Cr¨®nica del virus en Madrid
A partir de la declaraci¨®n del estado de alarma, hasta la voz humana resulta una anomal¨ªa en el espacio p¨²blico
En esta situaci¨®n, solo imaginada hasta el momento por guionistas de cine, las zonas m¨¢s tur¨ªsticas de Madrid han tenido que hacer su voto de silencio; les ha costado pero se est¨¢n portando lo mejor que pueden. Hasta el jueves por la tarde, las orillas derecha e izquierda de la calle Atocha segu¨ªan m¨¢s o menos vivas. Para entender qu¨¦ se cuece en un barrio lo mejor es visitar su mercado, as¨ª que me plant¨¦ en el de Ant¨®n Mart¨ªn. Ah¨ª continuaban vendiendo alas de pollo, fruta y chuletillas con relativa normalidad, y en sus locales serv¨ªan tacos, ceviches y sashimi. El viernes, cuando se anunci¨® que solo nos quedaban unas horas para ejercer nuestro estilo de vida de pa¨ªs latino con clima benigno, todo languideci¨® a gran velocidad.
Las conversaciones de los tenderos se centraron en el pago a proveedores ¡ª¡°La semana que viene me llega una factura de 4.000 euros, a ver qu¨¦ hago¡±¡ª; algunos due?os de restaurantes esperaban una avalancha de comensales esa ¨²ltima noche en la que permanecer¨ªan abiertos hasta nueva orden, pero no fue as¨ª: la preocupaci¨®n y el miedo dej¨® los ¨¢nimos de todos a media asta ya desde ese mediod¨ªa. En la escuela de flamenco Amor de Dios, situada en la planta m¨¢s alta del mercado, a¨²n se o¨ªan algunos taconeos.
En la calle Santa Isabel, dentro de un bar con una tele tama?o aparador, aguc¨¦ el o¨ªdo para hacer un an¨¢lisis socioling¨¹¨ªstico apresurado. La palabra que m¨¢s se repet¨ªa empezaba con ce, seguida muy de cerca por el sustantivo ¡°manos¡± en dos modalidades: ¡°lavarse las manos¡± y ¡°esto se les ha ido de las manos¡±; el tiempo verbal m¨¢s empleado era una per¨ªfrasis verbal de obligaci¨®n: ¡°lo que tendr¨ªan que haber hecho es...¡±. Tambi¨¦n se hablaba el viernes de murci¨¦lagos y de las cosas asquerosas que comen por ah¨ª, mientras en la barra se ofrec¨ªan las ¨²ltimas tapas resecas de boquerones fritos y pan con sobrasada.
El s¨¢bado, en la calle Huertas, la car¨®tida del barrio de las Letras, ya hay m¨¢s carteles informativos en la entrada de los restaurantes y bares que personas por la calle. Algunos est¨¢n redactados de modo seco, meramente informativo, pero muchos otros comienzan por ¡°queridos clientes¡± y concluyen con un ¡°esperamos verles por aqu¨ª muy pronto. Cu¨ªdense¡±. Ya s¨¦ en cu¨¢les querr¨¦ entrar cuando acabe esta pesadilla.
Detecto unos cuantos microbotellones activos en la plaza de Santa Ana: en cada banquito hay una pareja de turistas que han comprado chacinas o queso y los acompa?an con cerveza. Doble infracci¨®n: beben alcohol en la calle y no guardan la distancia f¨ªsica recomendada. A esa misma hora, un grupo de turistas franceses pasea charlando animados por la calle del Prado. Incluso los oigo re¨ªr, y de repente me resulta obscena su risa, como si a partir de ese momento se exigiera una expresi¨®n circunspecta en la cara de todo transe¨²nte. Probablemente se r¨ªen para combatir la angustia ante este delirio, y en el fondo lo entiendo. Un coche patrulla de la Polic¨ªa Nacional pasa junto a ellos: por un momento pienso que los agentes les van a instar a clausurar las carcajadas, pero pasan de largo.
La risa ya es antigua y pertenece al s¨¢bado. Ahora, a partir de la declaraci¨®n del estado de alarma, hasta la voz humana resulta una anomal¨ªa en el espacio p¨²blico. Si se sale de casa por necesidad, hay que hacerlo en actitud cartuja: con la boca cerrada.
Mercedes Cebri¨¢n es escritora, autora de Muchacha de Castilla (La Bella Varsovia).
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