¢s all¨¢ del mero reflejo de cierta realidad: pide que sean promotores, no solo notarios, a la b¨²squeda de esas palabras para la paz, porque ¡°hay que llamar a la gente como quiere ser llamada, siempre fruto de un consenso¡±. Coinciden con ¨¦l en la necesidad de cierta promoci¨®n o de iniciativas sobre la lengua por parte de la Academia algunos colectivos feministas, que han batallado por modificar o incluir algunos t¨¦rminos desde hace a?os. La economista y editora Ana Ma?eru M¨¦ndez, algunos a?os vinculada al Instituto de la Mujer, lo explica con un ejemplo, el de la poeta norteamericana Emily Dickinson: ¡°Se salt¨® todas las reglas de la lengua, las de puntuaci¨®n, las may¨²sculas, atribu¨ªa el g¨¦nero como le parec¨ªa, descolocaba las estrofas y no la destroz¨® ni la afe¨®, sino que abri¨® otro universo de expresi¨®n¡±. Cree que la lengua, ¡°una herramienta poderosa de control y poder, no necesita tantas normas ¡ªporque se excluye a aquellos que no la usan como queda estipulado¡ª, sino una actitud por parte de los acad¨¦micos de observaci¨®n, de admiraci¨®n, de asombro, incluso de devoci¨®n por lo que ocurre, por c¨®mo vive y evoluciona. Sin embargo, la Academia se limita a recoger algunos t¨¦rminos cuando ya es inevitable, porque el rid¨ªculo ser¨ªa grande, cuando el fen¨®meno est¨¢ consolidado¡±. Y finaliza: ¡°Yo tampoco estoy por eliminar palabras, pero s¨ª por introducir algunas, como prostituidor. El papel de la RAE debe ser activo, no de propiedad, de promotores, no de guardianes¡±.
Los acad¨¦micos est¨¢n acostumbrados a las cr¨ªticas y las quejas desde 1726, con aquel primer Diccionario de autoridades. En 1818, cuando ya Fernando VII hab¨ªa vuelto a Espa?a con su absolutismo y su Inquisici¨®n, un fraile denunci¨® a la Academia por su definici¨®n de caos: desorden antes de la creaci¨®n. ¡°Antes de la creaci¨®n no hab¨ªa nada, dijo el fraile, por tanto, el texto era her¨¦tico¡±, relata Dar¨ªo Villanueva. La Academia resisti¨® el envite. Ahora tiene normas para resistir algunos otros, que no son pocos. ¡°Quiz¨¢ esto es m¨¢s desconocido, pero las empresas titulares de marcas registradas son refractarias a que esas marcas se conviertan en nombre com¨²n; tenemos maicena, tefl¨®n, zodiac, y nos piden insistentemente que las quitemos. Alegan propiedad¡±. La respuesta que reciben es que ¡°la gente las usa ignorando su origen y no se puede expropiar a los hablantes de sustantivos comunes. Una cosa es la patente avalada por investigaci¨®n o f¨®rmula y otra, la palabra que la designa¡±, dice Villanueva.
En 1818 un fraile acus¨® a la Academia de her¨¦tica por su definici¨®n de caos
Y para aquellos que piden una actitud promotora, esta es la respuesta: ¡°Nosotros no inventamos, ni patrocinamos, ni promovemos. Eso puede hacerlo la gente y, si tiene ¨¦xito, podemos incluir los t¨¦rminos¡±, aclara.
Cita tambi¨¦n las llamadas marcas del diccionario (en desuso, obsceno, coloquial, vulgar) como matices ilustrativos para aquellos vocablos que pueden resultar insultantes. A la Academia se le ha acusado de muchas cosas, reconoce Villanueva, ¡°de gazmo?os y de pacatos en t¨¦rminos de sexo, por ejemplo, y es verdad, se han incorporado muchas palabras que ten¨ªan que estar, como mamada¡±. Tambi¨¦n se les dice que no est¨¢n al tanto de lo que se mueve a su alrededor, que son lentos de reacci¨®n. ¡°Tiempo al tiempo¡±, dicen. ¡°Las palabras deben pasar un m¨ªnimo de cinco a?os de cuarentena para ver si se consolidan. El a?o pasado se present¨® a pleno pagafantas, que incluso daba nombre a una pel¨ªcula; se discuti¨® y se someti¨® a la revisi¨®n de continuidad: ya no se usa. Estamos viendo tambi¨¦n si se consolida perroflauta¡±, menciona Villanueva. Es decir, si alcanza las condiciones que le dar¨¢n entrada en el diccionario, sobre todo una frecuencia de uso.
Esta es la funci¨®n de la Academia, recoger lo que se habla en la calle cuando satisface las normas establecidas. De ah¨ª la existencia de palabras malsonantes, t¨¦rminos inc¨®modos o hirientes. Despu¨¦s de todo, dice Villanueva, ¡°eso no significa que los hablantes tengan la obligaci¨®n de usarlos¡±. Cierto, pero as¨ª como un uso masivo concede la entrada en el diccionario, el desuso no la har¨¢ desaparecer nunca, porque han de quedar como referentes de un habla del pasado.
