El viernes 13 de Igualada
La localidad lucha por mantener una falsa normalidad, con tiendas abiertas y no siempre respetando las distancias
Es posible que el cine nos haya hecho mucho mal. ?Han visto esas pel¨ªculas donde una ciudad es sellada a cal y canto por polic¨ªas vestidos como robots inapelables? ?C¨®mo revientan a los que protestan? ?C¨®mo la gente se escuece y se mete en casa antes de que un ej¨¦rcito oscuro se la cargue?
Pues nada de eso pasa en Igualada. El primer d¨ªa en que fue convertida en la Lombard¨ªa italiana, la ciudad ¡ª40.000 habitantes que capitanean La Anoia catalana¡ª no hab¨ªa s¨²perpolic¨ªas en la puerta de casa. Los Mossos que vigilaban las salidas parec¨ªan polic¨ªas de tr¨¢nsito apenas protegidos por un tapabocas y guantes de l¨¢tex. Igualada no es, tampoco, Wuhan. La Generalitat dista de ser el Estado chino y los igualadinos no albergan el mismo esp¨ªritu colectivista, obligado o cultivado, de los hijos del Oriente.
Y he aqu¨ª el punto: aqu¨ª, se?ores, un confinamiento no es tan confinamiento. Ni Wuhan, ni Robocops, ni un futuro dist¨®pico. M¨¢s bien, lo que hubo es un lockdown mediterr¨¢neo. Y no creo que sea demasiado bueno. El viernes 13 ¡ªtiene su ¨¦pica tener esta sensaci¨®n de fin del mundo justo ese d¨ªa¡ª empez¨® a desperezarse a media ma?ana. M¨¢s de la mitad de las tiendas del centro de Igualada ¡ªelectr¨®nica, ropa, juguetes, zapatos, utensilios de cocina: el coraz¨®n de un pueblo¡ª estaban cerradas y hab¨ªa poca gente por las calles, mir¨¢ndose unos a otros en la duda entre la solidaridad y la sospecha. La explanada que suele reunir a los castellers catalanes, luc¨ªa vac¨ªa. Las peatonales, resecas. El municipio, fantasmal. Lo ¨²nico vivo por buena parte de la ma?ana era el movimiento l¨¢nguido de las senyeras catalanas en los balcones y ventanas.
Pero algo cambiaba al salir del coraz¨®n de la ciudad. Media docena de bares hacia la salida de Barcelona, otro tanto hacia el sur, ten¨ªan ocupados la mitad ¡ªo m¨¢s¡ª de los salones. En alguno, mesas llenas unas junto a otras. Gente fumando y riendo en las terrazas, burl¨¢ndose de la perra suerte o acojonados porque les tocase el virus cerca de la Pascua. Todo eso ocurr¨ªa antes de que se ordenase por la tarde el cierre de comercios no esenciales.
En los supermercados, la gente flu¨ªa sin c¨¦sar. Los pasillos ten¨ªan p¨²blico, pero no gent¨ªo. Todos igual: civilizados y civiles. Civilizados: nadie se agitaba. Civiles: excluido un se?or muy preocupado ante una fila de panes ¡ª¡°?Esto es como una guerra!¡±¡ª, nadie se pertrechaba para la guerra bacteriol¨®gica. Y eso quiere decir: casi ning¨²n tapabocas y pocos, poqu¨ªsimos, guantes.
Es complejo estar en modo encierro pero con permiso para andar en p¨²blico y, parece, poca pr¨¢ctica para encajar las medidas de higiene de una pandemia vir¨®sica. ¡°Esto es como estar dentro de una c¨¢psula, chico¡±, dec¨ªa una empleada de Caprabo en un caf¨¦ del pol¨ªgono industrial de la ciudad, entretenida con su chocolate, un croissant y un cigarrillo inagotable en una charla de mesa a mesa ¡ªun metro de distancia¡ª con una mam¨¢ y sus dos ni?os. ¡°Hay que hacer la vida tan normal como sea posible¡±.
Puede ser, o tal vez, mejor, no. Porque un confinamiento, para funcionar, debiera mantener la distancia social de manera estricta. Nadie entra, nadie sale y todo mundo en casa. Pero pasado el mediod¨ªa del primer d¨ªa de encierro m¨¢s comercios abrieron y la gente se mov¨ªa por los supermercados y las tiendas sin atender demasiado al metro de distancia sugerido. Decenas y decenas de consumidores se renovaban en los supermercados, desde Mercadona a Consum, del Spar al Sebasti¨¢n, sin mascarillas (que no hay) ni guantes desechables (que s¨ª hay). En una verduler¨ªa, el due?o tomaba el dinero con las mismas manos descubiertas con las que despachaba tomates, calabazas y zanahorias para los ni?os.
Seamos claros: una gran cantidad de habitantes de Igualada est¨¢ aprendiendo a tomar distancia despu¨¦s de ser sorpresivamente se?alados por el dedo negro del virus. Hay decenas de comercios con mesas frente a los mostradores para garantizar distancia sanitaria con los clientes y cientos de dependientes usan guantes o tapabocas. Pero basta que pocos se lancen a los bares a chapotear en la socializaci¨®n conocida para que el prop¨®sito de una aislaci¨®n controlada vaya al traste. ¡°La gente se lo toma en serio¡±, me dijo un vecino en una terraza cerca del municipio. ¡°Pero tomar¨¢ un tiempo¡±.
Cierto, pero, ?hay? En apenas dos d¨ªas, Igualada pas¨® de 20 a 58 casos confirmados y habr¨¢ peores noticias. La ciudad se revolv¨ªa en la duda sobre los siguientes pasos al mediod¨ªa del viernes 13. Entonces, poco antes de comer, el alcalde, la polic¨ªa y varias fuerzas sociales discut¨ªan si ordenaban el cierre compulsivo de los locales privados. A unos pasos del viejo edificio municipal, el due?o de un bar expon¨ªa la posible raz¨®n de esas dudas: qui¨¦n paga los salarios e ingresos ca¨ªdos. El debate es un buen reflejo de ¨¦poca: salud p¨²blica versus mercado; la vida sana de los vecinos versus la subsistencia econ¨®mica de esos mismos vecinos.
La balanza debiera ir por la salud de las personas, claro. Pero tambi¨¦n las personas debieran asumir que esto demanda m¨¢s que una decisi¨®n del Estado. Es dif¨ªcil abandonar costumbres, pero quiz¨¢s sea hora de que el gregarismo sure?o se contagie de alguna frialdad n¨®rdica. Nada de manos, nada de besos. Nada de bares, el caf¨¦ de la ma?ana, la ca?a de las siete. A casa, que la vida debe seguir.
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