¡°Venden a las mujeres en las fronteras¡±
Las v¨ªctimas de las mafias que cruzan ?frica rumbo a Espa?a sufren violaciones sistem¨¢ticas Cada vez hay m¨¢s menores entre las subsaharianas que son explotadas por las redes de trata
Una mujer negra, con un vestido corto naranja fluorescente, se sujeta con las manos el vientre hinchado mientras descansa sentada en la sala de embarque del puerto de Melilla. Tiene la cara hendida con cicatrices y ronda la veintena. Viaja a M¨¢laga y forma parte de un grupo de subsaharianos que acaba de salir del Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de la ciudad aut¨®noma. Hoy es el gran d¨ªa, el del salto a la Pen¨ªnsula con el que los subsaharianos sue?an desde el momento en que abandonan su tierra. A la mujer, sin embargo, no se la ve feliz. Es parca en palabras.
Reticente, cuenta que es nigeriana, que est¨¢ embarazada de cuatro meses y que ha pasado los ¨²ltimos tres en el centro de inmigrantes. Antes malvivi¨® en uno de los bosques que rodean la ciudad marroqu¨ª de Nador, donde se qued¨® embarazada. No hay margen para m¨¢s detalles. Su vigilante, tambi¨¦n nigeriano, se presenta con cara de pocos amigos y da la charla por terminada. ?l controla sus movimientos. Y ella, seg¨²n las sospechas de la polic¨ªa y de las organizaciones que trabajan con subsaharianas, es una v¨ªctima m¨¢s de las redes de trata de personas que fuerzan a las inmigrantes a prostituirse durante su infernal traves¨ªa por el norte de ?frica y durante largos a?os en suelo europeo.
El salto de las vallas y las cuchillas es tal vez la forma m¨¢s llamativa para entrar a la Pen¨ªnsula, pero no es la que eligen la mayor parte de las mujeres. Ellas, salvo contadas excepciones, acceden al territorio espa?ol en patera o camufladas en coches por los pasos fronterizos. La llegada de estas subsaharianas, ensombrecida por el ruido medi¨¢tico de la valla, esconde las transacciones de redes criminales transfronterizas que compran y venden mujeres de las que abusan y a las que despu¨¦s obligan a prostituirse. Espa?a es uno de los pa¨ªses de destino final de estas esclavas sexuales, cuyo tr¨¢nsito hasta la Pen¨ªnsula est¨¢ bien documentado.
"Cada una depende de un solo hombre, pero las utilizan muchos otros", dice una conocedora de los campos
Las rutas que trazan las redes mafiosas son conocidas. Tambi¨¦n lo son la ubicaci¨®n de los campos marroqu¨ªes en los que esperan para cruzar a Europa y los pol¨ªgonos industriales espa?oles en los que las mujeres se prostituyen a la fuerza. El gran interrogante es c¨®mo es posible que, con este grado de conocimiento, no se pueda proteger a estas mujeres de agresiones y delitos tan previsibles. Para algunos expertos, parte del problema radica en unos mimbres legales aferrados a las fronteras nacionales y que no bastan para combatir fen¨®menos transfronterizos como la trata de personas.
Sobre el terreno, las evidencias abundan. Los datos est¨¢n ah¨ª para quien quiera escucharlos. John ¡ªnombre ficticio¡ª es un veintea?ero nigeriano que ofrece informaci¨®n detallada a las puertas del centro de inmigrantes de Melilla, adonde lleg¨® hace poco m¨¢s de un mes tras saltar la valla. Antes pas¨® dos a?os en Maghnia (Argelia), trabajando para los jefes de las redes de trata de personas, hasta juntar el dinero y poder pagar el peaje para cruzar de Argelia a Marruecos. ¡°Los hombres mienten a las mujeres¡±, asegura. ¡°Les dicen que es f¨¢cil llegar a Europa y que all¨ª encontrar¨¢n trabajo. Que ir¨¢n a N¨ªger y de all¨ª en avi¨®n a Espa?a. Pero en N¨ªger les dicen que hay que ir hasta Argelia primero. En ese punto, las mujeres ya no tienen dinero y no tienen m¨¢s opci¨®n que seguirles¡±. Y prosigue: ¡°A las mujeres las venden en las fronteras. Los jefes nigerianos eligen a las que m¨¢s les gustan. Por el camino, las dejan embarazadas¡±. Cuenta John que en la traves¨ªa hay mujeres de distintas edades. Desde menores hasta de 30 a?os. Dice tambi¨¦n que algunas se arrepienten pero que no tienen c¨®mo volver. Y que otras albergan todav¨ªa la esperanza de una vida mejor en Europa. ¡°Cualquier mujer que venga aqu¨ª ha sufrido abusos¡±, asegura. ¡°Ellas no te lo dir¨¢n, pero este es el sistema¡±.
