Monstruos muy nuestros
No podemos consolarnos pensando que casos como el de Ariel Castro en Ohio son una rareza
El relato que se va conociendo sobre las tres j¨®venes que han permanecido secuestradas en Estados Unidos durante 10 a?os ha vuelto a estremecer al mundo. Ninguna de las tres ha muerto y, una vez liberadas de su cautiverio, est¨¢n oficialmente ¡°sanas y salvas¡±. Escandaliza sobremanera, sin embargo, la negrura del mal que proyecta su abyecto protagonista, un exconductor de autob¨²s escolar aficionado a la m¨²sica, de 52 a?os, llamado Ariel Castro, el hombre que las secuestr¨®, las viol¨® sistem¨¢ticamente, las apale¨® y les arrebat¨® parte de su juventud y, seguramente, de su autoestima.
Castro no es el primero y, lamentablemente, quiz¨¢ no sea el ¨²ltimo monstruo que descubramos detr¨¢s de una m¨¢scara de ciudadano corriente en una sociedad rica, avanzada y culta. Otros demonios han jalonado primero el camino. Ah¨ª est¨¢n los m¨¢s recientes, como Josef Fritzl, un hombre felizmente casado habitante de un verde y paradisiaco pueblo austriaco llamado Amstetten, pegado, por cierto, al campo de concentraci¨®n de Mauthausen; tambi¨¦n a orillas del Danubio. Fritzl secuestr¨® durante 24 a?os a su propia hija, con la que tuvo siete hijos. Y ah¨ª est¨¢ Wolfgang Priklopil, el hombre que secuestr¨® a Natasha Kampush cuando solo ten¨ªa 10 a?os y la mantuvo a recaudo, enterrada en vida y a su merced hasta los 18.
Cuesta creer el relato de las v¨ªctimas y, sobre todo, cuesta ponerse en su lugar. Ni ellas son capaces a veces de superar la prueba de entenderse a s¨ª mismas, de aceptar el lugar que, a la fuerza, ocuparon. He ah¨ª el rechazo de una de las secuestradas en Cleveland (Ohio), Michelle Knight ¡ªla que supuestamente sufri¨® el peor trato de Castro, con cinco abortos a resultas de las palizas que recib¨ªa¡ª, a reencontrarse con su familia una vez que ha abandonado el hospital. No es dif¨ªcil imaginar la profundidad de las lesiones de una persona obligada a satisfacer al verdugo que la ha molido a palos y del que ha dependido toda su vida.
Hay quien alegar¨¢ que tales sucesos son resultado de unos pocos, muy pocos, personajes aquejados de una grave enfermedad mental que les lleva a cometer actos tan atroces. Sin embargo, hay en estos hechos demasiados elementos comunes con una cultura que sigue fomentando la violencia contra las mujeres como para desecharlos tan alegremente. Hemos sido testigos de demasiadas pel¨ªculas de sadismo sin l¨ªmites y sabemos de demasiados sucesos de violencia de g¨¦nero (cargados habitualmente de una agresividad casi salvaje) como para poder considerar que esos monstruos que de vez en cuando descubrimos son solo una rareza social.
Los monstruos de Amstetten, Viena y Cleveland los ha engendrado una sociedad que convive con naturalidad con ese nivel de violencia dom¨¦stica y con un mercado del sexo que se nutre de millones de mujeres violadas, maltratadas y esclavizadas por las mafias, con una sociedad en la que los clientes pretenden creer que ellas son trabajadoras voluntarias (alguna habr¨¢), porque, de otra manera, ya habr¨ªan cambiado de oficio. Son sociedades no tan alejadas de esas que a veces nos repugnan, como la paquistan¨ª, la afgana o la india, donde cientos de mujeres son brutalmente violadas o masacradas en masa cada d¨ªa.
Castro se ha declarado un obseso por el sexo y tendremos una tendencia natural a aceptar que esa enfermiza obcecaci¨®n es una excusa aceptable, como si el sexo tuviera alguna relaci¨®n con ese grado de violencia con la que ¨¦l ha sometido a las tres j¨®venes. El problema es que ni a Castro ni a Fritzl ni a Priklopil les han faltado modelos, pautas de comportamiento en las que verse reflejados y con las que sentirse obsequiados: el poder, la dominaci¨®n, la supremac¨ªa masculina¡ Es m¨¢s f¨¢cil aceptar la singularidad de unos cuantos locos que ponerse a trabajar para terminar con los s¨ªntomas enfermizos de una sociedad incapaz de desterrar sus instintos m¨¢s injustos y primarios. En ocasiones, incluso, son el mejor reclamo para vender un poco de falsa felicidad.
Natasha Kampush se est¨¢ haciendo de oro con su libro de memorias, con el relato de sus terribles penurias. Me alegro por ella y espero que su ¨¦xito sea m¨¢s producto de nuestro inter¨¦s por indagar en nuestra complicada condici¨®n humana que resultado del morbo a que nos conduce esta salvaje y primitiva locura.
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