Nos miran mal
Espa?a se convierte en fuente de malas noticias para la prensa global El reflejo de una crisis muy real no puede atribuirse a conspiraciones
En el imaginario colectivo de los medios de comunicaci¨®n occidentales, Espa?a parece estar convirti¨¦ndose a medida que va avanzando este a?o de 2012 en lo que fue Grecia en los semestres anteriores: el paradigma de austeridad impuesta por poderes externos, pobreza rampante entre las clases populares y medias, indignaci¨®n creciente de la ciudadan¨ªa contra los bancos y los pol¨ªticos y episodios de violencia callejera cada vez m¨¢s frecuentes. Ciertamente, las escenas que pueden fotografiarse o filmarse estos meses en las calles espa?olas son tan impactantes como las de los jubilados griegos protestando por el recorte de sus magras pensiones en la ateniense plaza de Sintagma frente a una muralla de bien pertrechados polic¨ªas. O, saltando a los comienzos de este siglo, las de los enfurecidos depositantes argentinos agolp¨¢ndose frente a los bancos cuando el corralito de 2001-2002. O, puestos a hacer historia, las inmortalizadas por Dorothea Lange en el Estados Unidos de la Gran Depresi¨®n.
Si el fot¨®grafo es talentoso ¡ªtanto como para, adem¨¢s, utilizar el blanco y negro en un gui?o a los trabajos de Lange¡ª, el resultado de un reportaje sobre la Espa?a en crisis es irresistible para cualquier editor period¨ªstico. Y nadie puede negarle a Samuel Aranda, ganador del World Press 2011 por una estremecedora foto sobre las revueltas democr¨¢ticas en Yemen, su condici¨®n de gran fot¨®grafo.
As¨ª que The New York Times public¨® este lunes un reportaje fotogr¨¢fico de Samuel Aranda sobre la Espa?a en crisis, y le dio un tratamiento de portada con una imagen en la que se ve¨ªa a un hombre buscando comida en un contenedor de basura, una imagen que el autor de este art¨ªculo ve a diario en su barrio madrile?o. Muy probablemente por casualidad, el diario neoyorquino hizo ese despliegue el mismo d¨ªa en que era visitado por don Juan Carlos. El Rey, sin duda, les explic¨® a los responsables del New York Times que las dificultades actuales de Espa?a son superables.
Los peri¨®dicos no est¨¢n para contar lo cotidiano, sino lo nuevo y relevante
A este lado del Atl¨¢ntico saltaron voces indignadas. Las m¨¢s moderadas citaban el hecho de que Espa?a, aunque en crisis, no es solo eso, no es solo lo retratado por Aranda: gente esperando a ser desahuciada de su vivienda, pobres rebuscando en la basura, comedores de caridad repletos, inflamadas protestas callejeras, carreteras y urbanizaciones sin terminar... En efecto, no es solo eso, pero tambi¨¦n, y cada vez m¨¢s, es eso. La tragedia de Espa?a no se limita al mill¨®n de personas que ya son pobres seg¨²n Caritas, ni tampoco a los cinco millones de desempleados registrados oficialmente; la tragedia de Espa?a tambi¨¦n es que las conversaciones cotidianas de la mayor¨ªa del resto traten sobre despidos inminentes y recortes en las prestaciones sociales, versen sobre estrecheces y miedos.
No se equivocan, pues, los medios internacionales que llevan con frecuencia creciente a sus portadas temas de la Espa?a en crisis. Es lo nuevo, esto es, lo noticioso, tras unas d¨¦cadas en las que han hablado de una Espa?a de transici¨®n democr¨¢tica tildada de ¡°mod¨¦lica¡± y, luego, de una Espa?a de ¨¦xitos econ¨®micos, culturales y deportivos.
Ahora se ve que en
este pa¨ªs pervive el derroche y la corrupci¨®n
Por lo dem¨¢s, ?reflejan con el 100% de exactitud las realidades de T¨²nez y Egipto los medios de aqu¨ª o all¨¢ cuando abren con im¨¢genes de unos cientos de salafistas asaltando embajadas norteamericanas? ?No podr¨ªa decirse tambi¨¦n que, durante esos d¨ªas, millones de norteafricanos siguen con su vida normal, ajenos a tales barbaridades? ?Y es Estados Unidos tan solo ese pa¨ªs donde, cada dos por tres, un enajenado se pone a disparar contra la muchedumbre? ?No hab¨ªa el d¨ªa del asalto al cine de Colorado una inmensa mayor¨ªa de norteamericanos que estudiaba, trabajaba o veraneaba? Sin duda, pero los medios (espa?oles e internacionales) abrieron en su momento con esos temas, e hicieron bien. Su misi¨®n no es dar el parte de la cotidianidad, sino contar lo que es nuevo y relevante, y tanto el salafismo en el norte de ?frica como los tiroteos en Estados Unidos lo son.