Antes de llegar a Melilla o a las costas andaluzas, las mujeres pasan meses malviviendo en Oujda (localidad marroqu¨ª fronteriza con Argelia) o en los bosques de Nador, a 90 kil¨®metros de Melilla. La polic¨ªa marroqu¨ª conoce la existencia de los campos de subsaharianos y patrulla alrededor para disuadir a los curiosos de que entren. Una persona que los frecuenta a menudo explica que se dividen en dos grandes grupos, los franc¨®fonos ¡ªMal¨ª, Congo, Camer¨²n¡ª y los angl¨®fonos ¡ªNigeria¡ª, pero asegura que ¡°en todos opera la mafia y en todos hay trata¡±. ¡°Por las ma?anas, las env¨ªan a mendigar¡±, relata. ¡°Las violaciones sistem¨¢ticas se dan sobre todo en los angl¨®fonos. Cada una depende de un solo hombre, pero las utilizan muchos otros. Primero las viola el jefe y luego el resto. Est¨¢n a su servicio. El objetivo es que se embaracen porque as¨ª tienen m¨¢s posibilidades de quedarse en Espa?a¡±. Los ni?os son su pasaporte. Y concluye: ¡°Si la situaci¨®n de los inmigrantes hombres es terrible, la de las mujeres es cien veces peor. Esto es una aut¨¦ntica tragedia humanitaria¡±.
"Los jefes eligen a las que m¨¢s les gustan. Por el camino, las dejan embarazadas", asegura un joven nigeriano en tr¨¢nsito
La antesala de la Pen¨ªnsula son los campos del bosque: lugares hostiles, heladores en invierno y abrasadores en verano, donde la sarna salta de una piel a otra con facilidad. Chantal ¡ªnombre ficticio¡ª, camerunesa, habita desde hace siete meses junto con sus hijos y decenas de subsaharianos en Bolingo, uno de los campos. Habla en un lugar seguro de Nador. ¡°Dormimos en el suelo, sobre un pl¨¢stico¡±, relata. ¡°La vida no es f¨¢cil. La polic¨ªa viene todo el rato. En una redada, me llevaron a Rabat y despu¨¦s volv¨ª. En el campamento hay muchas mujeres embarazadas y ni?os¡±. Esta antigua camarera explica que con lo que mendiga en la calle y el agua que le dan ¡°los ¨¢rabes¡±, va tirando. Que no hay comida todos los d¨ªas, pero que lo poco que consigue, lo guarda para sus hijos, de seis y cuatro a?os, que hoy la acompa?an. Llevan m¨¢s de un a?o sin ir a la escuela.
¡°No puedo recomendar a nadie que venga a pasar por este sufrimiento. El sue?o de mi vida es que mis hijos coman, duerman y vayan a la escuela. Que tengan las oportunidades que yo no he tenido. Me salva la esperanza de pensar que alg¨²n d¨ªa lo lograr¨¦¡±. Chantal espera ahora su oportunidad para cruzar el Estrecho en una balsa hinchable. Dice que la presencia de redes y abusos en los campos es un secreto a voces, pero asegura que ella no tiene nada que ver con todo eso. ¡°Hablan de violaciones. El problema es que hay mujeres que no se respetan a s¨ª mismas y por eso no las respetan, pero yo no he visto nada¡±.
Como Chantal, varias mujeres en tr¨¢nsito desde ?frica responden con evasivas y visiblemente atemorizadas cuando se les pregunta por detalles del camino o por violaciones, embarazos y abortos clandestinos en los campos. Les cambia la cara y se dan media vuelta. ¡°Yo no s¨¦ nada¡± es una despedida que se escucha con frecuencia. Las organizaciones que trabajan con subsaharianas aseguran, sin embargo, que es pr¨¢cticamente imposible que una mujer llegue al norte de Marruecos sola, de espaldas a las mafias. Las que llegan en patera a Melilla o se cuelan camufladas por la frontera, acaban en el centro de inmigrantes.
