Burdeles sin salida
Muy pocas v¨ªctimas de la explotaci¨®n sexual logran escapar de la mafia y retomar la vida com¨²n Ni las operaciones policiales ni los procesos judiciales les ayudan a romper las cadenas
Una ma?ana, Marcela se despert¨® en otra cama. S¨¢banas limpias. Se desperez¨® y pens¨® en las ¨²ltimas horas. Hab¨ªa llamado al tel¨¦fono de emergencias en mitad de la noche. No pod¨ªa escapar del club porque estaba en medio de la carretera, en ninguna parte. Los trabajadores de la ONG fueron a buscarla en coche. Las ¨²nicas posesiones que se llev¨® en la huida eran lo que ten¨ªa puesto. Cuando sali¨® del prost¨ªbulo todav¨ªa le escoc¨ªan los golpes del proxeneta. ¡°Se acab¨® la violencia¡±, pens¨®, y cerr¨® la puerta.
Pas¨® seis meses en ese primer piso de acogida. ¡°Empec¨¦ a sentirme acompa?ada. Antes viv¨ªa rodeada de 50 mujeres y estaba muy sola. Tiraba de alcohol y drogas para salir adelante¡±. Todo hab¨ªa comenzado un a?o antes, en 2005, cuando Marcela, hoy con 34 a?os, lleg¨® de Brasil animada por una vecina que le propuso un trabajo en Espa?a con el que ahorrar para terminar sus estudios de derecho. ¡°Me dijeron que iba a cuidar ni?os. El viaje fue de S?o Paulo a Francia y Vigo, y despu¨¦s en furgoneta hasta Portugal. Al llegar me quitaron el pasaporte y me dijeron que les deb¨ªa 5.000 euros. Me prostituyeron en clubes de Portugal y luego de Sevilla, todos del mismo due?o. Me llevaron a Madrid y hubo una redada en mi prost¨ªbulo. Nos ten¨ªan aleccionadas para que dij¨¦ramos que est¨¢bamos all¨ª voluntariamente y nos amenazaban con atacar a nuestras familias. As¨ª que no cont¨¦ nada y en cuanto sal¨ª del calabozo volv¨ª al mismo sitio a hacer lo mismo. No ve¨ªa alternativa¡±. Durante ese tr¨¢nsito, Marcela tuvo su primer contacto con APRAMP, una asociaci¨®n de ayuda a v¨ªctimas de explotaci¨®n sexual. ¡°Al principio no me fiaba, pero me ofrecieron asistencia sanitaria y empezamos a hablar¡±, cuenta en conversaci¨®n telef¨®nica.
Hasta que el d¨ªa en el que arranca este relato recibi¨® una paliza. ¡°Me dije: ¡®Hasta aqu¨ª¡¯, y llam¨¦¡±. Iniciaba un camino que desde la distancia se ve tan empinado como el de la propia explotaci¨®n: la dura convivencia con mujeres nerviosas, heridas; digerir recuerdos y humillaciones; buscar trabajo con un decreto de expulsi¨®n pendiendo sobre la cabeza desde su paso por el calabozo. El proceso psicol¨®gico dur¨® tres a?os. ¡°Cuando vi que pod¨ªa hablar de ello sin llorar, me di cuenta de que lo hab¨ªa asimilado¡±. Su primer trabajo fue cuidando ancianos, y ahora, despu¨¦s de cinco a?os de formaci¨®n como mediadora social, cada noche recorre con la unidad m¨®vil de APRAMP los pol¨ªgonos industriales, clubes y pisos invisibles por los que penan las v¨ªctimas de trata. Les explica c¨®mo se da el portazo.