Y tambi¨¦n lo es, y ah¨ª es donde nos duele, que una Espa?a vista con admiraci¨®n y hasta envidia en los ¨²ltimos lustros parezca emprender el camino de la desdichada Grecia. M¨¢xime cuando, como subraya el texto period¨ªstico que acompa?a al reportaje gr¨¢fico de Aranda, se trata de un pa¨ªs grande, poblado y con peso econ¨®mico.
En el peor de los casos, algunos de los que han denostado en Espa?a el reportaje del New York Times han resucitado un cl¨¢sico carpetovet¨®nico: aquel que reza que los de fuera nos miran mal, nos tienen envidia y/o inquina. Este tufillo desprend¨ªan ciertos comentarios escandalizados por el hecho de que, tras el reportaje del lunes del diario neoyorquino, ese mismo medio y muchos otros en Europa y Am¨¦rica dieran un tratamiento destacado a las escenas de violencia vividas en la noche del martes en el centro de Madrid, cuando los antidisturbios reprimieron a porrazos a los que pretend¨ªan acercarse m¨¢s de la cuenta al blindado Congreso de los Diputados.
Surgen voces indignadas,
pero C¨¢ritas habla
de un mill¨®n de pobres
Pues s¨ª, la Espa?a en crisis est¨¢, lamentablemente, de ¡°moda¡±, se ha convertido en una fuente de noticias negativas, como se?alaba ayer un comentarista en un medio digital. Pero, como a?ad¨ªa ese mismo comentarista, no hay la menor necesidad de recurrir a teor¨ªas conspirativas para explicarlo. Le ocurre a Francia cuando hay disturbios en los suburbios donde se api?an los inmigrantes, le ocurre a Estados Unidos cuando hay tiroteos, le ocurre al mundo ¨¢rabe y musulm¨¢n cuando los integristas hacen de las suyas, le ocurre a pa¨ªses que se supon¨ªan acomodados cuando hay crisis que llevan a millones a la miseria o la penuria... Casi nunca le ocurre a Suiza. As¨ª es el universo medi¨¢tico.
A lo largo de su historia, Espa?a ha tenido, como todo el mundo, buena y mala prensa. La tuvo nefasta cuando el poder¨ªo de Felipe II y sus sucesores, aquella ¨¦poca en que se gest¨® en la Europa protestante la Leyenda Negra. Asociada con la Inquisici¨®n de Torquemada, Espa?a fue sin¨®nimo al norte de los Pirineos de oscurantismo, integrismo cat¨®lico y crueldad extrema. Pero, luego, en el siglo XIX, el estereotipo cambi¨® con los viajeros rom¨¢nticos: una Espa?a en manifiesta decadencia pas¨® a ser un pa¨ªs adorable y ex¨®tico de bandidos justicieros, mujeres fatales como la Carmen de Merim¨¦e, toros, flamenco y leyendas morunas.
Los mismos medios
aplaud¨ªan antes la transici¨®n
y el despegue espa?ol
La Guerra Civil espa?ola fue un acontecimiento tr¨¢gico urbi et orbi. En Europa y en las Am¨¦ricas, toda una generaci¨®n de dem¨®cratas vivi¨® con desgarro el violento fin de la Rep¨²blica, intuyendo, adem¨¢s, que era el preludio de la II Guerra Mundial. Nunca, ni tan siquiera ahora, Espa?a estuvo tan en el coraz¨®n y las mentes de millones de extranjeros. En los lustros siguientes, Franco, el ganador de la contienda, resucitar¨ªa la teor¨ªa de la secular conjura judeo-mas¨®nica contra la Espa?a nacional-cat¨®lica.
La Transici¨®n volvi¨® a cambiar la mirada extranjera. Espa?a fue felicitada (s¨ª, tambi¨¦n en Le Monde y The New York Times) por su habilidad para superar esos atavismos antidemocr¨¢ticos de los que una postrera muestra ser¨ªa Tejero, aquel coronel con pistola y gorro de ¡°torero¡± (as¨ª llam¨® al tricornio alg¨²n medio anglosaj¨®n) que secuestr¨® al Gobierno y al Parlamento de una sola tacada. A continuaci¨®n, y hasta hace bien poco, llovieron reportajes en la prensa internacional sobre la nueva Espa?a pionera en derechos y libertades (matrimonio gay), floreciente en lo cultural y deportivo y tan pr¨®spera en lo econ¨®mico que hasta compet¨ªa con Estados Unidos en presencia inversora en Am¨¦rica Latina.
