Los obispos apelan al perd¨®n para beatificar a 500 m¨¢rtires de la Guerra civil
La Conferencia Episcopal se ha opuesto a la ley de la memoria hist¨®rica porque ¡°reabre heridas¡±
Los obispos espa?oles, reunidos en asamblea plenaria desde el lunes, han aprobado un ¡°mensaje¡± con motivo de la beatificaci¨®n de ¡°unos 500 m¨¢rtires de la fe¡± durante la Guerra civil desatada en el verano de 1936 por un golpe militar que la jerarqu¨ªa eclesi¨¢stica de la ¨¦poca apoy¨® con entusiasmo. La ceremonia se celebrar¨¢ el 13 de octubre en Tarragona. Seg¨²n el lema de la fiesta, "ellos fueron firmes y valientes testigos de la fe que estimulan con su ejemplo y ayudan con su intercesi¨®n".
La beatificaci¨®n fue concretada dentro del llamado ¡°a?o de la fe¡± convocado por el ya em¨¦rito Benedicto XVI. ¡°Es decisivo volver a recorrer la historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado¡±, dec¨ªa el documento. Seg¨²n los prelados espa?oles, ¡°el siglo XX ha sido llamado, con raz¨®n, el siglo de los m¨¢rtires¡±. A?aden: ¡°La Iglesia que peregrina en Espa?a ha sido agraciada con un gran n¨²mero de estos testigos privilegiados del Se?or y de su Evangelio. Desde 1987, cuando tuvo lugar la beatificaci¨®n de los primeros -las carmelitas descalzas de Guadalajara- han sido beatificados 1001 m¨¢rtires, de los cuales 11 han sido tambi¨¦n canonizados. Ahora, con motivo del A?o de la fe - por segunda vez despu¨¦s de la beatificaci¨®n de 498 m¨¢rtires celebrada en Roma en 2007 - se ha reunido un grupo numeroso de m¨¢rtires que ser¨¢n beatificados en Tarragona en el oto?o pr¨®ximo¡±.
Entre los pr¨®ximos beatos se encuentran los obispos Salvio Huix, de L¨¦rida, Manuel Basulto, de Ja¨¦n, y Manuel Borr¨¢s, de Tarragona, un buen grupo de sacerdotes diocesanos, sobre todo de Tarragona, muchos religiosos y religiosas, y tambi¨¦n seminaristas y laicos, la mayor¨ªa de ellos j¨®venes aunque tambi¨¦n hay ancianos.
Lo obispos consideran esta beatificaci¨®n ¡°una ocasi¨®n de gracia, de bendici¨®n y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad¡±. ¡°Vemos a los m¨¢rtires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perd¨®n. Murieron perdonando. No hay mayor libertad espiritual que la de quien perdona a los que le quitan la vida¡±.
No es la actitud de la Conferencia Episcopal, que se ha opuesto con obstinaci¨®n a que los familiares de decenas de miles de personas asesinadas por los franquistas busquen los restos en las fosas a los que fueron arrojados a fosas y cunetas sin piedad, para darles sepultura. Los obispos acusaron al Gobierno socialista de reabrir heridas de la Guerra Civil cuando Rodr¨ªguez Zapatero promovi¨® la llamada ley de la memoria hist¨®rica para facilitar la b¨²squeda de los asesinados. El episcopado lleva d¨¦cadas empe?ado en elevar a los altares a miles de los que consideran sus muertos en aquella contienda incivil, y, en cambio, cuando se lo proponen otros espa?oles con v¨ªctimas muy directas, se sentencia que ello reabre heridas que deben olvidarse.
Seg¨²n la Conferencia Episcopal, toda la II Rep¨²blica (1931-1939) signific¨® para su iglesia "la ¨²ltima persecuci¨®n religiosa", con 6.832 m¨¢rtires, entre ellos 4.184 sacerdotes y 12 obispos. La Conferencia Episcopal excluye de la relaci¨®n a los curas fusilados por los fascistas en el Pa¨ªs Vasco.
La ofensiva de la jerarqu¨ªa cat¨®lica para elevar a los altares a sus v¨ªctimas se inici¨® apenas proclamada la victoria del sublevado general Franco, el 1 de abril de 1939. P¨ªo XII, elegido Papa un mes antes, lo proclam¨® en un radiomensaje 15 d¨ªas despu¨¦s (16 de abril): "La naci¨®n elegida por Dios acaba de dar a los pros¨¦litos del ate¨ªsmo materialista la prueba de que, por encima de todo, est¨¢n los valores de la religi¨®n". El pont¨ªfice rubric¨® esa admiraci¨®n nombrando al implacable dictador espa?ol protocan¨®nigo de la romana bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa la Mayor.
Los obispos de la ¨¦poca reclamaron de Roma una "beatificaci¨®n colectiva". Los acontecimientos posteriores abortaron la operaci¨®n. La derrota del nazismo y el fascismo en 1945 oblig¨® al Vaticano a retrasar una proclamaci¨®n semejante, temeroso de que la ceremonia se interpretase como una beatificaci¨®n de la dictadura criminal de Franco. M¨¢s tarde, muerto P¨ªo XII, el obst¨¢culo fue la evoluci¨®n de catolicismo, impulsada por el Concilio Vaticano II y, sobre todo, por Pablo VI y Juan XXIII, antifranquistas declarados. Este ¨²ltimo lleg¨® a prohibir que se pronunciara la palabra Cruzada en su presencia.
Ninguno de los jerarcas del catolicismo en aquel tr¨¢gico per¨ªodo de la historia figura entre los santificables. No el cardenal Enrique Pla y Deniel, obispo de Salamanca en 1936, que cedi¨® dej¨® su palacio episcopal para que Franco instalase all¨ª el cuartel general de la contienda. Pla bendijo el ajuste de cuentas en una pastoral que apelaba, en met¨¢fora repugnante, a las dos ciudades de san Agust¨ªn, es decir, a una cruzada a muerte de Abel contra Ca¨ªn. Ni tampoco el cardenal de Toledo y primado de Espa?a, Isidro Gom¨¢. Suya fue la idea y el texto de la Carta colectiva del episcopado, de 1937. Sin miramiento alguno, la pastoral se puso de parte de los militares golpistas y proclam¨® "el sentido cristiano de la guerra".
Los obispos se enfadan si se les recuerda que Franco utiliz¨® a placer a su Iglesia. V¨ªctimas, pero tambi¨¦n verdugos, se dejaron querer durante d¨¦cadas por el llamado Caudillo, del que obtuvieron generosos beneficios en a?os de terribles cr¨ªmenes y penurias -fusilamientos, c¨¢rcel, exilio, hambre y falta de libertades- para el pueblo espa?ol, en medio del silencio, muchas veces c¨®mplice, de la jerarqu¨ªa de la confesi¨®n romana.
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