¡°No creo que vivamos la pobreza de la posguerra¡±
Esta veterana de la Cruz Roja vend¨ªa relojes grabados a Ava Gardner
Entre Ava Gardner y Luis Miguel Domingu¨ªn hubo una tercera persona: Matilde Guillot, la vendedora de la joyer¨ªa suiza que sell¨® en plena Gran V¨ªa el amor de esta pareja¡ y de otros tantos amantes con la musa de Hollywood. Porque no fue uno, sino varios los relojes que la artista compr¨® en su tienda. Y todos para regalo. ¡°Llegaba y me dec¨ªa: ¡®Ya sabes lo que tienes que poner debajo: Siempre tuya, Ava¡±.
Guillot no sabe con qui¨¦n m¨¢s quiso detener el tiempo el animal m¨¢s bello del mundo. Pero, en cualquier caso, el amor eterno le sali¨® por un pico: aquel reloj extraplano que adquiri¨® en 1957 ¡ªcon las agujas de su divorcio con Frank Sinatra marcando cada una su hora¡ª, le cost¨® a la actriz algo m¨¢s de 25.000 pesetas. Un dineral que esta mujer infatigable hubiese donado, sin dudarlo, a los pobres que atend¨ªa en el reverso de su vida y siempre bajo el mismo lema: ¡°Primero los dem¨¢s, luego una misma¡±.
A sus 77 a?os, Guillot no se separa de su chaleco de la Cruz Roja. Lleva tres a?os trabajando en esta entidad ben¨¦fica, pero desde los 17 es voluntaria. Podr¨ªa decirse que le han convalidado las pr¨¢cticas. En esos primeros a?os, compatibilizaba la labor social con su empleo en la joyer¨ªa. Aunque aquella doble vida no dur¨® mucho. Guillot se cas¨® pronto y tuvo que dejar su trabajo. As¨ª, con 23 a?os pas¨® de conocer los amores peregrinos de la Gardner, a peregrinar ella misma por los mares del mundo junto a su marido: un marino mercante ¡°muy celoso¡± que se pon¨ªa en la puerta de la tienda para impedir, acaso, que ella se fuera con alg¨²n torero. ¡°Era un poco machista, pero yo le quer¨ªa. Hace tres a?os que muri¨®¡±.
Pasteler¨ªa Manolo. Tres Cantos. Madrid.
Una taza de chocolate: 1,75 euros.
Un caf¨¦ con leche: 1,20.
Cuatro cruasanes: 1,80.
Total: 4,75 euros.
El amor tambi¨¦n le sali¨® caro. Cuenta que un polic¨ªa les mult¨® con 25 pesetas por darse un beso en el parque del Retiro: ¡°?Y eso que hab¨ªa sido sin lengua!¡±. Recaudar ese dinero para la Cruz Roja era casi un milagro. Lo que m¨¢s le echaban en la hucha, como mucho, era ¡°una pesetita¡±. Eran otros tiempos: ¡°En la posguerra, mi madre aprovechaba todo. Fre¨ªa las mondas de las patatas y como no ten¨ªamos calefacci¨®n, mi padre arrancaba las puertas y las hac¨ªa le?a¡±. ?Y la crisis no nos est¨¢ dejando tambi¨¦n sin puertas? ¡°No. No creo que lleguemos a vivir la pobreza de la posguerra¡±, niega. ¡°Aunque antes los alimentos duraban m¨¢s. Con cuatro pesetas, mi madre hac¨ªa un puchero o un arroz con la molleja del pollo y a¨²n le sobraba¡±, rememora.
Sabe de lo que habla. Guillot reparte alimentos y hace acompa?amiento social. ¡°Cuando se quejan de sus problemas, les digo que yo estoy peor y que tengo m¨¢s achaques¡±, se r¨ªe. ¡°Es lo que m¨¢s necesitan: que alguien les escuche¡±, a?ade con un gui?o.
Sus o¨ªdos funcionan las 24 horas del d¨ªa. Cuando se quita el chaleco reglamentario, atiende a sus vecinos o a cualquiera que lo necesite. ?Y qui¨¦n cuida de usted? ¡°Eso me dicen Julia y Milagros, mis amigas de la Cruz Roja. Tenemos m¨¢s de 70 a?os y nos llaman las chicas de oro; entre todas nos animamos¡±.
Por aquella relojer¨ªa de la Gran V¨ªa pasaron otras celebridades como Robert Taylor o Yul Brynner. ¡°Este me volvi¨® loca y eso que era achaparradete¡±. ?Le vendi¨® tambi¨¦n un reloj? ¡°No, un despertador¡±. Ya puestos, ?se imagina haber despertado con ¨¦l? ¡°Pero solo una noche, que el resto del d¨ªa es para los dem¨¢s¡±.
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