Carlos Montero es el director del CETI. Es adem¨¢s una persona cercana, que conoce bien a los que pasan por este centro, en el que se amontonan los inmigrantes. Ahora hay 1.480 personas. ¡°Muchas de las subsaharianas que pasan por aqu¨ª han sufrido abusos o son esclavas sexuales de los jefes mafiosos¡±, explica. ¡°El 99,9% de las nigerianas que vienen de Marruecos son explotadas sexualmente¡±. S¨®lo en 2013, hasta 59 mujeres fueron trasladadas del CETI a la Pen¨ªnsula por violencia de g¨¦nero o trata.
Los indicios de la explotaci¨®n sexual se acumulan en las estrecheces del centro de inmigrantes. Es frecuente, por ejemplo, que al minuto de llamar a una mujer por el altavoz para que acuda a las oficinas, el hombre que la vigila se presente para ver qu¨¦ pasa. Luego est¨¢n los abortos. Las mujeres tratan de ocultarlos, pero en ocasiones, cuando hay hemorragias, acaban inevitablemente en la enfermer¨ªa. Si se detectan indicios como estos, que suelen corresponder a casos de esclavitud sexual, desde la direcci¨®n del CETI alertan a las ONG que reciben a las mujeres cuando desembarcan en la Pen¨ªnsula y que las alojar¨¢n en pisos provisionales.
¡°No puedo recomendar a nadie que venga a pasar por este sufrimiento", dice una muejr de los campos
Uno de los problemas es que muchas subsaharianas llegan en patera directamente hasta las costas andaluzas sin pasar por un centro de inmigrantes. Otro, m¨¢s relevante, es la incapacidad de las organizaciones receptoras para actuar. En cuesti¨®n de d¨ªas, las reci¨¦n aterrizadas en la Pen¨ªnsula desaparecen del radar de las ONG y los servicios sociales. Al poco de llegar a los pisos de acogida, un hombre va a recogerlas y no se las vuelve a ver nunca m¨¢s. Se convierten en invisibles. Ya en manos de la sucursal mafiosa espa?ola, la mujer se prostituye a la fuerza durante a?os, bajo la estrecha vigilancia de sus captores, para pagar la deuda contra¨ªda en el camino: en torno a los 50.000 euros, seg¨²n calculan personas cercanas a las v¨ªctimas. La red espa?ola contra la trata de personas estima que entre 40.000 y 50.000 mujeres son explotadas sexualmente en Espa?a.
Una red de tratantes
La situaci¨®n se ha agravado en los ¨²ltimos a?os con la llegada cada vez m¨¢s numerosa de menores, seg¨²n informa Roc¨ªo Nieto, presidenta de Apramp, una asociaci¨®n que ofrece pisos protegidos a las v¨ªctimas de la trata. ¡°Son ni?as o adolescentes¡±, explica. ¡°El a?o pasado pasaron 20 menores por nuestro piso¡±. Ram¨®n Esteso, responsable de inclusi¨®n social de M¨¦dicos del Mundo, una ONG que presta asistencia sanitaria a prostitutas subsaharianas en Espa?a, asegura que ¡°las que llegan a Almer¨ªa o a Granada, tarde o temprano van a ser v¨ªctimas de prostituci¨®n forzada¡±. Explica adem¨¢s que muchas mujeres dicen que son de otra nacionalidad, pero que en realidad son nigerianas. ¡°Y las que vienen de otros pa¨ªses africanos, aunque salgan de sus pa¨ªses libremente, tienen una probabilidad alt¨ªsima de que las redes las capten por el camino¡±, a?ade. ¡°Algo est¨¢ fallando. Necesitamos herramientas jur¨ªdicas para dar protecci¨®n a estas mujeres¡±.