El escritor Andr¨¦s Trapiello deja esta reflexi¨®n mediante un correo electr¨®nico: ¡°Las palabras mueren de muerte natural, no porque lo decida ninguna Academia. La palabra judiada respond¨ªa a tiempos en los que en la Espa?a tridentina se ve¨ªa a los jud¨ªos como responsables de la crucifixi¨®n, igual que la palabra jesu¨ªtico remite a cuando los jesuitas se apoderaron del Estado con malas artes. La comunidad jud¨ªa o la Compa?¨ªa de Jes¨²s, que saben mucho de expulsiones, est¨¢n en su derecho de pedir la expulsi¨®n de esas palabras del diccionario, pero seguir¨¢n utiliz¨¢ndose, si hay gente que las encuentra expresivas y en seg¨²n qu¨¦ contexto, o se arrumbar¨¢n por desusadas. Y como en todo, si hay personas a las que molesta, no cuesta nada, por cortes¨ªa, no usarlas; tenemos otras muchas en el diccionario para significar lo que quer¨ªamos decir con ellas¡±, dice.
No se conforma con esa ausencia de uso la escritora ¡°espa?ola y jud¨ªa¡± Esther Bendahan. ¡°Las palabras responden a un inconsciente colectivo y su percepci¨®n sobre minor¨ªas. Si no se explican, si se descontextualizan, se las despoja del significado exacto. No digo quitarlas, porque interesa la historia de esa palabra, pero s¨ª desactivarlas, si nos ponemos ciertas fronteras el uso va desapareciendo, hay que explicarlas. Y eso tambi¨¦n se hace en el diccionario¡±.
Palabras que ofenden
Es comprensible que a los jud¨ªos no les siente bien el uso de la palabra judiada para definir una mala acci¨®n. Como supongo que la Conferencia Episcopal temblar¨¢ cada vez que repase el cat¨¢logo de acepciones surgidas en castellano a partir de su sagrada hostia y no es dif¨ªcil intuir la indignaci¨®n de cualquier colectivo de prostitutas cuando se hace referencia a sus hijos como paradigmas de malas personas o a las casas en que trabajan como lugar de desorden. Quienes no nacimos en la capital tuvimos que cargar en otros tiempos con el sambenito de ser provincianos, esto es, poco elegantes o refinados, y entre todos ¡ªla n¨®mina a partir de los citados alcanzar¨ªa proporciones universales¡ª podr¨ªamos constituir una nutrida organizaci¨®n de agraviados por la letra del diccionario si nos ponemos excesivamente finos.
Pero cargar contra ¨¦l o contra los acad¨¦micos que lo elaboran ser¨ªa tambi¨¦n una forma injusta de matar al mensajero. Nuestra lengua se articul¨® siglos antes de que se constituyese la Academia y las palabras nacieron y fluyeron durante ese tiempo libremente antes de ser atrapadas y definidas en un diccionario. En ellas se encierra lo mejor y lo peor del alma de un pueblo, y juntas constituyen un riqu¨ªsimo cat¨¢logo en el que conviven t¨¦rminos nobles e inmundos, cultos y vulgares, hermosos y malsonantes, que proyectan una visi¨®n del mundo en parte precisa y en parte cargada de t¨®picos y prejuicios.
El diccionario da fe ¡ªo deber¨ªa¡ª de todos y es un instrumento que nos permite desentra?ar el habla actual, pero tambi¨¦n un rico yacimiento en el que encontramos fosilizadas palabras que nos ayudan a comprender el habla que fue. El trabajo de los acad¨¦micos consiste en certificar el uso asentado de las palabras, para no acoger en el diccionario, que tiene vocaci¨®n de permanencia, t¨¦rminos con corta fecha de caducidad. Y una vez aceptados, su misi¨®n es la de definirlos y contextualizarlos de manera precisa, con indicaciones que hagan referencia, si es el caso, a su car¨¢cter vulgar, despectivo o malsonante y a la vigencia o no de su uso. Que una palabra est¨¦ en el diccionario no significa que sea recomendable. En el caso de judiada, su car¨¢cter peyorativo est¨¢ en su ADN a trav¨¦s del sufijo ¡ªcomo en alcaldada, sin que eso suponga menosprecio de las acertadas decisiones de los regidores municipales¡ª, pero adem¨¢s en su cuidada definici¨®n la RAE subraya la ¡°tendenciosidad¡± de su uso.
?Podr¨ªa matizarse m¨¢s? Quiz¨¢. Pero, aunque todo es leg¨ªtimamente discutible, pretender que la soluci¨®n pasa por excluir la palabra del diccionario parece excesivo, salvo que en nombre de lo pol¨ªticamente correcto mutilemos la mitad del diccionario. Casi tan absurdo como la resistencia de los acad¨¦micos, que desde luego no son perfectos, a incluir t¨¦rminos globalmente aceptados desde hace d¨¦cadas como el de violencia de g¨¦nero, usando argumentos que se ignoran al asumir otros neologismos.
Isa¨ªas Lafuente es periodista y escritor, responsable de la Unidad de Vigilancia Ling¨¹¨ªstica de la cadena SER.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.