A Londres o a la abortera de barrio
Hasta 1985, las espa?olas se ve¨ªan obligadas a viajar al extranjero para interrumpir su embarazo. Si no ten¨ªan medios lo hac¨ªan en la clandestinidad y con m¨¦todos inseguros
En aquel vuelo eran muchas, casi todas las que iban a lo mismo. Algunas parloteaban para espantar la incertidumbre. Otras se arrebujaban en el asiento, inquietas. Era la primera vez que sal¨ªan de su casa. Y en esa ocasi¨®n, adem¨¢s, lo hac¨ªan en avi¨®n y para dejar el pa¨ªs. Cinta estaba m¨¢s calmada. Hablaba ingl¨¦s, era una chica m¨¢s viajada, y ten¨ªa contacto con los grupos de mujeres que ayudaban a organizar las excursiones, y que le hab¨ªan explicado con pelos y se?ales los pasos de ese trayecto tan poco tur¨ªstico. El viaje que ninguna de ellas dese¨® hacer. Era 1980 y aquel avi¨®n las llevaba a ?msterdam. A abortar. En Espa?a, la interrupci¨®n del embarazo era un delito penado con seis a?os de c¨¢rcel, y aquellas que necesitaban la intervenci¨®n solo ten¨ªan dos opciones: arriesgarse a un aborto clandestino e inseguro o, si pod¨ªan permit¨ªrselo, salir a cl¨ªnicas de Holanda o Londres.
Como este grupo, hasta que en 1985 se despenaliz¨® en ciertos supuestos, unas 30.000 espa?olas viajaban al extranjero cada a?o para interrumpir su embarazo. M¨¢s de 20.000 de ellas a cl¨ªnicas londinenses, seg¨²n datos del Gobierno brit¨¢nico. Cinta, que ahora tiene 56 a?os y es profesora, explica que eligi¨® Holanda porque en sus centros no era necesario quedarse a dormir tras la intervenci¨®n. ¡°Te ausentabas menos tiempo de casa. Y eso era importante, porque la mayor¨ªa de las familias no sab¨ªan nada¡±, explica. Tampoco la suya. Nunca vio como opci¨®n contarlo. Ni seguir adelante con el embarazo. ¡°Ten¨ªa poco m¨¢s de 20 a?os. No estaba preparada para tener un hijo. Por la relaci¨®n que ten¨ªa, porque estaba estudiando...¡±, dice. Ahora teme que con la reforma de la ley del aborto que prepara el Gobierno el retroceso sea tal que una nueva generaci¨®n de espa?olas se halle en su situaci¨®n. O en una peor.
Cinta estaba en la universidad, y hac¨ªa trabajillos de vez en cuando para ganar alg¨²n dinero. A¨²n as¨ª, no le llegaba para juntar las m¨¢s de 30.000 pesetas que costaba la intervenci¨®n. M¨¢s el viaje. Recuerda que termin¨® por pedir prestado lo que le faltaba a sus amigas. Mal que bien acab¨® reuniendo el dinero y, sobre todo, la informaci¨®n. Cuando a ella le ocurri¨® aquello hac¨ªa un par de a?os que se hab¨ªan legalizado los anticonceptivos, y eso lo hizo todo algo m¨¢s f¨¢cil. Hasta 1978 estaba prohibido incluso informar sobre ellos, lo que incentiv¨® que las organizaciones feministas tejiesen una discreta red en la que se instru¨ªa sobre planificaci¨®n familiar a las mujeres que llegaban pidiendo ayuda. All¨ª, evoca Justa Montero, hist¨®rica del movimiento feminista y cofundadora de la Comisi¨®n Pro Derecho al Aborto, les daban tambi¨¦n la direcci¨®n de centros fiables de Londres y ?msterdam, y la de alguna agencia de viajes colaboradora.