De las miles de mujeres con las que he trabajado, habr¨¢ logrado salir apenas una docena¡±, comenta un polic¨ªa
La sofisticaci¨®n de la industria sexual ha creado un mercado mundial de 11 millones de explotadas, seg¨²n la ONU. Un estudio de Eurostat sobre trata publicado el viernes asegura que entre 2008 y 2010 las v¨ªctimas aumentaron el 18%. Las noticias sobre operaciones policiales contra la trata en Espa?a, uno de los principales receptores de mujeres llegadas con enga?os y abusos de todos los rincones pobres del planeta, se detienen en la foto fija de los proxenetas esposados. The end. Pero ese efecto cinematogr¨¢fico no se da en la vida de las mujeres. La mayor¨ªa, como ocurri¨® con Marcela tras su redada, vuelven al d¨ªa siguiente al club, desorientadas en un mundo del que desconocen las reglas: ?d¨®nde se busca trabajo?, ?qu¨¦ me va a hacer la polic¨ªa si me encuentra sin papeles?, ?qui¨¦n va a ayudar a una puta? Otras se lanzan a la libertad saltando barreras administrativas y miedos. Miedo como el que ha paralizado a importantes testigos de la operaci¨®n que hace unas semanas desarticul¨® en Andaluc¨ªa una red que explotaba a 400 mujeres. La investigaci¨®n concluy¨® con 52 imputaciones y el cierre de seis clubes. Los 10.000 folios del sumario del caso desvelan un universo violento y retorcido. Un negocio de carne con sucursal en Brasil.
Y al final de la cadena, mujeres, algunas sin papeles, que deb¨ªan dormir en el club, en las mismas habitaciones en las que ten¨ªan relaciones sexuales y rodeadas de gorilas y mamis. Los jefes las amenazaban con domesticarlas ¡°a palos¡± y les obligaban a acostarse con ellos, y cuando lo hac¨ªan con un cliente, el dinero del primer encuentro iba ¨ªntegro al club. Trabajaban 12 horas diarias y deb¨ªan abonar 50 euros por descansar cuando menstruaban y entre 150 y 200 por abandonar el recinto. Pese a todos estos horrores, las testigos protegidas han comenzado a vacilar en su primera declaraci¨®n, algo frecuente con los proxenetas. Esas mujeres han sentido el tir¨®n de las cadenas invisibles que describen las protagonistas de este reportaje.
Las prostitutas a las que Marcela logra convencer para que escapen de las mafias acaban pasando por las oficinas de su ONG. La asociaci¨®n tiene en el centro de Madrid un taller en el que aprenden costura ejecutando arreglos para boutiques del barrio. Un martes de marzo, una asistente social acompa?a a las alumnas, la mayor¨ªa testigos en protecci¨®n, mientras dise?an delantales. Una de ellas tiene 14 a?os; otra, 16, como muestra de que las redes est¨¢n tratando con v¨ªctimas muy j¨®venes (¡°es lo que est¨¢ de moda¡±, cuenta Marcela; ¡°en mi ¨¦poca ¨¦ramos las brasile?as, pero ahora el mercado de carne pide esto¡±). Mientras las m¨¢quinas de coser traquetean, se puede visitar la sala de cursos, vac¨ªa. Est¨¢ forrada de murales con dibujos de apariencia infantil. En uno se ven dos monigotes: uno femenino y el segundo masculino con un cuchillo y un bocadillo que dice ¡°m¨¢tala¡±. Otro mural identifica los alimentos con vitaminas y minerales. Ana Delgado, la trabajadora social, explica que tratan con mujeres de perfiles heterog¨¦neos: ¡°Algunas llegan muy formadas, pero hay otras que tienen que aprender todo desde cero. Han vivido aisladas, y al romper se encuentran con un pa¨ªs, un idioma y una vida que desconocen¡±.
Los cursos que imparte la asociaci¨®n (castellano, cuidados geri¨¢tricos, costura¡) son una toma de contacto con la formaci¨®n profesional, pero tambi¨¦n una terapia. ¡°En los talleres aprenden a no frustrarse y adquieren disciplina y horarios, que a veces les cuesta mucho. Como conocemos su situaci¨®n, sabemos que hay que ser flexibles¡±, cuenta Delgado, detallando lo el¨¢stico que es el concepto de flexibilidad: ¡°Algunas que llegan con la unidad m¨®vil tienen cargas y facturas, y al principio siguen en la calle, con lo que eso implica¡±. Unas 40 asociaciones trabajan con v¨ªctimas de trata en todo el pa¨ªs. Sus prestaciones son confidenciales y gratuitas, e intentan ofrecer un servicio integral que comprende alojamiento, tratamiento psicol¨®gico, de inserci¨®n sociolaboral y asesor¨ªa jur¨ªdica. El proceso dura hasta a?o y medio.
Las mujeres llegan por v¨ªas diferentes: las mediadoras, los servicios sociales, polic¨ªa, hospitales y, en casos excepcionales, por clientes de prost¨ªbulos que detectan que son explotadas.
