Medio siglo despu¨¦s
Jes¨²s de la Serna fue mi maestro, probablemente el ¨²nico verdadero que he tenido en este oficio
-Al verle a usted me ha parecido que resucitara un personaje del Greco.
As¨ª le dijo una dama americana a Jes¨²s de la Serna a la hora de elogiar su semblante, evocador de las figuras se?eras de la sociedad del Siglo de Oro. En realidad hubiera podido servir de modelo para el retrato de la mano en el pecho o para el coro doliente del Entierro del Conde de Orgaz. Porque Jes¨²s, desde luego, era un caballero, pero no tanto por su porte inconfundible, sino por el gesto interior que le animaba, su bondad sin l¨ªmites, su rectitud moral, su sentido del deber, su generosidad para cuantos le rodeaban y, sobre todo, su humildad, condici¨®n de la que solo pueden presumir quienes son verdaderamente grandes.
Hijo de periodista y nieto de una escritora insigne, Jes¨²s dedic¨® toda su vida a la prensa. Puede decirse que no tuvo otro mundo que el universo global de los peri¨®dicos ni otros amigos mejores, m¨¢s leales y perdurables que sus colaboradores que, de forma espont¨¢nea, absolutamente natural, acabamos siempre convertidos en sus disc¨ªpulos. ?l desde luego fue mi maestro, probablemente el ¨²nico verdadero que he tenido en este oficio, pero no solo en este, sino antes que nada en la escuela de la vida. Desde que a mis diecisiete a?os comenz¨¢ramos a trabajar juntos hasta esta misma fecha, Jes¨²s ha sido mi redactor jefe, mi director, mi consejero m¨¢s eficaz, aquel de cuyo criterio uno siempre pod¨ªa fiarse y de cuyo ejemplo uno nunca terminaba de aprender. ?l y yo sab¨ªamos que los v¨ªnculos que nos un¨ªan eran mucho m¨¢s fuertes de lo que aparent¨¢bamos, pese a ser muy visible nuestra amistad. Su sobriedad expresiva y mi invencible timidez, o quien sabe si cierto compartido ego¨ªsmo emocional tambi¨¦n, nunca nos permitieron efusiones mayores que escenificaran la complicidad absoluta que nos un¨ªa. En realidad casi todo lo que s¨¦ del periodismo lo aprend¨ª de ¨¦l; a su apoyo y su tutela debo m¨¢s que al de ning¨²n otro el perseverar en esta profesi¨®n tan entra?able como canalla durante m¨¢s de cincuenta a?os.
Ten¨ªa las condiciones necesarias del l¨ªder. Sab¨ªa delegar; escuchaba m¨¢s y mejor que nadie; valoraba tambi¨¦n el silencio, en cuyo manejo era todo un artista; y dilu¨ªa sus ambiciones personales en la din¨¢mica de los equipos que dirig¨ªa, a quienes siempre atribu¨ªa los ¨¦xitos conseguidos y de quienes nunca dej¨® de asumir los fracasos pese a no ser personalmente responsable de los mismos. Frente a la competitividad casi salvaje de este mundo desintermediado por el efecto de las tecnolog¨ªas, Jes¨²s de la Serna representaba el buen juicio de quienes aspiran a vertebrar la opini¨®n de la sociedad conforme a valores reconocibles y compartidos. Moderniz¨® las formas de hacer periodismo en Pueblo, enarbol¨® la independencia y los sue?os de libertad en Informaciones y comparti¨® el esfuerzo democr¨¢tico de El Pa¨ªs, desde cuyo Consejo de Administraci¨®n, y al frente de su Escuela de Periodismo, derram¨® sabidur¨ªa y buen hacer. En todas esas etapas tuve el honor y el privilegio de estar junto a ¨¦l, de aprender con ¨¦l, de descubrir y debatir con ¨¦l, desde las interminables y antiguas veladas junto con Jes¨²s Hermida y Eduardo Delgado hasta las conversaciones a calz¨®n quitado en nuestros despachos. En el suyo de director de Informaciones, cuando me aprestaba a asumir la jefatura de los Servicios Informativos de Televisi¨®n Espa?ola en circunstancias azarosas que alg¨²n d¨ªa contar¨¦, me dijo con la solemnidad con la que sol¨ªa emitir sus juicios:
-Juan, recuerda que el capit¨¢n del barco siempre almuerza a solas en su camarote.
Jam¨¢s lo he olvidado.
Juan Luis Cebri¨¢n es presidente de EL PA?S y presidente ejecutivo del Grupo PRISA
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