El empe?o de Su¨¢rez
El presidente espa?ol viaj¨® M¨¦xico, en su primera visita oficial como paso para la reconciliaci¨®n
Era un 24 de abril de 1977. Aquel d¨ªa, un joven y sorpresivo Adolfo Su¨¢rez, 15 d¨ªas despu¨¦s de legalizar el partido comunista, a 54 de las primeras elecciones libres en Espa?a, con la tinta a¨²n fresca de la firma en Par¨ªs del restablecimiento de relaciones diplom¨¢ticas entre Madrid y M¨¦xico, descendi¨® de un avi¨®n de Iberia en el reci¨¦n inaugurado aeropuerto de Canc¨²n, convirti¨¦ndose en el primer presidente espa?ol que viajaba a territorio mexicano en 40 a?os.
Su¨¢rez iba camino de Washington a explicarle a la Administraci¨®n de Carter por qu¨¦ dos semanas antes hab¨ªa legalizado a los comunistas tras cuatro d¨¦cadas de ostracismo y persecuci¨®n. Espa?a se reencontraba con la democracia.
No supe entonces, ni lo sabremos quienes le tratamos como colaboradores y amigos, qu¨¦ sab¨ªa o intu¨ªa Adolfo Su¨¢rez. Pero vistos con perspectiva, sus movimientos demostraban o una sabidur¨ªa consciente o una intuici¨®n inconsciente para hacer lo debido en el momento adecuado.
M¨¦xico, el ¨²nico pa¨ªs que nunca reconoci¨® a la dictadura franquista, era un pa¨ªs cercano en el resentimiento y lejano en el conocimiento para los hijos del r¨¦gimen (incluidos quienes no quer¨ªan serlo o quienes lo fueron, como era el caso del entonces presidente del Gobierno espa?ol). Para Franco, la relaci¨®n con M¨¦xico termin¨® con Hern¨¢n Cort¨¦s.
Su¨¢rez se empe?¨® personalmente en que su primera visita ¡ªen aquellos fren¨¦ticos momentos de Am¨¦rica¡ª fuera a M¨¦xico. El entusiasmo de Santiago Roel, ministro de Asuntos Exteriores mexicano entre 1976 y 1978, y la inteligencia pol¨ªtica del entonces presidente Jos¨¦ L¨®pez Portillo, consciente de que hab¨ªa que cerrar el apoyo a la Segunda Rep¨²blica en el exilio y recibir a la Monarqu¨ªa, hicieron el resto.
En medio hubo grandes lecciones de sabidur¨ªa y de generosidad sin precedentes: fue el presidente L¨¢zaro C¨¢rdenas (1934-1940), Tata para los mexicanos, quien abri¨® las puertas del pa¨ªs al exilio espa?ol. Todav¨ªa estaba fresco en la memoria del Ministerio de Exteriores y de M¨¦xico cuando hubo que comprar el H?tel du Midi, en el centro de Montauban, en una de cuyas habitaciones agonizaba el ¨²ltimo presidente de la Rep¨²blica Espa?ola, Manuel Aza?a, para que muriese en el suroeste de Francia, pero en territorio mexicano, amparado por su legaci¨®n y cubierto por la bandera tricolor.
C¨¢rdenas nunca consinti¨® la humillaci¨®n inherente a la victoria de la Espa?a que gan¨® la Guerra Civil. Entendi¨® que todo ese caudal de inteligencia, sensibilidad y creatividad y esa tragedia humana pod¨ªan ayudar a alumbrar al nuevo M¨¦xico¡ Y consagr¨® el derecho al asilo.
Si Su Majestad y yo
no culminamos nuestra promesa de democratizar Espa?a, seremos
los primeros exiliados
Pero Su¨¢rez sab¨ªa que para lograr la reconciliaci¨®n nacional era necesario que los exiliados volvieran, los presos pol¨ªticos salieran y se afrontaran los demonios familiares, uno a uno. Sab¨ªa que contaba con pocos militares (apenas los dedos de una mano) que no fueran franquistas y menos polic¨ªas. Sab¨ªa que se iba a reencontrar con algunos de los viejos demonios familiares que hab¨ªan permitido justificar el aparato del odio, de la propaganda y de la Guerra Civil.
Sab¨ªa que llegaba al pa¨ªs donde estaban los restos que no murieron con Aza?a y su viuda, Dolores Rivas, junto a tantos otros que los acompa?aron en aquel camino de la lucha que explica en parte la derrota de la Guerra Civil del bando republicano. Sab¨ªa que era importante comenzar a dar las gracias y a cerrar heridas.