En Amsterdam, una intervenci¨®n costaba 30.000 pesetas. Cinta las reuni¨®
Ese circuito se fue profesionalizando con la apertura de los primeros centros de planificaci¨®n familiar donde, de tapadillo y con alt¨ªsimo riesgo, se empezaron a organizar los viajes. Sol¨ªan durar cuatro d¨ªas, de jueves a domingo. E iban tantas espa?olas que las cl¨ªnicas receptoras terminaron por contratar a personal que hablaban su idioma. La red funcionaba como un reloj: las mujeres acud¨ªan al centro, les informaban y las enviaban a la agencia de viajes c¨®mplice. All¨ª daban un nombre en clave, una contrase?a, para obtener los billetes. Despu¨¦s, reuni¨®n con las que viajar¨ªan, y a Londres... ¡°Hab¨ªa mujeres de todo tipo, solteras, casadas que hab¨ªan dejado a los maridos en Espa?a, preocupados, porque no pod¨ªan pagar el viaje para los dos¡±, cuenta Luisa Torres, con m¨¢s de 40 a?os a sus espaldas como trabajadora social, primero en los centros de planificaci¨®n y despu¨¦s en la cl¨ªnica Dator, la pionera (legal). Recuerda con nitidez a la mujer gitana que no sab¨ªa leer ni escribir y para quien designaron una persona de apoyo. O a la ciega que ten¨ªa que viajar con su perro gu¨ªa. ¡°Todas estaban asustadas, sab¨ªan que estaban saliendo del pa¨ªs para hacer algo que en Espa?a estaba prohibido¡±, dice. Acongoje mayor cuando, en 1980, un juez proces¨® a una mujer que abort¨® en Londres pretendiendo que hab¨ªa extraterritorialidad en el delito. Una pol¨¦mica que zanj¨® el Constitucional en 1984, un a?o antes de despenalizar la pr¨¢ctica.
Pero hasta ese colch¨®n de apoyo no llegaban todas las mujeres. Ni mucho menos. En aquel entonces se practicaban en Espa?a alrededor de 300.000 abortos al a?o, seg¨²n estimaciones de la Fiscal¨ªa del Tribunal Supremo (c¨¢lculo de su memoria de 1974). Cifra que los sectores m¨¢s conservadores siempre consideraron desorbitada. Pero ni los preservativos ni la p¨ªldora (y menos cuando estaban prohibidos) eran algo corriente.
¡°En Espa?a siempre ha habido aborto, de una u otra forma. Cu¨¢ntos de las artistonas, o de las se?oras e de hijas de familias pudientes, se disfrazaban como apendicitis¡±, apunta Torres. El problema eran las mujeres de los pueblos y las m¨¢s humildes, que se ve¨ªan obligadas a recurrir a abortos inseguros, carniceros. La mayor¨ªa a manos de aborteras que empleaban desde hierbas tradicionales como hinojo o perejil hasta procedimientos m¨¢s agresivos. Y peligrosos.
En 1973, en la cama de su madre, una abortera ¡®oper¨®¡¯ a Mar¨ªa, de 15 a?os
Mar¨ªa recuerda que estuvo enferma un mes. Ten¨ªa 15 a?os cuando su abuela se plant¨® en el ba?o cuando se estaba duchando y le dijo: ¡°T¨² est¨¢s pre?¨¢¡±. Lo reconoci¨®. ¡°Estaba de tres meses, y antes de que se descubriera me dec¨ªa a m¨ª misma que si no pensaba en ello, desaparecer¨ªa. Era una cr¨ªa¡±, relata. Corr¨ªa 1973 y Mar¨ªa viv¨ªa en una casa del Raval, en Barcelona. Su abuela llam¨® a una mujer del barrio, ¡°la enfermera, le dec¨ªan¡±. Fue a casa, la tumb¨® en la cama de su madre y lo hizo todo.
¡°Nunca en mi vida he pasado por algo tan doloroso. Un sufrimiento que se acent¨²a con el pensar que est¨¢s haciendo algo tab¨²...¡±, recuerda. La enfermera le introdujo una c¨¢nula fina, flexible, con ayuda, cuenta, de una aguja de hacer media, y por ah¨ª meti¨® la lavativa. ¡°Ten¨ªa, entre otras cosas, sosa¡±, explica Mar¨ªa. La mujer se fue, y empez¨® el dolor. Quemaba. La chica no se pudo levantar de la cama en muchos d¨ªas. Salvo para expulsar los restos del aborto en un barre?o.
Le tiembla la voz cuando lo recuerda. ¡°No se lo deseo a nadie. Ninguna mujer deber¨ªa hacerlo en esas condiciones¡±, apunta. Ella era joven y ten¨ªa miedo. Pero m¨¢s por la oscuridad del proceso que por las consecuencias legales que podr¨ªa acarrearle: el C¨®digo Penal penaba con seis a?os de c¨¢rcel a la mujer que abortase ¡ªseis meses si era para ocultar su deshonra¡ª. La condena que pidieron, por ejemplo, para las once de Bilbao, un pu?ado de mujeres humildes que fueron a juicio en 1979 por interrumpir su gestaci¨®n. Al final, fueron indultadas.
Mar¨ªa ha llevado una buena vida, trabaja de secretaria, es feliz. Pero no ha podido tener hijos. Probablemente, dice el m¨¦dico, por la infecci¨®n que tuvo tras la intervenci¨®n clandestina. Ella se cur¨®. Otras muchas, unas 3.000 al a?o, mor¨ªan por las complicaciones derivadas de esos abortos peligrosos.
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