?Enterrar semillas o colocarlas en una cuna?
Una experiencia innovadora en una escuela rural brasile?a nos obliga a repensar la fuerza explosiva de las palabras
Esta columna se podr¨ªa titular tambi¨¦n "La fuerza de una idea". Se trata de un hecho real: la historia de un cambio de palabras que se convirti¨® en la fuerza motriz de una experiencia pedag¨®gica. Ocurri¨® en la escuela primaria piloto Hermann Muller, en la preciosa ciudad brasile?a de Joanville. Se trat¨® de cambiar la palabra ¡°cova¡± por la palabra ¡°ber?o¡±.
La protagonista es la profesora Silvana Aparecida, que de la nada, con la fuerza de una idea, empez¨® a alfabetizar creativamente a los ni?os de una zona rural. Lo hizo utilizando flores y poes¨ªas, sembradas juntas en el jard¨ªn de la escuela en el que los alumnos aprendieron a cultivar las semillas de las plantas. El jard¨ªn acab¨® sembrado tambi¨¦n de poemas.
Los versos se convert¨ªan en flores de palabras y los nombres de las flores en cartilla de abecedario. Y se hizo el milagro; aquellos ni?os de familias pobres aprendieron a leer antes de la edad en la que un ni?o suele empezar a silabear las palabras.
En la experiencia fueron involucrados los padres de los alumnos, muchos de ellos campesinos y cazadores, a los que sus hijos, que en la escuela aprendieron a descubrir la fuerza de la libertad en el vuelo de las aves, acabaron convenci¨¦ndoles de jubilar sus escopetas para dejar tranquilos a los p¨¢jaros en los ¨¢rboles.
En medio de esa experiencia innovadora y creativa, tuvo lugar algo significativo que nos obliga a pensar lo explosivas que son a veces las palabras y que me cont¨® Silvane d¨ªas atr¨¢s.
En portugu¨¦s, el agujero que se hace para colocar las semillas se llama ¡°cova¡±, que evoca la sepultura. La profesora que se esfuerza para inculcar en sus alumnos la idea motriz de vida en vez de la de muerte, tuvo la idea (?la fuerza de las ideas!) de cambiar aquella palabra (?la fuerza de las palabras!) y les dijo a los ni?os que para colocar las semillas, que es algo vivo y de las que nacer¨ªa una nueva vida, iban a preparar para ellas, en vez de una ¡°sepultura¡±, una ¡°cuna¡±, que se construye con amor para recibir una nueva vida.
Me cont¨® que con solo cambiar aquella palabra cambi¨® la actitud de los ni?os al preparar la tierra para colocar en ella las simientes. ¡°Los ni?os empezaron a remover la tierra con mayor cari?o. Hac¨ªan el agujero en forma de cuna, acariciaban su forma y se notaba en sus manos que estaban preparando algo precioso para colocar en ¨¦l a un reci¨¦n nacido¡±, me explic¨® sin conseguir esconder en su relato un cierto estupor que a¨²n la agitaba al recordar la experiencia.
Aquella idea sembrada en una simple escuela primaria ense?¨® tambi¨¦n a los alumnos a respetar, por ejemplo, las diferencias con una dimensi¨®n nueva. En vez de aceptar, por compasi¨®n, la minusval¨ªa de un alumno, que naci¨® sin una mano, pasaron a verla como algo normal, simplemente distinto.
Esa min¨²scula experiencia, perdida entre los cientos de miles de escuelas del pa¨ªs, nos obliga a reflexionar no solo sobre lo equivocada que suele estar toda nuestra pedagog¨ªa, anclada a¨²n en los modelos y estereotipos medievales, sino tambi¨¦n sobre la fuerza que una idea innovadora puede tener en la sociedad y en nuestra propia vida personal o familiar.
Seguimos sin creer en el milagro de las palabras y de sus posibles usos y significados, de la fuerza que entra?an esos s¨ªmbolos que nos distinguen radicalmente de nuestros hermanos los animales. Sin embargo, como ense?a el psicoan¨¢lisis, las palabras encierran en sus entra?as una fuerte carga de creatividad y peligrosidad.
La idea -simple y genial al mismo tiempo- de esa escuela de Joanville de plantar semillas no en una sepultura, sino en una cuna, podr¨ªa aplicarse a nuestras instituciones, a los proyectos pol¨ªticos y sociales, a toda la pedagog¨ªa de la vida.
Si nos convencemos, por ejemplo, de que la violencia que prefigura las sepulturas para sus v¨ªctimas es m¨¢s fuerte que el respeto a la vida; si asociamos la pol¨ªtica a la rapi?a que acaba sepultando el fruto de la corrupci¨®n en las fosas de la iniquidad, o si organizamos los beneficios de la vida social de los pobres en funci¨®n de esp¨²reas ganancias pol¨ªticas, estamos usando el concepto de muerte en vez del de vida.
Es significativo que hasta un pol¨ªtico avezado como Lula haya confesado d¨ªas atr¨¢s que la pol¨ªtica en Brasil ¡°est¨¢ podrida¡±.
La indiferencia, la falta de respeto y hasta el desprecio que crece cada d¨ªa en la sociedad contra los pol¨ªticos, podr¨ªa estar relacionada con esa preferencia actual de las instituciones por las sepulturas en las que se pudren las esperanzas de vida de los ciudadanos. Algo que ocurre cuando se prefiere, por ejemplo, el despilfarro de lo p¨²blico a la austeridad debida al bien com¨²n.
Etimol¨®gicamente, en griego, pol¨ªtica significa el ¡°arte de vivir en sociedad¡± y tambi¨¦n el de ¡°gobernar para el bien de la sociedad¡±.
Lo social palpita en el coraz¨®n de la palabra pol¨ªtica, hasta el punto que Arist¨®teles defini¨® al ser humano como zo¨®n politik¨®n: animal social.
De la ra¨ªz etimol¨®gica de pol¨ªtica, naci¨® la paideia o educaci¨®n, y de ah¨ª la pedagog¨ªa, que es la ciencia que ¡°conduce al ni?o por el camino de la vida¡±.
?Pod¨ªa la profesora Silvana escoger un modo mejor de ense?ar a sus ni?os a caminar por los senderos de la vida a la que se est¨¢n abriendo, como una flor en busca de la luz del d¨ªa?
?Qu¨¦ forma mejor de inculcarles a los ni?os pulsaciones amorosas de resurrecci¨®n en vez de sentimientos de muerte, que convertir la sepultura donde enterrar las semillas en cuna donde prepararlas a la espera de una nueva vida?
La respuesta es vuestra, padres y madres de familia, que cada ma?ana llev¨¢is con ilusi¨®n a vuestros peque?os a la escuela con el deseo ¨ªntimo de que aprendan a amar y respetar con alegr¨ªa todo lo vivo en vez de verles crecer admirando a los tristes sepultureros de la esperanza.
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