L¨®pez Portillo ¡ªa quien se le debe el enterrar el estigma del gachupismo y el creerse, curarse e incorporar dos partes de la historia fragmentadas, separadas por los kil¨®metros entre Espa?a y M¨¦xico¡ª hizo una advertencia a Su¨¢rez que ¨¦l siempre me relat¨® en primera persona: ¡°Justo antes de empezar la revisi¨®n de las tropas en el Palacio Nacional y de ver en la plaza del Z¨®calo la bandera espa?ola junto a la mexicana, L¨®pez Portillo me hizo un comentario: ¡®Se?or presidente, bienvenido a M¨¦xico. Le pido que transmita a Su Majestad que, en caso de no cumplir completamente la incorporaci¨®n de Espa?a a las democracias, M¨¦xico restablecer¨¢ su relaci¨®n republicana con el Gobierno en el exilio que nunca se autodisolvi¨® y volveremos a ser la tierra de asilo para los dem¨®cratas espa?oles¡¯. Su¨¢rez le contest¨®: ¡®Presidente, si Su Majestad y este presidente no pudi¨¦ramos culminar nuestra promesa de democratizar plenamente a Espa?a, tenga usted por seguro que los primeros exiliados de la nueva oleada seremos Su Majestad y yo¡±.
Fue un bello acto de generosidad pol¨ªtica por ambos lados, de una gran visi¨®n con un resultado sabio que empez¨® a cerrar el dolor de las viejas heridas.
Pero si el exilio fue fundamental para la modernizaci¨®n de M¨¦xico, ese cierre hist¨®rico dio lugar a situaciones insospechadas en la historia de los dos pa¨ªses.
Hubo protagonistas como Rodolfo Echeverr¨ªa, subsecretario de Gobernaci¨®n e interlocutor con el Gobierno espa?ol en aquel entonces y enlace con la oposici¨®n democr¨¢tica al franquismo, que no s¨®lo acabaron con la historia de rechazo mutuo ¡ªcon raz¨®n¡ª de la Espa?a colonial, sino que dieron un paso decisivo para la normalizaci¨®n entre los que se fueron, los que se tuvieron que ir y los que lleg¨¢bamos a la democracia.
Cu¨¢ndo Su¨¢rez despeg¨® de Ciudad de M¨¦xico rumbo a la capital estadounidense, sab¨ªa que ten¨ªa un aliado
Ese reencuentro con M¨¦xico y el exilio, esas nuevas relaciones entre los dos pa¨ªses rotas desde 1939, fueron la contribuci¨®n mexicana en pensamiento, testimonio y generosidad, y retroalimentaron el ¨¦xito de la Ilustraci¨®n por primera vez en Espa?a, que empez¨® con el mandato de Su¨¢rez.
El resto de la historia es m¨¢s conocida: M¨¦xico impuso varias condiciones, todas ellas humanitarias. Durante 40 a?os, no s¨®lo todos los bienes mexicanos en Espa?a hab¨ªan sido confiscados por Franco, sino tambi¨¦n todos los intereses espa?oles en aquel pa¨ªs se pusieron a disposici¨®n de las fuerzas del exilio. Hab¨ªa que transitar un camino y se hizo por la avenida grande y no por el callej¨®n trasero de los peque?os intereses.
De aquel hist¨®rico viaje salieron dos acuerdos: uno, el compromiso de Su¨¢rez (pedido por M¨¦xico y respaldado por ¨¦l) de respetar los derechos pasivos de los emigrantes espa?oles que hab¨ªan huido para salvar su vida. Dos, que M¨¦xico se convertir¨ªa en el principal aliado de la buena nueva democr¨¢tica para su consolidaci¨®n en el resto de los pa¨ªses latinoamericanos.
Cu¨¢ndo Su¨¢rez despeg¨® de Ciudad de M¨¦xico rumbo a la capital estadounidense, sab¨ªa que ten¨ªa un aliado, pero no la dimensi¨®n de su significado en el camino de la democracia espa?ola. La ayuda mexicana no s¨®lo devolvi¨® la paz a los sepulcros de aquellos que murieron lejos de Espa?a, por la barbarie de la Guerra Civil, sino que invirti¨® y cre¨® bonos de credibilidad democr¨¢tica como padrino, amigo y defensor, una de las grandes actuaciones pol¨ªticas que tuvo el criticado y denostado L¨®pez Portillo.
Quienes a un lado u otro de los dos Gobiernos tuvimos el privilegio de vivir eso, sentimos haber tenido la oportunidad de participar en algo no s¨®lo hist¨®rico, sino en un reencuentro m¨¢s all¨¢ de la historia, de los dictadores, de las cosas mal o bien hechas por ambas partes: el encuentro del tronco com¨²n y de la b¨²squeda de la institucionalizaci¨®n de los dos pa¨ªses casi al mismo tiempo. No olvidemos que ese es tambi¨¦n el momento en el que L¨®pez Portillo y Jes¨²s Reyes Heroles, como secretario de Gobernaci¨®n, hacen aprobar la Ley de Libertad de Partidos Pol¨ªticos del PRI. Es decir, termina y comienza, en otro sentido, la transici¨®n mexicana que se extender¨ªa hasta el 2 de julio de 2000.
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