El s¨ªndrome del impostor
Una nueva cultura de la austeridad crece entre los j¨®venes, entre los que el consumismo superfluo y ostentoso empieza a estar mal visto
El consumismo comienza a dar se?ales de crisis, y lo que es peor para quienes se benefician de una actitud que conduce al despilfarro y a la compra compulsiva, el consumo superfluo y ostentoso empieza a estar mal visto. Una nueva cultura de la austeridad crece entre los j¨®venes, que por convicci¨®n o por hacer de la necesidad virtud, piensan que no necesitan tantas cosas y evitan comprar por encima de un precio determinado porque lo consideran inmoral. Si Greta Thunberg puede prescindir del avi¨®n para viajar, ?de cu¨¢ntas cosas podemos prescindir?, se preguntan. Hubo un tiempo, no hace tanto, en que los ni?os ped¨ªan marcas caras. Incluidos los ni?os de familias que no pod¨ªan comprarlas. Ahora, la cultura de comprar por comprar est¨¢ en cuesti¨®n y algo novedoso: el lujo comienza a estar mal visto incluso entre quienes pueden permit¨ªrselo.
Un equipo de la Universidad de Harvard, dirigido por Dafna Goor, ha puesto cifras y nombre al fen¨®meno: el s¨ªndrome del consumidor impostor. Esta sorprendente investigaci¨®n publicada en la revista Journal of Consumer Research muestra que cada vez hay m¨¢s gente que se averg¨¹enza de lucir objetos de lujo e incluso se siente molesta en presencia de ellos. Los detalles del estudio indican que el consumo de lujo puede ser en ciertos medios un arma de doble filo: si bien puede ser signo de estatus y ¨¦xito social, tambi¨¦n puede provocar rechazo y generar en quien lo exhibe una sensaci¨®n de impostura, de falta de autenticidad, que acaba minando su propia seguridad. Como si estuviera exhibiendo un privilegio indebido.
Cuando tanta gente lo pasa mal, cuando las encuestas del Peer Review muestran que la ansiedad y la depresi¨®n son lo que m¨¢s preocupa al 70% de los adolescentes y menores de 24 a?os de Estados Unidos, hacer ostentaci¨®n de lujo puede ser visto como una declaraci¨®n de indiferencia. Hacia los dem¨¢s y hacia los recursos limitados del planeta. Hay ambientes, claro est¨¢, en los que el lujo es tan anodino como el respirar. Se da por descontado y forma parte del paisaje. Entre quienes viajan en jet privado, se alojan en suites de 500 metros, lucen gafas Chopard y solo calzan Berluti, ni siquiera el eco de estos reproches los alcanza. Pero la industria del lujo no puede vivir solo de unas minor¨ªas cada vez m¨¢s exiguas y exc¨¦ntricas. Y parece que la actitud ante el lujo y en general, ante el consumo, est¨¢ cambiando en la extensa clase media y especialmente entre los j¨®venes, que saben que todo es muy vol¨¢til y ya han comprobado que aparentar no les va a quitar el miedo a un futuro que perciben incierto.
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