La ley establece un periodo de reflexi¨®n para que la v¨ªctima denuncie. Solo 98 de 763 lo hicieron en 2011
El proceso mediante el que la polic¨ªa identifica a una v¨ªctima es el m¨¢s f¨¢cil de explicar por su car¨¢cter rutinario. Tras una intervenci¨®n, por ejemplo en un club de carretera, los agentes de la Unidad Central contra las Redes de Inmigraci¨®n y Falsedades Documentales (UCRIF) pasan entrevistas individuales de tres o cuatro minutos a las prostitutas. Un apartado del cuestionario en el que rese?an los indicios de trata que han apreciado revela la dureza de los casos. Adem¨¢s del miedo o la mentira compulsiva, uno de los indicios m¨¢s visibles es la ¡°dificultad para caminar o sentarse, lesiones, desgarros, magulladuras en los ¨®rganos sexuales, irritaci¨®n del ¨¢rea anogenital¡±, o en menores, ¡°conductas y conocimientos sexuales impropios para su edad, como conductas sexualmente obsesivas o seductoras¡±. Aun con indicios, la identificaci¨®n es muy dif¨ªcil si la mujer niega los hechos. En 2011, 14.730 fueron consideradas posibles v¨ªctimas de trata, pero solo se llegaron a identificar 1.082, seg¨²n el Ministerio de Interior.
Incluso las identificadas suelen negarse a presentar una denuncia. Lo hagan o no, la ley ofrece a toda v¨ªctima un periodo de reflexi¨®n (un mes renovable por un segundo) para decidir si colabora con la polic¨ªa. Como la inmensa mayor¨ªa son extranjeras, denunciando acceden a los beneficios que acuerda el art¨ªculo 59 bis de la Ley de Extranjer¨ªa a quienes colaboran con la justicia: permiso de residencia y trabajo. Aun as¨ª, de 763 periodos de reflexi¨®n ofrecidos en 2011, solo los aceptaron 98 mujeres.
Dado que la denuncia abre un mayor abanico de posibilidades de inserci¨®n, las ONG suelen recomendarla, pero no siempre. ¡°A veces no es lo m¨¢s adecuado. Nosotras asesoramos sobre las ventajas e inconvenientes, y algunas mujeres consideran que no es lo adecuado para ellas¡±, explica una trabajadora de la asociaci¨®n catalana SICAR. Colaborar con la polic¨ªa no solo puede suponer un calvario de interrogatorios y reca¨ªdas an¨ªmicas. Tambi¨¦n entra?a peligros, especialmente para los familiares que quedan en el pa¨ªs natal de las v¨ªctimas a merced de los tent¨¢culos locales de las mafias.
Frustraci¨®n y reveses
Los esfuerzos para generar confianza en las mujeres y animarlas a denunciar sufren un rev¨¦s cada vez que se conocen haza?as como las de Jos¨¦ Manuel Pulleiro N¨²?ez, el violento jefe del club La Colina y uno de los implicados del caso Carioca. Hace unos d¨ªas volvi¨® a prisi¨®n despu¨¦s de que la juez Pilar de Lara dictaminase que hab¨ªa utilizado sus cuatro meses de libertad condicional para ir visitando a las mujeres que declararon contra la trama mafiosa que en Lugo hermanaba a guardias civiles, polic¨ªas y proxenetas. Pulleiro no ha sido el primero en acosar a testigos del caso. Desde el primer d¨ªa, las extrabajadoras del burdel han recibido amenazas. Muchas han regresado a sus pa¨ªses de origen, y otras, a la vida de club.
Luis se ha topado con m¨¢s de una historia como esta. Luis es el seud¨®nimo tras el que se oculta un miembro de la UCRIF en Madrid. En su trabajo ha aprendido lo intensa que puede ser la palabra frustraci¨®n. Ha visto disminuidas ps¨ªquicas esclavizadas por familiares; ha descubierto que, para dominarlas mejor, los proxenetas prefieren a mujeres vulnerables, las m¨¢s pobres, las que tienen un hijo enfermo; ha comprendido que las chinas o las nigerianas amenazadas mediante vud¨² se niegan a denunciar por terribles que sean los abusos; ha visto compa?eros que perd¨ªan testigos a las que las mafias chantajeaban envi¨¢ndoles v¨ªdeos de violaciones de amigas; ha participado en redadas en locales con 200 mujeres de las que no ha salido ning¨²n testigo. Luis habla, y sus palabras suenan llenas de desencanto. ¡°Y eso que ahora estoy m¨¢s positivo, pero hay ¨¦pocas en las que es muy duro¡±, cuenta frente a un men¨² de bar. ¡°Algunos juzgados pasan de estas operaciones porque requieren much¨ªsimas escuchas y permisos y los colapsan. Tambi¨¦n hay casos que se basan en el testimonio de una chica que despu¨¦s de tres a?os se echa atr¨¢s cuando se rompe el secreto procesal y teme represalias¡±.