Organizaciones como la Comisi¨®n de Ayuda al Refugiado de Euskadi, que recientemente ha visitado Melilla, piden que se considere la trata de personas con fines de explotaci¨®n sexual como causa de asilo sin que tenga que mediar una denuncia. Su directora, Patricia B¨¢rcena, entiende que, a pesar de que no sean personas perseguidas por un Estado o de que el propio pa¨ªs de origen condene la conducta criminal, son personas en peligro que necesitan protecci¨®n internacional, en parte porque se enfrentar¨ªan a riesgos a¨²n mayores de ser devueltas a sus pa¨ªses. Lamenta, adem¨¢s, que de las 40 solicitudes de asilo de mujeres v¨ªctimas de trata que los servicios jur¨ªdicos de CEAR tramitaron entre 2009 y 2013 ¡ªhasta 29 de ellas de Nigeria¡ª ninguna fue aprobada. ¡°Las autoridades espa?olas ejecutan a menudo expulsiones de ciudadanas nigerianas a su pa¨ªs de forma no segura considerando que no son v¨ªctimas de trata a pesar de la existencia de indicios¡±, se?ala Women?s Link Worldwide en un detallado informe sobre el asunto.
A¨²n as¨ª, B¨¢rcena reconoce que el asilo por s¨ª mismo no basta y que se necesitan medidas de protecci¨®n adicionales. Esteban Vel¨¢zquez, responsable de la Delegaci¨®n de Migraciones del Arzobispado de T¨¢nger y buen conocedor de la situaci¨®n en Nador y Melilla, pide presencia internacional en las fronteras. En su opini¨®n, las leyes y medidas nacionales no bastan. ¡°Esta y otras vulneraciones sistem¨¢ticas de derechos humanos en la frontera sur de Europa exigen observadores internacionales permanentes. No puede ser que la Uni¨®n Europea d¨¦ dinero solo para aumentar la seguridad y no se preocupe de las violaciones de derechos humanos¡±.
En la actualidad, a estas mujeres se les aplica en Espa?a el art¨ªculo 59 bis de la ley de extranjer¨ªa ¡ªseg¨²n el cual, si denuncian a sus captores y colaboran con la polic¨ªa para desarticular las redes, obtendr¨¢n protecci¨®n¡ª. El problema es que las mujeres del camino callan, no denuncian. No tanto por la presencia f¨ªsica de sus vigilantes, sino sobre todo por la c¨¢rcel mental en la que habitan. Los extorsionadores les amenazan con matar a su familia si huyen y viajan sometidas a conjuros y ritos de vud¨² que las aterrorizan. ¡°El miedo impide a la gran mayor¨ªa de ellas dar el paso. Son tumbas¡±, reconoce Jos¨¦ Nieto, jefe del centro de inteligencia de la Unidad Contra Redes de Inmigraci¨®n Ilegal y Falsedades Documentales (UCRIF) de la Polic¨ªa Nacional. Explica que la polic¨ªa ofrece a las subsaharianas el 59 bis porque ¡°el modus operandi con el que llegan estas mujeres supone la existencia de indicios de trata. Si a¨²n no son v¨ªctimas, seguramente, lo van a ser¡±. Sin denuncia de por medio y con las leyes actuales, ve dif¨ªcil que se pueda ofrecer protecci¨®n a estas mujeres. ¡°Si no colaboran, se pueden pasar a?os fuera del radar¡±.
Este polic¨ªa sostiene que ha habido progresos importantes en materia penal y explica que ahora hay un nuevo plan nacional contra la trata, pero tambi¨¦n le sorprende la pasividad de la ciudadan¨ªa ante este tema. ¡°Estamos ante un delito socialmente permitido. Yo aspiro a que cuando la gente vaya a un club a tomar una copa, por lo menos se plantee que igual esa mujer con la que est¨¢ hablando no est¨¢ ah¨ª porque quiere; que la esclavitud existe en nuestro pa¨ªs en el siglo XXI¡±.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.
Sobre la firma
Archivado En
- Melilla
- Women¡¯s Link
- Marruecos
- Trabajo esclavo
- Feminismo
- Esclavitud
- Explotaci¨®n laboral
- Prostituci¨®n
- Tr¨¢fico personas
- ONG
- Magreb
- Explotaci¨®n sexual
- ?frica
- Derechos mujer
- Solidaridad
- Movimientos sociales
- Trata de seres humanos
- Inmigraci¨®n
- Delitos sexuales
- Migraci¨®n
- Mujeres
- Condiciones trabajo
- Demograf¨ªa
- Delitos
- Trabajo
- Reportajes
- Planeta Futuro