La de batallitas que contaremos
Nos toca ser sabios con lo que sepamos. Qu¨¦ curativa era, de ni?o, esa despreocupaci¨®n fingida de los mayores, quitar importancia a las cosas. Ahora eres t¨² el que te preocupas por ellos
Perder el olfato y el gusto es de lo m¨¢s intrigante del virus. Parece m¨¢s bien una idea ingeniosa de guion que algo que pueda ocurrir de verdad, pero est¨¢ ocurriendo. A un amigo confinado sin oler ni saborear nada le dan el caf¨¦ por la ma?ana sin az¨²car porque, total, no se entera. Y aprovechan para ponerle pescado, que no le gusta. Es como un astronauta tomando preparados ins¨ªpidos en la estaci¨®n MIR. Otro amigo sin olfato huele cada d¨ªa un frasco de colonia, como test, a ver si...
Perder el olfato y el gusto es de lo m¨¢s intrigante del virus. Parece m¨¢s bien una idea ingeniosa de guion que algo que pueda ocurrir de verdad, pero est¨¢ ocurriendo. A un amigo confinado sin oler ni saborear nada le dan el caf¨¦ por la ma?ana sin az¨²car porque, total, no se entera. Y aprovechan para ponerle pescado, que no le gusta. Es como un astronauta tomando preparados ins¨ªpidos en la estaci¨®n MIR. Otro amigo sin olfato huele cada d¨ªa un frasco de colonia, como test, a ver si nota algo. El d¨ªa que despierten sus sentidos paladear¨¢ de nuevo la vida. Una vez ya le pas¨®, lo primero que oli¨® fue la mierda de sus gatos y le hizo la misma ilusi¨®n.
El ¨¢ngel de El cielo sobre Berl¨ªn (Wim Wenders, 1987), preciosa pel¨ªcula para ver estos d¨ªas, nos envidiaba por eso. Contemplaba la ciudad, encerrada entonces por un muro, y a sus habitantes, y tomaba notas: ¡°Un transe¨²nte caminando bajo la lluvia cerr¨® su paraguas y se empap¨®. A veces me harta mi existencia espiritual. Ser¨ªa bonito regresar a casa al final de un largo d¨ªa y alimentar al gato, como Philip Marlowe. Tener fiebre, y los dedos manchados por el peri¨®dico, excitarse al fin, con una comida, con la l¨ªnea de un cuello, con una oreja. O sentir c¨®mo es quitarse los zapatos debajo de una mesa¡±. Luego se enamora, se hace mortal, siente el dolor, sangra, prueba el caf¨¦. El otro d¨ªa compr¨¦ una pi?a solo por sentir en mis manos algo aparatoso y tropical. Y una amiga dijo: ¡°Yo que so?aba con las vacaciones, irme a Francia, y ahora ser¨ªa feliz solo con tomarme una cerveza en el bar de la esquina¡±.
Ah, Marlowe. Si hubi¨¦ramos hibernado a Chandler, en vez de la econom¨ªa, ser¨ªa maravilloso verle desenvolverse en la pandemia. O a Areta, de Garci, en la Gran V¨ªa vac¨ªa. Pero tambi¨¦n estos d¨ªas ser¨¢n las batallitas de nuestra generaci¨®n. No es que no hayamos tenido una guerra, es que muchos de cincuenta para abajo ni siquiera hicimos la mili. Pero ya podremos decir, espero: ¡°Chaval, que yo pas¨¦ el coronavirus, no sabes qu¨¦ fue aquello¡±. Aunque en realidad ahora andamos perdidos, tendremos que explic¨¢rnoslo luego, durante largo tiempo.
Estos d¨ªas muchos querr¨ªamos o¨ªr las voces de la madre, del padre, de la abuela, del abuelo, tan tranquilizadoras. Sent¨ªas que a su lado no iba a pasarte nada. Ellos se encargaban, no sab¨ªas c¨®mo, de que no fuera as¨ª. Porque hab¨ªan vivido m¨¢s, y cre¨ªas que ten¨ªan alg¨²n conocimiento secreto de la vida. Hoy esa voz es la tuya, quiz¨¢ no hab¨ªas tenido que utilizarla hasta ahora, notas el efecto que tiene en tus hijos, pero no hay ninguna para ti, por encima de ti. Nos toca ser sabios con lo que sepamos. Qu¨¦ curativa era, de ni?o, esa despreocupaci¨®n fingida de los mayores, quitar importancia a las cosas. Ahora eres t¨² el que te preocupas por ellos, les llamas, si a¨²n est¨¢n, temes por ellos.
Menos mal que est¨¢ Skype. Al principio es tranquilizador, es incre¨ªble poder verte. Pero pasado un rato suelen crearse silencios, pausas raras, como en una visita. Todos se miran como diciendo: ¡°Bueno, pues aqu¨ª estamos¡±. Siempre hay alguien que se queda aparte, como que no cree en eso, o no sabe c¨®mo ser natural. En realidad nos vemos encerrados, aunque sea en un recuadro. Peor es cuando alguien est¨¢ mal, y llora en la palma de tu mano, en el m¨®vil, como atrapado en la l¨¢mpara maravillosa, y solo puedes acariciar la pantalla.
Hay otras voces que o¨ªmos aunque nunca las conocimos, de otra ¨¦poca. Son mensajes en una botella desde el pasado: lees a Dickens, a Conrad, el Quijote, y los sientes como un susurro en tu o¨ªdo, cercanos. Porque lo que tienen en com¨²n con la voz de los mayores es el sentido com¨²n, ese es el ingrediente secreto, el sexto sentido. Por cierto, ?cu¨¢ndo llega el cargamento de eso? Porque se nos empieza a acabar. Estos d¨ªas ya o¨ªmos gritos e improperios, tiene que haber de todo y ya tocaba, la verdad, est¨¢bamos preocupados por si algunos no se sent¨ªan bien. Y ahora que todo va mal ellos no se dejan enga?ar, no: en realidad va peor. Es todo una conspiraci¨®n. Es entra?able reencontrar nuestra esencia m¨¢s reconocible en estos momentos de incertidumbre, tambi¨¦n las chapuzas. Ves que todo sigue en su sitio, para que cuando salgamos podamos volver a lo de siempre.
La gente, en todo caso, se orienta sola, con su br¨²jula personal. Supimos de un vecino, que ni conocemos, que ayuda a un familiar y le lleva la compra. Le escribimos un mensaje de agradecimiento y respondi¨®: ¡°No tiene que darme las gracias, es algo que llevo en el ADN que me transmitieron mis padres, ayudar a quien lo necesita¡±.
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