No se ha implantado a¨²n la norma europea que declara innecesario que haya denuncia para asistir a la mujer
Luis coincide con el resto de entrevistados en que la ley de protecci¨®n de testigos hace aguas, pero cree que sigue siendo otra vulnerabilidad la gran raz¨®n de que demasiadas mujeres se queden paradas frente a la puerta de la jaula abierta. Algunas han vivido tanto tiempo aisladas entre las paredes del club que temen hasta alejarse unos pasos de ¨¦l. ¡°El amor tambi¨¦n las hace vulnerables. A muchas sus proxenetas las trajeron con enga?os rom¨¢nticos o las mantienen atadas con lo que ellas creen que es cari?o, y que a veces es lo m¨¢s parecido que han conocido¡±, cuenta. La operaci¨®n policial andaluza le da la raz¨®n. Las escuchas capturan conversaciones de proxenetas con mujeres con las que mantienen relaciones sentimentales. En una, el hombre amenaza a una novia con que lo que le hace falta es que les den ¡°ca?a¡±, unos golpes para que se quede ¡°m¨¢s suave que un guante¡±, necesita que le metan ¡°una polla en la boca y le den unos pocos de bofetones¡±. Despu¨¦s de colgar, el hombre recibe un SMS cari?oso de otra prostituta con la que tambi¨¦n se acuesta.
Pese a una tristeza que le arquea los hombros al hablar del tema, Luis intenta ser positivo: ¡°De los miles de mujeres con las que he trabajado, habr¨¢ logrado salir una docena¡±. El c¨¢lculo es demoledor, pero para quien ha palpado el espanto de la trata, colaborar en el rescate de 12 personas es un logro. ?l ya no espera mucho m¨¢s. A veces los controles y las operaciones sirven para que las condiciones en los clubes mejoren o para que algunas mujeres dejen las redes y ejerzan la prostituci¨®n aut¨®nomamente, y eso le parece un peque?o avance. ¡°Es un mundo de abusos. Las ves con 40 y est¨¢n hechas polvo despu¨¦s de a?os pagando la deuda que les imponen. Adicciones, intentos de suicidio, enfermedades¡ Por mi experiencia, pueden intentar salir las que llevan poco tiempo con la red, son j¨®venes y tienen esperanzas. Las otras es casi imposible¡±.
Los que han convivido m¨¢s tiempo con la trata han asumido lo excepcional que es ver a una v¨ªctima escapar. Lo atestigua S¨°nia Mart¨ªnez, alcaldesa por CiU de La Jonquera, una de las localidades de Espa?a en las que la prostituci¨®n est¨¢ m¨¢s presente como consecuencia de los macroprost¨ªbulos en la frontera con Francia que proveen de diversi¨®n a clientes de los dos lados de la l¨ªnea, a los que no les preocupan las historias de horror recogidas en los sumarios judiciales: golpes, extorsi¨®n, esponjas en la vagina para seguir rentando durante la menstruaci¨®n¡ Mart¨ªnez se ha enfrentado decenas de veces a la negativa de las mujeres a alejarse de sus proxenetas. ¡°Nunca aceptan. Les proponemos otro trabajo, pero en esta comarca lo que hay para ellas es limpiando o en restaurantes muchas horas y poco remuneradas, y nos dicen que con esos sueldos no pueden. A veces no les llegan para cubrir sus necesidades si tienen hijos o se han metido en gastos¡±.
Nos aleccionaban para que dij¨¦ramos que est¨¢bamos de forma voluntaria o atacaban a nuestras familias¡±
Precariedad en el camino?
Isela s¨ª consigui¨® marcharse. Tras este nombre falso se encuentra una rumana de 26 a?os que se presta a una entrevista en una casa de la ONG Proyecto Esperanza, en una zona de chal¨¦s madrile?a. Isela est¨¢ en la segunda fase del proyecto, cuando las v¨ªctimas salen del estado de emergencia y comienzan a construirse una vida aut¨®noma en apartamentos con menor supervisi¨®n de las educadoras. Desde hace cuatro meses busca un trabajo ¡°de lo que sea¡±, aunque preferir¨ªa en la hosteler¨ªa. En Ruman¨ªa estudi¨® filolog¨ªa rom¨¢nica. Su sue?o es ser educadora, abogada o periodista.