?Puede haber algo de resentimiento en la actual mirada sobre Espa?a? Tal vez s¨ª, tal vez no. Es cierto que Aznar iba por el mundo pavone¨¢ndose de que Espa?a iba bien merced al milagro econ¨®mico del que ¨¦l y sus amigos eran autores; ninguneando como ep¨ªtomes de la ¡°vieja Europa¡± al franc¨¦s Chirac y el alem¨¢n Schr?der, y postul¨¢ndose como socio estelar de un Estados Unidos llamado a ser el imperio ¨²nico y eterno. Y es cierto que Zapatero, aun siendo de talante m¨¢s modesto, se excedi¨® cuando habl¨® de que Espa?a jugaba en la Champions, de que hab¨ªa superado a Italia y Canad¨¢ e iba a por Francia, de que su sistema financiero era el mejor del mundo.
No estamos ante
una nueva Leyenda Negra orquestada
por una conjura
Hoy, tras esa etapa de un autobombo que fue, record¨¦moslo, bien acogido en la prensa internacional, el mundo descubre la persistencia, pese a la Transici¨®n y pese a los a?os de vacas gordas, de algunos males cr¨®nicos de Espa?a: la corrupci¨®n y la contabilidad dudosa, cierta tendencia colectiva a vivir la juerga con el dinero de los otros, la persistencia de pulsiones como el autoritarismo o el separatismo. Por supuesto, la mayor¨ªa de los espa?oles son gente honrada y laboriosa que paga ahora las facturas de una crisis que no ha provocado, pero ellos tambi¨¦n salen en los reportajes del New York Times y otros medios.
Somos noticia por cosas penosas que est¨¢n emergiendo aqu¨ª, y no hay razones para rasgarse las vestiduras. No estamos ante una nueva Leyenda Negra orquestada por una conjura infame. En absoluto. La hispanofilia es mayoritaria en Francia y tant¨ªsimos otros pa¨ªses; Espa?a sigue siendo el destino predilecto de los universitarios europeos; la Roja tiene seguidores en cualquier rinc¨®n del planeta, al igual que Javier Mar¨ªas y P¨¦rez Reverte, Almod¨®var y Amen¨¢bar, Javier Barden y Pen¨¦lope Cruz; este a?o m¨¢s de 40 millones de turistas extranjeros han venido a Espa?a, y este pa¨ªs es citado por Obama como puntero en energ¨ªas renovables y trenes de alta velocidad.
El buen corresponsal pelea contra la tendencia al estereotipo
?Hay t¨®picos en los medios extranjeros al hablar de Espa?a? Claro que los hay... y en los ingleses al hablar de Francia, y en los alemanes al hablar de Italia, y en los estadounidenses al hablar de los ¨¢rabes. El buen corresponsal es aquel que pelea a diario contra la tendencia al estereotipo de su redacci¨®n central. ?Y es paleta la obsesi¨®n espa?ola por lo que digan de este pa¨ªs los medios extranjeros? Puede ser. Pero lo es tanto como cuando, no hace mucho, el Financial Times sacaba informaciones positivas sobre la econom¨ªa espa?ola y el gobierno de turno lo usaba cual si fuera una bendici¨®n a su labor procedente del dios de las finanzas, como cuando una informaci¨®n negativa de ese mismo diario es citada ahora contra el gobierno. Ni el Financial Times ni el New York Times ni ning¨²n otro son la Biblia. Son solo peri¨®dicos, lo que no es poco.
En todo caso, ese mirar constante al tendido de los medios extranjeros para ver si aplauden o silban no es patrimonio exclusivo de Espa?a. En Francia pasa lo mismo; muchos de sus medios escritos y audiovisuales tienen secciones permanentes que informan de c¨®mo refleja la prensa extranjera lo que ocurre en el Hex¨¢gono. Tal vez sea un complejo compartido por pa¨ªses que fueron grandes en la escena internacional y hoy se preguntan con angustia si lo siguen siendo.
En fin, la visita a alg¨²n medio anglosaj¨®n para vender la ¡°marca Espa?a¡±, eso de lo que tanto se habla ahora y que, seg¨²n los gobernantes y sus voceros, se deteriora por las protestas y no por la realidad que causa esas protestas, parece haberse convertido en imprescindible en los road shows de los dirigentes espa?oles. Lo hizo, cuando era vicepresidenta del Gobierno, Elena Salgado en el Financial Times, y lo ha hecho ahora don Juan Carlos en el New York Times. Al parecer, con escaso ¨¦xito en ambos casos. Estupendo: un buen peri¨®dico no cambia su l¨ªnea por la visita de un notable.
En el caso del Rey, el problema a?adido es que su propia imagen internacional se ha deteriorado por asuntos como el caso Urdangar¨ªn y el safari de elefantes en Botsuana. Es otro signo de que el ciclo espa?ol iniciado tras la muerte de Franco ha llegado a su fin. Los medios internacionales reflejaron su ascenso durante lustros y cumplen igualmente con su obligaci¨®n cuando ahora cuentan lo dura que es la ca¨ªda.
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