Lleg¨® al proyecto hace siete meses de mano de la polic¨ªa. No sab¨ªa una palabra de espa?ol. Al principio en la casa se comunicaba con mujeres de ?frica, China o Am¨¦rica Latina ¡°un poco en ingl¨¦s, en italiano o con las manos¡±. Fueron d¨ªas ¡°fatales¡± para esta chica hiperactiva. ¡°No conoc¨ªa a nadie, ten¨ªa la cabeza muy mal, muy preocupada por mi familia, estaba hist¨¦rica. Mi car¨¢cter es muy fuerte y la convivencia con algunas mujeres me parec¨ªa dif¨ªcil: los olores, las actitudes¡ Pasaba muchas horas en la casa porque no me atrev¨ªa a salir, pero no entend¨ªa las reglas del piso¡±, cuenta. Su experiencia ilustra las dificultades de reunir a mujeres de edades, procedencias y niveles socioculturales distintos, muchas en estado de choque. Pero Isela se fue abriendo. ¡°Despu¨¦s de estos meses, soy yo misma. Y en la casa he hecho amigas muy importantes para m¨ª¡±. En Espa?a, de momento, ellas son su ¨²nico apoyo social. ¡°Necesito tiempo para abrirme. No hago amistades r¨¢pido¡±, cuenta. En sus ratos libres pasea por Madrid y lee libros de Verne y Federico Moccia. ¡°Me gustan las historias de amor, aunque yo con los hombres soy¡¡±, y hace un gesto indicando lo dura que se considera.
A pesar de su preparaci¨®n universitaria, Isela necesitar¨¢ paciencia para encontrar un trabajo que las estad¨ªsticas indican que no estar¨¢ bien pagado. Seg¨²n estudios de Proyecto Esperanza entre las mujeres con las que colabora, el 62% de las que encuentran empleo no llegan al salario m¨ªnimo interprofesional. ¡°Muchas est¨¢n abocadas al servicio dom¨¦stico¡±, cuenta Iris Rodr¨ªguez, coordinadora de intervenci¨®n de la ONG y de nuevo mujer, como todas las trabajadoras que asisten a las v¨ªctimas de trata encontradas para este reportaje. ¡°Las trabas burocr¨¢ticas y la crisis alargan el proceso para independizarse. Antes, en ciertas provincias, a los 20 d¨ªas ya trabajaban compagin¨¢ndolo con la formaci¨®n. Ahora la estancia en pisos de acogida se alarga por encima del a?o¡±.
La creciente precariedad no es solo consecuencia de la coyuntura econ¨®mica. Los recortes sociales por la crisis y las trabas administrativas a los inmigrantes ralentizan la integraci¨®n de las mujeres y act¨²an como disuasorio para alejarlas de las mafias. Sin papeles se cierra el acceso a derechos como la sanidad o a las formaciones ocupacionales a las que intentan derivarlas las ONG de acogida. Ni los cursos del Inem ni los m¨®dulos que se imparten en los institutos las aceptan. La oferta se reduce a un pu?ado de cursillos en sectores poco lucrativos, como limpieza o cuidados geri¨¢tricos.
La urgencia por encontrar empleo es grande. A muchas mujeres siguen necesit¨¢ndolas sus familias en el extranjero y les piden dinero, en ocasiones sin saber en qu¨¦ estado viven en Espa?a porque ellas no quieren contar lo que les ha ocurrido, ya sea por miedo al estigma del sexo o, entre las que llegaron a Europa para prostituirse, pero no sab¨ªan que iba a ser en r¨¦gimen de esclavitud, por no preocupar.
¡°Incluso en el caso de mujeres bien preparadas, es complicado que vuelvan a ocupar un puesto al nivel de su formaci¨®n. Por un tiempo asumimos que trabajen en situaci¨®n muy precaria, en la econom¨ªa sumergida, porque les quita la ansiedad y les da confianza¡±, explica Beatriz Lorente, de SICAR, donde gestionan proyectos que incluyen pr¨¢cticas de cajera o camarera. Las que tienen papeles y suerte llegan muchas veces a la econom¨ªa formal, pero no siempre las empresas les ofrecen condiciones ¨®ptimas para arrancar una vida aut¨®noma. Se ven entonces en un estado de semidependencia de los recursos p¨²blicos o sus parejas.
Ekaterina, de 31 a?os y rusa, explica sin abandonar una elegante sonrisa en qu¨¦ se materializa esa precariedad. Lleva tres meses de dependienta en una tienda de Barcelona con un contrato indefinido ¡°especial¡±, que no deja de ser ¡°una gran oportunidad¡±, acota entusiasta. ¡°Son 590 euros al mes por 30 horas semanales. Solo libro el domingo, y me pueden llamar a cualquier hora¡±. Ekaterina trabajaba de responsable de una tienda en su pa¨ªs y quiere volver a hacer lo mismo en Espa?a. Con unos modales suaves que no despistan de su car¨¢cter firme, asegura que est¨¢ contenta pese a que las condiciones ¡°limitan mucho¡±. Como no puede independizarse, vive en un piso de SICAR con su hijo. Cuando le preguntan qu¨¦ quiere en la vida, yergue la espalda y habla convencida: ¡°Un piso para m¨ª. Y una hija m¨¢s¡±.
Ha pasado dos a?os con la ONG, adonde lleg¨® de la mano de la polic¨ªa en condiciones ¡°muy duras¡±, sin un solo objeto personal, nerviosa y hostil, y acompa?ada de dos amigas de las cuales una regres¨® a Rusia con ayudas p¨²blicas. ¡°Despu¨¦s de todo lo que me hab¨ªa pasado no confiaba en nadie. No hab¨ªa raz¨®n para que me ayudaran¡±. Ahora solo le falta el permiso de residencia de su hijo, pero el proceso legal no fue sencillo a pesar del art¨ªculo 59 bis. ¡°Lo pas¨¦ muy mal porque no me daban papeles y ¨¦l estaba solo en Rusia. Tardaron nueve meses. Yo ya trabajaba cuidando a una persona mayor. Llamaba al ni?o por tel¨¦fono llorando y ¨¦l pensaba que no quer¨ªa tra¨¦rmelo. La verdad es que hace falta ser fuerte¡±.
Cuando te pasa una cosa tan fuerte como la que me ha ocurrido a m¨ª, valoras cada instante en el que est¨¢s libre¡±
¡°En tres a?os hemos avanzado mucho, pero faltan a¨²n cosas importantes¡±, cuenta Marta Gonz¨¢lez, coordinadora de Proyecto Esperanza. Da fe de ello Marcela, que hace siete a?os fue tratada como una simple irregular. Un paso trascendente en la situaci¨®n de las v¨ªctimas se dio en 2008, cuando todos los grupos pol¨ªticos espa?oles coincidieron en lanzar el Plan Nacional contra la Trata, que, entre otras cosas, conced¨ªa estatuto de protecci¨®n a las v¨ªctimas que denunciasen. Este plan conclu¨ªa en 2012, y ahora que la Comisi¨®n de Igualdad del Congreso de Diputados est¨¢ evalu¨¢ndolo, parece que el consenso es igualmente amplio en que hay que ir m¨¢s lejos, trasponiendo la directiva europea que asocia la protecci¨®n no a la colaboraci¨®n policial, sino a la identificaci¨®n de la mujer como v¨ªctima de una violaci¨®n de derechos humanos. El 6 de abril deber¨ªa haberse implantado la directiva de la Uni¨®n Europa, seg¨²n la cual la denuncia dejar¨ªa de ser necesaria para asistir a las mujeres. ¡°Para adaptarse habr¨¢ muchos cambios en la legislaci¨®n espa?ola¡±, asegura Marta Gonz¨¢lez V¨¢zquez, portavoz del grupo popular en la Comisi¨®n. ¡°No se ha llegado al plazo del 6 de abril porque esto va a implicar a varios ministerios y reformas del estatuto de las v¨ªctimas, el C¨®digo Penal, el enjuiciamiento criminal¡ Pero estamos en ello¡±.
Las diferencias entre partidos se encuentran en la dotaci¨®n econ¨®mica para asegurar que la ley no quede en papel mojado, como asegura la oposici¨®n que pretende el PP. Ampliar la cantidad de v¨ªctimas reconocidas equivaldr¨¢ a m¨¢s ayudas sociales y elementos pol¨ªticamente controvertidos como los permisos de empleo. Gonz¨¢lez explica que ¡°es dif¨ªcil calibrar cu¨¢nto se gasta ahora en los programas de apoyo a las v¨ªctimas¡± porque estos costes est¨¢n transferidos en gran medida a las comunidades aut¨®nomas. Las ¨²nicas ayudas estatales son los dos millones de euros anuales que destina Asuntos Sociales a las ONG especializadas.
Hacia una vida aut¨®noma
La calidad de las ayudas marca hasta qu¨¦ punto las mujeres que escapan de la explotaci¨®n pueden reconquistar una vida equilibrada. Iskra Orrillo, psic¨®loga de Proyecto Esperanza, considera que hace falta tiempo y dinero para recuperar mujeres, en muchos casos traicionadas por familiares, que han sufrido abusos bestiales, encierros y vejaciones: ¡°El impacto para algunas ha sido tan fuerte que siempre les queda esa vulnerabilidad, pero son casos excepcionales. Con una buena atenci¨®n, casi todas pueden retomar una vida normal¡±. En SICAR, 14 de las 101 mujeres que han asistido este a?o est¨¢n en tratamiento psicol¨®gico y 2 han requerido del ingreso en un psiqui¨¢trico.
En el otro extremo, Darya, de 33 a?os, ilustra una progresi¨®n perfecta. Trabaja de encargada en una tienda mientras estudia turismo e idiomas. ¡°Quiero tener mi negocio y ganar dinero para viajar y ver sitios¡±, dice t¨ªmidamente. Tras entrar en SICAR, empez¨® de limpiadora sin contrato, pas¨® a dependienta y sigue subiendo en la carn¨ªvora escala laboral. Lleva dos a?os saliendo con un chico y desde hace unas semanas viven juntos. ¡°En su piso, con hipoteca¡±, aclara. ¡°Irme de la asociaci¨®n ha sido como independizarme de los padres¡±, bromea. Se ha adaptado a la vida de una gran ciudad. Corre de un curso a otro y del trabajo al gimnasio. Habla de su vida con una mezcla de sencillez y trascendencia, como si fuera consciente de que tocando ciertas cuerdas las fuerzas oscuras siempre podr¨¢n despertar un demonio. ¡°Cuando te pasa una cosa tan fuerte como la que me ha ocurrido a m¨ª, valoras cada instante que eres libre. Los fines de semana no quiero dormir hasta tarde: quiero hacer cosas¡±. Darya, que obtuvo sus papeles en nueve meses, ha seguido varias formaciones. ¡°Hasta hice un curso en catal¨¢n de agente comercial, ?y fue tan dif¨ªcil! Ahora s¨¦ que puedo con lo que sea¡±.
Las mujeres de la ¨²ltima red desarticulada en Andaluc¨ªa trabajaban 12 horas diarias y dorm¨ªan en los clubes
La mujer habla un castellano tan correcto que cuesta creer que proceda de la antigua URSS y que los primeros d¨ªas, hace solo dos a?os, tuviera que comunicarse con las educadoras mediante dibujos. De rasgos ani?ados, cuando se ilusiona desgranando sus proyectos juega con la trenza que le cae en el hombro izquierdo. En los momentos en que revive alg¨²n pasaje amargo mira al suelo y se le traban las palabras. Por ejemplo, al referirse a su llegada al centro de emergencias, cuando todo parec¨ªa negro: ¡°Esos d¨ªas yo solo rezaba mucho¡±, dice invitando a cambiar de tema. Habla de la amistad y apoyo que encontr¨® en Ekaterina, a la que no conoc¨ªa. Cuenta que ahora est¨¢ leyendo libros de historia y escribiendo sobre las diferencias entre Espa?a y la ex-URSS.
Darya, Ekaterina, Marcela e Isela rompieron las cadenas invisibles. Lo consiguen unas pocas mujeres entre miles gracias a una mezcla de suerte, valent¨ªa y apoyo. Estad¨ªsticamente son un grupo ¨ªnfimo. Hombres y mujeres como Luis lo saben y aspiran a que eso cambie. Mientras, el polic¨ªa se consuela con cada paso. ¡°Recuerdo a una chica. C¨®mo estaba de destrozada cuando la encontramos y c¨®mo la vi al cabo de un tiempo. Solo por eso, merece la pena¡±.
?Con informaci¨®n de Javier Mart¨ªn-Arroyo.
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